GONZÁLEZ Y LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA
Era un revolucionario, no aceptaba ninguna enunciación que cerrara la posibilidad de conquistar otra sociedad.
Horacio González tenía, y con razón, una posición muy crítica respecto de la economía. De la economía tal cual se constituyó como disciplina en el presente, sustentada en la centralidad excluyente del homo economicus. Esa posición de González, que militaba en el pensamiento crítico, confrontaba con el conservadurismo académico. Horacio da cuenta en Restos Pampeanos sobre la caída de las ciencias sociales en la trivialidad, el tecnicismo inocuo o la rutina de las oficinas de expertos en sondeo oficial, pero lo hace sin ubicarse en la reivindicación de un ensayismo antimodernista, a la vez que advierte sobre “el modernismo que convierte su trajín en un apéndice indolente y terminal bibliográfico de lo que ahora se llama imprecisamente globalización”. El paper de economía, pretencioso de la verdad objetiva, formal, repetitivo, sin conjeturas, pobre en conclusiones y temeroso del cuestionamiento hegemónico, es el modelo paradigmático de esa terminal bibliográfica.
El funcionamiento de la economía capitalista ya no es el mismo que describió Marx en la Contribución a la crítica de la economía política, donde quedaban escindidas la esfera de la producción y la esfera de la reproducción, separación en la que la dimensión de la jornada de trabajo jugaba un rol clave entre los tiempos asignados a la producción como ámbito organizado entre poseedores de medios de producción y desposeídos de los mismos, y los de la parte del día que se conservaba para la reproducción, en que se constituía la vida privada. La economía oficial hoy supone al hombre como un sujeto maximizador, una racionalidad individualista y excluyentemente racionalizadora del óptimo individual. Tanto en la esfera de la producción como en la del consumo. La alienación del trabajo es completada por un consumismo desenfrenado e inducido de quienes están formalizados en la producción, diferenciados de una masa creciente marginalizada de los bienestares ofrecidos y altamente vulnerable.
La idea del semejante fue despreciada por el neoliberalismo que instrumentalizó la “igualdad de oportunidades”, como consigna de combate contra el ideal de la Igualdad, en una dialéctica que ofrece a la competencia como alternativa antagónica a la cooperación. Para el mundo del homo economicus, la cooperación conduce a la improductividad y la competencia al bienestar. Hay una tergiversación del carácter de la condición humana, que presume del predominio de la conveniencia individual por sobre cualquier otro rasgo. Esta premisa neoliberal destroza el Humanismo, ideal que tiene diversas vertientes en las tradiciones de corrientes laicas y religiosas. Ni la paz entre los pueblos, ni el derecho a la vida constituirían en la Economía del sujeto maximizador, derechos surgentes del reconocimiento del otro, ni de una condición colectiva de la Humanidad, manifestando esta última un ideal popular de una larga tradición histórica, en textos y culturas de las más variadas geografías, sin reconocer origen en una sola y adoptada por otras, sino como un encuentro de tradiciones que facultan a sospechar al hombre social como categoría oponente al homo economicus. Los que pregonan el paradigma del sujeto maximizador, adhieren a la premisa que esos derechos de paz y vida sólo podrían ser eventualmente alcanzables bajo la concurrencia de intereses coincidentes, nunca resultantes de la vocación de fraternidad, consigna clave de la Revolución Francesa.
Por eso la agudeza intelectual de Horacio González lo llevó a la propuesta situada en otra tradición, la de la crítica a la economía del liberalismo neo. Desde ese lugar expresó que “el cuidado intenso de las vidas no debe ser ni una rutina, ni una estadística ni un patrullaje. Debe tener también su economía política, su proyecto de distribución de responsabilidades colectivas, su plan maestro para el habitar, el educar, el curar y el vivir, que es la escucha para estar activos ante los legados culturales”. En este mismo artículo de la revista Tecla ñ del 23 de abril de 2020 que tituló Antígona, la inhibición de acompañar a familiares en velorios y entierros, Horacio acepta las duras restricciones a las que la pandemia obliga, pero a la vez reconoce que el señalamiento de esa prohibición por parte de Giorgio Agamben como una renuncia a un hecho cultural ancestral y muy doloroso. Y a la vez contrasta inmediatamente esa prohibición con la posición de los grandes monopolistas y rentistas de la financiarización. Interroga dramáticamente sacudiendo la lógica del poder económico concentrado: “¿Recién nos damos cuenta que en la razón de la producción (tanto de insumos, productos terminados o mercancías simbólicas) hay una pregunta implícita?
