Jaque mate
Armas nucleares rusas a kilómetros de La Florida. ¿Negociación o fin del juego?
La gravedad de la situación hace que el mundo sea extremadamente pesado. Pocas veces los presagios de un desastre global han pesado tanto, y no es de extrañar. El peso del mundo contagia el pesimismo de la humanidad, convencida de la inexorabilidad de la Guerra Mundial. La mayoría cree que esta guerra inevitable es producto del destino, de la fatalidad; pero el futuro, como diría Weber, nunca es necesario, siempre es contingente para permitir la decisión como el ámbito específico de la política. En el caso de una Guerra Mundial, no será el destino quien la imponga a la humanidad, sino la decisión de aquellos irresponsables que, teniendo el poder de impedirla, no lo hacen.
Por una decisión discutible, el imperio decadente, en lugar de intentar mejorar su posición para volverse competitivo, propone abrir más frentes de guerra en todo el mundo como si de un abanico madrileño se tratase. No basta con guerrear hasta el último ucraniano, ni mantener hipócritamente su presencia indirecta en Gaza, capaz de hundir de una vez por todas a la ONU y a los organismos de justicia internacional. También juega con Taiwán echando gasolina al Pacífico y hunde sus garras en Kenia intentando no perder de una vez por todas el continente africano.
El hecho de que la Tercera Guerra Mundial no sea inexorable, sino sólo contingente, y que dependa de la decisión de unos pocos gobiernos, señala la necesidad de una solución política que pueda desviar al mundo de la dirección del desastre nuclear.
Las voces de la sociedad civil contra la guerra ya se escuchan en toda Europa y se reflejaron en los resultados electorales que llevaron la topografía política aún más hacia la derecha, pero paradójicamente más hacia los nostálgicos del Estado de bienestar y cuestionadores del atlantismo y sus guerras. Se puede decir que, aunque preocupante por la radicalidad ideológica de los ganadores, los grandes perdedores en las elecciones al Parlamento Europeo fueron los “partidos de la guerra”, cuyos líderes pretendían mantener una preferencia electoral por el miedo del electorado a la guerra. Estas voces, que llevaron a Macron a adelantar las elecciones que podrían dar la victoria a Le Pen y repercutir en Alemania, no aceptan la degradación económica y social de las poblaciones nacionales para defender a Ucrania en una guerra perdida, mientras son invadidas por los ucranianos, refugiados que ya incomodan.
Una condición que podría llevar a las partes beligerantes a la mesa de negociaciones es la inminente contraofensiva de verano preparada pacientemente por los rusos y esperada ansiosamente por el debilitado ejército ucraniano. La ayuda prometida y ya decidida por el Congreso estadounidense puede no llegar a tiempo o no ser suficiente para detener el impulso de las fuerzas rusas. De hecho, las armas necesarias para detener el avance ruso no llegarán todas juntas al mismo tiempo. Por un lado, porque el stock americano de algunos productos necesarios está muy bajo o en proceso de industrialización. El precio de las armas –impulsado por la avaricia de la industria armamentística, orientada por el deseo de lucro más que de efectividad en el combate– disuelve el esfuerzo económico de la ayuda en pocas de las piezas necesarias para contrarrestar el dispositivo ruso, de piezas baratas y eficientes, producidas por una musculosa industria bélica que trabaja incansablemente guiada por la efectividad en el contexto del combate.
Por otro lado, como ya señaló Clausewitz –al tratar de distinguir la guerra absoluta (puramente ideal) de la guerra real–, la decisión no puede alcanzarse de un solo golpe ni toda la fuerza puede reunirse de una vez para el combate. En efecto, no hay manera de poner todo el material solicitado por Ucrania en una sola partida. La propia situación de combate indica que debe entregarse en múltiples lotes y preferiblemente distribuirse en diferentes lugares, para no facilitar su destrucción por parte de los rusos. Una gran concentración de tropas y/o armas sería una invitación para que Rusia utilice una bomba nuclear táctica.
Con toda la ayuda prometida, y si realmente se materializa a tiempo, las mermadas fuerzas armadas ucranianas, incluso si continúan recibiendo apoyo material y combatientes de los países de la OTAN, sólo podrán disminuir la velocidad del avance de las tropas rusas pero no podrán detenerlas, lo que significa que Ucrania seguirá perdiendo terreno. Es poco probable que estas tierras sean devueltas en eventuales negociaciones de paz. Para cualquier cálculo racional, la prolongación de la guerra significa una mayor pérdida de territorio por parte de Ucrania y un mejor posicionamiento estratégico de Rusia para sentarse a la mesa de negociaciones. La posibilidad de que el ejército ruso abra un frente en el Norte, partiendo desde Bielorrusia por la frontera entre Ucrania y Polonia, y disuada a esta última de intentar capturar parte del territorio ucraniano, supondrá una mayor pérdida de terreno estratégicamente operativo para recibir asistencia material y humana, desde su frontera más propicia para ello. Atender a la apertura de un nuevo frente debilitará el dispositivo ucraniano, que tendrá que reposicionar sus tropas, lo que podría facilitar el avance del ejército ruso por la costa del Mar Negro y tal vez llegar a Odessa, cerrando la salida marítima de Ucrania y dejándola sin puertos para su comercio exterior.
