Jugar con fuego
Estados Unidos busca diversificar los conflictos para oponerse a un nuevo centro de poder global
El jueves Mauricio Macri participó de un almuerzo en la Embajada de Alemania, junto a varios embajadores de los países que conforman la OTAN. En ese ágape, en el que se hizo presente el embajador de Estados Unidos Mark Stanley, el ex Presidente aseguró que el próximo gobierno cambiemita se alejará de los BRICS, retomará las negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea y se sumará a quienes impugnan las políticas de Moscú y Beijing. En la reunión se respaldó de forma explícita la visita de la titular de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi a Taiwán, haciendo caso omiso del posicionamiento del secretario de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, quien defendió de forma explícita el principio de una China única e indivisible. A pesar de que Washington no reconoce como Estado independiente a Taiwán, el desembarco de la legisladora estadounidense se llevó a cabo sin la anuencia del gobierno de Xi Jinping.
Con esta visita, Washington logró desencadenar un conflicto en el sudeste asiático, similar al promovido en Ucrania desde 2014, cuando se derrocó al presidente Víktor Yanukóvich. A partir de ese suceso, los asesores militares de la OTAN incentivaron la hostilidad contra los ruso-hablantes, apelando al rencor histórico de Kiev contra sus vecinos. Una fracción de los ucranianos que alcanzaron su independencia en 1991 buscó vengarse de las dos derrotas militares sufridas a manos de los rusos en 1922 –cuando se opusieron a la integración de la Unión Soviética– y en 1945, cuando se sumaron a las tropas nazis.
Tanto en Taiwán como en Ucrania, la beligerancia ha sido estimulada y diseminada por Estados Unidos y sus socios de la OTAN, con el objeto de debilitar a ambos países y desacreditar a Vladimir Putin y Jinping, referentes de quienes postulan modelos soberanos respecto al trípode de poder neoliberal global, conformado por las corporaciones trasnacionales, los centros financieros y el complejo militar industrial.
La justificación utilizada por Pelosi para visitar la isla fue enunciada por la propia legisladora el último miércoles: “Hoy el mundo se enfrenta a una elección entre democracia y autocracia. La determinación de Estados Unidos de preservar la democracia, aquí en Taiwán y en todo el mundo, sigue siendo férrea”. Dicha aseveración fue realizada pocos días después que el Presidente Joe Biden visitara Arabia Saudita, una monarquía absoluta en la que no existe ninguna participación política de sus ciudadanos.
La máxima autoridad de la Cámara de Representantes aterrizó en Taipei con la custodia del portaaviones Ronald Reagan, apto para transportar misiles nucleares. Pocos días antes de la gira por el sudeste asiático, el Presidente Xi Jinping advirtió ante Biden que “los que juegan con fuego se prenderán fuego a sí mismos”, en referencia a quienes intentan interferir en los asuntos internos de su país.
En noviembre se llevarán a cabo las elecciones de medio término en Estados Unidos y el vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino. Ambos acontecimientos influyeron en el desembarco de Pelosi en Taipei. Para llegar con más aire al momento del sufragio, los demócratas de Pelosi y Biden han desplegado una serie de sobreactuaciones destinadas a recuperar el protagonismo internacional, en momentos en que la inflación y la recesión se ciernen sobre su economía doméstica. En el lapso de una semana recuperaron la agenda de la lucha contra el terrorismo mediante la ejecución del jefe de Al Qaeda, el egipcio Ayman al-Zawahiri, en Afganistán. Para rescatar el orgullo belicista, además, difundieron la vista de Pelosi como una victoria cuasi-militar sobre el Estado al que han definido como enemigo estratégico.
En un intento de arrastrar a la Unión Europea a la hostilidad contra Beijing, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, consideró que Jinping “no tiene motivos para reaccionar de forma exagerada”. Por su parte, la portavoz comunitaria de Relaciones Exteriores Nabila Massrali buscó diferenciarse de la OTAN y adujo que “la UE tiene interés en preservar la paz y el statu quo en el estrecho de Taiwán (…) Alentamos la resolución pacífica de los asuntos del estrecho”. Sostuvo, además, que la UE mantiene una “clara política de una sola China”. Mientras continúa la ofensiva de Moscú en Ucrania, se acrecientan las contradicciones internas dentro de Bruselas respecto a las cuestiones energéticas y a la relación con Jinping.