Es esta: "¿Cuántas vidas deben sacrificarse para construir un alto horno, una plataforma submarina, una serie de caños sin costura, una central hidroeléctrica, un banco de datos, un aeropuerto? Eso está calculado, las estadísticas son en verdad ciencias del destino, las filosofías más agudas del siglo XX lo han denunciado. Se trata del mundo de la escasez, donde hay una cantidad de sobrevivencias y sacrificios computados y ya deducidos. No es que la razón calculista de las corporaciones sea inhumana. Tiene otra idea de la humanidad”. Es una idea de humanidad sin Humanismo.
Los liberales neo han impuesto a la economía una sola verdad teórica, y la separaron prolijamente de la política, de la sociología, de la antropología. La convirtieron en una praxeología de la escasez para un sujeto constituido por la pulsión excluyente del maximizador de beneficios, consumos e ingresos. Una máquina política de des-socialización. Horacio sumó a su mirada crítica de esa Economía del mainstream, manifestada en las referencias expuestas, otra gran preocupación, que militó consecuentemente en los años previos, en largas y profundas reflexiones en sus habladas en Carta Abierta: la no neutralidad del cambio tecnológico, y especialmente sus perfiles negativos en el terreno de la comunicación y sus medios. La reducción de los discursos a la frase corta en las redes.
El desarrollo de las redes sociales que introdujeron estilos de intervención que liquidaron la fundamentación, la velocidad y tiempos cortos de la televisión que despreciaron la posibilidad de un encuentro dialógico que permitiera el desarrollo de ideas y la controversia creativa no eran leídos por Horacio González como una consecuencia inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas. Tuvo una mirada inspirada en la crítica de la economía, respecto a que esas metodologías no eran independientes de una trágica concentración del poder económico que se había apropiado de los medios de comunicación para destruir la posibilidad crítica.
La elección de Funes de Rioja al frente de la UIA para combatir al gobierno del Frente de Todos es fruto de una alianza entre Rocca, quien desafió desde el principio de la pandemia la política gubernamental para enfrentarla –incluyendo el incumplimiento de la Ley— y Magnetto, quien lidera el alineamiento de la concentración mediática para la globalización que despliega el proyecto de humanidad sin Humanismo.
Hoy se oye repitentemente que los contagios no se dan en los lugares de producción. Se dan en los encuentros sociales, especialmente en aquellos que tienen lugar fuera de los locales comerciales. Es obvio, porque el capital disciplina. Custodia la no interrupción de los procesos de trabajo y la generación continua de ganancias, también necesarias para servir las rentas financieras. Por eso los cuidados que implementa no abrevan en criterios humanitarios sino en la avara protección de beneficios. Ya no se interrumpen los procesos productivos. Las grandes empresas han ganado durante la peste, muchas pymes se han fundido, los salarios permanecen deprimidos por el desacato del gran empresariado a las políticas de administración de precios del gobierno democrático.
Cuando se promete una futura recuperación económica y se clama por evitar cualquier corte que cierre la actividad productiva, se presumen tasas de crecimiento de la economía o supuestas inversiones que vendrían si se fortalecen las ventajas del capital respecto del trabajo. Así lo promueve el vocero-encargado que impusieron Pagani, Rocca y Magnetto en la UIA, cuando pide quitar la restricción sobre los despidos y la precarización de las indemnizaciones. También reclaman reducir el gasto social. Si el paradigma verdadero es el del homo economicus, no podrían reclamar algo diferente. Como tampoco la cadena agroindustrial podría hacer otra cosa que llamar a lockouts patronales frente a restricciones de exportaciones o a la suba de las retenciones. Hay un riesgo no sólo coyuntural en esta lógica de naturalización, instituyente de una fusión entre un orden social injusto y la consolidación del dispositivo del Fin de la Historia. Esta economía en la que la virtud es el crecimiento, la atracción de “inversiones” y la estabilidad de los mercados merece una crítica sin atenuantes de la intelectualidad del campo popular. Hay que atender la razón de Horacio. Y preguntar: ¿crecer para qué? ¿Dónde invertir? ¿Cómo distribuir? ¿Cómo igualar? ¿Cómo dialogar la relación con la naturaleza? ¿Cómo consumir para vivir y no a la inversa? ¿Cómo transformar la relación entre tecnología y cultura, desarticulando la orientación actual que tiene fuertes tendencias a antagonizarlas?
