Doble vara en Venezuela y Honduras
El Grupo de Lima, una alianza informal de doce países latinoamericanos creada para monitorear la inestable situación de Venezuela, mostró que su defensa de la democracia en el hemisferio es inconsistente. La Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú condenaron en varias ocasiones al presidente venezolano Nicolás Maduro por avalar la violencia política, mantener presos políticos, cometer fraude electoral y otros abusos, y justificado esas posiciones en criterios éticos, morales y de buenas prácticas.
Sin embargo, la reacción del Grupo de Lima y sus principales miembros ante la situación en Honduras a partir de las elecciones presidenciales de noviembre, sugiere que los valores que exponen no son de aplicación universal. Una vez que el secretario general de la OEA Luis Almagro declaró que esas elecciones carecieron de credibilidad y reclamó una nueva convocatoria, el fervor prodemocrático de algunos países se desvaneció.
El gobierno del presidente argentino Mauricio Macri reconoció rápidamente la victoria del presidente hondureño Juan Orlando Hernández y declaró su disposición a “seguir trabajando por el desarrollo de lazos más estrechos de amistad y mayor cooperación entre las dos naciones”. El ministerio brasileño de Relaciones Exteriores expresó su compromiso a “mantener y fortalecer los lazos de amistad y cooperación que tradicionalmente han unido a ambos países”. El gobierno mexicano del presidente Enrique Peña Nieto también reconoció con prontitud a Hernández y exhortó a la sociedad hondureña a “apoyar el diálogo para preservar la paz y la estabilidad democrática en esa Nación hermana”
Las discrepancias entre la retórica y la acción del Grupo parecen obedecer a varias razones.
Los alineamientos políticos tienen precedencia sobre los valores. El presidente hondureño Hernández tuvo una activa participación en los esfuerzos del Grupo, e indirectamente de la OEA sobre Venezuela. Honduras es miembro del Grupo de Lima y los gobiernos conservadores consideran a Hernández como un aliado para contener la expansión de la izquierda.
El riesgo de un masivo desplazamiento de población venezolana, de profundas consecuencias potenciales para los países vecinos, contrasta con la situación en Honduras. Además, cuando la región ingresa en un nuevo ciclo de elecciones, la falta de apoyo de los gobernantes en ejercicio a la posición de Almagro señala que no quieren que la OEA se inmiscuya en sus propios procesos electorales.
Esos gobiernos también perciben a Hernández como un aliado estratégico de Estados Unidos en Centroamérica en el combate contra el narcotráfico, las redes delictivas transnacionales, el lavado de dinero y las migraciones irregulares. Muchos de esos gobiernos también se abstienen de criticar la creencia de que Tegucigalpa se beneficia por la presencia de un millón de hondureños en los Estados Unidos (más de la mitad de los cuales el Departamento de Estado dice que “se cree que son indocumentados”)
Además, Honduras fue uno de los ocho países que apoyaron al presidente estadounidense Donald Trump en el rechazo a la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que pidió a las naciones no trasladar sus misiones diplomáticas a Jerusalén.
En efecto, las crisis en ambos países son diferentes y naturalmente también lo son los intereses de la comunidad internacional en cada uno de ellos. Los defectos de Maduro y de Hernández afectan de distinta manera las acciones políticas y económicas de otros países. Las actitudes no democráticas de Maduro aumentan la impredictibilidad en material de petróleo y en otros sectores de interés extranjero, mientras Hernández es predecible, si bien no ofrece estabilidad, en áreas que preocupan a Washington y no a Buenos Aires, Brasilia y el resto de América Latina. Pero los resonantes valores en juego —democracia, institucionalidad y estado de derecho— son los mismos en ambos países. Mientras la población de Venezuela triplica la de Honduras, y puede argumentarse que su crisis política está tres veces más avanzada, la responsabilidad y la autoridad moral del Grupo de Lima o de las naciones que lo integran es mucho mayor en un país pequeño, vulnerable y pobre como Honduras. Las fuerzas de seguridad abatieron a tres docenas de opositores y manifestantes desde las elecciones de noviembre, y desbordan las acusaciones por violaciones a los Derechos Humanos, sin que las mayores democracias de Latinoamérica hayan roto el silencio.
La falta de apoyo al llamado de la OEA para que se convoque a nuevas elecciones no solo es una puñalada x la espalda del secretario general Almagro. También revela que su retórica acerca de los valores democráticos encarnados en la Carta Democrática de la OEA, cuyo respeto exigen en Venezuela, no es tan universal como dicen.
El martes pasado, el gobierno de Hernández firmó junto con los demás miembros del Grupo de Lima el rechazo (considerablemente justificado) a la convocatoria de la Asamblea Nacional venezolana a elecciones presidenciales anticipadas. Si los valores y principios democráticos no son de aplicación universal —y ni un agrupamiento informal critica a un pequeño actor con el que no tiene grandes intereses en común— su valor disminuirá en forma sensible.
Este trabajo fue publicado en inglés en Aula, el blog del Centro de Estudios latinoamericanos y latinos de la American University de Washington, el 30 de enero de 2018.
* Nicolás Comini dirige la Licenciatura y la Maestría en Relaciones Internacionales de la Universidad del Salvador de Buenos Aires y es profesor en la sede Buenos Aires de la Universidad de Nueva York.
Epígrafe de la foto principal:
Jorge Faurie, a la izquierda en la creación del Grupo.
Foto: Gobierno del Perú
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí