Inflación: dos tradiciones antagónicas
Monestarisas vs. estructuralistas. La Nación y un enfoque que ignora la historia económica
La cuestión de la inflación ha constituido el centro del debate económico en la época del neoliberalismo. Mucho más que en otras épocas del capitalismo, se constituyó en el tema excluyente que precedió a cualquier otro objetivo de la política económica. Otros temas fueron tomados en cuenta como clave en momentos en que predominaron diferentes corrientes del pensamiento. Quien históricamente resulta como indiscutido referente de la economía académica, Julio Olivera, ha escrito con rigurosidad el debate de los monetaristas con los estructuralistas. Los primeros fueron los pregoneros que contribuyeron a la construcción de la inserción pasiva latinoamericana en el mundo de la financiarización, y los segundos quienes tenían la mira puesta en la mejora de las variables reales que permitieran perseguir la autonomización de las economías del subcontinente de las condiciones de dependencia periférica.
Julio Olivera
El coro de los economistas ortodoxos reclama siempre, y actualmente con ahínco, la formulación de programas o planes de estabilización. Olivera lo diferenciaba del estructuralismo diciendo que “la posición monetarista no sólo condena la inflación como perjudicial para el crecimiento económico sino que llega a presentar el crecimiento económico como una consecuencia normal de la estabilidad del nivel de precios”. En referencia a un aspecto central de la mirada estructuralista, destaca “(al) denominado ´embotellamiento del comercio exterior´, que el estructuralismo señala frecuentemente como una de las insuficiencias de oferta responsables de los aumentos de precios. En la generalidad de los países latinoamericanos, según los autores estructuralistas, el crecimiento del producto nacional real no va unido a un aumento correspondiente de las exportaciones. A su vez la elasticidad de las importaciones con respecto al ingreso real es mayor que uno, de tal modo que ellas tienden a crecer más que proporcionalmente en relación al ingreso y el producto nacional. De esto resulta un desequilibrio en el sector externo del sistema económico, que trae consigo repetidas devaluaciones y aumentos de precios. Para los monetaristas, en cambio, las dificultades crónicas de balance de pagos que experimentan esos países son una consecuencia y no una causa de la inflación”. El gran académico muestra la forma en que se invierte la causalidad entre unos y otros. De raíz estructuralista, el pensador hace una precisa descripción de la restricción externa como desencadenante de la inflación cambiaria, que es una de las causas principales –dentro de la multicausalidad– de la inflación en los países periféricos.
Los monetaristas prefieren la inversión del tema, e indican que las dificultades crónicas del balance de pagos (la restricción externa) son una consecuencia de la inflación y no una causa de la misma.
Los programas de estabilización
Los ortodoxos en realidad persiguen la implementación de planes de estabilización, que se dirigen a la fijación de metas antiinflacionarias sostenidas en restringir la oferta monetaria, bajo el supuesto de que la emisión es la causa de la inflación. Los economistas de Juntos por el Cambio no desmayan en señalar que la suba permanente del nivel general de precios no es responsabilidad de los empresarios ni de ningún segmento del sector privado. El problema que sindican es la emisión monetaria para solventar el déficit público. Como el déficit es el resultado de una recaudación inferior al gasto público, para estos sostenedores de la disciplina fiscal y monetaria la solución a la cuestión inflacionaria radica en la reducción del gasto público. Son enemigos de aumentar impuestos, bajo el argumento de que desestimulan la vocación inversora del sector privado. El resultado es culpar de la inflación a la participación del Estado en la economía, y a ésta del estancamiento económico y la pobreza de los sectores populares. En general suele ejemplificar con países vecinos que con programas antiinflacionarios habrían logrado mejores resultados para su economía.
Sin embargo, Chile desmontó el Estado de bienestar y polarizó la riqueza, reprimarizando su economía y desarticulando su tejido social y político. También Perú construyó una economía basada en el auge de pocos productos del extractivismo minero y sobre la base de un descenso sustancial del salario real de los trabajadores. Colombia tiene una economía sin desarrollo que es la base de sostenimiento de un régimen político constituyente de una cuasi-playa de operaciones de los intereses de los Estados Unidos en el subcontinente, que incluyen especialmente metas políticas y militares.
