Guerra y finanzas en tiempos de usura

El canibalismo se reproduce en todos los ámbitos de la vida social

 

“Entendemos que el poder convencional de la OTAN es mayor que el de Rusia, pero Rusia es la mayor potencia nuclear y no habrá ganadores en esta guerra”. Con estas escuetas palabras, Vladimir Putin alertó sobre la inminencia de una guerra nuclear. El enfrentamiento entre Rusia, Estados Unidos y la OTAN por el futuro de Ucrania ha escalado a instancias de una retórica que naturaliza el uso de la fuerza bruta ocultando que, en los tiempos que corren, una guerra convencional entre potencias nucleares es algo imposible. Esta paradoja carcome el esqueleto que conforma a la Unión Europea y saca a la intemperie un conflicto creciente entre los intereses de los países que la componen y la hegemonía mundial norteamericana.

Tiembla el tablero internacional y el capitalismo global monopólico muestra su verdadero rostro. La usura, ese canibalismo que desde tiempos inmemoriales amenaza a la vida humana en el planeta, hoy se esparce como un cáncer por todos los intersticios de la vida en comunidad, arrancando a dentelladas el tejido social y los colgajos de una civilización que no puede dar cuenta de sus tiempos. Atrapado en su laberinto y herido de muerte, el monstruo muestra sus entrañas. Sangrando, fuga hacia adelante y profundiza conflictos de orden político y económico que involucran al conjunto de la humanidad. Este escenario pone en cuestión el por qué de la vida colectiva y desata peligros y oportunidades de nueva índole.

 

 

Ucrania y el resquebrajamiento de la OTAN

Esta semana, el Presidente de Francia, Emmanuel Macron, ventiló la necesidad de buscar alternativas al conflicto con Ucrania diferentes a las gestadas por la OTAN y Estados Unidos. Entabló así una negociación directa con Putin, reconociendo que “el objetivo geopolítico de Rusia no es Ucrania, sino clarificar las reglas de co-habitación con la OTAN y los Estados Unidos” [1]. Esto explica, según Macron, la urgencia de encontrar “mecanismos nuevos” que permitan dar, de común acuerdo, nuevos pasos tendientes a reafirmar el acuerdo de Minsk, por el que Ucrania se comprometió en 2014 a reconocer la autonomía de la región del Donbas, donde predomina la población de habla rusa. La ruptura de este acuerdo ha sumido a esta región de Ucrania en un enfrentamiento militar que perdura hasta el presente.

Paralelamente a esta gestión diplomática, Alemania muestra reticencia a involucrarse en una guerra con Rusia, reafirmando así su veleidad de autonomía política al resistir las presiones del Presidente Joe Biden que, ante una “inminente invasión” rusa a Ucrania, ha conminado al gobierno alemán a “poner fin” al gasoducto ruso Nord Stream 2, que abastece a Alemania con gas natural ruso. El gobierno alemán ha optado por la indefinición y también se ha resistido a aumentar su presupuesto de defensa [2] y sus importaciones de armamento militar norteamericano. Estas, sin embargo, crecen al compás de la interminable demanda de la OTAN. Alemania también se niega a enviar armas a Ucrania, dando origen a las dudas crecientes sobre cuál será su rol si se desencadena una guerra.

Mientras tanto, Estados Unidos y la OTAN han escalado esta semana la presión militar sobre Rusia, enviando tropas a Polonia y aumentando el envío de material bélico a Ucrania, incluyendo misiles antiaéreos, algo que Rusia considera una provocación inaceptable [3]. Este jueves, Rusia inició junto con Bielorrusia ejercicios militares destinados a durar una semana, y seis barcos de guerra rusos entraron en el Mar Negro, anticipando próximos ejercicios navales de gran envergadura. El viernes, Biden anticipó la posibilidad de una Guerra Mundial y convocó a los norteamericanos en Ucrania a dejar inmediatamente el país.

