INTIMIDAD DE LAS DAMAS INGLESAS
Las cartas de amor entre Virginia Woolf y Vita Sackville-West y la extinción de la moral victoriana
“El amor es algo tan físico, igual que la escritura: el ejercicio del ingenio”. Virginia Woolf.
“La sal es lo que hace que las papas sean asquerosas si las comes sin ella”. Vita Sackville-West.
Cartas amorosas, cartas condimentadas de pasión, más que cartas de amor o exclusivo epistolario erótico se prodigaron Woolf (Reino Unido, 1822-1941) y Sackville-West (Reino Unido, 1892- 1962) durante un romance iniciado tímidamente (si el adjetivo cabe en tales amantes) en 1922, que encendió las llamas en 1924 y duró hasta el fin de la década, aunque la correspondencia concluyó con la muerte de de la autora de la novela camuflada de biografía, Orlando.
Precisamente el amorío experimentó su mayor fogosidad entre fines de 1927 y comienzos de 1929, paralelo a la escritura de esta última, considerada la obra cumbre de Woolf, bisagra en la narrativa inglesa, paradigma del modernismo literario, reivindicada por los librepensadores, luego por el feminismo, a la sazón lápida del realismo decimonónico. Lejos se tratarse de una coincidencia, Vita inspira en Virginia el personaje de Orlando, retazos de cinco siglos de su historia familiar, actitudes, gestos, frases, mohines. Intelectual de clase media la primera, aristócrata caprichosa la segunda, absorbidas por las Bellas Letras ambas; prolífica narradora una, poeta exitosa la otra, durante esos casi tres años intercambiaron lechos y cartas con similar pasión. Es la correspondencia de ese período la que ahora llega mediante la magnífica selección, notas y traducción de Paula Locatelli y Agustín González en las doscientas páginas de Correspondencia erótica.
Trabajo arduo y concienzudo, el de los traductores incluye un prólogo imperdible, no solo en el enmarcado histórico de las protagonistas, particularmente en un tan riesgosa como eficaz elaboración del lenguaje, obteniendo una versión dentro del habla rioplatense que al mismo tiempo recupera y enaltece los sentidos profundos de los dos originales, lógicamente de estilos propios diferentes. La escritura de Vita “es sumamente ortodoxa e hípercorrecta, Virginia es moderna, rupturista y libre”, en párrafos nunca destinados a la publicación. En un universo editorial regido por cierta temerosa pacatería de ínfulas neutras en la traducción, instalar “concentrate en lo siguiente y decime qué pensás”, uno entre miles de ejemplos, resulta un acto de inusitado arrojo. Valor que el lector agradece al permitirle zambullirse en una atmósfera intimista, privada, plagada de guiños, que el españolismo arruinaría. Locatelli y González juegan su carta con modestia auténtica al clasificar su labor en “nuestra variedad lingüística” en tanto “escritura situada”, imposible de “hacerse (ni rehacerse) en otro dialecto que no sea el propio”.
En los estertores del imperio británico, tan casto, tan formal, tan colonialista, a solo una generación de distancia de la reina Victoria y su rígida moral, en el lapso de entre guerras, usos y costumbres soterrados comenzaban a emerger a la fabril velocidad de la segunda revolución industrial. Hasta ese momento, la homosexualidad femenina respondía al nombre de “safismo” (en honor a la poeta griega antigua), mientras desde fines del siglo XIX avanzaba el actual “lesbianismo”; mientras que el equivalente masculino era “invertido” o “sodomita”. Privilegio emergente de clase dominante (nobleza, aristocracia, burguesía en ascenso), a través del chisme, el escándalo y la producción artística, la diversidad sexual se extendía en la sociedad sin mayores tropiezos. Entre otros factores diferenciales respecto de lo que vino después, las prácticas por fuera de lo hétero no constituían una ontología sino una expresión propia de la corriente librepensadora que “da cuenta de un alto nivel de civilización”, señala Vita.
Espíritus libres, deportistas de la transgresión a los rituales sociales y convenciones victorianas, la aristocracia representada por Vita y la intelectualidad de clase media en la persona de Virginia alcanzaba a los gentlemen y ladies sin distinción de género. Los legítimos esposos de ambas, así como los caballeros maridos de sus amantes, también frecuentaban relaciones abiertas. A apenas un cuarto de siglo de que Oscar Wilde fuera encarcelado por su idilio con Lord Alfred Douglas y mientras las esposas seguían portando el apellido de sus cónyuges, la libertad sexual resultaba un ejercicio habitual. Las aventuras de Virginia y Vita eran conocidas, sin que ello mellara el vínculo marital. Para quienes distinguían el factor intrínseco del amor frente a la posesión y la exclusividad como banal comportamiento, cuando ambas realizan un viaje a Francia en pareja, le escriben a sus respectivos hombres los pormenores turísticos, dirigiéndose a ellos con cariño sin ocultar que los extrañan, sinceramente. Sin desdeñar las preferencias personales, con mujeres o varones todo valía en tanto y en cuanto surgiera esa chispa de enamoramiento que enciende la pirotecnia: “El señor Winston Churchill (con quien tranquilamente me hubiera fugado de habérmelo pedido) y yo, bastante incómoda, en medio de todo eso, preguntándome qué estaba haciendo ahí”.
No obstante, la correspondencia rebosa de deseo; evita lo explícito y conserva ansiedades, reproches, celos y fantasías en nombre del amor. En un escarceo con una señora conocida, por diversión, Virginia cuenta a su amante: “Le gusté incluso aunque le diera pena. Me escuchó coquetear. Quedó anonadada. Al final, la conquisté. Como verás, las mujeres no pueden resistirse ante un rechazo tan explícito de toda feminidad. Le abren sus brazos a cualquier ave sin plumas, mientras que a otra con todas las plumas en su lugar la apedrean y la dejan morir, toda ensangrentada en el fondo de una jaula”. En tanto, años más tarde, cuando cumplía 25 años de casada, Woolf consignaba en su privadísimo diario lo mucho que le seguía satisfaciendo el sexo con Leonard, su esposo.
Bitácora frenética de la escritura de Orlando, cuadro policromo tan elocuente como fragmentario de la intelectualidad inglesa, chismes de la burguesía, cascadas de pasión, reproches, celos, observaciones literarias en abundancia, hacen de esta Correspondencia erótica un nutrido y nutriente inventario de las vivencias no sólo de Virginia Woolf y Vita Sackville-West, sino de toda una sociedad clasista en pleno movimiento. Las abundantes fotos de las corresponsales, así como de sus amistades y affaires que ilustran el libro, se complementan con las notas al pie, prolijamente detalladas en la edición de los traductores. Conjunto indispensable, compone un quién-es-quién exhaustivo destinado a ampliar el panorama de anónimos y personajones, habituales o circunstanciales, que poblaban los diversos círculos por donde deambulaban ambas damas. ¿El erotismo? Sí, abunda, sin duda atraviesa todas y cada una de las cartas; es el motor principal, el estímulo, principio y fin de la escritura.
FICHA TÉCNICA
Correspondencia erótica
Virginia Woolf
Vita Sackville-West
Selección, traducción y notas Paula Locatelli y Agustín González
Edición general Julieta Massaccese
Buenos Aires, 2024
204 páginas
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