Implosión o explosión

Entre el fuego granizado del gobierno y la incapacidad del campo popular para canalizar las penurias

 

En la última quincena de agosto, presenciamos un súbito deterioro de la supuesta fortaleza política gubernamental. El conventillo interno de La Libertad Avanza, las acusaciones cruzadas en torno a la evidente campaña a favor de la libertad de militares que cometieron crímenes aberrantes bajo la dictadura, han sido sólo una parte de los síntomas de deterioro interno.

La presión que ejerce externamente Mauricio Macri sobre el trío que hoy toma las decisiones en el gobierno –Milei, su hermana y Santiago Caputo– en aras de “salvarlo” o “ayudarlo” también genera altísimas tensiones que no está claro cómo se resolverán. Algunos analistas minimizan el problema y sugieren que los actores en pugna estarían posicionándose para las elecciones del año que viene. Sería realmente insólita esa preocupación electoralista, pensando en el escenario económico y social absolutamente incierto que se observa en el corto plazo.

No es una incertidumbre en relación a cuestiones triviales: el debate en torno a la eventual devaluación del peso y su magnitud encierra también la quiebra de la mística oficial en torno a poder domar la inflación, la quiebra y licuación de la palabra presidencial, y objetivamente la profundización de la caída de los ingresos de la mayoría de la población.

Las divisiones, peleas, denuncias, amenazas y rumores de carpetazos diversos que se pueden observar o escuchar en estos días muestran un potencial de ingobernabilidad que se podría acentuar o menguar según las negociaciones de alto nivel actualmente en marcha entre los dueños de LLA y el PRO.

Las dos votaciones parlamentarias en que fue derrotado por paliza el gobierno –sobre fondos para el espionaje político y sobre recuperación parcial de los haberes jubilatorios perdidos– son una exhibición de cuál pudo haber sido su situación permanente desde hace nueve meses, si no fuera porque claramente es sostenido no sólo por el PRO (con el cual las coincidencias programáticas son casi totales) sino por radicales y el bloque pichettista, que posan públicamente de moderadores del extremismo oficial.

Se entiende que en ese aluvión de votos parlamentarios anida una amenaza de eventual juicio político, expediente exhibido por Macri para ablandar a Milei y su entorno, y llegar a un acuerdo satisfactorio para sus negocios y también sus cuentas pendientes con el Poder Judicial.

El núcleo mileísta oscila entre la desconfianza hacia el empresario-dirigente, el apego a la ortodoxia discursiva intransigente, y un tenue reconocimiento de que no tienen cuadros para gobernar el país, ni fuerzas parlamentarias significativas, ni idea de muchísimas cuestiones relevantes en los más diversos terrenos de la vida pública, en los que hacen agua.

La Argentina partidocrática parece discurrir por un mundo diferente al del estropicio social que está generando el gobierno extremista, suponiendo una normalidad en la vida cotidiana, que cada día existe menos, y empezando a imaginar lugares en las listas y acuerdos comiciales varios.

Pero el arrasamiento acelerado de los bolsillos de los sectores medios no se parece a la metáfora del sapo que va siendo cocinado de a poco adentro de la olla puesta sobre el fuego, para que no salte.

Es sabido que las situaciones sociales desequilibradas no tienen traducción directa y clara en el escenario político, y menos en el ideológico. Basta repasar algunas expresiones que circulan con cierta frecuencia en la escena política y económica para ver cómo la degradación ha alcanzado al mundo de las palabras.

 

Etiquetas que mienten (1): el nacionalismo

El nacionalismo ha demostrado ser, a lo largo de la historia de los últimos siglos, un sentimiento poderoso, y también el motor de proyectos políticos de enorme impacto histórico.

El nacionalismo argentino tuvo un origen bastante reaccionario, copiando algunos tics de los nacionalismos europeos, como su carácter elitista, excluyente y autoritario. De todas formas, cuando finalmente arribó al poder en 1943 una corriente militar nacionalista, dio paso a una versión completamente novedosa, democratizante en un sentido profundo, y popular, con la particular síntesis que articuló Juan Perón en su acción de gobierno.

