Gracias a Dios

El experimento macabro de las clases presenciales en pandemia y sin vacunas

 

La reunión de padres –sí, le siguen diciendo así aunque seamos todas mamis, y sí, nos siguen llamando mamis como el mismo día en que fuimos a parir– arrancó hace rato y la directora habla mucho, sin pausa, no para un segundo ni para respirar. Una hora y media de monólogo y sigue adelante exponiendo cada detalle de su trabajo. Enumera todo tipo de gestiones y complicaciones que se le presentan en sus tareas cotidianas, cosas que no viene al caso compartir en ningún lado, ni acá tampoco, pero demuestran ampliamente el esfuerzo concentrado en sostener la presencialidad de las clases a pesar de todo. A pesar de la realidad.

Estoy disecada y con las ondas mentales planas. Los “papás” (aunque ya saben, qué los parió) en algún momento interrumpen para pedir un poco más de atención a la virtualidad, debido a que son unos cuantos chicos que no están yendo a clases y se sienten descolgados, perdidos de la escuela, sin contacto ni atención. Pero, ¿no les llega la tarea? Sí, llega, pero es frustrante, porque la escuela es mucho más que hacer la tarea en soledad. Faltan los amigos, el contacto grupal con los compañeros para no perder el sentido de integración social.

Otra vez, catarata de detalles sobre actividades virtuales que se venían programando para integrar las burbujas y video-llamadas que no funcionaron debido a la falta de conectividad; y luego, una vez resuelto lo básico, había planificada una clase especial con el profe de gimnasia, pero debió posponerse porque resulta que el profe, la hija del profe y su mujer –sí, suya– contrajeron Covid. En el colectivo, por supuesto, no en la escuela, qué mal pensados. Pasadas las semanas pertinentes, el profe ya dado de alta se encuentra listo para reincorporarse, pero avisa que ahora su bebé empezó con síntomas, desde anoche, con tos y fiebre. Sí, un bebé. Como si nada, con toda naturalidad, aceptamos que los bebés se enferman. Nada que ver con las escuelas abiertas, nada. La dire, algo desbordada, de pronto confiesa que no es información que debiera darnos porque debe mantener el anonimato de las personas infectadas, pero se le escapa. El secreto del secreto. ¿En serio? ¿Secreto? Sí.

Alguien nombra a Silvina Flores, una vice directora de otra escuela, una mujer joven, que acaba de perder la vida por el Covid y ya son al menos ocho los docentes muertos en esta ciudad de hábitos insalubres y obligaciones deshumanizadas. Se ve en las caras de los maestros congoja y abatimiento. Pertenecían al mismo distrito, muchos habían compartido funciones con ella. Una tristeza. Tremendo, pero no hay jornadas de duelo, ni banderas a media asta, ni un minuto de reflexión y silencio.

 

 

Por lxs docentes muertxs no hay jornadas de duelo, ni banderas a media asta, ni minuto de reflexión y silencio.

 

 

Todo sigue adelante, ruidoso, como si fuesen cosas separadas, algo inconexo. Gracias a Dios, dice la directora, no ha habido contagios dentro de nuestra escuela. ¿Cómo? La escuela reconoce que hubo y hay muchísimos casos de chicos, docentes y familias enteras cursando la enfermedad, y que llegaron a faltar hasta 18 maestros al mismo tiempo por este asunto. Pero no hubo grupos masivos de contagio, explican: no fue como cuando hay sarampión, donde de pronto hay 15 compañeritos contagiados, eso no ocurrió, se pudo frenar. Ah bueno, menos mal. Tranquilos, papás. ¿En serio? Sí.

Gracias a Dios, repite otra vez y aclara, por si hiciera falta, que se respetan todas las demás creencias religiosas de los papás. Pero por suerte la directora es creyente y nada malo ha pasado en su escuela. Menos mal. Nadie ha muerto aquí hoy. Pura suerte, lotería. Gracias a Dios, en lugar de la ciencia.

