Nada hay encubierto que no se descubra, nada oculto que no se divulgue. Porque lo que digan de noche se escuchará en pleno día; lo que digan al oído en el sótano se proclamará desde las azoteas. (Lucas 12,2-3)
En las celebraciones en conmemoración del martirio del cura Pancho Soares (13 de febrero 1976), un tema que resonó muchas veces fue el de la “invisibilización”. Y, mirando su caso y otros muchos más caí en la cuenta de que “invisibilizar es poder”. Para comenzar, quisiera mirar sin demasiada hondura, pero sí a modo ilustrativo, algunos casos:
Sin duda alguna, el “Patriarcalismo” es ejercicio abusivo e injusto del poder.
- Un abusador le dirá a la víctima que “debe guardar silencio” (= invisibilizar el hecho), sea por que “esto es un secreto entre nosotros”, porque “si tu papá se entera se pondría muy mal”, o más violento aún: “Si alguien se entera, ¡ya vas a ver!”. Ese silencio invisibilizador es el poder del victimario.
- La cobardía, indiferencia o insensibilidad frente al dolor del otro o la otra, el “no te metás”, invisibiliza la situación. Escuchar los ruidos de la violencia en “la casa de al lado” y no tomar alguna medida, invisibiliza, y ese silencio da más poder al violento que puede obrar a su antojo ya que nadie hablará. A lo sumo, “algo habrá hecho”.
- El mismo lenguaje patriarcal invisibiliza. El uso del masculino cuando se trata de un colectivo hace desaparecer a las mujeres, y en un “ellos” en la historia quedan en penumbras y en olvido las miles de mujeres que hicieron historia, que transformaron o revolucionaron nuestro pasado y presente. Valgan estos a modo de ejemplo, y que podrían multiplicarse.
En la política también “invisibilizar es poder”. Y para ello, contar con la ayuda o complicidad de los encargados de visibilizar (como el poder judicial —así, con minúsculas— o los Medios de Comunicación) resulta sumamente oportuno. Y vayan también unos ejemplos:
- Invisibilizar hechos de corrupción del actual gobierno (sea mostrando “otra carta”, nada por acá, nada por allá) hace que nadie se entere, por ejemplo, de los Panama Papers, de las cuentas en el exterior, los negocios desde el poder, sean el Correo, los parques eólicos, las empresas aéreas, autopistas, etc. Nadie se entera, y “aquí no ha pasado nada”. Y C5N que se calle, o desaparezca.
- No informar de los sucesos que implican a un fiscal y a una causa encuadernada por días, hasta tener tiempo para armar una (absurda) estrategia. Si nadie se entera, pues… no ocurrió.
- Mostrar todo por un lado para que muchas cosas pasen por detrás de la mirada, es también un modo de invisibilizar (dis-traer); y mientras se distribuyen una, dos y cien noticias falsas (ahora se debe decir fake news) nadie presta atención a los aportantes truchos o la negativa de cerrar paritarias con los docentes, por ejemplo. Y la carita sonriente y ex angelical de la gobernadora queda en gateras para futuros usos, o arrastrar algunos votitos. Y podría seguirse con más y más ejemplos.
En la Iglesia, lamentablemente, somos expertos en invisibilizar (no aludiré al caso aberrante de los abusos, que no lo ignoro, y al que me referí más arriba). Y me quiero detener, también, en unos pocos ejemplos que pretenden ilustrar y servir para pensar.
- En una presentación –hace unos años– sobre un libro acerca de Pancho Soares, una cosa que llamó la atención es que quien fuera obispo de su diócesis, ahora emérito y luchador incansable en favor de la impunidad (= invisibilización) de genocidas, no podía salir del libreto: “Murió Pancho”. No importaba que lo hubieran llamado en la casilla donde vivía en horas de la madrugada, lo hubieran baleado, a él y a su hermano, y muerto en el acto. No importaba: “murió”. Nada de “lo mataron”, “¡murió!”. Nada de pensar, analizar, discernir. Nada: “murió”. Murió tanto, pero tanto, que una vez muerto terminó en fosa común. Así desaparece su memoria (desaparecido = invisibilizado, por cierto). Tanto desaparece y se invisibiliza que en un importante (y cuasi oficial) libro sobre la historia de la diócesis de San Isidro, al mirar la parroquia “Nuestra Señora de Carupá”, de su fundación pasa, súbitamente a los curas posteriores al '76. Invisibilizar es poder.
- Otro modo habitual de invisibilizar es la domesticación. Hay un famoso dicho que comienza con una pregunta: ¿cómo disimular (= invisibilizar) un elefante en la Avenida 9 de Julio? Y la respuesta es: poniendo mil elefantes. ¿Cómo disimular la santidad revolucionaria de Romero, o el cura Brochero? Hablando de lo bien que hacían lo que se supone que cualquier cura haría: rezar, ser misionero, tener caridad pastoral, amar a Jesús y la Virgen… Mil elefantes. Y, así, la novedad subversiva de sus vidas y palabras queda disimulada en la ancha avenida del clero.
- Se invisibiliza también, como en las noticias mentirosas, cuando se engaña o miente (Angelelli murió en un accidente, manejaba mal; o lo mataron en una guerra porque apoyaba a bandas terroristas). La mentira, apta para ser creída por perezosos espirituales, logra que nadie se pregunte por la novedad, lo evangélicamente subversivo, que fue la vida de Angelelli (y –debo decir– “odio” poner adjetivos para no suscitar miedos temerosos, tipo opción “preferencial” por los pobres, o pobres “de espíritu”, o, en este caso subversión “evangélica”; pero en este caso lo hice expresamente ante la acusación a Angelelli de alentar a los subversivos, como si el Evangelio no fuera plenamente subversivo y no buscase subvertir este mundo para proponer “el reino de Dios” en el que todos, todas y todes, niños, pobres y leprosos, extranjeros y despreciados sociales sean tratados y vistos como verdaderos hermanos). Volviendo, creo que la mentira (que todavía hoy repiten incluso algunos curas y obispos) invisibiliza la vida y la santidad, la novedad y la osadía profética de Angelelli y sus compañeros mártires.
Invisibilizar es poder, no lo dudo. ¿Y cómo hacer? Hay varias cosas que permiten visibilizar y, a partir de ahí, quitar poder (aunque no debemos descansar en esto… precisamente porque tienen poder saben muy bien transformar una “visibilización” rápidamente en otra cosa disimulándola o cambiándola de foco, es decir, volviendo a invisibilizarla. Por ejemplo, ya que no podemos invisibilizar la santidad de Romero, pues se lo canoniza, y, en seguida, se lo domestica).
- Creo que el primer paso es, sin duda, la “memoria”. Tener memoria y hacer memoria ayuda a tener ante nuestros ojos el pasado. Tenerlo bien visible. La memoria de los 30.000, de Pancho y Angelelli, de Romero y de las víctimas del neoliberalismo genocida, de las mujeres y los y las y les niños, niñas y niñes víctimas del patriarcado… Visibilizarlo, aunque a veces canse, aunque a veces se exagere (aunque a veces, para tapar un elefante nos pongan mil… será cuestión –y que los ecologistas me perdonen la metáfora– de pintarlo de violeta, para que no se pierda en la manada).
- Otro paso es levantar carteles y monumentos, museos y piquetes, signos que revelen que aquí “pasó y pasa” algo (o alguien). La Iglesia, teóricamente, es experta en esto: memoria, sacramentos, signos, arte, museos; no estaría mal recuperar la memoria y que lo invisible sea puesto a la luz. Libros y cantos, folletos y paredes que hablen pueden lograr que alguien, o alguienes, escuchen. No está mal para empezar.
- Y levantar las banderas; banderas y cuadros (y personajes históricos en billetes animalizados). Y, a veces, hacer cosas que no se esperan, que sorprenden, que no son “comunes” suele servir para abrir los ojos, para sorprender, para preguntarse.
- Nos llenarán de elefantes (“todos los políticos son nefastos”), domesticarán a los profetas, nos negarán (invisibilizar) nuestros derechos: “les hicieron creer que podían…” Bajar cuadros puede servir para “visibilizar” que “son asesinos”, o para tapar la historia de donde venimos y a dónde queremos ir. Podemos dejarnos conducir por los poderosos invisibilizadores, o ser “artífices de nuestro propio destino”. No depende de ellos, sino de nosotros. Aunque cueste.
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