La función fue un éxito atronador
aunque tuvimos que ensayar
en el gimnasio del colegio.
No me asombra, porque nuestros padres
hermanos y abuelos son el público.
Soy objetivo si digo que el número
de la duquesa fue el último y el más aplaudido.
Era el tercer acto de una comedia
de Bernard Shaw y lo hicimos en inglés.
Como corresponde yo estaba muy nervioso
porque nunca había actuado
pero sobre todo porque después de los ensayos
mis compañeros me hicieron la vida imposible.
¡Ay princesa! fue lo menos que me dijeron.
Después entre hada y prostituta
se unieron para descargar su odio sobre mi.
En los vestuarios todos se alejaban
como si fuera un animal apestado.
Solo me tocaban con un puntero,
en realidad me clavaban el puntero allí
o me pegaban con las toallas retorcidas
y mojadas desde lejos.
Nada de eso sucedia en los ensayos
porque el padre Pat los habría fulminado
con la mirada y derribado de un puñetazo
como solía hacer con los díscolos.
Una tarde al terminar las clases
uno me puso el pie para que
trastablillara y me cai al piso
como una bolsa de papas.
Cuatro o cinco me patearon
sin compasión hasta que gente del Colegio
apareció y huyeron los cobardes.
Yo no los denuncié porque sería peor.
El padre abominaba de la delación
como si fuera el peor de los pecados.
Pronto entendería la razón.
Como sea que fuere, cuando salí a saludar
todas las penas se esfumaron
como por encanto.
Tuve que hacer tres reverencias
porque el entusiasmo no amainaba.
Entiendo la pasión de los actores
que tienen que hacer y decir lo mismo
noche tras noche en el colmo de la rutina.
Pero la audiencia de pie, los ¡bravo! ¡bravo!
el clap clap de la multitud
te llena el corazón
de tal manera que sufrirían cualquier
desamparo con tal de vibrar
con esos ruidos bienhechores.
Salté ingrávido hacia el camarín
levantando mi falda para no pisarla
en los escalones y caer estruendosamente.
El padre mandó que estuviera solo en el tocador
para que mis estúpidos compañeros
no me atormentaran.
Me senté frente al espejo ovalado
enmarcado por lamparitas
como muestran en las películas
y con un cisne (sí, se llama cisne)
y una crema blanca
empecé a sacarme el maquillaje.
El padre entró sin avisar
y se sentó a mi lado
mirando de perfil en el espejo
como me desmaquillaba.
Cuando llegué a los labios
hizo un gesto para que me detuviera.
Quedate así y sacate la bombacha.
Quedé paralizado por el miedo.
Había oído rumores
sobre lo que hacía el padre
con sus preferidos
pero nunca imaginé
que yo integraba ese seleccionado
de chicos bellísimos, musculosos
y excelentes deportistas.
No uso bombacha, le dije.
Estaba iracundo, congestionado:
sacate lo que sea que uses.
Estoy con medias nada más
y me eché hacia atrás,
levanté la pollera
para bajar las medias de seda
prestadas por mi hermana.
Pero el padre alterado metió sus manos
en las enaguas y me sacó primero
la media derecha y luego la izquierda,
Por lo común serio y compuesto,
Pat estaba fuera de si.
Jadeaba como un puerco.
Se desabotonó la sotana
para extraer un pene
con la forma de un lápiz
y se lo frotó con ambas palmas
como si fuera un hombre primitivo
haciendo fuego
hasta acabar encima de las medias.
Luego me apretó el cogote
con su manaza
y su azul mirada de hielo,
si hablás sabés lo que te pasa, ¿no?
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