Garrotes y desencuentros

Segunda presidencia de Trump, segundo año de Milei

 

La noticia de enero ha sido el retorno presidencial de Donald Trump. Para los norteamericanos es mucho más importante la política nacional que la internacional, que reducen a “un asunto de seguridad nacional del que se ocupan los que saben”.

Las propuestas internas afectan en forma directa a la situación internacional de Estados Unidos en los planos económico y político. La consigna Make America Great Again (Hacer a Estados Unidos grande otra vez, MAGA por su sigla en inglés) apela a los trabajadores que añoran los años en que la alta ocupación industrial significaba buenos y crecientes salarios. En 2016, Trump triunfó interpretando ese malestar que la globalización produjo en la ocupación industrial. De no haber sido por la pandemia de Covid-19, en 2020 hubiese ganado la reelección. Los errores políticos de Joe Biden –el último fue haberse presentado a la reelección con alto deterioro de sus habilidades mentales– llevaron a la segunda presidencia de Trump.

Su política de reindustrializar el país para garantizar la “seguridad nacional” propone un ataque a la inmigración, básicamente latinoamericana, y un freno a las importaciones, principalmente de China. Sus ataques a la ideología woke son para consumo interno, aprovechando el malestar de sus clases trabajadoras –en especial las blancas–, que añoran una arcadia perdida que asocian con prejuicios tradicionales malentendidos como fundantes de su riqueza.

Las consecuencias económicas para Estados Unidos serán dobles: a) encarecimiento de la mano de obra por freno inmigratorio (incluidas las ya iniciadas repatriaciones) de latinoamericanos indocumentados que trabajan por salarios que no aceptan los norteamericanos; y b) encarecimiento de los innumerables bienes importados de China que han permitido mantener el poder de compra popular con salarios estancados en los últimos cuarenta años. Tendencia a más inflación por doble vía.

Dejemos de lado las políticas internas de Trump para concentrarnos en lo que afecta al resto del mundo, que tendremos que soportar sin haberlo votado.

Lo distintivo de la segunda versión de Trump es haber dejado de lado las justificaciones “políticamente correctas” de la actuación de Estados Unidos en el mundo, el manual de declaraciones almibaradas con loas a la democracia y la libertad de comercio que nos acompañan desde 1945. Se ha vuelto a la política del garrote del presidente Teodoro Roosevelt (1901-1909). La influencia del comunismo, en especial entre 1945 y 1991, obligó a conceder beneficios a las masas, evitando jactancias y amenazas abiertas, ocultando las acciones imperialistas que nunca cesaron. Desaparecida la Unión Soviética, pasaron más de 30 años para que Trump descarte todo ese palabrerío hollywoodiense y declare abiertamente sus pretensiones imperialistas. De allí lo de comprar Groenlandia a Dinamarca o a sus habitantes, anexar Canadá como estado 51 y retomar el canal de Panamá, que construyeron luego de realizar el golpe de Estado para “independizar” en 1903 ese istmo perteneciente a Colombia, justamente por Roosevelt. “Les haré una oferta que no podrán rechazar”, diría el padrino Vito Corleone. Latinoamérica conoce muy bien los resultados de los atropellos imperialistas de Estados Unidos. Basta mirar las economías en ruinas de países bloqueados por décadas –Cuba, Nicaragua y Venezuela– además de las invasiones e incontables golpes de Estado patrocinados por ellos.

Les tocará a los vasallos europeos pagar el 100% de su propia fuerza militar, también a los de Asia-Pacífico –obviamente comprando armamento norteamericano–, mientras Trump iniciará las conversaciones con Putin para poner fin al conflicto con Ucrania. Su objetivo es ofrecerle algunos beneficios si reduce o descarta su alianza con China. No tiene muchas probabilidades de éxito ese intento divisionista. El gigante oriental –principal potencia independiente que puede avanzar hacia un mundo multipolar– es el verdadero enemigo del capital concentrado norteamericano, el “Estado profundo” detrás del Estado formal que siempre dominaron. Pueden emerger problemas en la Unión Europea por la actitud nacionalista de varios partidos de la extrema derecha, que son abiertamente anti-inmigrantes pero crecientemente críticos del costo de no poder comerciar con Rusia. El húngaro Víctor Orbán levantó unilateralmente las sanciones al gas ruso. Ello presagia tiempos complejos para Europa, amén del fenomenal desorden político en que caerá la Ucrania de posguerra.

