Jugar en el bosque
El resultado electoral y el panorama alcista de los alimentos en el mercado mundial
La observación de las perspectivas de la oferta exportable alimentaria del sur subdesarrollado en el panorama global –para escudriñar sus probables repercusiones en la periferia en general, y en la Argentina en particular, dada la incidencia del rubro en nuestras ventas externas–, es lo que induce a insertar la mirada hacia la secuoya roja (shocking) del peliagudo momento electoral post PASO (entre otras posibles) en el bosque de acacias y cedros de la economía mundial. Más precisamente, en las densas contradicciones de la trama productiva mundial, que todo parece indicar que se vienen cocinando a fuego no tan lento. Ocurre que, por difíciles que son los avatares agónicos domésticos, la arquitectura del poder del movimiento nacional tiene como condición necesaria responder adecuadamente a lo que pulsan las leyes de la acumulación a escala mundial. Es de suponer, entonces, que en el recorrido por ese bosque se encuentran entreveradas las circunstancias estructurales que delimitan el abanico de las posibilidades de la coyuntura.
El primer dato que salta a la vista es el presente alcista del precio de los alimentos en todo el mundo. Los índices que se calculan en la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) dicen que en el último año y medio, lapso en que el mundo anduvo mayormente “encuarentenado”, las materias primas alimenticias aumentaron 40%. Desde el bienio 2010-11 que la economía mundial no experimentaba un salto así. Una de las consecuencias de aquella época fue encender la chispa de lo que se dio en llamar la Primavera Árabe.
Los sectores de la población global de menores ingresos gastan la mayor porción de los mismos en alimentos. Por la magnitud del incremento en los precios de las sustancias alimenticias, es de suponer que la caída en el nivel de vida, que afectó muy marcadamente a los más vulnerables, escaló con fuerza a los sectores medios. A esta realidad de y en todo el orbe, que la pandemia hizo más cruda aún, se la atendió en función no de las posibilidades fiscales –como se afirma habitualmente–, sino con la disposición política que se tiene para dar respuesta a los que de corriente la miran pasar y no la pueden agarrar; es decir: poco y nada.
La Primavera Árabe evocada es un buen ejemplo de lo afirmado. En esa época, la actual coalición gobernante en la Argentina se preocupó especialmente de mejorar la distribución del ingreso promedio de los argentinos, y las urnas consolidaron su espacio político. Cuando ese impulso decayó, y no mucho, en 2013 una porción de los votantes se desprendió de esa alianza de clases y su volumen, aunque acotado, le recordó sus responsabilidades, haciéndole morder el polvo de la derrota electoral. Cortar el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) por cuestiones fiscales y elevar el mínimo no imponible del impuesto a los ingresos, por ejemplo, y después asombrarse del resultado electoral adverso, estaría probando –antes y ahora– que el espíritu de alianza de clases sigue tan intacto como la pesadilla de ciertos sectores dirigentes de querer imitar el desagradable y gorila entongue de la Concertación chilena.
Chanchos rengos
De manera más general, si las autoridades políticas de los países periféricos en los que el objetivo político es mantener estable la nación a dos velocidades actúan en esa dirección en épocas normales, ¿un virus pandémico los haría cambiar, por más anormales que fueran los entornos? No tendrían razón para ello, a menos que se crea que el Covid-19 despertó sentimientos humanitarios que estaban dormidos. La historia y los procesos políticos no funcionan de esa manera. La atención de la pandemia resulta en función de los objetivos políticos generales que la exceden. Si son en pos del igualitarismo moderno, resultan de una manera muy diferente. En los Estados Unidos, por efecto de la atención a los ángeles caídos facilitada por la pandemia, la proporción de personas que viven en la pobreza cayó a un mínimo histórico el año pasado. La tasa de pobreza que da cuenta del impacto de los programas gubernamentales declinó al 9,1 % de la población el año pasado, desde el 11,8 % en 2019. Antes de que empiecen las excusas, hay que considerar que Barack Obama y su clintonismo de la tercera vía en 2009 (crisis sub-prime), gastó 0,81 billones de dólares en su estímulo, alrededor de 20.000 dólares por cabeza. El aumento de la ayuda gubernamental el año pasado fue de unos 1,8 billones de dólares o 35.000 dólares por cabeza. No todo el dinero, en ninguno de los dos paquetes, se destinó a estadounidenses de bajos ingresos, pero en el segundo lo fue en muchísima mayor medida. Los beneficios del gobierno y los cambios fiscales sacaron a 53 millones de estadounidenses de la pobreza el año pasado, más en términos absolutos y relativos que en 2009, según cálculos del Centro de Prioridades Presupuestarias y Políticas –de tendencia liberal–, citado por el New York Times.