Comprendo que Dios sea el último refugio de mucha gente y que vayan a la iglesia el domingo, pero ¿qué hace Dios adentro de la escuela? Nuestra amada escuela pública, laica y gratuita, ¿o acaso la escuela todavía no lo sabe y necesita que le enseñen o le recuerden cuál es su significado? Laaiiiiica (como la perra astronauta que viajó al espacio). Me canso de algo tan básico. ¿En serio, Dios? Con todo respeto, creo que no corresponde.

Tenemos cientos de muertos diarios, emergencia sanitaria. Colapso educativo por falta de maestros, burbujas que se rompen, imposibilidad de seguir protocolos y encima el frío, que ahora se cuela por las ventanas y las puertas abiertas y no se detiene frente a las estufas apagadas de las aulas y, por eso, piden que los chicos lleven mantas o frazadas. ¿De verdad? ¿Esa escuela queremos? ¿Es necesario, en medio de una pandemia que genera una crisis que atraviesa a toda la humanidad, exponer así a los chicos y a nuestras familias en este experimento macabro? ¿Qué estamos enseñando? ¿Qué se puede aprender? ¿Qué van a incorporar? ¿Cuál es el criterio de educación, de responsabilidad ciudadana, de cuidado por el otro que nos vamos a proponer como sociedad? ¿Qué vamos a hacer como comunidad educativa?, pregunta con la garganta anudada al filo del llanto una mamá que trabaja en el hospital y que por suerte existe, y después de cuestionar todo el panorama hace una pregunta fundamental: ¿cuantos maestros vacunados hay? Son 32 docentes y 6 auxiliares en esta escuela, de los cuales sólo hay vacunados tres. ¿Sí? ¿De verdad? Sí, señoras. En esas condiciones estamos. Tres, nomás.

Y tomen nota, porque la burocracia todavía nos habla de las actas, las faltas, los mails que hay que mandar explicando por qué el chico se queda en casa y no va a la escuela. Por miedo. Miedo al contagio, miedo lógico, justifica la dire. Tienen que poner eso en el mail y adjuntar certificados médicos, los que tengan, para mandar al ministerio. Sí, enseguida mando, ahí va.

Tienen que poner que no los están mandando por miedo o temor, papás, nos dice a todas y lo repite varias veces, hasta que la palabra estalla. ¿Miedo? pienso yo. ¿En serio? No. Nada que ver con el miedo esta decisión. Es respeto por la ciencia y por las instituciones. Es cautela, acción de cuidado, es una certeza, nada de miedo. Es un gesto de amor social, una apuesta vital al futuro, que requiere del mismo esfuerzo y del respeto de las instituciones hacia las personas, en reciprocidad.

Miedo me da esta gente, que no sabe qué significa la democracia, que no distingue cuáles son sus atributos y sus límites, ni qué quiere decir esto ahora, cómo se traduce, ni saben bien qué es un decreto de necesidad y urgencia con carácter de Ley Federal. ¿O qué lugar creen que ocupan las autoridades quienes hacen acatamiento ciego a las políticas de muerte que manda su inmediata superioridad? Cumplir órdenes de potencial exterminio, carentes de pensamiento crítico, sin cuestionarlas, sin hacer frente a disposiciones arbitrarias, eso tiene un nombre. Obediencia debida y punto final, repite mi cabeza, que tiende a hacer asociaciones estúpidas extremas. Me voy al carajo, lo sé y me autocensuro, me callo. Me muerdo la lengua. Me enveneno. Me atraganto. Un poco. Un rato.

Ya no se trata solamente de acomodarnos el barbijo, de tirarnos alcohol en las manos o de cuidarnos del peligro del virus ramificado y evitar exponernos al contagio. Debilitan las instituciones, dificultan la gobernabilidad, poronguean la democracia. Nos ponen, en medio de la pandemia, al borde de un golpe institucional. Y sin política no hay posibilidad de salud, ni recursos, ni vacunas, ni ministerios, ya sabemos, es muy grave, sin política no queda nada. ¿Te parece? ¿No es un poco exagerado? No creo. Exagerado es el negacionismo, que nos aleja del instinto de preservación y arrastra la contradicción a las pequeñas acciones diarias, sostiene discursos disociados, entre políticas de exterminio y gracias a Dioses, y nos mantiene indiferentes, como si nada.

 

 

 

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