No hay estrategia de control que frene eternamente el poder de la verdad
Las encuestas de opinión han descubierto que la imagen del presidente Macri cayó mucho en las últimas semanas. Todo parece indicar que el gobierno ha dado crédito a este dato y lo ha tomado como una alarma que le habría llevado a anunciar la reducción de cargos políticos (en número equivalente a los que había ampliado), la congelación de sueldos para los funcionarios con cargos de designación política por el Gobierno Nacional (cargos que el gobierno había designado con sueldos altos) y la exclusión de la administración pública de familiares de los ministros del Gobierno Nacional (familiares que habían sido designados por esos ministros). Estas medidas simbólicas, se presume, corregirían la realidad de una opinión pública contrariada porque, como dice el manual de campaña, lo más preocupante es la evolución de la imagen de los candidatos, la de los adversarios y los votos. Son las relaciones entre imagen, símbolo y realidad. Pero, ¿qué sentido tienen esas relaciones en la nueva cultura que propone el gobierno?
Ya se ha denunciado el uso repetido de imágenes objetivamente dadas o subjetiva e intencionalmente construidas, para instalar discursos descalificantes de toda oposición. También se ha denunciado el componente simbólico, aunque negado por el gobierno, de una sucesión de decisiones políticas que han favorecido a los grupos concentrados del poder económico comenzando con el símbolo mayor representado por “el campo” (en tanto supuestamente evoca la idea de “nación”). Y la población ha manifestado asimismo sus reclamos y desacuerdos ante la realidad de las consecuencias de medidas contrarias al bienestar general y las acciones represivas ante esos reclamos.
Estos señalamientos ya podrían marcar diferencias y semejanzas con otros gobiernos como para empezar a tener más claridad en nuestras reflexiones, dado que la presencia de estos tres términos y sus relaciones ha sido muy fuerte en el giro lingüístico del gobierno actual. Es verdad que puede afirmarse que ningún gobierno escapa a dotar de algún sentido a estas palabras, porque todo gobierno tiene algún enfoque de la significación para sus políticas. Pero hay diferencias particulares a considerar.
Los analistas de opinión atribuyen esa caída de la imagen presidencial, que habría atravesado el escudo mediático de protección, a tres causas: la reforma previsional, la actitud ante la desaparición del submarino ARA-San Juan y los abusos del ministro de Trabajo con una empleada suya más la designación de algunos familiares en el Estado. Y como el gobierno aprendió que a veces es necesario que el candidato (hoy electo) intervenga en un conflicto para reforzar su imagen en el conjunto de los electores, de allí sus anuncios.
Pero si esto es así, ¿cómo se explica que tantos hechos graves anteriores no hayan sido percibidos con la misma intensidad? ¿Será producto de lo que los consultores llaman ‘daño oculto’? ¿Cómo entender esa disociación previa y aún presente en parte de la población entre una percepción pública favorable, un discurso gubernamental engañoso y una realidad social y económica regresiva para la mayoría? ¿Cuál es la función del conocimiento en nuestras opiniones de la vida cotidiana y la imagen de nuestros gobernantes?
El ciego de Molyneux
En una carta del 2 de marzo de 1693, el científico irlandés William Molyneux le planteó el problema de un experimento mental al médico y filósofo John Locke. El problema formulaba un interrogante sobre la reacción que tendría un ciego de nacimiento si recuperara su vista y pudiera ver un cubo y una esfera que antes reconocía y nombraba por el tacto: “Un ciego de nacimiento que distingue por el tacto un cubo de una esfera del mismo metal y tamaño similar, ¿podrá identificarlos, sin tocarlos, si alcanzara la vista?” Locke, como buen empirista inglés atento a lo que dicen los sentidos, respondió diciendo: “…Soy de la opinión de que el ciego no podría, a primera vista, decir con certeza cuál es el globo y cuál el cubo, mientras sólo los viera, aunque por el tacto pudiera nombrarlos sin equivocarse”. Otros filósofos, y entre ellos Leibniz, respondieron afirmativamente desde un racionalismo que privilegiaba los fundamentos últimos de la razón: cualquiera de los sentidos no puede dejar de captar los conceptos trascendentales de tiempo y espacio.
El experimento de Molyneux abrió una polémica que aún no ha sido resuelta entre los partidarios de los sentidos como fuente primaria del conocimiento —empiristas— y los partidarios de la razón como fundamento básico para la construcción del conocer — racionalistas—. La cirugía ha ido resolviendo en modo creciente innumerables casos de cegueras de nacimiento, pero ninguno de ellos ha sido concluyente para distinguir si aprendemos a ver a través de los sentidos o si la vista es una facultad de la aprehensión a priori del espacio. Hace unos años (2011), el Instituto de Tecnología de Massachusetts realizó un experimento con niños ciegos de nacimiento que habían recuperado su vista y aunque en modo inmediato los niños no sabían reconocer lo que antes habían palpado, en pocos días ya adquirían esta habilidad.
Este debate en torno al origen del conocimiento, aún con su fuerza metafórica, y si bien nos permite precisar cuestiones de relevancia para nuestros interrogantes, no aplica en modo directo a la opinión, que es un saber intermedio entre la ignorancia y el conocimiento y cuya diferencia es la incertidumbre de sus afirmaciones al tener conciencia de que frente a la misma existen opiniones contrarias. La opinión es un saber que nos permite juzgar sobre las apariencias y nos abre un acceso al mundo de los cambios. Pero esa opinión en cuanto saber individual no es lo que estudian las encuestas de opinión sobre la imagen presidencial. Aquí se trata de la ‘opinión pública’, que más que un modo individual de saber es un modo social de actuar ante la realidad sobre la cual se da opinión. Y un modo de actuar, por cierto, que no necesariamente se relaciona con otro modo social de actuar que es el voto. Lo interesante es darse cuenta de que la opinión individual, sin ser opinión pública, nos permite juzgar sobre las apariencias y actuar socialmente para ser parte de esa llamada opinión pública.
