Inteligencia artificial

Un viaje sin mapas

 

Ser contemporáneos de una revolución requiere, como mínimo, ser conscientes de ello. Luego, podremos sumarnos a sus impulsores o a sus detractores, pero el movimiento de la revolución está en marcha. El ritmo de avance de la tecnología, las telecomunicaciones y el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) es tal que está modificando en el presente y modificará en el futuro todos los aspectos de la vida social. Los expertos suelen describir metafóricamente el camino iniciado por esta revolución afirmando que estamos en un tren bala sin conocer su destino, o bien, que vamos camino a un abismo mientras el paisaje es cada vez más hermoso.

Las relaciones humanas, el mundo del trabajo, la educación, la salud, la producción de bienes y servicios, la vida política, todo estará atravesado por la inteligencia artificial. Durante el proceso podremos mitigar desviaciones, regular o prohibir usos, pero ello requiere estudiar el tema, saber de qué estamos hablando y comprender la potencia y los riesgos que dicho avance supone.

En términos políticos, la lectura puede resultar sencilla si encaramos los interrogantes en búsqueda de fortalecer aquello que garantice el pleno ejercicio de nuestros derechos fundamentales, robustezca las democracias, impulse la igualdad de oportunidades y consolide la soberanía de los pueblos. El asunto es que la legitimidad de los usos y desarrollos los define quien detenta el poder. Y la cosa se pone más compleja porque el poder radica en grandes corporaciones más que en los Estados.

Los Estados que han desarrollado posiciones del tipo regulacionistas en torno al actual despliegue de la IA son criticados por quedar atrás en la carrera tecnológica. La sanción por parte del Parlamento Europeo de la primera reglamentación de carácter integral sobre la IA suele recibir esta crítica. Sin embargo, resulta un paso fundamental e ineludible para entender dónde estamos parados y, en el mejor de los casos, direccionar hacia dónde (no) queremos ir.

El modo en que tradicionalmente se aborda la cuestión de la IA se refleja rápidamente en dos posiciones:

  • Miradas tecno-solucionistas o amigables: centradas en la potencia transformadora de la tecnología, se afirman sobre los múltiples beneficios que puede brindar al bienestar común, destacando la herramienta como un traje de superhéroe que promoverá nuevas habilidades en los seres humanos y nos hará mejores de lo que hemos sido y somos.
  • Visiones apocalípticas o amenazantes: denuncian los riesgos éticos y los costos humanos y ambientales del desarrollo de esta tecnología, en tanto tocan dimensiones fundamentales de la condición humana (capacidad lingüística), pueden escapar del control humano, promueven la renuncia al ingenio y el esfuerzo de aprender, entre otras.

En términos individuales, uno puede situarse donde más le plazca en virtud de sus convicciones ideológicas, asumiendo plácida o críticamente nuestra existencia atravesada por los algoritmos, pero el desafío fundamental es pensar el posicionamiento estratégico del país en el actual desarrollo de los acontecimientos.

En este sentido, un ideario político sólido debería conducirnos a pensar el modo en que la IA puede contribuir a la justicia social, a la soberanía política y a la independencia económica. Indagar los atributos de la herramienta construyendo un pensamiento social crítico en función de legitimar sus usos para el logro de dichos fines.

Sin esa orientación estratégica, ingresaremos a la revolución sin tener idea de a dónde nos conduce. Probablemente nadie lo sabe. Son tan inciertas las consecuencias sociales, políticas, y culturales, del actual despliegue tecnológico, como cierto es que no podemos posicionarnos frente a ella si no es para promover el bien común.

Hay que tener en claro que estas herramientas no son neutrales, ni sus usos buenos o malos las definen. La sociedad debe discutir la legitimidad de sus usos y el alcance que se les otorguen. Si no lo discutimos sobre la base de criterios éticos, los continuarán definiendo las grandes corporaciones en función del lucro, porque en definitiva se trata de eso: un negocio.

 

 

Un paso atrás

Uno de los pensadores que ha popularizado la visión apocalíptica sobre la IA es el francés Eric Sadin, recorriendo con agudeza cada uno de los riesgos éticos, morales y humanitarios que provoca la IA.