Trump ya desafilió a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud y del Tratado de París para el Cambio Climático. Frente al conflicto Israel/Palestina, prometía el fuego infinito –sobre los palestinos, claro– si no había un alto el fuego antes de asumir. Lo logró y está en vigencia. Hasta su asunción, la línea oficial era que Estados Unidos jugaba a niño bueno e Israel a niño malo, pero sin que el primero dejase de alimentar con armas decisivas al segundo. Ahora el niño bueno pide a Jordania y Egipto que acepten a 1,5 millones de palestinos a expulsar, acto “humanitario” que los libraría del aniquilamiento en proceso por el niño malo, completando de una u otra manera la limpieza étnico-religiosa que se acomoda al designio del Gran Israel. Los cambios ocurridos en Siria van en ese sentido.

Rusia está derrotando a Ucrania a pesar del apoyo de la OTAN y especialmente de Estados Unidos. El impacto en Ucrania de un solo misil hipersónico Oreshnik en noviembre pasado dejó en claro el poder ruso. Un armisticio dejaría a Ucrania sin las regiones orientales ruso-parlantes, pero Rusia no firmará si Ucrania no acepta ser neutral y no aliarse a la OTAN en el futuro. Eso sería una capitulación de Occidente frente a Rusia y habrá que ver qué se logra y cómo lo presenta Trump.

Estados Unidos no puede tener dos conflictos bélicos importantes al mismo tiempo, independientemente de su gran capacidad militar. El acuerdo en Ucrania es necesario para concentrarse en la contención y asedio de China, provocando conflictos por medio de otros vasallos (Japón, Taiwán, Filipinas). Sólo la Destrucción Mutua Asegurada (MAD) de una escalada nuclear frena de momento esos intentos imperiales.

Además del asedio militar es esperable una nueva vuelta de tuerca de la guerra comercial/tecnológica, con mayores aranceles e incremento de las prohibiciones a norteamericanos y súbditos de exportar a China productos sensibles: chips de 2 a 7 nm (taiwanesa TSMC) y más grandes (“maduros” de varios orígenes), las máquinas litográficas para fabricarlos (holandesa ASML), la tecnología norteamericana para crearlos, etc. Es decir, aquello en que parcialmente está basado el avance de la Inteligencia Artificial, la tecnología que revolucionará las formas de producción a nivel mundial. El otro elemento crítico para IA es la masa de datos necesarios, donde China lidera ampliamente. Estos sectores son estratégicos por su alternativo uso militar, donde una mínima diferencia puede definir el triunfo o la derrota.

Esta semana se ha producido un terremoto en las tecnológicas norteamericanas con el lanzamiento de un modelo de lenguaje de IA de DeepSeek, la start-up china que compite de igual a igual en performance con las mejores de Silicon Valley, a una fracción del costo, incluida la electricidad necesaria. Según Wall Street Journal, hay pánico en ese sector high tech. El cerco tecnológico norteamericano termina empujando a China hacia la autosuficiencia con investigación infatigable y creatividad envidiable. Lograron un atajo inesperado y trascendente.

Se profundizarán los conflictos comerciales por el dominio chino de productos de alta demanda, de costos y precios muy inferiores a Occidente: autos eléctricos, baterías, paneles solares, generadores eólicos y muchos otros. Comenzando por la cúspide tecnológica, se está produciendo una desglobalización selectiva (decoupling) que puede avanzar hacia un proteccionismo mayor en todas las potencias y el resto del mundo.

