Gradualmente, luego de repente
Evita está en lo correcto cuando dice que detrás de cada necesidad, hay un derecho
Trascendidos sobre los planes de estabilización opositores en danza y las expresiones en Chile del vicepresidente de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz, señalan que también en la noche que promete la derecha argentina todos los gatos son pardos. Síntomas de que están muy convencidos de que el gran día está cada vez más cerca: acá nomás, en las presidenciales del año entrante. Para que el ánimo se mantenga en lo más alto, las encuestas hechas para las elecciones de medio término norteamericanas arrojan como más probable resultado una considerable victoria republicana. Fiel a su desangelada tradición, es de aguardar –casi con certeza– que la derecha argentina lea la posible derrota de los demócratas como una refutación de la política de integración nacional del actual Presidente Joe Biden a favor de la ley de supervivencia del más fuerte. No hay buenas razones para creer que se peca de exagerado si al observar el comportamiento de sesgo predominante entre los derechistas argentinos, en el paralelismo con Herbert Spencer –el pensador inglés victoriano que enunció esa ley– a este se lo viste con el sayo de un moderado conservador, casi un socialdemócrata.
Los resultados que se esperan de los comicios legislativos norteamericanos (las midterms del martes 8 de noviembre próximo) calman las ansias derechistas, sacudidas por los números de la primera vuelta de la elección presidencial colombiana de la última semana y sin poder aún digerir –si es que alguna vez lo logran- las peripecias chilenas encarnadas en la presidencia de Gabriel Boric, pese a ciertos matices de buen salvaje que sugieren sus primeros nonatos escarceos como primer mandatario. En el país caribeño, a la segunda vuelta del 19 de junio próximo va el ganador de la elección, el izquierdista Gustavo Petro (primera vez en siglo y medio de pleno dominio de variantes de derecha) y Rodolfo Hernández, un conservador de 77 años con propensión al escándalo y la agitación, que no estaba en los cálculos y desbancó a Federico Gutiérrez, el caballo del comisario de la derecha colombiana. El gran activo político de Hernández es la ilusión derechista de recorrer un trayecto guiado por la honestidad, durante el cual todo cambia para que nada cambie. Esta mezcla de ingenuidad y cinismo con fuerza electoral de imposibles resultados prácticos (puesto que el problema más grueso no es el comportamiento criminal de los servidores públicos, sino el orden establecido, de ahí la crisis congénita de tales clases de propuestas) no es automáticamente trasladable a otros lares, si se tiene presente que estos comicios no alteraron la histórica tendencia de Colombia de que –puntos más, puntos menos– alrededor de la mitad del padrón no vote. El acto fundacional de la vida democrática es un lujo que lo pobres no se dan.
De una u otra forma, las proyecciones y eventos de países muy diferentes que se vienen sucediendo confluirán en impulsar el afán por la desigualdad creciente del derechismo argentino. Les servirán para darse manija y creer que su penosa visión de las cosas es la carta ganadora en un mundo en crisis coyuntural –por geopolítica, por estanflación, por recrudecimiento del proteccionismo, por hambre– y estructural, en el que a las lacras del desarrollo desigual se le suma el cambio climático. El estropicio en la distribución del ingreso y el librecambio, componentes clave de su plan de estabilización, esperan ponerlos en marcha sin problemas a partir del espacio político que presumen –con apego a la experiencia- se les genere por la fijación sostenida de la paridad peso-dólar. Parece que ya se les pasó el pedo tísico de dejar flotar libremente al dólar, que tanto embriagaba a Federico Adolfo Sturzenegger cuando entre 2015 y 2018, manejó como mandamás al Banco Central de la República Argentina junto a sus secuaces, durante la presidencia de Mauricio Macri.
