GUERREROS PACIFISTAS DE HISTORIETA
Volvieron las historias bélicas de Hugo Pratt, que dialogan con el Corto Maltés
Del polaco Vladimir Koïsnky es más lo que se ha dibujado de lo que se ha escrito, que a su vez supera lo que realmente se sabe. Lo cierto es que la primera vez que la historia lo menta es como joven oficial de la caballería polaca cargando contra los tanques nazis durante la invasión de septiembre de 1939. Derrotado, herido y en retirada, al llegar a Varsovia encuentra su hogar bombardeado y muerta a toda su familia. La siguiente aparición es a comienzos de 1940 sobre las arenas del norte de África, entre Libia y Etiopía, asimilado con el grado de sargento dentro del Long Range Desert Group del ejército británico. Grupo comando conocido como Los Escorpiones del Desierto, está compuesto por soldados provenientes de diversos países comprometidos directa o indirectamente con la IIª Guerra Mundial que acaba de comenzar. En su tránsito por el combate, Koïnsky obtendrá jinetas, sabiduría, algo de cinismo, moderado pacifismo, cierta crueldad y una cicatriz en la mejilla izquierda prodigada no bajo el fuego enemigo, sino en el entrevero con una damisela soviética.
Es lo último que se sabe de Koïnsky. Perdido el rastro en la posguerra, algunas fuentes poco confiables lo hacen reaparecer como propietario de una fábrica de pinceles para maquillaje, a menudo utilizados por ilustradores, pintores y artistas plásticos en general, sumamente detallistas. Versión que sería creíble si se considera la vaga posibilidad de que, en 1968, al momento de buscar un nombre para el personaje que estaba dibujando, Hugo Pratt (Italia, 1927-Suiza, 1995) posó la mirada sobre el pincel que blandía en su mano, observó la marca Kolinsky, se inspiró, se le cayó la letra L minúscula y le agregó una diéresis. Raro aunque factible, como todas las creaciones del dibujante que logró a mediados del siglo XX conformar el exclusivo equipo —muchas veces sin conexión entre sí— que transformó la historieta en novela gráfica. Al mismo tiempo que realizaba Los Escorpiones del Desierto nacía esa aventura metafísica protagonizada por el más inmortal de los personajes de Pratt, Corto Maltés.
Ni novato ni improvisado, el artista italiano para entonces ya había conocido y trabajado en la Argentina con Héctor Germán Oesterheld, guionista de la tira considerada antecedente de Los Escorpiones… y de su protagonista Koïnsky, Ernie Pike; y de otras obras memorables como Sargento Kirk y Ticonderoga. Historietas semanales cuya repercusión las reunió en álbumes individuales, dieron lugar a un nuevo género, la novela gráfica. En su extensa y fraccionada estadía porteña, Pratt mantuvo intensos intercambios profesionales con Solano López, Trillo, Pérez Castillo, Breccia, entre tantos, de cada uno de los cuales obtuvo y cedió (por más que alguna lengua mordaz asegure más de lo primero que de lo segundo) técnicas, estilos, experiencia e inspiración.
La aparición de las cuatro primeras historias de Los Escorpiones del Desierto en dos voluminosos álbumes dentro del tan confortable formato visual de 30x23 cm reúne los condimentos habituales dentro de la obra de Pratt: una violencia más tensión que sangre, los enemigos que en algún momento aúnan esfuerzos por una causa común, cierto erotismo esporádico, contundente diversidad de personalidades; el detalle en hábitos, lenguajes, indumentaria, maquinarias, herramientas, paisajes. Textos concisos, irónicos, contundentes; ilustrados sin grises, al negro pleno y al blanco llano, con la fuerza del pincel y la sutileza del plumín. Eruditos, puristas, entomólogos, historiógrafos y tomografílicos de Pratt podrán darse una panzada de su ídolo, compararlo con la serie del Corto Maltés para descubrir que emergen más las semejanzas que las diferencias y escasas reiteraciones. Que tal vez no lo son tanto sino ironías, humoradas cínicas como las respuestas de sus personajes.