 

Según la OTAN, se trata del mayor despliegue militar en Bielorrusia desde la Guerra Fría.

 

 

 

Guerra y usura

Desde el vamos, Estados Unidos y las autoridades de la OTAN han definido al conflicto con Ucrania como una consecuencia de una “invasión inminente” de Rusia que “puede ocurrir en cualquier momento” [4]. Detrás de esta definición del conflicto, subyace un problema más profundo: la necesidad de Estados Unidos de impedir que sus aliados europeos, y especialmente las economías más desarrolladas, escapen de su órbita de influencia económica y financiera, se expandan comercial y financieramente hacia Eurasia y alimenten el poderío mundial de Rusia y China.

Siendo la mayor masa continental del mundo, con miles de millones de población y enormes recursos naturales de importancia estratégica, Eurasia ha estado en el centro de la política norteamericana desde fines del siglo XIX. Su importancia estratégica para el futuro de Estados Unidos como potencia mundial, señalado oportunamente por Henry Kissinger [5], llevó a la política exterior norteamericana a fomentar el enfrentamiento entre Rusia y China. Este objetivo ha fracasado y la militarización del conflicto de Ucrania ha acelerado la alianza estratégica entre estos dos países. Por estos días, ambas naciones han firmado un acuerdo para “proteger la arquitectura internacional basada en el orden mundial y la multipolaridad, con las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad”. A tal efecto, han convocado al cese de la expansión de la OTAN hacia el Este de Europa, al cese de la mentalidad de la Guerra Fría en un mundo multipolar y al reconocimiento de la soberanía de China sobre Taiwán [6]. En paralelo, han firmado acuerdos de cooperación tecnológica, energética, comercial y financiera y han reafirmado su voluntad de construir un sistema de transacciones financieras independiente del dólar.

Hay, sin embargo, algo más: al privilegiar la solución militar del conflicto con Ucrania, Estados Unidos ha atado a los países europeos a la vorágine del enfrentamiento norteamericano con Rusia y China, provocando –al mismo tiempo– un cimbronazo sobre la integridad de la Unión Europea y potenciando conflictos internos al punto tal que crecen las dudas respecto al rol que jugará Alemania, la economía más desarrollada, en el futuro de Europa. Paralelamente, la militarización del conflicto permite relativizar los sacrificios económicos que tienen que hacer los países europeos para sancionar a Rusia. Esto, a su vez, oculta algo central: los beneficios económicos y políticos que Estados Unidos obtiene de estos sacrificios europeos. La suspensión de las importaciones de gas neutral licuado ruso constituye un caso testigo, en tanto ha permitido que las exportaciones norteamericanas penetren profundamente en un mercado codiciado desde hace tiempo. En 2017, Estados Unidos se convirtió en exportador neto de gas natural. Sin embargo, los precios del “gas de la libertad” [7], mucho más altos que los del gas ruso, y la carencia de infraestructura en Europa, impedían que el gas natural licuado norteamericano sustituyera al gas ruso.

Desde principios de 2018, Trump inició una campaña contra el gas ruso, acusándolo de ser un peligro para la integridad europea. Poco tiempo después, imponía sanciones económicas a las empresas europeas y rusas que participaban en la construcción del gasoducto Nord Stream 2 [8]. Finalmente, las crecientes tensiones con Ucrania a lo largo del último año dieron origen al bloqueo de las importaciones rusas, provocando una estampida de los precios del gas natural. Hoy las exportaciones norteamericanas de gas natural licuado no alcanzan a cubrir la demanda europea.

La presión norteamericana también ha perjudicado a los países europeos, integrándolos en el campo más amplio de la disputa con China. Así, por ejemplo, Lituania no sólo ya ha perdido 15.000 millones de dólares de exportaciones a Rusia, sino que su reconocimiento de la autonomía de Taiwán ha traído como consecuencia el bloqueo chino a toda importación de bienes de cualquier país que contenga componentes manufacturados en Lituania. Esta es sólo una de las instancias que revelan cómo la asincrónica de poder entre Estados Unidos y los países de la comunidad europea beneficia al primero e impone perjuicios y riesgos crecientes a los países europeos.

