JUEGO DE DESTRUCCIÓN MASIVA
Los intereses de Trump y Estados Unidos se imponen a la búsqueda de la verdad por los científicos
Trump y Bolsonaro promueven, como agentes de propaganda, el consumo de hidroxicloroquina, un medicamento que no ha mostrado ser eficaz frente al coronavirus, para paliar los daños y el riesgo de muerte por Covid-19. ¿Cómo se explica una decisión política basada en la reconocida falsedad de una información que lleva a la mortandad a miles de personas? Y, ¿cómo se entiende la decisión deliberada de un Presidente de promover un falso remedio frente al riesgo de muerte que amenaza a cada persona en su país? ¿Qué tipo de locura padecen estos Presidentes y cuánta es la de aquellos que les acompañan?
¿Qué tienes que perder?
El lunes 18 de mayo, el Presidente de los Estados Unidos sorprendió al declarar que desde hacía diez días estaba tomando una píldora al día de hidroxicloroquina para prevenir la infección por coronavirus: “Un montón de cosas buenas han salido. Ustedes se sorprenderían de cuánta gente está tomándola, especialmente los trabajadores de primera línea”. Lo de Bolsonaro es el seguidismo obsecuente y dañino de una persona opaca y trastornada. Pero si de Trump se puede decir que es torpe, prepotente, vanidoso y fanfarrón, e incluso ignorante, lo que no sería bueno es creer que es un idiota. Lo que hace Trump no es una improvisación. Se puede acordar con quienes lo tildan de ser el peor Presidente de los Estados Unidos, pero en los negocios no le ha ido mal. De manera que hay que pensar que todas las idioteces que se le puedan observar cobran otro sentido, aunque sea despreciable, en cuanto las interpretamos como parte del hacer negocios.
Trump es como Macri y como Piñera, aunque mucho más hábil y poderoso. No administra un Estado como le reclaman el gobernador Cuomo y tantos otros. Administra la mayor empresa del mundo. Y su foco de interés es explícito: lograr que la población trabaje como siempre y que la economía no se pare. Dijo que su decisión se había basado en su frase favorita: What do you have to lose?/¿Qué tienes que perder? Es la frase típica de quien propone un negocio. Dos días después, la cifra de muertos en su país arrojaba 92.712 pérdidas en la población de los Estados Unidos.
Por eso, no se trata hoy de las 600.000 muertes por la decisión de hacer la guerra contra armas de destrucción masiva inexistentes. Y tampoco se trata de la acepción que usa Jean Ziegler, quien fuera relator de Naciones Unidas sobre derecho a la alimentación, al describir una geopolítica del hambre:
Se trata, en cambio, de las miles de muertes causadas por la decisión de un empresario de abrir la economía por más ataúdes que haya que cerrar.
The Game Changers
El 29 de febrero se confirmó el primer caso de infección por virus SARS-CoV-2 en Estados Unidos. A mediados de marzo, en sus sesiones informativas sobre la pandemia, Trump comenzó a promover como “preventivo” del Covid-19 el uso de hidroxicloroquina, un medicamento para la malaria que tiene serios efectos adversos. Por entonces, y pese a todas las advertencias en contra, decía que quería que el país “esté abierto y listo para empezar en Pascua”. Durante un mes, desde unos días después a la primera mención dada el 11 de marzo en su canal, la conductora de Fox News Laura Ingraham acompañó hasta la exageración a la propuesta de Trump, con quien se reunió en el Salón Oval.
A fines de marzo, cuando el número de muertos era de 3.000, la FDA autorizó el uso de emergencia en los hospitales para tratar con hidroxicloroquina a pacientes que no pudieran participar en ensayos clínicos. Esa aprobación no se expedía sobre la eficacia de la droga que, como en otros casos, se utilizaría con “fines compasivos”, frente a una enfermedad de alta mortalidad para la que no existe tratamiento. A mediados de abril, cuando el Presidente bajó su entusiasmo, la cadena también lo hizo: el 18 de abril los muertos sumaban 37.000.
Cuando Trump sugirió la posibilidad de inyectarse desinfectantes para combatir el virus, los fabricantes de Clorox y Lyson salieron a pedir al público que por favor no tomaran ni se inyectaran sus productos. El Presidente dijo entonces que había hecho una pregunta “sarcásticamente” a los periodistas. Pero nadie le creyó. Las dudas sobre cómo explicar un dicho tan desmesurado variaban entre la ignorancia, la irresponsabilidad y la locura. Restaba una alternativa, quizá unida a las otras: la desesperación. Mientras miraba a la doctora Débora Birx, coordinadora de respuesta al virus, Trump afirmó: “Y luego veo el desinfectante, que lo elimina en un minuto. Un minuto. Y de alguna manera podemos hacer algo así, mediante inyección en el interior, casi una limpieza (…) sería interesante comprobar eso”.
El 20 de abril, Rick Bright, director de la Autoridad de Investigación y Desarrollo Avanzado (2016-2020), fue destituido de su cargo por oponerse al uso de hidroxicloroquina. El 13 de mayo, en su descargo, señaló: “Limité el amplio uso de cloroquina e hidroxicloroquina, promovida por la administración como una panacea, pero que claramente carece de mérito científico (…) me resistí a los esfuerzos para proporcionar un medicamento bajo demanda, no probado, al público estadounidense (…) Si no desarrollamos una respuesta coordinada nacional, basada en la ciencia, me temo que la pandemia empeorará y se prolongará, causando enfermedades y muertes sin precedentes".
