Gas a dieta
Energía solar y eficiencia energética para todos y todas, con fabricación nacional: una real soberanía energética
Uno de los debates diarios en torno a la inflación es si los precios internos de los commodities pueden o no desacoplarse de los precios globales, ya que –cuando por la razón que sea– sube la cotización global del trigo, también sube el pan y un sinnúmero de mercancías más.
No obstante, uno de los temas más abordados en la actualidad es el incremento de precios de los bienes energéticos como consecuencia del conflicto ruso-ucraniano. La noticia del alza del petróleo es preocupante, pero más preocupante aun es la suba del precio del GNL que deberíamos adquirir para pasar el invierno.
Si bien en esta nota no abordamos el tema de la deuda, es imposible no pensar en los compromisos que se están asumiendo como parte del acuerdo con el FMI: en el déficit, en el rol del déficit energético en dicho acuerdo y en el impacto de la subida de estos commodities.
Como sabemos, en los últimos años la matriz energética argentina dependió del gas en un 55% y del petróleo en un 29%. Asimismo, el 42% de la demanda nacional de gas se utilizó para generar energía eléctrica y, del total de energía eléctrica de origen térmico, el 89,8% derivó del gas (CAMMESA, 2020). La transición al gas de nuestra matriz energética ya ocurrió. El impacto de esta transición es haber dejado instalada una estructura de consumo gasífero que ahora hay que sostener, o cambiar.
Esta estructura de la matriz, muy dependiente de combustibles fósiles, difícilmente podrá desacoplarse de los precios globales. En todo caso, el desacople solo será posible con base en subsidios que, si bien en nuestra opinión no son una mala palabra, implican poner en un barril sin fondo recursos que podrían ser utilizados de otra manera.
Es urgente reducir, y no aumentar, el peso del gas en nuestra matriz energética. Incluso para aquellos que apuestan básicamente a un modelo exportador, esto generaría saldos exportables para el ingreso de dólares, tan necesarios en el marco de la herencia macrista.
¿Por dónde ir entonces? Afortunadamente, hay muchas opciones. La mayoría de ellas podrían estar asociadas a desarrollos nacionales, al empleo y al consumo interno, y dar lugar al ahorro de las divisas que demanda la importación de gas.
Opciones en el sector eléctrico
Según el Informe Anual de CAMMESA 2020, la generación de energía eléctrica a partir del gas fue de 75.338 GWh, y utilizó para ello 16.425 millones de m3 de gas. Si para el 2030 planteamos como escenario disminuir en un 10% la generación de electricidad con gas, deberíamos generar 7.533 GWh con otras fuentes.
Para este reemplazo podríamos pensar en una combinación de energía eólica y energía solar fotovoltaica; con cada una de estas fuentes se debería generar 3.767 GWh al año.
En el caso de la energía eólica, tomando un factor de capacidad promedio de 0,4 (fácilmente alcanzable en el país) se requeriría 1 GW de potencia eólica, lo que implicaría, una incorporación anual de 150 MW hasta el 2030. Sin dudas, el desarrollo del nuevo clúster conformado por IMPSA, EPSE y varias provincias podría jugar un rol central en el desarrollo de esta opción.
Para el caso de la opción solar, si contemplamos la zona central del país se puede lograr una generación promedio de 1,5 MWh/kWp. Para cubrir los 3.767 GWh, se deberían instalar 2,6 GW de sistemas fotovoltaicos, lo que implicaría una incorporación anual de 360 MW hasta el año 2030. Una arquitectura posible para este escenario sería incorporar la mitad de dicha potencia con plantas fotovoltaicas concentradas de mediana o gran potencia, y el resto con generación distribuida.
La generación distribuida con energías renovables no requiere grandes obras de infraestructura y puede ser desarrollada por cooperativas y PyMES. La demanda de divisas de los sistemas fotovoltaicos se vería ampliamente compensada por los ahorros que produciría evitar la importación de gas. Para ello, es necesario repensar los subsidios e incentivos que potencien estas opciones.