Guarecerse en que “como emiten la moneda mundial pueden hacer lo que se les cante”, omite que la igualdad no seduce a los conservadores de buena voluntad como Obama. Similar para el resto, sin negar las dificultades de ese resto –en algunos casos muy serias–, pero que, sin embargo, no fue por ellas que se hicieron los chanchos rengos. Los reaccionarios son a prueba de estas minucias del sufrimiento humano de la pobreza. Es más, Latinoamérica: región campeona mundial de la desigualdad, frente al aumento de las materias primas alimenticias (de las cuales está entre las principales exportadoras globales), reaccionó de acuerdo a su prontuario. Los bancos centrales de la región, ante el temor de lo que esos precios le estuvieron infligiendo a los costos, procedieron a subir –sin excepción atendible– la tasa de interés para frenar los precios. Esto demuestra, objetivamente, que el temor a la inflación es reverencial, incluso mucho más que a las consecuencias humanas de una pandemia. El temor a perder credibilidad hace que, en todos lados, las autoridades se enfrasquen en hacer más de lo mismo. Así, las crisis políticas cumplen con todo los requisitos del manual. Nada muy novedoso. Buena prueba de ello es que cuando la conciencia política avanza, el castigo político a ese atavismo se sucede a ritmo parejo en las elecciones de que se trate, en el país de que se trate.
Milanesas de cuadrada
En este contexto, resulta al menos sorprendente que el gobierno argentino no haya impulsado el aumento de retenciones y después se desconcierte con la marcha de la inflación. Al menos que crea –como los monetaristas de las expectativas racionales– que se trata de un fenómeno que se controla atajando la emisión que genera el déficit fiscal. O sea, con superávit fiscal no hay inflación porque las expectativas se alinean y se frena la ansiedad por la cotización del verde. Hubo resultado fiscal positivo: la cantidad de dinero que circula hoy es como la de 2004, cuando la economía era un tercio más chica, y el pescado sin vender.
Mejor fijarse en los costos. Consideremos el caso ilustrativo del kilo de cuadrada para milanesa. Al principio de la pandemia (marzo del año pasado) el kilo de este popular corte argentino costaba alrededor de 348 pesos. El dólar oficial a fines de marzo era de 65,7 pesos. En dólares, un kilo de cuadrada costaba 5,30 (348 dividido 65,7). Como se señaló más arriba, hacia fines de agosto los precios globales de los alimentos habían subido un 40%: 5,30 por 1,40 da un valor en dólares, para el kilo de cuadrada, de 7,42.
Como el dólar oficial a fines de agosto se compraba a 102,75, el precio del kilo de cuadrada en pesos seria de 762 (102,75 x 7,42). 100 mangos menos, 50 mangos más es al precio que se consigue. Le pueden echar la culpa a la avidez monopolista (sin buenas pruebas o directamente sin evidencia empírica), a los vientos solares o a lo que quieran, pero si uno devalúa el peso 56% entre marzo y agosto y el precio mundial de los alimentos sube 40% en promedio y no se fija y atrasa el tipo de cambio y no se ponen retenciones y a su vez se mejora nominalmente el ingreso de los desfavorecidos, milagros, lamentablemente, no hay. Chingarle al diagnóstico, como se está viendo, no es nada gratis. Encima, las curiosidades antropológicas, en vez de apreciar que los votos perdidos son por la alianza de clases –que permanece incólume–, y no ganados por ellos, se envalentonan. Y como todo remedio y programa quieren cortar el gasto público y bajar los salarios a como dé lugar. Linda crisis política nos estamos comprando, al contado.