El mensaje: proyección, negación, represión
¿Cómo entender entonces ese cambio de imagen? El gobierno actual, para ser elegido, se esforzó en captar el voto de una masa de electores poco informados y politizados, capaces de cambiar de posición al recibir un mensaje adecuado. En lugar del ‘pueblo’ o ‘la patria’ prestó atención en su mensaje a los grupos con gustos e intereses contradictorios, diseñando formas propias para cada uno de esos grupos, tratando de penetrar en el gusto personal de cada uno de sus miembros individuales con una visión individualista o atomista de la ciudadanía, contraria a todo universalismo y entre ellos al de los derechos humanos.
Antes y después, el gobierno privilegió la imagen antes que el valor simbólico de la palabra. Las imágenes pueden ser subjetivas (como el retrato que un pintor hiciera del presidente con todas las diferencias que habría si ese pintor fuera realista, impresionista, cubista, etc.) y objetivas (como pueda serlo una fotografía que se tome del presidente Macri). Pero el gobierno trató y proyectó a la imagen como objetiva para atacar a sus adversarios mostrando los billetes que robaban, contaban o supuestamente enterraban bajo tierra, mientras trataba como imagen subjetiva, abstracta e invisible a la del dinero propio acumulado en las cuentas en el exterior. Detuvo y expuso a opositores políticos con vestuario de delincuentes de alta peligrosidad y así construyó imágenes negativas de sus adversarios para afectarlos ante el conjunto de la población. Y pasó de una crítica siendo opositores, por el abuso de cadenas nacionales y medios públicos de comunicación, al distraído silencio como gobernantes ante la crítica por su blindaje mediático realizado por los medios privados de comunicación.
La simbología mudó del gobernante en comunicación con la población festejando en la plaza pública, al baile festivo de los gobernantes aunque disociado de la represión ordenada en el espacio público. De la retórica discursiva de la política tradicional se pasó a privilegiar los actos festivos de una suelta de globos o el baile en el balcón simbólico de los discursos al “pueblo”. Los símbolos convencionales del poder popular se dejaron de lado pero los símbolos del poder nacional y extranjero concentrado se renovaron. En ese marco, la Gendarmería pasó a ser un símbolo protegido e indiscutido como fuerza represiva.
Las promesas de una nueva realidad (pobreza cero, unión de los argentinos y lucha contra el narcotráfico) se alcanzaron en su versión contraria. Y la realidad de una existencia como sujetos de derechos esenciales, pasó a ser la realidad de una existencia incierta en el vivir (“el reality show venció al show de la realidad”).
La condensación de imagen, símbolo y realidad
Pese a todo, el gobierno pudo mantener mediante una proyección contínua de ataque-defensa la confianza en la imagen proyectada de las nubes de la felicidad en el país de las maravillas. Sin embargo, la imagen objetiva (auditiva) de la grabación de un ministro abusando de su empleada, siendo su ministerio (Trabajo) el símbolo del debido respeto a las relaciones laborales, y con la realidad de tener a su empleada en negro mientras nombraba a sus familiares legalmente, rompieron en su triple condensación al paradigma de regeneración moral del gobierno fundado en una imagen ilusoria, una simbología anticonvencional y una realidad virtual.
Otro tanto puede decirse de las que se consideran causas complementarias del deterioro de la imagen presidencial. La imagen objetiva de su ausencia y falta de sensibilidad responsable ante un símbolo del compromiso en la defensa de la soberanía nacional como el ARA-San Juan, y ante la realidad inocultable de la muerte de todos sus tripulantes, resultó el segundo acontecimiento de condensación de significados de los términos imagen, símbolo y realidad, en sentido contrario al cultivado esmeradamente por el gobierno. La imagen tenía una objetividad universal contraria a las variaciones subjetivamente individuales que el aparato proyectivo del gobierno venía cultivando. El símbolo no permitía ser puesto en duda en modo anticonvencional, ni siquiera por las visiones más informales de pensamiento. Y la realidad de la muerte revelaba a cualquier cultor del todo fluye que hay cuestiones que permanecen como valores a respetar.
Del mismo modo, y con una intensidad de innecesaria comparación, ocurrió con la reforma previsional. Las imágenes de las manifestaciones masivas de oposición y reclamo, frente a símbolos de la mayor vulnerabilidad como los jubilados y otros afectados por la reforma, y la realidad de la afectación, insensibilidad, abuso y represión gubernamental, se condensaron igualmente en una significación contraria a la de las políticas de un gobierno pragmático neoliberal.
El gobierno ha podido sostenerse mediante el engaño, la manipulación y la mentira, combinadas con la inducción a la subjetivación individualista de los hechos sociales, la negación de sus actos perjudiciales y la represión de las resistencias al control de los modos organizados de oposición. El problema es que su teoría de la significación es falsa y la verdad como enlace de interpretación a las estudiadas estrategias de control, más tarde o más temprano terminará dando razones que sostengan a las opiniones individuales en modo más cercano a un conocimiento verdadero de la realidad y las integren a la opinión pública.
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