Desde marzo, Trump llamó a la droga a game changer, y así la promovió Ingraham. La expresión inglesa, de dificultosa traducción al español, a veces es traducida como “punto de inflexión” y otras como “cambio de juego”. Se trata, en cualquier caso, de algo o alguien que afecta mucho el resultado de un juego. Es de uso habitual en el contexto empresarial donde alude a una iniciativa de mercado, frecuentemente por nuevas tecnologías que cambian a los competidores el modo habitual de competencia. Quizás en Trump, su apelación al término en referencia a los desafíos y respuestas a la pandemia, evoque la visión del juego mercantil entre ganadores y perdedores. Una cuestión de números, pérdidas y ganancias. La muerte desinfectada. Restaurar la confianza en las acciones devaluadas para reactivar el mercado.
El mercado de la vida y de la muerte
El mismo lunes 18 en que Trump anunciaba su consumo de hidroxicloroquina, el Laboratorio Moderna que trabaja en uno de los proyectos de desarrollo de una vacuna contra el coronavirus SARS-CoV-2, anunciaba el éxito de su primera fase de investigación en cuanto a la identificación de anticuerpos eficaces contra la enfermedad. Como dijimos en nuestra nota del domingo pasado, uno de los criterios para medir la eficacia de una vacuna es el de respuesta inmunológica, y para eso es necesario tener identificados los anticuerpos que vamos a medir. Moderna salió a decir que los había identificado en 8 de los 45 participantes en el ensayo fase I. Pero esta aparente identificación, sin haber eliminado los sesgos frente a otros tipos de coronavirus distintos al SARS-CoV-2, fue puesta en serias dudas.
La vacuna es desarrollada por Moderna en asociación con el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID), que es dirigido por el virólogo Anthony Fauci, asesor de Trump en la pandemia. Fauci fue considerado por Joan-Ramon Laporte, un destacado farmacólogo catalán, “más como un promotor, un vendedor ambulante o un charlatán que como un científico”, en referencia a la presentación por Fauci de los resultados con Remdesivir, el otro medicamento de interés de la Casa Blanca que tampoco tiene evidencias de eficacia. Los intereses de Trump y los de Moderna mostraban vasos comunicantes.
El jueves 21, el laboratorio Astra-Zeneca, que trabaja con la Universidad de Oxford en el desarrollo de uno de los proyectos de investigación para obtener una vacuna contra el virus SARS-CoV-2, anunció que había cerrado un contrato con los Estados Unidos para la venta de 300.000 dosis de las 400.000 de su vacuna que estaría lista para ser producida a partir de septiembre. El gobierno estadounidense aportó 1.200 millones de dólares para esa investigación. Una vez más, los intereses de Trump y Estados Unidos se sobreponían a la búsqueda desinteresada de la verdad por los científicos. No era personal, sólo negocio.
Acceso equitativo
Pese a los intereses impiadosos que se mueven con la pandemia, algunas iniciativas persiguen otros fines. La Coalición para la Preparación e Innovación frente a Epidemias (CEPI) es una asociación público/privada con sede en Oslo, presentada en el Foro Económico Mundial de 2017 e integrada por los gobiernos de Noruega y la India. La financian el Foro, la Fundación Bill & Melinda Gates, el Wellcome Trust y diversos aportes filantrópicos y de la sociedad civil. Su finalidad es “acelerar el desarrollo de vacunas contra enfermedades infecciosas emergentes y permitir el acceso equitativo a estas vacunas”. Es un organismo de financiación y organización que con la pandemia actual tomó a los proyectos de desarrollo de vacunas contra el SARS-CoV-2 como uno de sus objetivos.
CEPI ha firmado acuerdos de desarrollo con grandes compañías biotecnológicas que impulsan proyectos de vacunas frente al Covid-19, como Inovio, Moderna, CureVac AG y GlaxoSmith&Kline. Pero aunque se trata de una de las iniciativas con una coherencia ética mayor que otras, no ha quedado exenta de las presiones corporativas. Su objetivo es suministrar a precios asequibles a países en desarrollo aquellas vacunas que patrocinaran, y reservarse el derecho de usar la propiedad intelectual de las empresas para la producción de vacunas, en caso que estas abandonaran el acuerdo. Pero tuvo fuertes oposiciones de algunas corporaciones que forzaron la reducción de las 16 páginas del documento inicial de lanzamiento de CEPI a tan sólo dos. Aun así, la Coalición ha seguido sosteniendo su política de acceso equitativo.
Y el mismo lunes 18 en que Trump anunciaba su consumo preventivo de hidroxicloroquina y Moderna su “exitosa” fase I para la vacuna, la OMS tenía su Asamblea Anual (virtual). Casualidad o no, mientras los primeros miraban medicamentos y vacunas con ojos de mercado, los países del mundo debían considerar la iniciativa de Costa Rica basada en la solidaridad y “en la responsabilidad social mundial y la voluntad para promover un incremento en el número de licencias mundiales no exclusivas». El Director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, concluía: «Tenemos que dar salida a todo el potencial de la ciencia, sin precauciones ni restricciones, para lograr innovaciones que sean redimensionables, útiles y beneficiosas para todos, en cualquier lugar del mundo y al mismo tiempo (…) Los modelos de mercado tradicionales no producirán suministros a escala necesaria para llegar a todo el planeta. La solidaridad dentro de los países, entre ellos y con el sector privado es fundamental si queremos superar estos tiempos difíciles». Un buen deseo. Pero el conflicto actual de intereses y valores no es sólo por el mundo de hoy, sino, y sobre todo, por el orden del mundo después de la pandemia.
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