Los conflictos en Ucrania y en Taiwán tienen varias características en común:
- Fueron promovidos por Washington con la intención de socavar la prosperidad de Rusia y China.
- Se desarrollan lejos de las fronteras de Estados Unidos.
- Permiten instaurar como nuevos enemigos de Occidente a Rusia y a China, con el soporte brindado por las corporaciones mediáticas trasnacionales.
- Habilitan al incremento de la comercialización internacional de armas y el aumento de la participación de Washington en dicho mercado.
- Se busca desarticular las bases del desarrollo económico-productivo de ambos países: energético en el caso de Moscú y tecnológico (semiconductores) en el caso de Beijing.
- Patrocinan conflictos de tipo proxi, con muertos ajenos
- Se intenta limitar y/o restringir los vínculos de Moscú y Beijing con terceros países, sancionando de forma explícita o implícita a quienes establezcan vínculos de cooperación estratégicos con ambos.
- Se pretende desacreditar sus sistemas de gobierno, apelando a conceptos eurocéntricos de derechos humanos y democracia.
Tecnologías del poder
Pocos meses antes de la visita de Pelosi, las instituciones gubernamentales taiwanesas aprobaron un gasto de 8.600 millones de dólares para la compra de armas. Ese presupuesto militar se destinará –según el vocero de las fuerzas de seguridad– a la adquisición de misiles de crucero, minas navales y sistemas de vigilancia, provistos mayoritariamente por Washington. Como contrapartida, el gobierno de Taipei se comprometió con Washington a disminuir la colaboración tecnológica con Beijing en el área de los semiconductores. La mayor empresa del mundo en la producción de chips es la taiwanesa TSMC, valuada en 500.000 millones de dólares. Produce alrededor de la mitad de los semiconductores que se fabrican en todo el mundo y sobre todo los más sofisticados e innovadores. Es considerada la vigésimo segunda empresa más valiosa del mundo y elabora más del ochenta por ciento de los microprocesadores de menos de 10 nanómetros del mercado mundial.
Actualmente la firma taiwanesa es, además, la única que tiene en producción los chips de 3 nanómetros, los más avanzados del mundo. Los semiconductores son implementos centrales en la producción de gran parte de las tecnologías existentes, tanto automóviles como computadoras o televisores. Si Beijing lograra influir en dicha firma se establecería –según los analistas de Washington– el control de una de las cadenas de suministros más relevantes y estratégicas a nivel global. En las 19 horas que Pelosi estuvo en Taipei se realizó una reunión con el presidente de TSMC, en la que se acordaron proyectos de cooperación científico-tecnológica. Además la legisladora prometió el tratamiento exprés de un acuerdo de libre comercio con la isla y la potencial relocalización de empresas taiwanesas en Estados Unidos. Por su parte, TSMC continúa el emplazamiento de su primera planta por fuera de Taiwán, ubicada en Arizona, con una inversión primaria de 12.000 millones de dólares.
La necesidad de chips motivó a la Beijing a crear la corporación estatal SMIC (Semiconductor Manufacturing International Corporation), que aún no logró emular a la TSMC –en términos de su nano-producción– debido a las sanciones instauradas durante el gobierno de Donald Trump, que suspendieron la comercialización de los insumos provistos por la empresa holandesa ASML, responsable de diseñar los patrones de los circuitos integrados en los que se utilizan las foto-litografías grabadas con luz ultravioleta extrema (EUV).
A los conflictos de Ucrania y Taiwán se suma la hostilidad en Kosovo incentivada, nuevamente, por la OTAN, destinada a debilitar a la histórica socia eslava de la Federación Rusa, la República de Serbia. La característica del mundo que se avecina puede definirse como una multipolaridad en tensión. Eso supone el fin de la globalización tal cual la conocemos. Y la irrupción de una ventana de oportunidad apta para revalorizar la soberanía y la cooperación autónoma con diferentes países, bajo el único mandato de la reivindicación de los intereses nacionales. Exactamente aquello que las derechas locales y los delegados diplomáticos de la OTAN –sentados en la mesa de Mauricio Macri– pretenden negar o impedir.
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