Ambas propuestas de reemplazo de gas por energías renovables son metas totalmente alcanzables. Estas implicarían un ahorro de 1.642,5 millones de m3, aproximadamente 700 millones de dólares, si se contemplan los precios de importación para el 2022.
No obstante, no son las únicas opciones. Seguramente, hay muchas más, como la generación de biomasa y biogás para electricidad.
Sobre la energía solar térmica y el gas
Según da cuenta el informe Audiencia Pública de la Secretaría de Hidrocarburos de la Nación, en 2022 se estima una demanda de 48.735 millones de m3, de los cuales el 84% será de producción nacional. El resto se abastecerá mediante importaciones: 3.626 millones de m3 (7%) de Bolivia, a 7,46 USD/MMBTU, y aproximadamente 68 barcos con 4.406 millones de m3 (9%) de GNL, a 23,7 USD/MMBTU. Estas estimaciones implicarían un desembolso de 3.853 millones de USD, números que parecen imposibles en el marco de la guerra.
Ahora bien, ¿es imprescindible que siga creciendo la cantidad de gas necesaria en el país? ¿Es posible pensar en alternativas productivas que no signifiquen un incremento de la demanda de gas? ¿Cómo se relaciona esto con el desarrollo de la infraestructura?
La opción de consumir menos gas está fuertemente respaldada en diversos trabajos científicos, en lineamientos publicados en los últimos años y en propuestas de políticas públicas (Fundación Bariloche, 2021; Gil, 2021b, 2021a; Gil et al., 2015). Es posible cuantificar considerables ahorros energéticos y económicos delineando algunos ejes de políticas por implementar, entre las cuales podemos apuntar las siguientes:
- Instalación de termotanques solares para calentamiento de agua sanitaria;
- Eficiencia en el consumo de agua sanitaria a partir de reductores de caudal;
- Uso racional de termostatos en sistemas de acondicionamiento térmico;
- Reducción del sobreconsumo en la región patagónica;
- Mejoramiento de la aislación térmica de las viviendas.
Cada uno de estos ejes conlleva particularidades de planificación e implementación. A título de ejemplo, abordamos aquí la implementación de termotanques solares. Este eje es de suma importancia porque aproximadamente el 25% del consumo de energía térmica de un hogar se destina a calentar agua. También cabe considerar que un 10% lo acarrea el consumo pasivo de pilotos, esa pequeña llama omnipresente (Gil et al., 2015).
Si contemplamos el total de usuarios residenciales de gas natural y GLP de Argentina (ENARGAS, 2020), el consumo asociado al calentamiento de agua es de aproximadamente 16 millones de m3/día de gas equivalente (Gil et al., 2015). Al consumo de agua caliente por parte de los usuarios residenciales se le agrega un consumo de 6 millones de m3/día de los usuarios comerciales y entes oficiales en el mismo rubro. Por lo tanto, la energía usada en calentamiento de agua en la Argentina es del orden de los 22 millones de m3/día de gas equivalente, o aproximadamente 8030 millones de m3 de gas equivalente por año, ¡exactamente la misma cantidad de gas que Argentina debería importar en el 2022! (Bolivia + GNL).
El Programa de Desarrollo de la Industria Solar Térmica (PRODIST) del Ministerio de Desarrollo Productivo apunta en esta dirección, y entendemos que es una herramienta clave.
Sin embargo, estas opciones son complementarias y se pueden secuenciar de diversas maneras. Por ejemplo, si el 25% de los usuarios residenciales adoptara sistemas solares híbridos de calentamiento de agua y el resto pasara sus equipos convencionales a clase A de eficiencia, y además se lograra un ahorro de agua del 35% mediante la implementación de aireadores, el ahorro en consumo de gas residencial sería de unos 7,7 millones de m3 por día (2810 MMm3 por año, el 35% de todas las importaciones previstas para el 2022). Lo notable de este ahorro es que se produce en el consumo base, es decir el que ocurre todos los días y, por lo tanto, afecta al consumo medio. En lo económico, a precios promedio de importación de gas en 2022, obtenemos un potencial ahorro de divisas de 1.348 millones de USD.