Sin entrar en el desarrollo de sus ideas, retomamos una reflexión que invita al punto cero del debate. Al iniciarnos en el mundo de la IA, rápidamente podemos encontrarnos leyendo un análisis comparativo entre dos modelos de lenguaje (LLM) o sobre cómo “razonan” las redes neuronales para disparar tal o cual respuesta, sin embargo, de ese modo caemos en la trampa de mantener velada una parte central del asunto.

Decimos que Sadin nos recuerda el punto cero cuando afirma que no hay una sobre determinación de las tecnologías. Es decir, el desarrollo de la tecnología se despliega sobre una subjetividad existente. Entonces, allí aparece la reflexión acerca de las consecuencias de la aplicación durante cuarenta años de políticas neoliberales, de procesos sociales que nos llevan de desilusión en desilusión, de la desaparición del poder público frente a las corporaciones y de la disminución de la capacidad regulatoria estatal, la precarización laboral y la conciencia de que el destino depende cada vez menos de nuestra voluntad y más de poderes privados omnipotentes.

Este punto es fundamental si pretendemos proponer regulaciones, pues se insertarán en un modelo que reproduce desigualdades, excluye a las mayorías y concentra la riqueza de un modo tan vertiginoso que cada dos años nace un neologismo para nombrar a los dueños de las grandes fortunas.

Actualmente, en el Congreso de la Nación existen pocos proyectos de ley en torno a la inteligencia artificial, que van desde la creación de comisiones parlamentarias permanentes para el estudio del asunto, la regulación y/o prohibición de determinados usos (deepfake) y su sanción penal, hasta iniciativas que repiten en letra y espíritu la reciente Ley de IA del Parlamento Europeo, primera legislación integral sobre comercialización y utilización de la IA a nivel global.

Sin embargo, aún no se han consolidado posiciones firmes ni menos aún mayoritarias. La discusión legislativa no ha dado cuenta de la relevancia del asunto.

A nivel del Poder Ejecutivo se pueden encontrar referencias a la promoción y desarrollo de la IA en el Plan Nacional de Ciencia y Tecnología 2030 elaborado en el año 2020 y, más recientemente, anuncios dispersos de organismos públicos, como el Ministerio de Justicia de la Nación, sobre la aplicación de IA para determinados procesos administrativos.

En contraposición a la intención esbozada por el Presidente Javier Milei de entregar a Google el diseño de la estructura burocrática nacional a partir de su IA, resulta imprescindible discutir las áreas, los modos, los alcances y los fines de su aplicación en el sector público poniendo en resguardo los datos y la información relativos a nuestra soberanía e interés nacional.

En este sentido, es preciso impulsar iniciativas que promuevan las capacidades estatales, dotando al Estado nacional, y a través suyo a los Estados provinciales y municipales, de las herramientas para potenciar las capacidades transformadoras de la IA y mitigar las consecuencias no deseadas de algunos de sus usos.

Es fundamental que las fuerzas del campo nacional, los sindicatos, las universidades, las organizaciones y partidos políticos, constituyan un espacio de discusión pública sobre el desarrollo de la IA pensando los desafíos que nos presenta y desarrollando capacidades que nos permitan disponer de reglas para la inserción de la IA en cada sector de nuestra vida común.

Ignorarla o que se nos imponga sin más no es una opción; negarla y huir a las sierras de Córdoba, despotricando contra el avance deshumanizante de la tecnología moderna, tampoco. Por ende, nos queda formarnos, pensar aplicaciones que promuevan el bienestar común y reduzcan los impactos sociales negativos, pues hay que asumir nuestra vida presente y futura transcurriendo en un ecosistema de inteligencias artificiales.

 

*Diego Rivas es licenciado en Ciencia Política (UBA), asesor legislativo del Bloque Unión por la Patria de la Cámara de Diputados de la Nación y coordinador del área de Política Social de la Escuela Justicialista Néstor Kirchner.

 

 

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