 

Sin autocrítica ni conducción armónica

Pasó más de un año de gobierno de Milei y no sólo no cayó por las inconsistencias de su plan económico sino que tampoco hubo correlato entre el elevado costo social que produjo y la poca pérdida de apoyo en la población. Las grandes movilizaciones de la primera mitad del año se fueron deshilachando a medida que el fogonazo inflacionario provocado por la maxidevaluación inicial se fue desacelerando en los meses siguientes. Ese colchón devaluatorio alimentó otra fenomenal timba financiera (carry trade), retroalimentada por cerca de 25.000 millones de dólares de blanqueo.

El año 2023, el último de la presidencia de Alberto Fernández, terminó con un saldo comercial externo muy negativo: -13.341 millones de dólares (-6.925 de bienes y -6.416 de servicios), mientras 2024 ha terminado en positivo (estimamos circa 13.700 millones) si sumamos el saldo de la balanza de bienes (+18.899) y restamos nuestra proyección del déficit de servicios (-5.200). A pesar de ese amplio superávit comercial y el blanqueo, que suman casi 39.000 millones de dólares, las reservas brutas (actualmente 30.140 millones) crecieron 9.000 millones desde la asunción de Milei, al tiempo que tanto al inicio como ahora las reservas netas son negativas. Ello marca lo endeble del esquema de valorización financiera utilizando los fondos del blanqueo y las expectativas con el FMI y Vaca Muerta.

La pax mileiense se logra malvendiendo los pocos dólares de las reservas brutas sin haber logrado aumentar la necesaria competitividad externa. El Índice Tipo de Cambio Real Multilateral (ITCRM) que publica el Banco Central está basado en una ponderada canasta de monedas de nuestros socios comerciales, indicando el grado de competitividad externa. El ITCRM al 9 de diciembre de 2023 (salida de Fernández) se hallaba en 80,4 (atrasado, baja competitividad). Con la maxi devaluación de Milei de diciembre de 2023 pasó a 161,3 (alta competitividad). Esa competitividad se perdió con la inflación acumulada en 13 meses: el ITCRM actual (al 22 de febrero) es 80,6. En síntesis, se anuló toda la devaluación real con el sufrimiento de las grandes mayorías para volver al mismo atraso cambiario y falta de competitividad del final del gobierno Fernández. El déficit de servicios se está agrandando en la orgía de viajes al exterior y compras directas en Estados Unidos y China, mientras la ocupación industrial retrocede frente a la baratura de lo importado. La desocupación abierta no crece significativamente por el incremento de ocupación informal de baja productividad e ingresos debajo de la línea de pobreza.

El gobierno apuesta a que su subordinación a Trump le otorgue fondos frescos y refinanciación amigable de parte del FMI –que formalmente insiste por devaluación y eliminación del cepo, pero sin ultimátum– a la espera de que mejoren las exportaciones agrícolas (de allí la baja de retenciones) y vayan madurando la producción, el transporte y la exportación de petróleo y gas de Vaca Muerta, procesos más lentos que los deseos oficiales. Todo atado con alambre para no devaluar antes de las elecciones. La última carta que está jugando es la autorización a comprar y vender en dólares pagando con tarjetas de débito, tema que puede volcar más divisas sobre el mercado interno y recién se está instrumentando. Posibilidad remota pero no descartable de concluir en una dolarización de hecho, y la pérdida permanente de soberanía monetaria.

Milei tiene el apoyo del gran capital y el sistema judicial, dispuestos a aceptar todos sus excesos e ilegalidades con el objetivo de lograr la subordinación del conjunto de los trabajadores. Se está fagocitando a la mayoría del PRO y los radicales con peluca, más algunos peronistas del interior. Acumuló poder con audacia, doblando la apuesta y derogando muchos avances económicos, sociales y políticos conquistados en décadas de lucha, sin costo político aparente.

 

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