¿Israel desdramatiza el desafío iraní?
El nuevo gobierno, la relación con Estados Unidos y el acuerdo nuclear con Irán
La presagiada victoria electoral de Ebrahim Raisi en Irán, cuya presidencia de la República Islámica debe iniciarse en agosto, coincidió con una de las secuelas del fiasco de Benjamin (Bibi) Netanyahu en su tan deseado armado de una coalición gubernamental israelí encabezada por él. El correlato habitacional de tal fracaso –la para nada buscada obligación de Bibi de abandonar la residencia oficial en Jerusalén destinada al premier israelí de turno, situada en la calle que honra a Arthur Balfour, padre de la declaración según la cual Gran Bretaña se comprometió en 1917 a propiciar la creación de un hogar nacional judío en Palestina–, se ha estado traduciendo en mudanza domiciliaria de los Netanyahu, aun si de cristalización retrasada. Por ahora el retardo no debiera extenderse más allá del día 10 del corriente mes, en acaso inesperada coincidencia de Bibi con la mudanza de La Casona, la residencia presidencial venezolana en Caracas, que habría tenido que tener encarada en 2013 la descendencia del extinto Hugo Chávez para la inauguración de la jefatura de Estado de Nicolás Maduro, cosa que se hizo esperar.
La refractariedad de Bibi a tal muda de domicilio es parte de su gran dificultad para aceptar que ha vuelto al exilio político. Junto a la actividad en el sector privado israelí, Bibi ya vivió tal realidad política durante una década a partir de la derrota del Likud en las elecciones pasadas que le pusieron fin a su primera experiencia como premier (1996-1999). Ello está ahora agravado en razón de su enjuiciamiento por corrupción y venalidad, lo cual podría desembocar en el indeseado encarcelamiento de este otrora monarca de Israel. Parte de dicha realidad es una impudorosa comparación autorreferencial de Bibi, quien con total desparpajo se autorizó a sí mismo a insinuar cierta semejanza de su situación post-derrota electoral del Likud en 1999 con la de los destinatarios de un poco frecuente desmantelamiento israelí acontecido durante su posterior incumbencia como jefe de gobierno. Se trataba de la deconstrucción de un puesto hebreo en Cisjordania, territorio palestino ocupado por el Estado hebreo desde 1967.
Doblemente ilegal, dicho puesto erigido sin visto bueno oficial israelí no sólo era ilegítimo a ojos de sus gobernantes, más permisivos que punitivos para con transgresiones de este tipo. Era ilegal, asimismo, para un concierto internacional que tiende a mostrarse sin garra suficiente para penalizar los excesos israelíes vis-a-vis el nacionalismo palestino, acaso expresión de una falta de voluntad política para abocarse a ellos. Incluso si todos los asentamientos hebreos, al igual que los puestos, hubieran contado con luz verde gubernamental, todos son ilegítimos para las Naciones Unidas (ONU), organización respecto de la cual el Estado hebreo, entre otras cosas, parece no recordar suficientemente la significativa deuda de gratitud que contrajo desde que su Asamblea General abrió la puerta en 1947 para el nacimiento de Israel el año siguiente, y su admisión como miembro de la ONU en 1949.
Hoy por hoy, más importantes son algunos cambios con relación a la fuerte oposición de Bibi, y no sólo suya, al Plan de Acción Integral Conjunto, más comúnmente conocido como el acuerdo nuclear iranio-estadounidense. Su resurrección post-intento de liquidación, tres años después de su firma en 2015 –durante el inquilinato de Donald Trump en la Casa Blanca– está negociándose lentamente desde abril pasado. Más que de fondo, los cambios antes aludidos son de forma: no significan que Israel se haya reconciliado con la idea de que su propio arsenal atómico alienta, por supuesto, a países vecinos a desarrollar naturales expectativas semejantes. Tales cambios israelíes constituyen una mutación de forma, por ahora, observada ab initio desde que Naftali Bennett logró desplazar a su mentor, Bibi, de la jefatura de gobierno hebreo el mes pasado, con Yair Lapid como premier alterno y canciller, mutaciones a ser abordadas después de dejar explicitada la antes mencionada autocomparación.
