A Pino me lo volví a cruzar por última vez el año pasado, cuando Ale Bercovich estrenó el documental Fondo. Nuestro último intercambio había sido por correo electrónico a mediados de 2010. No nos dijimos nada lindo en ese intercambio, después de varios años de una intensa militancia y trabajo diario. El reencuentro me alegró. Charlamos unos minutos, me preguntó qué había hecho durante tanto tiempo. Cuando nos despedimos, sacó su pequeña agenda y anotó mi teléfono. Pura omnipotencia.
Desde que fue internado por Covid, también su compañera Ángela, y sobre todo desde la noche del viernes que supimos de su muerte, volvimos a escribirnos con muchxs compañerxs de militancia de aquellos años de Proyecto Sur, sobre todo con enormes personas como Julieta Boedo y Pablo Gandolfo, con quienes compartimos la responsabilidad de crear la comunicación del espacio desde el InfoSur, las gacetillas y la agenda mediática. ¿Recuerdan la polera roja de cuello alto que Pino llevaba a todos los programas de televisión? La fama de esa polera nos costaba las mil y una puteadas de Pino, los mil llamados a los productores y periodistas y las jornadas que arrancaban antes de las 7 de la mañana con la pila de diarios y terminaban a la 1 en alguna pizzería de Chacarita. Porque Pino era un tipo áspero, por sobre todas las cosas era un tipo áspero.
Cuando le pregunté a Julieta qué recordaba más de él me dijo: “Pino era un tipo controvertido, osado, creativo, se proponía cosas y le salían”. Otro compañero de esa guardia me escribió: “¡Ningún bronce! Separá la parte artística de la política”. Estoy escribiendo a las apuradas ahora y no me da el tiempo para ensayar algo mejor pero recuerdo que en uno de mis días de furia, cuando ya era clara mi ruptura con el espacio, hice circular un texto interno entre compañerxs –que debo tener guardado en alguna caja– donde básicamente intentaba interpretar nuestra experiencia política con Pino Solanas como su mayor logro: su último largometraje, sin cortes y sin avisar.
En algún aspecto, su último proyecto político fue eso: una película. Proyecto Sur tenía todo para funcionar y al mismo tiempo no podía funcionar jamás. No es este el momento de hacer un balance político sino de tratar de expresar lo que significó Pino entonces para muchxs y lo que nos deja de su trayectoria política. Proyecto Sur había nacido mucho antes de 2007. Si no recuerdo mal, en los papeles nació en 2002, reuniendo a Horacio González, Alcira Argumedo, Norberto Galasso, entre varios otrxs. Una de las apuestas más interesantes para aquellos años, quizás la menos recordada, fue la del Grupo Moreno, donde estaba Félix Herrero, Daniel Marcos y otros militantes y sabios en el tema energético, que proponían una política soberana para el país en el contexto de la privatización de YPF.
Desde ese lugar y militando con su saga documental que había comenzado con Memoria del saqueo y La dignidad de los nadies (a la que luego se le sumarían Argentina latente y La próxima estación, entre otras) se construyó ese nuevo zambullido a la política. En el acto por el Día del Petróleo, el 13 de diciembre de 2006, Pino ya era el candidato a Presidente para un no demasiado relevante grupo de organizaciones y partidos.
La manera en que construimos su candidatura fue asombrosa, sin un mango, con muchísimos militantes “hijxs del 2001”, sin demasiada experiencia, inventando logos, mensajes, contactos, buscando oficinas más o menos agradables para hacer un anuncio ante la prensa. En aquella elección de 2007, cuando Cristina ganó con el 45% de los votos, nosotros alcanzamos un triunfazo: sacamos el 1,6% a nivel nacional. El triunfo, claro está, no eran los votos sino que desplazamos a López Murphy de la pantalla de televisión. Entraban cinco recuadros en el zócalo solamente y nosotros aparecimos detrás de Cristina, Carrió, Lavagna y Rodríguez Saá.