Sin embargo, por afuera de ese fenómeno de masas, continuó su curso un nacionalismo reaccionario, que nunca encontró un lugar serio en la política local, ni supo proponer un discurso que lograra referirse a los problemas concretos que enfrentaba la Nación Argentina.

Ese nacionalismo quedó como una cáscara vacía y arcaica, mientras que el nacionalismo popular era perseguido y atacado por uno de los actores favoritos de ese nacionalismo de derecha: las fuerzas armadas.

Esas fuerzas armadas, sagradas para el nacionalismo reaccionario, fueron las protagonistas de uno de los ataques más furibundos a la nación concreta, la que produce, trabaja y piensa, bajo la forma del proyecto “occidental y cristiano” del Proceso de Reorganización Nacional y de su súper ministro liberal corporativo, José Alfredo Martínez de Hoz.

Es fundamental entender que en esa dictadura cívico-militar se pudo advertir un elemento central para las elucubraciones político-ideológicas argentinas: el nacionalismo verdadero, el que pretende construir proyectos nacionales exitosos y potentes, no cuenta con apoyo alguno en los sectores dominantes argentinos –ni de los grandes empresarios, ni de la gran prensa, ni de los políticos que los representan– que hicieron y siguen haciendo su apuesta por el endeudamiento externo, las privatizaciones y extranjerizaciones, y el arrasamiento de la industria y la ciencia nacionales.

El supuesto nacionalismo de derecha no es más que un patrioterismo formal y superficial, sin ningún anclaje en la realidad. El sólo hecho de concebir que en este gobierno, extremadamente antinacional y extranjerizante, pueda haber algún “nacionalista” es afirmar una superchería suprema.

Por si algún incauto preguntara: pero entonces, ¿en qué consiste ser nacionalista hoy?, van aquí algunos ejemplos desordenados, que de ninguna manera agotan una agenda nacionalista seria: defender y consolidar la soberanía argentina sobre el Río Paraná, promover la construcción del Canal Magdalena, terminar definitivamente con el insólito caso de usurpación en torno al Lago Escondido, reimpulsar a nivel mundial la campaña por la recuperación de las Islas Malvinas Argentinas; y en el terreno específicamente económico, proteger y potenciar el desarrollo de la ciencia y tecnología nacionales, de un entramado productivo vigoroso capaz de proveer los principales bienes y servicios a nuestra población, impedir el acceso a las áreas de decisión del Estado a personas cuyo patrimonio está radicado en el exterior, o acabar con la situación absurda de que las grandes empresas que ganan mucha plata en la Argentina paguen impuestos en otro país.

Si a alguien no le importan estos temas, pero sí se conmueve cuando ve una escarapela o un uniforme, no es un nacionalista, sino un nostálgico de un pasado militarista de entrega nacional.

 

 

 

Etiquetas que mienten (2): el republicanismo

Cosas que quedan en el olvido, en el vértigo de la política nacional: la sigla PRO sintetiza “Propuesta Republicana”. Esa fuerza política fue creada como una forma de aglutinar espacios sociales conservadores, hostiles al kirchnerismo, y tomó como aglutinante ideológico la idea de República, es decir de un conjunto de instituciones establecidas por la Constitución Nacional y que teóricamente los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner habían violentado. Para defender la “república”, había que desalojar a los K y poner en su lugar a gente seria, decente, respetuosa de las instituciones y servidora de los valores republicanos.

Hasta allí, habría derecho a extraviarse en el mundo de las palabras y pensar que los descarriados “populistas” debían ser reemplazados por gente de bien.

Pero la impostura empieza inmediatamente, apenas se desciende de las nubes de Úbeda del relato construido por Durán Barba y otros ideólogos, al terreno de la cruda realidad.

Empezando por quien habría de ser el encargado de encabezar tan noble misión republicana de emprolijamiento institucional: el empresario multi-judicializado Mauricio Macri. Quien procedió a organizar durante su gobierno, secundado por toda su fuerza política, una tarea de persecución institucional contra la oposición, contando con la colonización de espacios claves del Poder Judicial por parte de su espacio político, siendo respaldado en forma monotemática por la gran prensa adicta y asociada en los negocios particulares, utilizando para esos fines políticos facciosos a los servicios de inteligencia del país, puestos al servicio del espionaje antidemocrático. Para no mencionar los negociados “republicanos” que se fueron acumulando a lo largo de gestión, cuya dilucidación pasó a manos de la propia Justicia adicta al macrismo.

