Respeto y denigración
Las exigencias de sumisión de los poderosos y el cipayismo como política de Estado
La semana pasada el mundo vio por televisión una discusión importante entre los Presidentes Trump y Zelensky que tuvo lugar en la Casa Blanca. Un reality que, supongo, ocurre con frecuencia de modo reservado, pero que esta vez fue público por decisión del Presidente de los Estados Unidos.
El tono podría ser el de cualquier controversia política, pero ésta incluyó una guerra en Europa donde intervienen directa o indirectamente más de una potencia nuclear, al punto de que Trump refirió a la Tercera Guerra Mundial. Más allá de la gravedad de los temas, uno de los reproches se centró en el respeto que creían merecer los anfitriones.
La exhibición pública de la discusión sorprendió. Tal vez signo de los nuevos tiempos, donde la desmesura o la desinhibición de los políticos rozan el límite de la cordura. Salvando las gigantescas distancias, es difícil no vincular las groserías del Presidente Milei a esta forma de comunicación. Afortunadamente, sus shows no involucran situaciones bélicas para los ciudadanos argentinos.
Zelensky puso en cuestión el consejo (o instrucción) del Presidente de los Estados Unidos de negociar con Rusia para poner fin a la guerra. Y le recordó que sin el apoyo militar de Estados Unidos la suerte de Ucrania hubiera sido –y sería–trágica. Fue entonces que le dijo que su actitud de cuestionar en público la posición de la nueva administración norteamericana constituía una falta de respeto al pueblo de los Estados Unidos y a sus dirigentes. Aquí puede verse la conversación completa:
Ucrania y su Presidente debían comportarse con respeto ante las autoridades de Estados Unidos, que los habían sostenido durante la guerra. El respeto debía expresarse en, al menos, no cuestionar en público la conminación a negociar ya.
La idea no remite sólo a modales y protocolo, sino a un deber de no cuestionar en público las decisiones del poderoso, y menos en su casa de gobierno. No habría que descartar que incluya la cesión de derechos mineros sobre los recursos naturales ucranianos a empresas norteamericanas, como respetuoso modo de agradecer el apoyo militar.
Respeto en el siglo XVIII
El respeto mutuo entre las naciones es la base de las relaciones internacionales, pero en el caso recordado refiere a sumisión o, al menos, al reconocimiento de una diferencia o asimetría manifiesta.
Cuenta Arnold Toynbee (La civilización puesta a prueba, 1960, p. 59) que, a fines del siglo XVIII, el señor Macartney llevó ante la corte del Gobierno Imperial de China (el “Reino Central”), una carta del Rey de Inglaterra, Jorge III, en la que le proponía mantener relaciones diplomáticas y comerciales. Los chinos entendían que el poder de su gobierno se extendía a “todo lo que está bajo el Cielo”.
Dice Toynbee que si “el emisario bárbaro (se refiere a lord Macartney) hubiera divulgado el embarazoso hecho de que su real amo perdía periódicamente la razón, el Emperador no se hubiera sorprendido”, pues “ningún reyezuelo bárbaro que estuviera en su sano juicio habría osado dirigirse al ‘Hijo del Cielo’ como si fuese su igual”.
El Emperador Chien Lung le contestó por escrito a Jorge III. En la famosa carta le dijo que el pedido de acreditar a uno sus nacionales ante la Corte Celestial para entender sobre el comercio de Inglaterra con China contrariaba los usos de su dinastía y no podía satisfacerlo de manera alguna.
Le explicó el motivo: “Tanto difieren nuestras ceremonias y códigos de los tuyos que aun si tu enviado fuera capaz de adquirir los rudimentos de nuestra civilización, no podrías en modo alguno trasplantar nuestros usos y costumbres a tu suelo extranjero”. Por si no quedaba claro, el Emperador le hizo saber que: “Dominando el ancho mundo, solo tengo una meta ante mis ojos, a saber: mantener un gobierno perfecto y cumplir con los deberes del Estado… No concedo valor a objetos extraños o ingeniosos, y nada podría hacer con las manufacturas de tu país”.
El historiador inglés cree que esa respuesta, dada con “serena seguridad”, se fundaba en que el Imperio que gobernaba era la “más antigua, afortunada y benéfica de todas las instituciones políticas existentes. Su fundación en el siglo III a. de C. había dado a un mundo civilizado un gobierno civilizado, dirigido por funcionarios públicos elegidos por concurso”. Controlaban todo el territorio hasta el que podían acceder y hasta se habían dado el lujo de aceptar una filosofía y religión extranjera, el Mahayana indio, lo que mostraba una clase dirigente sabia y tolerante. Así habían transcurrido durante siglos, con alguna que otra interrupción o contratiempo. Se sentían seguros y superiores.
Las consecuencias de mediano plazo de esa actitud de China, que subestimó el poderío de los europeos (los “bárbaros del Mar del Sur”), son conocidas. Entre las “extrañas e ingeniosas mercaderías” británicas estaba el opio, y cuando años después la sabia China prohibió su comercio se desató la Guerra del Opio que concluyó con la derrota del Imperio Celestial, a lo que siguió un período de predominio británico.
Respeto libertario
Lo ocurrido en el Salón Oval hace unos días y en China hace varios siglos tiene en común la pública exigencia de no ser tratado como un igual, sino como un superior. En uno u otro caso, más allá de las razones de la altanería o de sentir irrespetuoso al interlocutor, es la fuerza militar la que impone las condiciones.
En las relaciones internacionales, y lo ha sufrido la Argentina, no ser tratado como un igual es algo habitual. No tan habitual es que sea expresado tan abiertamente ni que se exija que la sumisión sea pública.
Nuevamente, es difícil no recordar al Presidente Milei y su decisión de dejar de pensar y de decidir por sí la política internacional de la Argentina para limitarse a copiar lo que hagan Estados Unidos e Israel en los organismos internacionales, según su propia confesión. Es la curiosa forma en que los libertarios interpretan el respeto en las relaciones entre los Estados.
Si, según las noticias internacionales, algo del respeto que Estados Unidos considera que le es debido por Ucrania consiste en una especial deferencia para sus empresarios mineros, ¿en qué consistirá para la Argentina, cuyo Presidente está tan necesitado de dólares que solo puede proveer en el corto plazo el Fondo Monetario Internacional y otros organismos donde es decisiva la opinión de Trump?
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