En cierta ocasión pretérita, ocurrieron los enfurecidos soportes de Bibi y otros moradores de Amona, uno del casi centenar de puestos hebreos levantados en territorio palestino ocupado pese a carecer de autorización oficial para ello. En este caso específico, la Suprema Corte de Justicia de Israel hasta dictaminó que a partir de 2004 debía ser desmantelado por haber sido edificado sobre tierras de probada propiedad privada palestina, en tanto que una investigación policial israelí determinó en 2014 que la documentación presentada por la defensa de dichos puesteros de Amona era, ni más, ni menos, simplemente falsa.
Ellos escucharon al por entonces rey israelí decir que comprendía la ira que los recorría por conocer en carne propia “lo que significa perder un hogar. Luego de las elecciones de 1999, y sin alerta previa alguna”, decía Bibi, “tanto yo como mi familia simplemente fuimos echados de la casa de Balfour Street. Así nomás, con todas nuestras pertenencias, botados a la calle. Debimos ir a un Sheraton Plaza Hotel, hecho que nos hizo sentir terrible” por largo tiempo.
Considerados por Bennett en su momento como “héroes”, va de suyo que tal heroicidad de los puesteros de Amona difícilmente les correspondiese en verdad ni a ellos, ni a los Netanyahu temporariamente alojados en un establecimiento hotelero de alta gama. En todo caso, dicha catalogación tal vez pudiese corresponderles a los jueces de la Suprema Corte que no habían sucumbido al amedrentamiento ultranacionalista y se pronunciaron a favor de la legalidad en un ambiente israelí de creciente intolerancia para con las disidencias. De paso, el dictamen de la Suprema Corte relativo a Amona recién se implementó después de agotadas todas las instancias apelativas, varios años a posteriori del primer pronunciamiento al respecto por parte de la justicia israelí.
Como era de esperar, la popularidad de Bibi dentro y fuera del Likud que lidera, aun ahora desde los escaños de la oposición en la legislatura israelí, no ha logrado ahorrarle críticas. Entre otras razones, por su manejo cuestionable de las relaciones internacionales del país, especialmente con Estados Unidos, a la luz del siempre cuestionado asunto nuclear iraní, desde que el predecesor de Trump en Washington negoció con Irán dicho acuerdo. En el mediano y largo plazo, ese Plan de Acción es visto por sectores israelíes como una cuestión que podría comprometer el status de Israel como única potencia nuclear en Oriente Medio, cosa que en el habla de Bibi constituye una “amenaza existencial” para el Estado hebreo.
Desde antes de la derrota de Trump en las urnas, tales críticas han sido provistas por una variedad de personalidades israelíes –entre ellos, un ex jefe del Mossad, Efraim Halevi, reiteradamente rechazante de la identificación del reto iraní como amenaza existencial–, no tan fáciles de ser ninguneados por Bibi y sus soportes, tan ávidos por recuperar la conducción del ejecutivo israelí. A un mes de la inauguración del gobierno sucesor, dicha realidad todavía aparece reflejada en la insistencia de Bibi en negarla al permitirse, por ejemplo, ser tratado como primer ministro cuando ya no ocupa ese cargo y recibiendo visitantes extranjeros en la residencia de la calle Balfour. Tal el caso de Nikki Haley, ex embajadora estadounidense ante la ONU durante la jefatura de Estado de Trump y otrora gobernadora estadual de Carolina del Sur, a quien algunos han supuesto como albergadora de ambiciones presidenciales, que Bibi recibió en la residencia oficial destinada al jefe de gobierno el mes pasado.
A propósito de Bibi y la relación Estados Unidos-Irán, un trabajo dado a conocer el mes pasado con la firma de Aharon Zeevi-Farkash, Gideon Frank y Eli Levita, ex cabeza del Directorio de Inteligencia Militar de Israel el primero, y otrora directivos de la Comisión de Energía Atómica de Israel los otros dos, recopila críticas antes ventiladas en los intercambios a puertas cerradas de destacados especialistas de la comunidad de defensa y seguridad israelí. Allí se sostiene que Bibi desperdició largos y preciosos años en choques sinsentido con Estados Unidos. Es más, obstaculizó el diálogo Irán-grandes potencias respecto de un acuerdo que, en lo referente al interés de Israel en retener su supremacía nuclear en Oriente Medio, pudo haber sido mejor que el rubricado en 2015. Y por añadidura, impulsó a Trump a apartarse de lo acordado, lo cual llevó a Irán a reaccionar con la toma de medidas abreviadoras del tiempo que lo separa de las armas nucleares de decidirse definitivamente al vuelco en tal dirección.