Las trenzas de mi China
Un número a tener en cuenta, que da un enfoque para el entrevero de los precios de los alimentos con los escarceos políticos argentinos, las perspectivas del repago de la deuda externa y los movimientos tectónicos en la acumulación a escala mundial, lo aporta otro de los índices de la FAO: el que mide la marcha de los precios reales de los alimentos. En este índice, que se calcula anualmente desde 1961 a la fecha, los precios nominales de los alimentos son deflactados por el índice del valor unitario de las manufacturas (VUM) calculado por el Banco Mundial. Su valor promedio es de 94,1, lo que significa que los precios de los alimentos aumentan menos que los de las manufacturas. Su valor más alto fue en 1974 de 137,4, reflejando lo que se dio en llamar el boom de las materias primas. Su segundo valor más alto es de ahora, de 2021 (proyectado) y está en 121,1.
¿Se puede aprovechar y va para largo? Dada la reciente espiralización de los precios de las materias primas, ¿no podría su propia irrupción –no obstante lo precaria en sí misma– cambiar el equilibrio de fuerzas políticas dentro del país, ampliando el margen para concesiones de los empleadores y, por lo tanto, la creación de condiciones para aumentos de salarios, que a su vez podrían hacer volver permanente el actual aumento de los precios? Los actuales aumentos de precios están distribuidos de manera muy desigual de un producto a otro, los márgenes de negociación creados por ellos son muy temporales y erráticos y, en sí mismas, las ganancias demasiado inesperadas para estimular una verdadera ola de luchas sociales generalizadas, cuyo impulso podría compensar la debilidad de las estructuras políticas y sindicales. En todo caso, no son sustitutos de la historia signada por el 17 de octubre. Ese es el gran activo del movimiento nacional, que junto a las condiciones objetivas de la alianza de clases –que persisten intactas– generan las circunstancias para aumentos de salarios, que vuelven permanente el actual aumento de los precios. Así, el futuro reequilibrio se logra no por un realineamiento de los precios a la baja hacia los costos anteriores, sino por una inflación de costos hacia arriba hacia los precios actuales.
Además, que George Soros lo reconvenga a Larry Fink (de filiación demócrata), el mandamás de BlackRock –el fondo de inversión pasiva más voluminoso del planeta–, porque abrió una puerta grande para aumentar la inversión externa en China, mientras la prensa especializada fluctúa entre seguir como antes de Donald Trump y Joseph Biden o, como ahora, de acusar a Xi Jiping de seguir los pasos de Mao. En tanto, Biden tiene más problemas que los Pérez García para aprobar su gran paquete de estímulos con los propios demócratas y la vieja guardia clintoniana le recomienda a la señora Lael Brainard –actual miembro del directorio de la Reserva Federal– para que reemplace a Jay Powell al frente de ese organismo, lo cual informa de las grandes contradicciones que debe resolver la principal economía del mundo. Brainard fue la funcionaria de Bill Clinton que a fines de los '90 impulsó la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Si Biden gana, será la hora de los altos salarios y la protección. De esta manera, el índice real de alimentos andará por el valor 77, como lo fue en el lustro posterior al de la entrada de China en la OMC, porque se activará a pleno el mecanismo del intercambio desigual. Si Biden pierde, el índice real subirá, pero porque cae el valor unitario de las manufacturas por la eventual incidencia global de los bajos salarios chinos. En cualquier alternativa, no estamos para jugar en el bosque. El lobo del atraso está. Urge la tarea del desarrollo para la cual las condiciones objetivas están intactas, aunque las subjetivas inmediatas sean tan lastimosas, mezquinas y desagradables. Nada bueno sale de creer que el objetivo político es arrojar monedas de 10 centavos a los vagabundos mientras el país va como un canto rodado.
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