Grises
La Jesucrista Crucificada, el punto gris de la Catedral y el empujón que no aparece en Crónica
A la memoria de Tayda Lebón
Plaza de Mayo, punto de encuentro de una marcha que ya partió. Las rezagadas de siempre, entre la procastinancy, el divinitismo y el cuelgue fumón, llegamos tarde a todo. Vemos la cola del último camión carroza como a media cuadra, pasando el Cabildo por Avenida de Mayo. La gran masa humana, con la música de colores, se aleja dándonos la espalda.
Queda poca gente dispersa en la plaza y la Tay, que se vino montada de Jesucrista Crucificada, se saca unas fotos frente a la Casa Rosada. Tiene unos tacos imposibles de altos, una tanguita minúscula y la palabra PUTO escrita sobre el pubis con labial colorado. La corona empurpurinada de espinas hace juego con la cruz enorme que carga. Una cruz pesada de madera de rojo martirio, capaz de hacer visibles las otras cruces, todavía más pesadas.
El cuerpo desnudo es todo fragilidad y su figurita entablillada por las muñecas y los tobillos parece casi una ofrenda, como la mejilla tatuada que se propone orgullosa a una segunda, tercera, cuarta cachetada.
Con un esfuerzo enorme, va salticando pasitos con los que pretende alcanzar esa carroza que se fue hace rato y se hace cada vez más chiquita, lejana. Claramente, no puede marchar así a pie, jamás va a llegar, es imposible. Es muy graciosa la situación, como la vida misma. Con elegante decadencia marica, ella pone unas caras de circunstancia que nos hacen matar de risa y se ríe mucho también, como pocas veces, con una risa suelta, desatada, que es una ola de felicidad y es así como la voy a recordar.
En eso estamos, a las carcajadas, cuando veo un punto gris que baja las escaleras de la Catedral, se abre paso entre la gente, hasta llegar a la Tay y darle un brutal empujón por la espalda.
Se desfiguran las risas. Del desamparo al desamparo ella cae, lento.
Desde cuándo. Hasta cuándo.
Desde siempre. Hasta siempre.
Se detiene el tiempo para que podamos correr a atajarla. No alcanza a tocar el suelo, que alguien tumba al punto gris de una patada voladora. Éste cae, se levanta y corre, pero ya son varios los que lo siguen y en la otra cuadra lo interceptan y lo vuelven a tumbar. Le dan en el suelo, hasta que llega Crónica con las cámaras encendidas y ya no le pegan más. El empujón es borrado de la narrativa. Se desdibuja todo el relato. El punto gris logra quedar como una víctima. Eso también es muy violento.
Algún día será distinto, serán inadmisibles agresiones de este tipo. Ya no habrá historias así. Probablemente no lleguemos a verlo. Probablemente nadie recuerde entonces esta realidad, las batallas que luchamos, las situaciones que enfrentamos, los botellazos que esquivamos, las violencias cotidianas que tenemos que atravesar.
Como no podemos saber ahora exactamente a dónde nos llevarán los caminos que andamos y los que aún tenemos por crear. Qué será de los puntos grises en nuestras vidas. Cuántos empujones soportaremos. En qué momento vendrán. Qué pasará cuando nadie pueda correr a atajarnos. Cuántos golpes nos daremos. Cuántas vidas, cuántas muertes viviremos. A dónde se quedará pegado el brillo de cada amiga. Cuántas carrozas perdidas. Cuántas risas desatadas. Cuantos silencios. Cuantas despedidas.
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