La extensa preparación de las tropas rusas, la sorprendente aceleración de la producción en su industria armamentística, la reconstrucción del diseño logístico y el aprovechamiento estratégico del éxito de las últimas operaciones funcionan como un potente trampolín para la contraofensiva de este verano, que podría ser la definitiva nota bélica del último acto de la tragedia en curso. El resultado de las elecciones presidenciales rusas da a Putin la fuerza política para garantizar el esfuerzo nacional para la guerra en el frente ucraniano. La reciente declaración de amistad “que va más allá de una alianza” con Xi Jinping da un respiro para emprender la contraofensiva estival y, a cambio, ofrece cierta seguridad a China en el océano Pacífico, donde han llevado a cabo maniobras conjuntas ensayando la interoperabilidad.
Otro elemento que puede actuar como freno a la loca escalada nuclear podría ser de carácter estratégico y vinculado a la estrategia de disuasión nuclear. Funcionó muy bien durante todo el período de la Guerra Fría, respaldado por el principio apocalíptico de destrucción mutua asegurada (MAD, en su sigla en inglés). El uso de armas nucleares por una potencia que las posee no constituye una guerra que merezca el nombre de guerra nuclear. Técnicamente, llamamos a un conflicto bélico “guerra nuclear” cuando se trata de un enfrentamiento militar entre dos potencias nucleares que utilizan en él su arsenal nuclear. El mundo aún no ha visto nada parecido y ésta es una de las condiciones de posibilidad para estar escribiendo estas líneas. El principio MAD permaneció activo durante toda la Guerra Fría y su capacidad disuasiva funcionó –como toda disuasión– en el orden psicológico de la sociedad. La disuasión es un fenómeno psicológico. Funciona cuando el resultado imaginado de la operación es espantoso. Así fue en la Guerra Fría: el miedo estaba profundamente instalado en la psique de la sociedad mundial. La mayoría de los actuales líderes europeos, que aún no habían nacido o eran muy jóvenes en el apogeo del terror nuclear, parecen incapaces de imaginar lo que es una guerra nuclear y no la temen. O calculan ingenuamente que ninguna de las potencias nucleares se atrevería a iniciar una guerra de esta magnitud. La disuasión funciona cuando la amenaza de un primer ataque es creíble, pero hoy nadie parece creer en esa posibilidad.
Rusia ha establecido en sus tres doctrinas progresivas sobre el uso de armas nucleares los casos en los que puede lanzarse un ataque y el orden de escalada de táctico a estratégico. Sin embargo, aunque son de conocimiento público, no parecen haber sido lo suficientemente disuasorios. Cuando nuevos miembros se unieron recientemente a la OTAN, Putin activó el sistema estratégico y aviones con carga nuclear volaron en la frontera con Finlandia, pero esto tampoco tuvo el efecto disuasorio esperado. Finalmente, el 13 de junio, Estados Unidos envió un submarino de propulsión nuclear a estacionar cerca de Cuba como contramedida a la anunciada llegada al puerto de La Habana, un día antes, del buque ruso Almirante Gorshkov y el flamante submarino nuclear ruso Kazán. Estacionar armas nucleares rusas tan cerca de Florida puede restaurar la credibilidad de un ataque nuclear y, en consecuencia, restablecer la disuasión.
La presencia de armas nucleares rusas a pocos kilómetros de Estados Unidos es un jaque mate que, espero, podría ser lo que se necesita para obligar a las partes beligerantes a sentarse a la mesa de negociaciones y poner fin a esta guerra. Si este mecanismo no funciona, Rusia aún podría colocar armas nucleares en otro país que goce de una posición geopolítica estratégica, como por ejemplo Irán.
Las negociaciones entre Ucrania (sin Zelensky) y Rusia no implicarán la recuperación del territorio perdido por los primeros. Obviamente, Putin no negociará la devolución de territorio conquistado, que ya considera ruso. La mejor oportunidad de negociación tuvo lugar en Minsk, un mes después de que comenzara la guerra en 2022, que sólo implicaba el reconocimiento del acuerdo anterior de Minsk, en 2014, y que el comediante desperdició en un notable desconocimiento de la historia y sus consecuencias.
Lo que ya nadie parece dudar es que, si hay una próxima Guerra Mundial, será radiactiva y, dado el poderoso arsenal nuclear almacenado en el mundo, será la última, porque no quedará nadie para luchar. Sin embargo, la falta de inteligencia bélica de la humanidad podría ser la esperada salvación del planeta Tierra. Lo digo sólo para finalizar esta nota con una frase de optimismo.
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