El Tío Sam
Para el 50% de las familias argentinas que están en la lona, que la derecha argentina se engolosine con las repercusiones exitosas que añoran del plan de estabilización a instrumentar significa que, en el mejor de los casos, se estabiliza en esa simetría la fractura del país a dos velocidades y, en el peor, se le suman unos cuantos puntos más al pelotón de los que menos tienen. Revisar el mensaje de cuatro recientes ensayos sobre las perspectivas que se vislumbran desde la contrariada actualidad norteamericana, alerta sobre cómo este tipo de abordajes en pos de empeorar –en vez de mejorar– la distribución del ingreso, trae bajo el poncho no la simple inestabilidad política propia del país de octubre de 1945, sino que tanto ha ido el cántaro a la fuente que augura la más peligrosa clase de violencia política. Si eso ocurre en el seno de la lucha de clases del país más poderoso de la Tierra, entre nosotros –al menos– debería inducir a la derecha argentina a ver en el plan de estabilización que pergeña no el puntapié inicial de la gran carta ganadora, sino el primer paso de la receta del desastre. Estamos entrando en una crisis justamente porque la derecha argentina está firme en sus convicciones, lo que empeora el delicado cuadro que se viene atravesando. Es lo que acecha en el umbral e irrumpirá en la escena ni bien las circunstancias le permitan franquear las puertas.
La recensiones sobre el ensayo –editado en estos días– del periodista del New York Times David Gelles, The man who broke capitalism: How Jack Welch gutted the heartland and crushed the soul of corporate America-and how to undo his legacy (El hombre que rompió el capitalismo: cómo Jack Welch destripó el corazón y aplastó el alma de los Estados Unidos corporativos, y cómo deshacer su legado) señalan que el libro da buena cuenta de la clave actual de las corporaciones norteamericanas a través de la evolución de General Electric (GE) y su líder, el ejecutivo de negocios Jack Welch, de 1981 a 2001. Esa clave es precisamente deshacer el legado intelectual de Milton Friedman, que redundó en la primacía de los accionistas y el menoscabo de los sindicatos que justamente Welch puso en práctica. En 2001, la revista Fortune ungió a Welch como el “gerente del siglo” tras esas dos décadas en que puso todo el empeño para llevar cada vez más alto el precio de las acciones de GE.
En ese lapso, los sindicatos norteamericanos apodaron a Welch “Neutron Jack”, por la bomba de neutrones que mata gente, pero preserva los activos físicos. Neutron Jack condujo una estrategia de cierre de plantas en los Estados Unidos y relocalización en países de bajos salarios, lo que traía como consecuencia despidos masivos que desestabilizaron a la clase trabajadora estadounidense. Los economistas Karan Bhatia, Simon Evenett, Gary Hufbauer se preguntaban en VoxEU (21/06/2016) por qué GE estaba cambiando de paradigma a partir de la conferencia que pronunciara su CEO, Jeff Immelt (en su momento, un pollo de Welch), en la Stern School of Business el 20 de mayo de 2016. El trío informa que “cuando Immelt se unió a GE en 1982, el 80% de sus ingresos se obtuvo en los Estados Unidos; en 2015, el 70% de los ingresos del grupo se obtuvo en el exterior. GE ahora opera 420 instalaciones de producción en todo el mundo y tiene clientes ubicados en 180 países”.
Según dijo Immelt en el citado discurso, ser “global nos ha ayudado a ser más eficientes, más competitivos”. Pero las circunstancias estaban cambiado, por lo que “la globalización está siendo atacada como nunca antes”, por el aumento del populismo y el proteccionismo en todas las regiones de la economía mundial. Con 80.000 millones de dólares en ventas en el extranjero en juego, Immelt argumentó que GE, y de hecho, todas las empresas, no podían ignorar los crecientes vientos en contra. Específicamente, argumentó que “frente a un entorno global proteccionista, las empresas deben navegar por el mundo por su cuenta. Debemos nivelar el campo de juego sin comprometernos con el gobierno. Esto requiere una transformación dramática. En lo inmediato, volveremos de donde nos fuimos. En el futuro, el crecimiento sostenible requerirá una capacidad local dentro de una huella global”. El 26 de junio de 2018, GE dejó de cotizar en el índice Dow Jones luego de 111 años. Las 30 empresas que componen el Dow Jones están consideradas como la élite de Wall Street y GE era el único miembro fundacional del índice que subsistía en su cotización. La sustituyó Walgreens, la corporación que regentea negocios con productos de farmacias y afines, una típica empresa del mercado interno. Valga la ironía.