Esta apretada sinopsis de las minusvalías de la actuación de Bibi en lo atingente a Estados Unidos y el proyecto nuclear iraní, país que desde 2003 dice que está abocado a fines pacíficos, le ha permitido a distintos sectores israelíes pensar que el mayor desafío para Bennett, aun si crítico por derecha de Bibi, es evitar la línea seguida por su su predecesor. En todo caso, debería hacer lo opuesto para volver al diálogo con la presente administración estadounidense, en un intento para Israel por mejorar aspectos del acuerdo que tienen que ver con el desarrollo de misiles iraníes que podrían ser en el futuro portadores de ojivas nucleares, entre otros asuntos de importancia.
A caballo de la compilación de Zeevi-Farkash, Frank y Levita, Yossi Beilin, un ex legislador laborista y posterior presidente de Meretz –desprendimiento del laborismo que junto a éste integra ahora el gobierno de Bennett–, además de otrora vicejefe del Ministerio de Relaciones Exteriores (1992-1995) y titular del Ministerio de Justicia (1999-2001), sostiene que “no obstante el enorgullecimiento de Netanyahu por su lucha contra el programa nuclear iraní, este tema delicado fue su mayor fracaso. Cosechó unos pocos triunfos tácticos temerarios, pero su política tuvo un elevado costo estratégico, mayormente a causa de su decisión de chocar con la administración [de Barack] Obama y de persuadir luego a la de Trump a desvincularse del acuerdo nuclear”.
A su turno, un general retirado de larga trayectoria en el Ministerio de Defensa de Israel, y ahora al frente de un think tank hebreo –el Instituto de Política y Seguridad–, Amos Gilad, deletreó en el periódico israelí de mayor circulación la inexistencia para su país de una solución militar para la cuestión iraní. Argumentó que toda idea referida a que Israel pudiera enfrentar a Irán a solas “no es más que una flagrante falacia [visto que] en términos estratégicos, Israel no está en condiciones de atacar a Irán sin apoyo estadounidense. Una operación de tales proporciones requeriría de amplio apoyo internacional y coordinación, en especial con Estados Unidos”.
Para Gilad, la situación ha empeorado desde la retirada estadounidense del acuerdo nuclear con Irán, seguida por la imposición de severas sanciones económicas, todo ello en 2018 y en marcado contraste con “los alardes hasta hace poco de la conducción israelí sobre su capacidad única de frenar” a Irán. Retrospectivamente, “la idea vulgar de que la política [confrontativa] del gobierno previo frente a Estados Unidos servía a los intereses de Israel de manera insuperable contrasta duramente con la realidad”. La postura de Bibi frente a asuntos clave era para Gilad “un delirio de proporciones orwellianas, poniendo en peligro la seguridad nacional del país en tanto que erosionaba las relaciones israelo-estadounidenses”, siendo la alternativa la ruptura por el gobierno sucesor con pasados hábitos belicosos.
No sorprende, pues, la seguidilla de encuentros desde inaugurado el gobierno de Bennett entre directivos diplomáticos, militares y de inteligencia israelíes con sus pares estadounidenses y la visita en preparación del mismo Bennett a Washington incluida, en un intento por recobrar parte de la influencia perdida en Estados Unidos en general, y en el ámbito demócrata en particular, durante la larga gestión de Bibi. Aun así, no faltan los israelíes y otros soportes del Estado hebreo que coinciden con la noción expuesta por un comentarista de Israel Hayom, diario pro-Bibi de distribución gratuita, para quien “la negociación [con Irán] de un acuerdo nuclear de largo alcance, y más duradero, es [un objetivo] ilusorio y fantasioso”.
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