En un nivel más profundo, sin embargo, estos fenómenos contribuyen a revelar la existencia de un orden global basado en una acumulación del capital que se reproduce a partir de la usura, una forma de explotación en la que un polo de la relación de poder canibaliza al otro, hasta destruirlo totalmente. Esto anida en todos los aspectos de la vida social y, en un mundo plagado de armas nucleares, busca reproducirse naturalizando la guerra, amenaza la continuidad de la vida humana en el planeta y coloca a la Comunidad Europea al borde de una ruptura cuyas consecuencias se desconocen.

 

 

Finanzas y usura: el FMI

El FMI y el Banco Mundial fueron creados luego de la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de institucionalizar un nuevo orden económico global, en el cual las exportaciones norteamericanas jugaron un rol central. Hoy, el FMI constituye un instrumento central del mantenimiento de la hegemonía mundial norteamericana, profundizando su dominio económico sobre los países de la periferia. Ello se logra con un arsenal de políticas destinadas a reproducir el endeudamiento ilimitado, la extracción de recursos naturales y la dependencia tecnológica.

Hace nueve años, el FMI publicó un trabajo que demostraba que en las economías en recesión cada dólar que se recorta al gasto público achica la economía en una proporción mayor al dólar recortado. Así, los recortes del presupuesto promovidos por el FMI no sólo impiden el crecimiento económico, sino que dan lugar a un crecimiento de la proporción del endeudamiento sobre el total producido [9]. Desde ese entonces, esta elegante manera de reconocer al endeudamiento ilimitado ha caído en el olvido, sin hacer mella sobre las recetas que el FMI impone a los países altamente endeudados que no pueden acceder al crédito internacional y acuden en su ayuda para salir de la recesión y del endeudamiento. En los tiempos que corren, el FMI se presenta con “una cara nueva”, más sensible a la pobreza. Sin embargo, continúa proponiendo un brutal ajuste fiscal, condicionalidades y “reformas estructurales” que precipitan la pérdida de soberanía sobre la política económica, la recesión y la eterna sustitución de deuda vieja por deuda nueva. Esto ha creado canales institucionales para las transferencias de riqueza, ingresos, rentas y excedentes desde el país endeudado hacia los acreedores financieros privados y públicos. Al mismo tiempo, ha profundizado a los modelos de explotación económica basados en la extracción de recursos naturales y una industrialización limitada y altamente dependiente de las corporaciones multinacionales.

Corren tiempos excepcionales, pero la duplicidad entre lo que dice y hace el FMI se mantiene sin cambio. Hoy reconoce los peligros de una economía global cuya recuperación es crecientemente distorsionada por la recesión, los cambios de la política monetaria de la Reserva Federal, la disrupción de las cadenas de valor global, la inflación y el endeudamiento. También admite que en estas circunstancias los que más se perjudican son los países más pobres y de ingresos medios altamente endeudados, y que esto ocurre simultáneamente al crecimiento de la pobreza extrema, que ya supera los niveles existentes en la pre-pandemia [10]. Sin embargo, durante estos años, el FMI ha impuesto condicionalidades a los préstamos que ha otorgado, agravando la situación de los países más pobres. Más aun, ha encontrado la forma de aumentar las transferencias de ingresos de estos países, de los que se apropia a través del incremento de las sobrecargas a las tasas de interés de sus créditos. Esto ha llevado “a los países a adoptar políticas más contractivas, como reducir importaciones (…), exacerbando así los problemas subyacentes” y bloqueando su potencial crecimiento económico [11]. La magnitud de estas transferencias es tal que, de continuar, terminarán financiando todas las operaciones del FMI. Este modo de operar, que Joseph Stiglitz define como un “perverso modelo de negocios”[12], expone a la luz del día el funcionamiento de la usura, como mecanismo de explotación social y apropiación de la riqueza de los países endeudados.

