Haití, compleja y dolorosa

De la revolución antiesclavista a las nefastas intervenciones extranjeras del presente

 

Carta abierta al señor Ernesto López

El día 7 de julio de 2024, El Cohete a la Luna publicó una nota sobre Haití cuyo autor es el Sr. Ernesto López. El título de la misma es Violencia sin control, las pandillas ligadas al narcotráfico asolan a Haití. Al tomar lectura de esta nota, desde la introducción hasta el final, entiendo que se trata no sólo de un compendio de posiciones equivocadas, sino también de un agravio al Pueblo Haitiano. De ahí mi decisión de redactar las siguientes líneas para demostrar a todos/as la falta de profundidad y seriedad del autor a la hora de intentar analizar las causas de lo que él llama violencia sin control.

¡Ojalá que estas líneas puedan ayudar a reflexionar al Sr. López y proceda, como corresponde, a presentar sus disculpas al Pueblo Haitiano!

Para evitar una inadecuada interpretación, voy copiando algunas elucubraciones del Sr. López, antes de darle mi opinión. Su artículo empieza de la siguiente manera:

“Como es sabido, Estados Unidos fue la primera colonia del continente americano que se emancipó del dominio de Gran Bretaña, en 1776. Haití fue la segunda que lo hizo, pero de Francia, mediante una guerra de independencia que se desarrolló entre 1791 y 1804. Es notable –y curioso– que desde hace no poco tiempo uno de ellos sea el país más poderoso de toda América (y del mundo) y el otro el más pobre”.

Me gustaría, ante una afirmación tan insólita, recordar que Estados Unidos es un país que se emancipó en 1776 del dominio de Gran Bretaña, por la lucha de propietarios de esclavizados y esclavizadas. Incluso mantuvo la esclavitud hasta el final de la Guerra Civil o Guerra de Secesión en 1865. En cambio, la emancipación de Haití en 1804 fue protagonizada y dirigida por los/as esclavizados/as.

Estamos en presencia de dos hechos históricos que no merecen ser mezclados con liviandad. En efecto, la historia nos enseña que Estados Unidos es un país fundado por propietarios de esclavizados/as, y Haití a la inversa. Estoy convencido, entonces, que no es correcto no tener en cuenta esta enorme diferencia entre esos sujetos históricos. Además, es menester subrayar que la Revolución Haitiana es la única revolución antiesclavista victoriosa de la historia; por tanto, la libertad conquistada en esta isla fue una contribución extraordinaria a la humanidad entera, a la justicia entre seres humanos. Rompió con el mito de la supuesta superioridad racial, con el orden mundial impuesto desde 1492, derrotando a varios imperios (español, inglés y francés) tanto en el campo de batalla como en el de las ideas.

En relación a la última frase de esta introducción: “Es notable –y curioso– que desde hace no poco tiempo uno de ellos sea el país más poderoso de toda América (y del mundo) y el otro el más pobre”, la encuentro muy temeraria. Al parecer, el autor decidió ponerse del lado de los/as que cuentan la historia de nuestro continente y del mundo desconociendo los atropellos, crímenes, masacres, asesinatos, ocupaciones militares, golpes de Estado y guerras de intervención imperialista, perpetrados por diferentes gobiernos estadounidenses.

Es como negar los gravísimos efectos de la Doctrina Monroe en la historia de Haití y de nuestro continente. Asimismo, es de suponer que, por arte de magia, Estados Unidos se convirtió en el “país más poderoso de América y del mundo” y Haití en el “país más pobre”. Ninguna teoría de cualquier disciplina de las ciencias sociales puede servir de soporte explicativo para semejante desconocimiento.

En el caso preciso de Haití, López ignora el pago de la cruel y exorbitante deuda que Francia impuso en 1825 (150 millones de francos oro, equivalentes a más 20.000 millones de dólares hoy, según los cálculos más reservados) para el reconocimiento de la independencia de este país. Se olvida también del robo manu militari de la reserva de oro de Haití, sustraída de un banco en Puerto Príncipe por un comando estadounidense en diciembre de 1914. La ocupación militar norteamericana de Haití (1915-1934) no fue, quizás, para el autor, una violación de la independencia, soberanía y del derecho a la autodeterminación del Pueblo Haitiano. Las masacres, los asesinatos de líderes revolucionarios tales como Charlemagne Péralte y Benoit Batraville, la instalación del régimen de trabajo denominado corvée (que era una nueva forma de esclavitud) que tuvieron que sufrir miles de trabajadores haitianos, no son, para López, hechos que merecen ser tenidos en cuenta a la hora de analizar la situación actual de Haití.

