IZQUIERDAS DEL AYER
Aquellos exiliados en el Río de la Plata que trajeron las bases del socialismo, el antiliberalismo y la prensa obrera
Después de la batalla de Caseros en 1852, la ciudad de Buenos Aires contaba con menos de 100.000 habitantes, algo así como media Plaza de Mayo actual, sin pisar los canteros ni las calles aledañas. Casi la mitad eran analfabetos, lo que instalaba a la ciudad en un sitial privilegiado en relación al resto del país, con un ochenta por ciento de iletrados. La proporción de mujeres casaderas duplicaba la de varones entre las nativas, cifra que caía a la mitad entre los inmigrantes que, por otra parte, engrosaban el cuarenta por ciento de la población. Recalar en este puerto demandaba aproximadamente cuarenta y cinco días de navegación desde Europa, mientras que continuar hacia un fondeadero sobre el océano Pacífico, como Santiago de Chile, requería unos ciento diez días de batir las olas. Había quince librerías que ofrecían volúmenes, opúsculos y folletos en lengua local, francés e inglés; buena parte producidos en alguna de las doce imprentas y el par de litográficas. Informaban y bajaban línea medio centenar de periódicos de frecuencia inconstante que se distribuían por estricta suscripción, por correo o se vendían en las mismas imprentas y en tres tabaquerías, una confitería y una agencia de lotería. Recién en 1867, inspirado por la exitosa experiencia de La Presse parisina, al director de La República, Manuel Bilbao, se le ocurrió ofrecerles una changuita a los pibes que doblaban los periódicos al salir de la máquina para que salgan a las calles a vender a un peso el ejemplar, que costaba tres por otros medios. Hubo que esperar medio siglo para que un dramaturgo anarquista uruguayo, Florencio Sánchez, los bautizara “canillitas”.
Habrá sido más por los anteriores datos duros, combinados, y algo de lo pintoresco, que esta fangosa orilla del ancho Plata resultó hacia la mitad siglo XIX destino de revoltosos, conspiradores y variopintos conjurados contra los poderes establecidos en sus respectivos pagos, que vinieron a parar con sus huesos a esta aldea con veleidades de metrópoli. Buena parte de ellos fueron hermanos latinoamericanos y españoles, franceses, italianos; todos exiliados de movimientos revolucionarios fallidos. El investigador especialista en historia de las izquierdas Horacio Tarcus (Buenos Aires, 1955) con cariño los llama “mis socialistas románticos” tras haberles dedicado una exhaustiva y erudita biografía colectiva, que ahora se complementa con dos volúmenes, el primero de los cuales se aboca a la vida intelectual y militante del chileno Francisco Bilbao (Santiago de Chile, 1823-Luján, 1865) y del menorquino Bartolomé Victory y Suárez (Mohan, 1833-Buenos Aires, 1897). Para una próxima entrega quedan las biografías políticas de Serafín Álvarez y Alejo Pereyra.
Figuras acaso opacadas por la pregnancia política y un nunca menor chauvismo historiográfico, si bien en momento alguno alcanzaron espacios institucionales de poder, aportaron un caudal ideológico que proponía la creación de un Estado moderno “de abajo hacia arriba”, por cierto contrario al impulsado por los vencedores del incipiente capitalismo agrario llevado a cabo por Juan Manuel de Rosas. Décadas antes de Lenín, centraron su activismo a través de la prensa, generaron agrupaciones de trabajadores, configuraron “las voces alternativas de una Argentina moderna que acaso pudo ser, o al menos quiso ser, pero no fue”. Munidos de un fuerte anticlericalismo sustentado en la masonería, cruza de librepensadores con socialistas románticos, levantaron la unidad “de las frágiles naciones latinoamericanas libres de toda tutela, ante la voluntad de dominio de los imperios, ya fueran los antiguos (como el español), los nuevos imperios (Inglaterra, Francia y Estados Unidos) o los permanentes (la Iglesia católica con sede en Roma)”. Una utopía “llamada a reaparecer cíclicamente en el continente en ciertos momentos de intensidad político-intelectual”, como Martí, el modernismo de 1900, el antiimperialismo de 1920-1930, o las luchas de los '60 y '70 del siglo XX, con matices.
Con la prudencia de evitar entrometerse en las tentadoras frivolidades folletinescas de la vida privada, en Los exiliados románticos Tarcus se zambulle en lo hondo del recorrido de Bilbao y Victory y Suárez, desde su formación intelectual, participación en los movimientos emancipadores, andanzas por el mundo e intensa actividad por estas costas. Distinguibles entre si, el chileno proveniente de una familia intelectual burguesa, el español un trabajador artesano de la imprenta; coincidieron en el cuestionamiento del liberalismo y la propiedad privada para adherir a un programa igualitario, democrático, basado en el socialismo romántico francés.
Mediante una prosa que cada tanto se identifica con la de sus biografiados, sin restarle agilidad a la propia, Tarcus despliega un detalle minucioso de las andanzas de sus héroes mediante un muy riguroso trabajo de fuentes y contextos. Afán que le permite, por ejemplo, constatar las coincidencias de Bilbao con Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre durante el exilio chileno, y los farragosos enfrentamientos con ambos futuros Presidentes, luego, una vez triunfadores en el Río de la Plata.
Es necesario tener en cuenta que, cuando arranca esta historia, Karl Marx ponía en circulación sus primeros textos, la Primera Internacional de los Trabajadores se ponía en marcha durante 1864 y su flamante fantasma científico, materialista y dialéctico recién comenzaba a recorrer la vieja Europa para trasladarse rápidamente a las costas americanas al promediar el siglo. Hasta ese momento, las corrientes que hoy llamaríamos progresistas provenían de los movimientos remanentes de la Revolución Francesa, actualizados con un socialismo incipiente salpicado de resabios cristianos y cierta interpretación de la lectura hegeliana. No extraña entonces la furibunda incidencia de los valores masónicos en el marco de una francofilia, que fue la que trajeron los pioneros socialistas relevados en Los exiliados románticos para escándalo de la burguesía local. Artífices de las primeras organizaciones y publicaciones obreras antes de que los partidos políticos se constituyeran como tales, descifran el pasaje de un artesanado donde el “maestro” pasaría a convertirse en pequeño burgués y el “aprendiz” en proletario, aliado a los trabajadores asalariados de las primeras industrias, los saladeros y curtiembres. Parte de ese ideario fue objeto de puntos de continuidad y ruptura a medida que los vericuetos políticos promovían renovados desafíos. Muchas de sus premisas pueden hoy hallarse vigentes tanto en los movimientos contestatarios, como, algunos menos, incorporados al acervo democrático que tanta cuesta preservar.
FICHA TÉCNICA
Los exiliados románticos
Horacio Tarcus
Buenos Aires, 2020
364 páginas
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