Texto y acción política
González señalaba en otro artículo publicado por la Tecla ñ, El tabú de la correlación de fuerzas, que “abrir las compuertas de la producción se convirtió en una consigna contra los gobiernos que habían postulado la 'primacía vital'—unos pocos, entre ellos el de la Argentina—, para hacerlos ceder en vista de que tampoco era posible reconstruir una economía de otro tipo, al margen de la estructura financiera que no cesa de retozar con la quiebra de las naciones, de las que ni quisiera podrían hacerse cargo, pero no lo quieren, pues es engorroso pagar el sueldo de médicos, maestros y empleados del Estado. Solo quieren saborear el jugo que sigue goteando del pago de las viejas y nuevas deudas, asfixiando a los pueblos con sus reclamos de usura, que son la ruta paralela al virus… No pienso que debamos ser exclusivamente los hijos de un pensamiento que se basa en la correlación de fuerzas, tal como la pueda establecer algún extraño aparato de medición de energías sociales consolidadas. No puede nadie ignorar la situación que atravesamos, primero, una enfermedad globalizada que inmoviliza a las sociedades y difunde un sentimiento de autoprotección desconfiado y huraño—desde luego en medio de muestras generosísimas de solidaridad—, sumada a una inédita paralización de las formas clásicas de la economía que por tener dimensiones catastróficas, hace temblar al gran concepto humanista de 'primero la vida'".
Un mes antes de morir el compañero Horacio firmaba la proclama Primero la salud y la vida y después la deuda, junto a miles de argentinos. Desde su convicción que entendía la política como el lugar de la creación de la posibilidad, no de la aceptación de lo posible. Siempre decía y reclamaba la palabra que fundara una nueva situación, sobre todo aquélla que tuviera la fuerza de un llamado. Era un revolucionario, no aceptaba ninguna enunciación que cerrara la posibilidad de la conquista de otra sociedad. Ante la crisis de las palabras que galvanizaran un cambio radical, su preocupación era encontrar la nueva palabra que lo expresara. Que expresara la posibilidad de una humanidad con Humanismo. Decía: “Ojalá que el debate y la opinión sobre cómo mantener la democracia en la Argentina, sostener alianzas viables y denunciar la conspiración en marcha de los necios, sea un compromiso tan importante como el que permita dirigirse con medidas más enérgicas hacia las grandes concentraciones de poder, que en nuestro país todos sabemos cuáles son. Si eso lo reclama un conjunto movilizado de personas que compensen en el sentimiento público las tantas manifestaciones adversas del prediseño golpista, nada sería más inconveniente que pararlas diciéndoles que antes deben sacar 'el medidor de las relaciones de fuerza'”
En Restos Pampeanos (Colihue, 2008) se lee su entusiasmo por Antonio Gramsci y habla sobre largos trechos donde el sujeto queda evaporado y no se sabe si se habla del Partido o del Libro. “Pero ambos, en esencia, son homólogos, son ambos creadores de hegemonía. Y esta es una forma viviente de la sociedad, en la cual un texto sólo puede ser leído en cuanto asume forma dramática y conmovente, sacude al lector y lo convierte en sujeto de una irrupción histórica en el mismo acto de la lectura. La nación gramsciana comienza pues por ser un acto viviente de lectura”. Texto y política. Cultura y cambio social. Diálogo y combate. Por eso el desprecio de Horacio por la economía creada para justificar el orden existente o el límite al cambio. A la economía del falso criterio de realidad. A la economía que desconoce la idea de pueblo y fetichiza a la humanidad en agentes de mercado. A las ciencias sociales de la predicción y la descripción que renunciaron a la indagación revolucionaria.
Lejos del intelectual afecto a las modas y los aplausos, Horacio, siempre crítico, siempre disconforme y con mayores exigencias ante los procesos populares, también siempre eligió desde su conciencia militante donde pararse. Atento a los debates intelectuales de las distintas épocas de su vida, nunca eligió la comodidad de ubicarse al viento de la corriente. Cuando hubo que estar contracorriente también supo hacerlo. Decidió hacerlo. Porque era un revolucionario del Humanismo, del cambio social, de la igualdad, de la justicia.
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