JOLGORIOS OCHENTOSOS
Encerrado en la juerga del fin de los años '80, un fresco clasista asoma en la primera novela de Fabi Al Mundi
El verano de 1987 fue especialmente tórrido. La inflación pasaba del 100%. Regía el austral como moneda de curso legal; equivalía a 1.000 pesos argentinos, 10 millones de pesos ley 18.188 y 1.000 millones de pesos moneda nacional. De modo que al pibe que había empezado a viajar solo en bondi al terminar la primaria y ahora era un afortunado ingresante en la universidad, le costaba saber cuánto había pagado el boleto en sus tiempos de guardapolvo blanco. Poco laburo, faltaba guita. Era el año del conejo en el horóscopo chino, el Presidente Raúl Alfonsín pulseaba con los capitanes de la industria, retumbaban los ecos del Felices Pascuas y el peronismo aquel le había ganado por apenas cuatro puntos las legislativas a los radicales. En materia de sustancias psicoactivas prohibidas por la ley, la que se fumaba en comunidad era desplazada por la que se aspiraba en forma individual. Aparecía el paco. Fue sancionada —y combatida— la ley de obediencia debida, la dictadura había dejado el aljibe seco, en cuyo oscuro fondo esperaban un walkman y una Kawasaki.
Tal la intensidad del panorama en que Fabi Al Mundi (Buenos Aires, 1965) hace correr Diez papeles, su primera novela. Fotógrafo, narrador y artista plástico, durante bastantes años supo ganarse el pan en un laboratorio fotográfico del Conurbano profundo, donde la barriada revelaba sus rollos privados, muchas veces en situaciones que requerían discreción. Tomas de las que el autor capturaba una copia a fin de intervenirla y transformarla en expresión artística. Las muestras de esa obra obtuvieron galardones y éxito de público, siempre camufladas bajo el seudónimo Al Mundi, destinado a proteger la privacidad de los espontáneos modelos anónimos y, de paso, la propia. El nombre artístico deviene del personaje de la serie Ladrón sin destino, protagonizada por Robert Wagner entre 1968 y 1970 en el papel de Alexander Mundy, un chorro de guante blanco atrapado por las autoridades, con quienes acuerda trabajar para los servicios de inteligencia ocultando por siempre identidad y condición. Sobre esta protectora identificación el ahora novelista cultivó su inserción en las artes visuales, generando un dispositivo creativo que desemboza rasgos y fuentes constituyentes de la materia prima presente en su inspiración figurativa.
Mucho de este mecanismo de bricolaje emerge en los personajes y situaciones que en Diez papeles fluyen sin cesar. Artilugio superador y al mismo tiempo incluyente de una primera persona interactuando entre una flora y fauna variopinta, muchas veces desopilante, sin desmedro de verosimilitud ni por un instante. “En el verano del '87 mis viejos, después de veinte años de matrimonio, dieron por sentado que me podía cuidar solo y organizaron una segunda luna de miel. Al principio, ese período de libertad transcurrió sin grandes emociones, nada de todo lo que había fantaseado se había hecho realidad”. Así arranca Diez papeles, con Gustavo, el protagonista, quebrando la monotonía al responder a la convocatoria de una compañera de facultad frente a la cual una vez había alardeado de tipo de mundo que podía conseguir sustancias estimulantes prohibidas — los papeles del título. No sin obstáculos, parte raudo y paranoico con el pedido por la ruta Panamericana hacia la juerga donde se encuentra la piba. Se pierde entre las custodiadas calles del más elegante barrio de la Zona Norte y va a parar a otra festichola, mil veces más rociada, populosa y descontrolada que la prevista. Núcleo de clase alta, la descripción ilumina en certeras pinceladas usos y costumbres oligárquicos. “Para cuando terminé el whisky ella ya me tenia hipnotizado, al punto que cuando se dio cuenta, levantó las cejas en clara señal y ahora qué me vas a proponer. Justo en ese momento nos distrajo una disputa entre un típico grupo de rugbiers envalentonados y un par de punkies que casi no se podían estar en pie. Lo que empezó con agresiones verbales terminó con un certero botellazo lanzado por un chico de cresta azul que impactó en un gigante morrudo de cuello ancho, eso desató una batahola increíble, los punkies comenzaron una corta carrera que duró hasta que fueron tacleados por el grupo de rugbiers que se le fueron encima como toros enfurecidos. (…) El guardaespaldas que nos vigilaba fue uno de los primeros en intervenir para separarlos”.
En todo el trayecto del relato, Gustavo tiene éxito con las mujeres; avanza sin que la concreción llegue. En la mansión de los millonarios se cruza con una amante, pero de los peces exóticos, a la sazón piromaníaca. Cuando logra huir es arrastrado por una parejita de trepadores hasta el monoambiente de una pajarera de Recoleta con vista al cementerio. Entre regueros de vodka, tequila e ingentes incentivos por las fosas nasales, va a parar al nacional y popular balneario de Las Toninas donde, creyéndolo cadáver flotante, el dúo antes anfitrión lo abandona y sigue rumbo hacia Mar del Plata donde los aguarda una nueva estafa jugando al bridge. En aquellas arenas, el joven es salvado por una adolescente refugiada en una carpa de un noviete pegador. Sin respiro, la trama avanza a pura acción.
Ambientada con una banda de sonido característica de la época, de este modo la novela compone un detallado recorrido que parte del universo clasemediero —el de la voz narrativa— a partir del cual se despliegan las jergas y subculturas de la alta burguesía, el medio pelo venido a más y las clases populares; que son las que finalmente le salvan el pellejo. Historia despojada, sin moralina ni moraleja, en menos de ochenta páginas encierra puntillosidades sociológicas cuya grandeza y extensión se desprenden de la ausencia de pretensión. Diálogos precisos, acordes a clase y lugar; escenas riesgosas desdramatizadas, personajes secundarios situados en actitudes y lenguajes reconocibles, hacen de la escritura de Fabi Al Mundi un reservorio plástico en que lo visual ahonda tanto como despeja la hojarasca.
FICHA TÉCNICA
Diez papeles
Fabi Al Mundi
Buenos Aires, 2021
76 páginas
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