Otra curiosidad es que el autor da una lista correcta y exhaustiva de los gobernantes haitianos que no pudieron terminar sus mandatos, dando a entender que dicha descripción sería la explicación de lo que él llama violencia sin control. Refiriéndose a los golpes de Estado, por ejemplo, en contra del Presidente Jean-Bertrand Aristide (en 1991 y en 2004), pareciera que los estadounidenses no tuvieran nada que ver. Lo mismo hizo al hablar de la sanguinaria dictadura de la familia Duvalier (1957-1986).

Es cierto que la violencia actual tiene que ver con el narcotráfico. Sin embargo, no cabe la menor duda de que el accionar demencial de las llamadas bandas –para mí son paramilitares– tiene mucho que ver, también, con el tráfico de armas y municiones que se desarrolla desde hace ya varios años entre Estados Unidos y Haití. Y jamás –y eso resulta curioso–, a pesar de todas las pruebas presentadas –algunas por la propia ONU–, las autoridades norteamericanas pudieron poner fin a este tráfico. Es muy fácil, en este contexto, comprender que los paramilitares trabajan para la política de dominación imperial en Haití en complicidad con la pequeña élite económica dominante haitiana. En consecuencia, es una ingenuidad extrema pensar que el narcotráfico sería la única explicación a la violencia. De ahí, justifica y no condena la ocupación militar norteamericana (1915-1934), la ocupación de la MINUSTAH (2004-2017), así como la llegada ahora de los policías kenianos. Ni una sola palabra en este artículo acerca de la resistencia popular en Haití, de los sacrificios del Pueblo, de los errores de organizaciones populares y las traiciones de distintos dirigentes haitianos a la lucha por la liberación nacional y social.

Es, quizás, esta forma tan particular para aprehender una crisis tan compleja y dolorosa, como la que afecta al Pueblo Haitiano, que lleva al Sr. López a escribir al final: “Por otra parte –y mirando más hacia adelante– hay que comprender que la historia de Haití muestra que se trata de una república que paradójicamente no ha alcanzado a funcionar democráticamente bien: se ha dicho ya que solamente tres presidentes terminaron sus mandatos. Si la comunidad internacional no la acompaña, para darle consistencia a su sistema político, será difícil que salga de la recurrencia al pantano”.

En rigor de verdad, esto me conduce a pensar que, para el Sr. López, tendríamos, nosotros los haitianos, algo malo en nuestro ADN. Y este algo nos lleva a no respetar los mandatos presidenciales, a no organizar elecciones, a no cumplir con los requisitos de la democracia. En este marco, la línea argumental se enmarca dentro de planteos racistas, sin fundamento científico alguno. Postura totalmente anacrónica y anti-haitiana. Anacronismo que también se expresa cuando deja suponer que es solamente bajo asistencia internacional que los haitianos vamos a poder solucionar nuestros problemas. Semejante aseveración es inadmisible, ya que ignora por completo que los peores momentos que Haití atravesó en los últimos años fueron precisamente a causa de intervenciones extranjeras.

El caso más reciente y cruel fue el de la MINUSTAH. En efecto, soldados de dicha misión de la ONU violaron mujeres, jóvenes de ambos sexos, incluyendo niñas de 12 años. Asimismo, perpetraron masacres en barrios populares, reprimieron brutalmente movilizaciones populares, contribuyeron a manipular resultados electorales, trajeron el cólera que mató a decenas de miles de haitianos/as y hubo más de 800 mil infectados.

Por ello, sería bueno y necesario, que el Señor Ernesto López rectifique y presente sus disculpas al Pueblo Haitiano.

Respetuosamente,

Henry Boisrolin

Coordinador del Comité Democrático Haitiano en la Argentina.

DNI 92.169.908

Correo electrónico: [email protected]

Teléfono: +54 9 351210-6019

 

Respuesta a una carta abierta

 

El Sr. Henry Boisrolin –a quien no conozco– me ha enviado y hecho pública una Carta Abierta con fecha del 10 de julio del año en curso, en el que crítica la nota que publiqué en el último número de El Cohete a la Luna. Tengo muy claro que tanto el Sr. Boisrolin como quien ahora responde tenemos el derecho de escribir lo que nos parece que corresponde.

Dice Boisrolin que lo escrito por mí es un agravio al pueblo haitiano. Tiene el derecho de decirlo. Así como quien esto escribe tiene el derecho de publicar lo que le parezca adecuado.

No tengo nada contra Haití. Al contrario, viví allí durante tres años y medio. Me enamoré del pueblo haitiano y tuve una muy buena relación con el entonces Presidente René Preval. Pero no puedo dejar de tener en cuenta que en ese bello país la democracia tiende a funcionar insuficientemente.

Atentamente,

Ernesto López

Embajador en Haití 2005-2008

 

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