Dos años más tarde alcanzamos el 25% en la Ciudad de Buenos Aires juntando votos de un amplísimo espectro que luego, tras el derrumbe de Proyecto Sur, supo votar a la izquierda más dura, al justicialismo en todas sus variantes o al macrismo. Quedamos a poco más de 6 puntos del PRO y por encima de Alfonso Prat Gay y Carlos Heller. Lo interesante de esas elecciones, en las que no teníamos prácticamente dinero ni para experimentar con las redes sociales, que tampoco eran tan influyentes, fue el vértigo de las últimas dos semanas, donde Pino creció diez puntos en intención de voto. Un encuestador popular y nacional, durante un corte en un programa televisivo, nos dijo con mucha ironía y algo de justicia: “¡A Pino Solanas lo inventé yo!”. En aquella elección, el PJ porteño nos regaló 50.000 afiches.
Ese gesto había que leerlo con el afectuoso saludo que Cristina, Presidenta recién electa, le hizo a Pino una vez finalizados los comicios. En aquel momento Pino podía defender públicamente una medida del kirchnerismo y simultáneamente gritar en un programa de radio nacional y popular que Kirchner era un “traidor a la patria”. Veníamos de meter la pata, con algo de razón y muy poca astucia, en el asunto de las retenciones agrarias. Entonces un grupo interno que luego terminó con el massismo acusaba a otro de ser “filo-k”. Entre estos me encontraba yo. A mi modo de ver, lo discutimos entonces y lo vuelvo a sostener ahora, había que concentrar fuerzas en la ciudad, en un acuerdo tácito con el kirchnerismo. Pino era –sigo creyéndolo– el candidato a impedir la reelección de Macri y a boicotear su carrera presidencial.
Sabemos que ello no fue así y que Pino decidió sostener un paraguas nacional que nos quedaba grande, por varias razones. Sin ser justo con todo –imposible serlo acá– creo que una de ellas fue que la política de Proyecto Sur se había reducido a una política de tertulias. Había intentado ser otra cosa, al menos en un comienzo. La otra y que creo que es tanto o más aleccionadora es que la política de tertulias te volvía sumamente permeable a los poderes fácticos.
Entre muchísimas anécdotas, hay una que recuerdo con mucha intensidad. Son las enseñanzas que le agradezco enormemente a Pino. Por aquellos días con Julieta y Pablo manejábamos los celulares de prensa y el personal de Pino. Las elecciones de 2009 habían sido en junio. Proyecto Sur había metido 4 diputadxs nacionales y 7 legisladorxs porteñxs. Poco después comenzó la histórica discusión por la nueva Ley de Medios. Pino iba a dar un discurso, no recuerdo si era un acto o una conferencia de prensa, para dar el apoyo “crítico” a la ley. Caminábamos por la calle y sonó el teléfono personal. “Hola Pino”, se escuchó. Era Pablo Casey, sobrino de Héctor Magnetto y jefe de Relaciones Institucionales de Clarín. Dijo que quería transmitirle un mensaje a Pino. Pino no lo atendió.
Las cosas cambiaron rápidamente después. Amerita otro tipo de escrito. Proyecto Sur terminó teniendo una mala estrategia política, no supo construir herramientas y su línea se fue torciendo como si fuera plastilina. Pino deambuló de error en error y se aisló, una vez más. Alguien que lo había acompañado en su ruidosa experiencia de los ‘90 me había advertido lo difícil que era el personaje.
Pino era un genio, en muchos sentidos. Era un gran cineasta. Fue un gran comunicador toda su vida, desde que comenzó en la década del ‘60 con los jingles televisivos, pasando por el enorme cine político que hizo y los mensajes en términos de liberación y soberanía que dejó. “Por suerte cerró su carrera política y de vida con ese discurso maravilloso a favor del aborto”, dice un mensaje que leo a último momento. Pienso que muchxs jóvenes habrán sabido por primera vez de él con este discurso. Ahora les recomiendo que vean sus películas, todas, incluida la de Proyecto Sur.
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