 

 

 

El tero grita en un lado

El Acuerdo con el FMI es un canto de sirena que atrae a un gobierno desesperado por no caer en el default en los meses que vienen y poder así llegar a 2023 con posibilidad de ganar las elecciones presidenciales. Sin embargo, el “entendimiento previo” que se ha dado a conocer constituye un nuevo episodio del endeudamiento ilimitado que empioja cualquier proyecto político de cambio. Por un lado, enrolla al país en el vértigo de un endeudamiento descomunal y a cortísimo plazo para llegar jadeando a la posibilidad de otro endeudamiento. Este último, a un plazo un poco mayor, coincide con los enormes desembolsos de la deuda refinanciada con los acreedores privados y será también insostenible. Por el otro lado, de aquí a 2024, el resultado anual de las revisiones trimestrales condicionará el otorgamiento de la nueva deuda, por lo que entre marzo de este año y julio de 2024 el país vivirá al borde del default. En este brevísimo lapso, el “entendimiento” impone una reducción del gasto fiscal y la imposibilidad de financiar monetariamente al déficit. El país dependerá así de su capacidad de generar dólares con sus exportaciones en un contexto internacional sumamente turbulento. Esto implica que los exportadores y formadores de precios tendrán la sartén por el mango y las corridas cambiarias, la sobrefacturación de exportaciones, la subfacturación de importaciones y la inflación estarán a la orden del día. El FMI conoce esta realidad y con los cortísimos plazos del nuevo préstamo apuesta al cambio de gobierno en 2024.

Mientras tanto, el canibalismo se reproduce en distintos ámbitos de la vida social: desde la suba del precio de alimentos esenciales como el pan y la carne, a las muertes de los más pobres entre los pobres por intoxicación con droga envenenada, a una Corte Suprema que vulnera alegremente la Constitución, a una oposición macrista que, con distintas tonalidades, siembra mentiras y reafirma su impunidad para destruir la república.

El gobierno haría bien en poner en remojo las ansias electorales y el internismo acorde, pues nada garantiza que llegaremos a esas instancias. Corregir el diagnóstico de la situación interna y movilizar a los votantes del Frente de Todos, impulsando una épica de esperanza en la transformación de sus condiciones de vida y en el control de sus destinos, permitirá enfrentar al embate local y externo de un modo efectivo y acumular fuerzas para ganar las próximas elecciones.

 

[1] zerohedge.com, 07/02/2022.
[2] Hoy es de 1.2% del PBI y los Estados Unidos exigen que llegue al 2%.
[3] zerohedge.com, 09 y 10/02/2022.
[4] Biden, Peski, Sullivan, zerohedge.com, 02, 06 y 07/02/2022; abcnews.com, 06/02/2022.
[5] Zbigniew Brzezinski, The grand chessboard: American primacy and its geostrategic imperatives, Nueva York, Basic Books, 1997.
[6] Vladimir Putin, en people.cn, 03/02/2022; joint statement, kremlin.ru, 04/02/2022; zerohedge.com, 06/02/2022.
[7] energy.gov, 29/05/2019; cnbc.com, 08/01/2018 y 12/2019.
[8] cnbc.com, 08/01/2019.
[9] Oliver Blanchard y Daniel Leigh, “Growth forecast errors and fiscal multipliers”, imf.org, 01/2013; nakedcapitalism.com, 01/2013.
[10] “A disrupted global recovery”, Gita Gopinath, blogs.imf.org, 25/01/2022.
[11] Joseph Stiglitz y Kevin Gallagher, voxeu.org, 07/02/2022.
[12] Op.cit.

 

 

 

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