Al Estado le es más rentable, en el corto y mediano plazo, subsidiar y fomentar la instalación de termotanques solares e intercambiar equipos eficientes de calentamiento de agua, que correr detrás de las importaciones de un bien común escaso, con altísimo impacto socioambiental y sumamente sensible a la arquitectura geopolítica, como lo demuestra el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. Energía solar y eficiencia energética para todos y todas, con fabricación nacional: una real soberanía energética.
Sin ahondar en detalles, la implementación de los otros ejes de eficiencia planteados anteriormente podría generar un ahorro promedio de 38,5 MMm3 por día. ¿Dónde ponemos el esfuerzo de ahorro de divisas?
Entendemos que extender las redes de gas, con costos altísimos en gasoductos y redes, deja instalado un incremento de la demanda futura que solo podría ser sostenido con subsidios que podrían tener otro fin. Cuando planteamos esto, suele decirse que no queremos que los 4,8 millones de hogares que no tienen gas se desarrollen. Esto es falso. Dichos hogares tienen acceso a la electricidad y debemos mejorar las redes y ampliar la generación renovable para abastecer esos usos y establecer mecanismos de subsidios que fomenten la equidad. Lo que hace falta no es gas en sí mismo sino resolver las necesidades de la población.
Una clave es aceptar que la transición energética se dirige a una mayor electrificación. Esto es central. En nuestro país las redes eléctricas llegan a un 99,3% de la población, por lo que las condiciones son apropiadas para profundizar esta electrificación y hacerlo con más renovables y menos gas.
Si lográramos desprendernos de algunas ataduras epistemológicas, veríamos que las opciones de políticas energéticas son múltiples. Es difícil vislumbrar muchas de ellas por no ser alternativas para generar consumo sino para evitar consumo, cuando esto último no implica que no se genere empleo o trabajo.
Sin dudas, es más complejo discutir cómo no consumir energía que dar rienda suelta a una demanda sin sentido. Pensar en consumir menos es disruptivo, aun cuando consumir menos genera trabajo, rompe la concepción mercantil capitalista de la energía y nos pone frente a un escenario que desconcierta la visión corporativa de la energía.
La transición energética popular se asienta sobre la idea de desprivatizar, y de fortalecer las diversas formas de lo público, lo participativo y lo democrático; debe atender la imperiosa necesidad de superar la desigualdad, la inequidad y las pobrezas energéticas; de reducir en este marco la utilización de energía, que implica redistribuir y a la vez desfosilizar las fuentes energéticas utilizadas; plantea la necesidad de descentralizar y democratizar los procesos de decisión en torno a la energía. En definitiva, se trata de recuperar la idea de la energía como una herramienta para mejorar la calidad de vida en un contexto de límites y desigualdades. Opciones tecnológicas hay muchas.
Referencias
ENARGAS (2020). Informe anual 2020.
Fundación Bariloche (2021). Propuesta del plan nacional de eficiencia energética Argentina. Gobierno de la Nación Argentina.
Gil, S. (2021a). Acondicionamiento térmico (Eficiencia Energética en Argentina). Gobierno de la Nación Argentina.
Gil, S. (2021b). Agua caliente sanitaria (Eficiencia Energética en Argentina). Gobierno de la Nación Argentina.
Gil, S., Givogri, P., & Codesiera, L. (2015). El Gas Natural en Argentina. Propuestas Período 2016-20. Cámara Argentina de la Construcción.
* Los autores integran el Observatorio de Energía y Sustentabilidad (Universidad Tecnológica Nacional) y el Grupo de trabajo Energía y Equidad.
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