Por si todo esto no bastaba para pisotear la idea republicana, y develar lo grotesco de su uso por parte del capitalismo de negocios, esa fuerza terminó apoyando al actual experimento autoritario, que bastardea las instituciones, ataca las prácticas de convivencia civilizadas, y pretende construir un potente aparato de persecución y represión política.

El PRO –Propuesta Republicana– y aliados apoyan explícitamente a esta gestión, que viene demoliendo cotidianamente las instituciones de la República. El PRO y sus partidos vasallos debieron haber aclarado, desde el momento en que ingresaron a la política nacional, que lo que ellos entienden por República es la propiedad privada de los ciudadanos más ricos, que es lo único que realmente les importa y promueven.

 

 

 

Etiquetas que mienten (3): el desarrollismo

Recientemente Horacio Rodríguez Larreta hizo una reaparición pública en la que de alguna forma oficializó su alejamiento de la fuerza que contribuyó a formar, el PRO, de tan triste trayectoria en el período 2015-2019 al frente del gobierno nacional. Parecía el candidato puesto de la derecha argentina para las elecciones presidenciales del año pasado, pero la radicalización y la furia ideológica promovidos por los medios y su propio espacio político lo dejaron completamente fuera de posibilidades de acceder a la presidencia de la Nación.

Seguramente Larreta evaluó que su proyección política en un espacio degradado, donde no sólo no se cuestionó el liderazgo de Mauricio Macri luego del desastre que realizó como Presidente, sino que privilegió en su alienación antikirchnerista a la entronización de personas mediocres y violentas como Patricia Bullrich, era nula.

Por si eso no bastara, esa derecha convertida en colectora ultraderechista terminó votando para Presidente a un personaje de las características de extremismo patológico de Javier Milei.

En su nuevo lanzamiento, Larreta desenfundó la bandera del desarrollismo, que también supo usar y atribuirse Macri en su momento hegemónico. En las boletas de La Libertad Avanza –gobierno modelo en materia de políticas públicas anti-desarrollo– habitaron diversos personajes que se autodenominan “desarrollistas”.

En la historia del pensamiento económico latinoamericano, el estructuralismo y el desarrollismo ocupan un lugar destacado. Las teorías desarrollistas fueron formuladas en un momento histórico, los años ‘40 y ‘50, en los que nuestra región mostraba signos alentadores en materia de industrialización y de cambio productivo general, que permitían soñar con la idea de que si se impulsaban decididamente desde el Estado acciones que estimularan más el desarrollo de las fuerzas productivas, especialmente la industria y el desarrollo científico tecnológico, podríamos superar el atraso relativo que nos separaba de los grandes países industrializados, y gozar por lo tanto de los mismos estándares de vida que se admiraba en aquellas potencias.

El controvertido período de la presidencia de Arturo Frondizi quedó como un mito nacional en cuanto a la convocatoria a la inversión extranjera directa para acelerar la industrialización y la sustitución de importaciones petroleras. Eran otras épocas del capitalismo mundial, en las cuales los gobiernos nacionales priorizaban el crecimiento económico y el pleno empleo, y donde la inversión extranjera era productiva.

Nadie que haya militado en los proyectos de apertura económica, debilitamiento del Estado y remate de los activos públicos puede aspirar a llamarse desarrollista. La dinámica que impone el capitalismo globalizado en la periferia es la de la vuelta a la economía primarizada, la asunción de los países “irrelevantes” de un papel completamente subordinado a las necesidades de acumulación de las multinacionales provenientes de los países centrales.

Toda la derecha realmente existente en el mercado político argentino no tiene un ápice de desarrollista, sino de mera buscadora de prebendas individuales a costa de lo que sea. El desarrollismo de Frondizi tenía una fuerte impronta de integración nacional, tanto territorial como social. Aldo Ferrer, otro digno exponente de esa corriente, supo combinar el desarrollismo productivo con el nacionalismo económico y el distribucionismo integrador.