Argentina no ha derrotado la inflación porque hay una estructura sociopolítica que impide la consolidación de regímenes económicos que, basados en la desestructuración sindical, desplieguen una ampliación de la tasa de ganancia y un descenso de la de salario. Dicho como hablaban los clásicos de la economía política y los críticos de esta misma corriente, en el capitalismo hay disputa entre clases sociales, entre propietarios de medios de producción y quienes no lo son, entre el poder económico concentrado y otros participantes del proceso económico.
Otros que sostienen que el problema es la participación del Estado en la economía siguen a los liberales posteriores y sus herederos Von Mises y su alumno Hayek. Para ellos el Estado debe ser mínimo, necesario pero peligroso, y su misión no puede incluir actividades económicas ni su gasto puede compadecerse con el cumplimiento de los derechos económicos y sociales. Por otra parte, y esto resulta lo principal, la distribución del ingreso debe ser endógena a la economía, un resultado técnico del proceso económico. Los factores de la producción, una cosificación de los trabajadores, capitalistas y rentistas convertidos en trabajo, capital y tierra urbana o rural, deben capturar como sus retribuciones a sus productividades marginales. Este enfoque revela fallas internas groseras en su formulación teórica. Pero además es antidemocrático, porque la distribución del ingreso es un tema fundamental de la vida social y debe ser establecida extraeconómicamente, es decir por medio de una de un Proyecto de Nación tendiente a construir una sociedad con igualdad creciente.
Pensamiento único
El Phd en la Universidad de Pensilvania Marcos Buscaglia publicó una nota en La Nación el 14 de febrero. Típico del pensamiento único, el escrito revela el objetivo de destituir cualquier mirada sobre la inflación que no conduzca al programa de estabilización. El que fuera jefe para América Latina del Bank of América Merrill Lynch sostiene que la inflación alta de la economía argentina constituye un impuesto a los pobres. El expositor del pensamiento del mainstream (que atrasa dos décadas y media en el estilo lingüístico, ya que habla como en los momentos de apogeo del neoliberalismo neo) no propone impuestos progresivos para evitar lo que él considera la causa indiscutible (en código de sostenimiento de la verdad absoluta) de la inflación, que sería el déficit que provoca emisión monetaria. En rigor, la inflación es un fenómeno de la economía regulada mercantilmente y no un impuesto. Además, como estudian destacados economistas heterodoxos de la SOAS, no siempre la inflación perjudica a los pobres.
Hay inflaciones que responden a distintas causas. Como ocurrió desde 2005 hasta el final del período de los gobiernos nacionales, populares y democráticos en 2015, el proceso inflacionario tuvo como causa fundamental la puja distributiva, en la que los salarios le ganaron a los precios y el nivel de desempleo cayó fuertemente, con una sustantiva mejora de la institucionalidad del mercado de trabajo. Esta mejora se evidenció en la expansión de los convenios colectivos de trabajo y un aumento de la conflictividad laboral como parte de un dinamismo de reindustrialización del país. En cambio durante el gobierno de Cambiemos el régimen inflacionario tuvo como determinaciones dominantes la ofensiva del empresariado concentrado para recuperar tasa de ganancia, la quita de las retenciones y la liberación del mercado cambiario que produjo una devaluación real elevadísima. Esta condujo a una caída del nivel de actividad y a una restricción externa provocada por el sometimiento a movimientos de capitales sin regulaciones. En el marco de un programa posterior de estabilización con restricción monetaria, la tasa de inflación siguió elevándose. Así, no se encuentran evidencias ni verdad causal alguna en las dos hipótesis formuladas por Buscaglia y los que piensan como él respecto a la emisión y el déficit.
Sin dejar de reconocer que la suba de tarifas o las devaluaciones pueden impactar en la inflación, dice que ésta finalmente siempre tiene orígenes monetarios. Luego descalifica la teoría monetaria moderna, sin exponer sus formulaciones ni argumentar en su contra, sino mofándose de su autodefinición como moderna. Es contradictorio para un intelectual fidelizado orgánicamente por la Nueva Escuela Clásica.
