Un actor avisa al público que con sus palabras puede hacer magia. “Abracadabra”, dice, y crea una realidad. Le presta el cuerpo a una voz ajena para volverlo imagen. La voz ajena es el testimonio que dio Guillermo Fernández en 1985 en off. Guillermo, junto a Claudio Tamburrini, Daniel Russomano y Carlos García, logró escaparse el 24 de marzo de 1978 de la Mansión Seré, uno de los tantos centros clandestinos de tortura y exterminio que funcionaron durante la última dictadura cívico-militar. El actor es Lautaro Delgado Tymruk, quien además dirige en compañía de Sofía Brito.
Confieso que no me senté con el mejor ánimo: venimos con las semanas de los vetos encima, con la estupidez y la banalidad a la orden del día desde hace diez meses, de manera explícita, desembozada. Cargamos con la indiferencia de un poder político superficial, en el que cualquiera puede decir cualquier cosa. Es agotador vivir en un mundo donde las palabras se desarman y dejan de tener importancia, de tener efecto, de hacer cosas.
Abracadabra.
Cuando entré al teatro lo único que quería era apagar el cerebro y sabía que Seré no era la obra que pudiese ayudarme con ese fin, que no me permitiría desconectarme por unos minutos del horror del mundo. Esto no es algo que me esté pasando a mí sola. Hace bastante que vengo escuchando lo mismo entre mis amigos: la idea de fingir demencia, de tratar de encontrar espacios en los que no haya que pensar sobre lo que está pasando, porque lo que está pasando entristece, despotencia, anestesia de tan obsceno.
Pensé, prejuiciosamente, que iba a salir de ahí más deprimida, sin ganas de nada. No fue así; por el contrario, llegué a casa con el deseo de convertir lo que había vivido en palabra escrita, volverlo legible. Y acá estoy, buscando las palabras que resuenen con la experiencia.
Abracadabra.
El procedimiento sobre el que se monta la obra —una especie de ventriloquia en la que el actor entrega su boca a la voz de Fernández mientras su cuerpo ofrece, en una coreografía perfecta, la experiencia del hombre en la Mansión Seré— hace que lo solemne no forme parte del contrato entre la escena y los espectadores. Fue una sorpresa poder asistir a un testimonio completo, sin perder en ningún momento el interés, sin que fuese todo grave, pesado, oscuro, a pesar de que lo que se relataba era espantoso; poder ver en esa narración una posibilidad de fuga. Pero no de las fugas que no van a ningún lado, que se pierden en una tarde de escroleo, de true crime en alguna plataforma. Sino de las que conducen al deseo.
Recordar es importante, investigar sobre el pasado es importante. Pero esa no es la función de Seré, o por lo menos no la principal. No es solo mostrar lo que ocurrió en nuestra historia el objetivo que la obra asume, y que cumple con gran destreza; es aprovechar el relato que hace el sobreviviente para permitirnos ver una salida factible, una posibilidad real de fuga: “actuar”. Frente a las condiciones adversas, hacer, estar, intervenir en las cosas del mundo.
Porque de lo que trata Seré no es de los años del horror, no es de la experiencia particular de alguien en esa época. De lo que trata es de poder usar el “clavo”. Y ahora voy con esto, pero antes de continuar, un aviso.
Debo advertir que voy a contar el final. Esto no importaría demasiado si este coincidiese con el final de la historia, que ya es público y lo conocemos, no solo por el testimonio del protagonista, sino también por la galardonada película Crónica de una fuga dirigida por Adrián Caetano en 2005 (en la que Lautaro Delgado Tymruk además hizo uno de los personajes). Pero lo que voy a contar acá es otra cosa. Y tiene que ver con la potencia de lo que despierta la última acción de la obra, que no sucede en el escenario, sino a la salida de la sala, cuando la directora entrega a cada espectador un clavo de un considerable tamaño.
Es este último gesto el que potencia el efecto y termina de dar sentido a la performance que el actor hace en el escenario con increíble destreza. El clavo, ese objeto tan insignificante, tan utilizado, tan común, es lo que Fernández, como cuenta en su testimonio, utilizó para abrir la ventana y escapar. Un clavo que se convirtió en símbolo, un símbolo que se convirtió en materia, una materia que se tradujo en deseo. En mí, por lo menos, en deseo de escribir. Pero nadie sabe cómo reverbera ese ¿geste à peau? en cada uno de los espectadores (me dirán los psicoanalistas si estoy usando bien el concepto).
Abracadabra.
A la salida del teatro, el público, mayoritariamente femenino, se concentra en pequeños grupos para conversar sobre la experiencia. Unas mujeres adultas se secan las lágrimas y no dejan de repetir la frase “qué fuerte”. Unas veinteañeras parlotean acaloradamente. Adentro lloraron, yo las vi, no podían contener el llanto; pero afuera ya no, afuera hacen con palabras, reconstruyen la historia una y otra vez, una y otra vez. Repiten fragmentos, recuerdan los eventos clave. Están impresionadas. Para ellas es una novedad. Son nacidas en el 2000, la dictadura había terminado 17 años antes y están menos familiarizadas con el tema. Una pareja que ronda los cuarenta reflexiona sobre las impresiones que tuvieron, intercambian pensamientos, sensaciones.
Todos tenemos nuestros clavos, algunos en la mano, otros en la cartera, en el bolsillo del pantalón. Solo se trata de poder y animarse a usarlos.
Abracadabra.
Dramaturgia: Sofía Brito, Lautaro Delgado Tymruk
Actúan: Lautaro Delgado Tymruk
Escenotécnia: Richy Salguero
Iluminación: Ricardo Sica
Maquetas: Gustavo Brito, Isolda Maur
Prensa: Carolina Alfonso
Dramaturgista: Conrado Beretta
Dirección: Sofía Brito, Lautaro Delgado Tymruk
*La obra fue seleccionada para participar del FIBA 2024. En ese marco, las funciones serán el sábado 19 de octubre a las 16 hs y el miércoles 23 a las 20:30 hs. Luego continuará en cartel el sábado 26 de octubre a las 17 hs y todos los sábados de noviembre a las 17 hs. Todas las presentaciones son en El Teatro del Pueblo, Lavalle 3636.