Ubicados en el lugar del enemigo, los italianos —como el autor mismo— son románticos hasta perder la realidad, cantan ópera en el instante más inoportuno, de convicciones lábiles y lealtades flotantes, sin embargo simpáticos y amigueros. Al comienzo mismo del relato inaugural que le da título a la serie aparece una caracterización que se reitera: “Los italianos son impredecibles”. Se da a entender que quien lo afirma conoce la estirpe y lo demuestra: “Si está un véneto lo puedes engañar fácilmente, pero si está un napolitano querrá saber hasta con qué mujer pasaste la noche”, y sigue, en otro cuadro: “Y si está un turinés, será quisquilloso con todo, pero si es un genovés, con hablar mal del juego de bolos francés lo tienes”. Acerca de la misma afirmación en torno a lo impredecible, nada menos que dos décadas después, en la primera página de la tercera historia, Palas dancalí, el piloto del avión que lleva a Koïnsky le responde que los italianos “son capaces de perder una guerra para hacer enojar a su jefe, pero también son capaces de lo opuesto, para hacernos enojar a nosotros”. Habría que chequear esas afirmaciones con Giorgia Meloni y sus fans.
Continuidades y diferencias perceptibles, también se detectan en el trabajo propiamente gráfico de Pratt. Con el pasar del tiempo, la pluma se estiliza, el dibujo —despojado de por sí— se sintetiza aún más. En las narraciones de los años ‘80, pasa de los diez cuadros (promedio) por hoja a seis, con lo que, lejos de trabajar menos aunque así parezca, profundiza en la síntesis de modo cada vez más exigente; en el recorte de aspectos significativos, dentro de tal economía de recursos. Aumenta el criterio intelectual sin disminuir el trabajo manual. A la par, los diálogos pierden las (pocas) banalidades con que la trama tropezaba en las entregas pioneras, para avanzar en sutileza y profundidad. Aumentan los textos, proliferan los cuadros mudos, la imagen sigue constituyendo el soporte basal de la aventura. Del mismo modo, los episodios estrictamente bélicos, adquieren menor volumen y extensión, mientras que los espacios entre los combates se extienden a fin de priorizar los vínculos. No hay personajes sin importancia, pueden ser secundarios, aún furtivos, pero cada presencia se subraya en rasgos definidos, conmovedores.
La educación sentimental pre-púber de los varoncitos de mediados del siglo XX fue cultivada en una estofa de onomatopeyas y armas de juguete, primero con los vaqueros del Far West, después con los soldados matando nazis y japoneses al ritmo de lo dictado por Hollywood, los cómics mexicanos, más las revistas nacionales. Con Vietnam allá y Malvinas acá, la violencia bélica propiamente dicha, en forma paulatina fue derivada a otras fuentes, jamás extinguida. Que la saga de Koïnsky y Los Escorpiones del Desierto esté localizada en el norte de África bajo el imperio del fascismo italiano, antes del arribo de las fuerzas nazis, instala un escenario marginal, poco y nada explotado dentro del belicismo capitalista. Al resignificar esa escenografía, Hugo Pratt no sólo obtiene sustento material en un panorama por él conocido, cuando su padre fuera funcionario colonial y prisionero de los británicos. Por sobre todo instala una alteridad, el campo mítico del “había una vez” donde desplegar sin limitaciones una producción imaginaria a la vez metafísica y despiadada. Con la cual, además, se ganó el pan. Desde esta perspectiva, Koïnsky y el Corto Maltés dialogan sin cruzarse jamás, como sí lo hacen no pocos de sus respectivos personajes secundarios. Para ambos, los tiempos comunes y disímiles geografías constituyan solo, y nada menos, que los soportes escenográficos donde desarrollar lo que mejor saben hacer. Que no es la muerte ni la guerra. Todo lo contrario.
FICHA TÉCNICA
Los Escorpiones del Desierto
Hugo Pratt
Tomo 1:
Los Escorpiones del Desierto
Piccolo Chalet
159 páginas
Tomo 2:
Palas dencalí
El salón del martini seco
140 páginas
Traducción Ariela Aureli Sciarreta
Buenos Aires, 2022
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