Luego se dirige a cuestionar la puja distributiva como causa del aumento sostenido del nivel general de precios. Sin distinguir el debate en el marco de la heterodoxia, también le suma su rechazo a que existan formadores de precios que den lugar o faciliten procesos inflacionarios. La ausencia de sutilezas en este análisis conduce al columnista de la tribuna de doctrina a enfilarse a cuestionar la política de ingresos, o sea los acuerdos de precios y salarios sobre la base de las negociaciones entre empresarios, trabajadores y el Estado como política antiinflacionaria. En realidad esta es la política alternativa a los planes de estabilización, que tienen un carácter recesivo, mientras desatan el desempleo y deprimen la capacidad de disputa de los trabajadores por mejores ingresos. Además, en el rechazo a la responsabilidad de los formadores de precios respecto al aumento permanente de estos, apunta que si fuera así habría que controlarlos, adjudicando a esos controles milenios de fracasos. Para Buscaglia y sus semejantes, la Historia Económica no existe. O la ignoran tanto como para pensar que el sistema capitalista es el modo de organización productiva que viene desde milenios precedentes a la era cristiana.
La restricción externa de un país no existiría porque en el mundo abundan dólares, dice el Phd. El mismo argumento que sostuvieron los “equipos” de Macri cuando asumieron el poder, generando en pocos años un aumento sin antecedentes en el nivel de endeudamiento, que los llevó a caer en la dependencia de los préstamos condicionados del FMI porque ese mercado abundante de divisas no les daba un dólar para aflojar la autoinfligida restricción externa que dejó una herencia gravísima para el país.
Reapertura del debate
En un mundo en crisis de ideas, sin hegemonías para el pensamiento económico, también están los que añoran tiempos de otra cultura, la de las épocas donde se encargaron de borrar otras maneras de pensar la economía que las herederas de aquellos que pensaban que la vida social tenía como contradictores al individuo y el Estado. Sin embargo, la economía crítica entiende la existencia de bloques sociales que se organizan en relación a la posición que cada uno tiene frente al proceso productivo, y hoy sus miradas recobraron potencia.
Esta semana el gobierno asumió la idea de la existencia de formadores de precios como agentes que promovían la inflación mediante procedimientos de reducción de la producción de artículos esenciales, incluidos en el régimen de precios máximos. La decisión fue desplegar controles y exigencias sobre esas empresas. Las inspecciones probaron los comportamientos a los que Buscaglia desmerece como causalidades de la inflación.
También en la semana se conoció la declaración de la Central de Entidades de Empresarios Nacionales (CEEN), una organización de pequeños y medianos empresarios que afirma que “no es causal de carestía el gasto público, siendo fundamental su sostenimiento, ya que no existe un mercado interno recalentado, ni exceso de gasto social, sino por el contrario, la actividad económica sigue aún en amplios sectores deprimida y trabajando a un mucho menor nivel que su capacidad potencial”. Agregando que “en todo caso debe sí modificarse una estructura impositiva con su mayor carga en tributos indirectos que acentúan la regresividad económica y social y privilegia la especulación y concentración abismal de la riqueza”. Esta afirmación del empresariado con sentido nacional contradice al capital concentrado y transnacionalizado, a la vez que advierte el peligro de reducir el gasto público, como piden los partidarios de los programas de estabilización y disciplina fiscal. La CEEN también aprueba el diálogo nacional al que convocó el gobierno.
El martilleo de los economistas profesionales respecto de reducir el déficit para disminuir la emisión, reservando sólo a la macroeconomía lo que debe tener un alto protagonismo de la sociedad, especialmente de los trabajadores y las pymes, constituye la repetición de conductas de la intelectualidad orgánica de los sectores concentrados que resisten la opción crítica y heterodoxa necesaria para la orientación de un gobierno democrático, nacional y popular en pos de llevar a cabo las transformaciones necesarias que incluyen una política antiinflacionaria adecuada a un Proyecto Nacional para Argentina.
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