Ninguno de esos elementos conceptuales fundamentales del desarrollismo histórico figura siquiera en la agenda de las diversas opciones “desarrollistas” que promueve la derecha local realmente existente, o la nueva centro-derecha que pretende fundar Rodríguez Larreta.

Más bien se diría que, por su propia práctica en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, más que interesarle un proyecto nacional de desarrollo, le interesan los proyectos privados de desarrollo inmobiliario.

 

 

 

 

El desamparo

Lo cierto es que estos nueve meses de gobierno no sólo no repararon ninguno de los problemas previos que tampoco supo resolver el gobierno anterior, sino que el ideologismo reaccionario que caracteriza a la actual gestión ha llevado las condiciones de vida populares a un deterioro muy doloroso. Muchísima gente siente, vive, el desamparo.

Esta sensación no se explica solamente porque el gobierno lance fuego granizado desde las alturas sobre la población, todos los días, en forma incesante e inmisericorde. Desamparo es también que los partidos, organizaciones, sindicatos, instituciones y corrientes diversas que componen el vasto entramado de la representación de lo popular, no logren articular respuestas significativas que puedan canalizar la penuria popular, frenar el despojo al que son sometidas las mayorías y marcar una perspectiva política esperanzadora. En principio, sería muy valioso comenzar a transmitirle a tanta gente la sensación de que “no estás solo, somos muchos”.

El desamparo es que no aparezcan campañas públicas, masivas, a favor de los ingresos de los jubilados, de los asalariados, de los desocupados, de los chicos con hambre. Que las paredes no griten contra los aumentos de colectivo, de subte y de otros servicios públicos que están empobreciendo y arruinando a la población.

Y el desamparo, también, es que el candidato que compitió contra Milei, y que recibió nada menos que 11 millones de votos para no hacer estas políticas, esté ausente de la escena pública, como si no fuera opositor, como si no tuviera nada importante para decir contra el desquicio nacional que se está haciendo. ¿Es todo una ficción?

Pareciera que la única posibilidad de que la actual gestión sufra algún contratiempo político serio sería debido a una crisis auto-generada, tanto en el terreno político, por pujas de poder y de posiciones en el control de Estado, como por enfrentamientos entre distintas fracciones del capital, que en ocasiones apuestan a decisiones de política económica opuestas, en base a sus propios intereses sectoriales. Como se juega mucha plata, y son tan inescrupulosos como indisciplinados, puede ocurrir cualquier cosa.

 

¿Teníamos con quién? Foto: Luis Angeletti.

 

 

La antipatria, ¡afuera!

El proceso económico que conduce Milei está provocando el progresivo hundimiento económico y social de cerca del 60% de la población. Cierta parte de este vasto sector votó a Milei, pero muchos otros no. El millón de niños que se van a la cama sin cenar, seguro que no lo votó.

Por ahora, estamos viviendo y conociendo un conjunto de situaciones individuales en donde la estrategia es personal, defensiva, frente a la hostilidad del medio ambiente en el que se vive, provocada por la afición gubernamental a realizar transferencias masivas de recursos de la base social hacia las grandes empresas.

Millones de personas sufren en su intimidad las limitaciones, las carencias, las faltas de bienes y servicios mínimos necesarios para tener una vida aceptable.

Esto deriva en daños físicos y psíquicos, deterioros en el ambiente familiar y en la propia subjetividad. Esa es la implosión: el daño hacia adentro, en el límite de las paredes de la casa, en el propio cuerpo, en el hábitat más íntimo.

La alternativa a esa implosión que degrada la condición humana, es la de expresar hacia afuera todos esos sentimientos, toda es bronca por la injusticia y la crueldad oficial. Es negarse a deglutir la agresión económica y el desprecio del gobierno, que no es otra cosa que un instrumento de los grandes capitales y los grandes intereses transnacionales contra el grueso de la población.

No es uno, individualmente, el culpable de las propias penurias, sino el extremismo ajustador de un gobierno conducido por empleados alucinados del gran capital.

Es justificado el derecho a la protesta, al enojo y a la furia, cuando el otro no es más que antipatria.

 

 

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