La semana pasada, Edward Luce, el editor de noticias de los Estados Unidos del Financial Times, volvió sobre la potencial guerra civil norteamericana tomando nota de tres libros que –de acuerdo a su punto de vista– presentan “un caso alarmantemente persuasivo de que las luces de advertencia están parpadeando más rojas que en cualquier otro momento desde 1861”. Por lo visto, el comportamiento de las grandes corporaciones norteamericanas –GE es un botón de muestra– y las necedades de su clase dirigente no están saliendo baratas. Estos libros, que ya motivaron algunas notas en ediciones anteriores de El Cohete a la Luna, son: How Civil Wars Start (Cómo comienzan las guerras civiles), de Barbara F. Walter; This Will Not Pass (Esto no sucederá), de Jonathan Martin and Alexander Burns, y The Next Civil War (La próxima guerra civil), de Stephen Marche. Dice Luce que “al igual que con cualquier advertencia de una guerra civil inminente, la mera mención de otra estadounidense suena increíblemente alarmista (…) Sin embargo, las señales de advertencia se han vuelto imposibles de ignorar (aunque) ninguno de los escritores ofrece un antídoto simple para el continuo deslizamiento democrático de Estados Unidos. Sus remedios (…) tienen el aire de ideas de último momento, en lugar de planes de juego serios (…) El retroceso democrático de los Estados Unidos es ‘gradualmente, luego de repente’, tal como la famosa observación de Ernest Hemingway sobre la bancarrota”.
Perdidos
En la conferencia que la semana pasada dio en Chile el vicepresidente de la Corte Suprema, quedó patente lo extraviada que está la derecha respecto de la realidad. Para refutar a Evita, Carlos Rosenkratz afirmó que “no puede haber un derecho detrás de cada necesidad". Eso en razón de que “en las proclamas populistas hay siempre un olvido sistemático de que detrás de cada derecho hay un costo”. Y en virtud de que “nos encontramos en situación de escasez. No puede haber un derecho detrás de cada necesidad sencillamente porque no hay suficientes recursos para satisfacer todas las necesidades”.
Rosenkrantz bajó la parafernalia neoclásica al Derecho según la prédica del juez norteamericano Richard Allen Posner, profesor en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago y uno de los pilares del movimiento del Análisis Económico del Derecho. No es cuestión de poner denso el análisis mostrando las enormes incongruencias neoclásicas. Pero una razonable aproximación nos dice que los precios no se fijan por la oferta y la demanda en función de la escasez o abundancia relativa de un bien o un factor. La oferta y la demanda giran en torno a los precios que son centro de gravedad (óptica eminente clásica, esquemática, pero lúcidamente desbrozada de sus incongruencias por Piero Sraffa) a partir de una fijación extra-económica, que es un precio político: el salario, siendo la ganancia un residuo cuya tasa reparte el excedente entre los derechohabientes del capital. La sociedad fija el salario y el resto de los precios vienen después. Cuando Evita dijo que detrás de cada necesidad había un derecho estaba en lo correcto, porque las fuerzas productivas habían avanzado lo suficiente para que la consciencia tome nota y reclame su pedazo del excedente, lo que hace efectivo el orden jurídico.
Pero la supina falta de pulimiento del juez Rosenkrantz sobre cuestiones del materialismo histórico y de uno de sus elementos, el análisis económico –del que no se puede valer con alguna eficacia práctica mientras siga engrampado con esas vulgaridades de la oferta y la demanda como explicación teórica de los precios–, en cambio, lo consagra como un intelectual orgánico de la derecha reaccionaria. Más allá del susto que uno se imagina que se va a pegar el día que se entere (si es que alguna vez ocurre) que el análisis al que adscribe no sabe cómo se producen las innovaciones y tampoco puede medir el capital, como a cualquier derechista argentino le encanta hablar de escasez, de que no hay para todos y la sensatez y seriedad en asuntos sociales (relaciones públicas “a garrotazos limpios”) indica que lo mejor es ser pobres pero serios, antes que ricos pero disipados, lo que es pura apariencia.
Y con esta impronta cultural se justifican todos los atavismos que son propios de los planes de estabilización derechistas: austeridad fiscal, achicamiento del Estado, abatimiento de los salarios privados, baja de los impuestos, subsidios para la tasa de interés, apertura de la economía y todas y cada una de las cosas que sirva para bajar el gasto, que estrole la demanda efectiva. La forma cíclica en la que se inscriben en el tiempo las dificultades de la realización del producto bruto avanza un casillero más, incentivando la tendencia general a la depresión de la economía capitalista. La derecha argentina ha ido demasiada veces a la fuente a llenar el cántaro.
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