FUERZA MAYOR

Nos gobierna alguien que reivindica el egoísmo, la ignorancia y la crueldad

 

Cuando era niño y devoraba las historietas de DC Comics que publicaba una editorial mexicana, di con una subtrama del universo narrativo de Superman que me sorprendió. Según lo pergeñaron los co-autores que estaban al timón en los años '60 —el guionista Otto Binder, el dibujante Wayne Boring—, existía en algún lugar del cosmos un planeta que era la antítesis del planeta Tierra. Tanto, que de hecho se llamaba Arreit, o sea la palabra tierra leída al revés. (En inglés la bautizaron Htrae, que es Earth —el nombre en inglés de nuestro orbe— al vesre.) Y en Arreit todo se daba de forma invertida.

Para sus habitantes, las personas que a nuestro criterio eran feísimas eran las más deseables: pálidas, de facciones toscas, como talladas con una maza sobre cuarzo blanco. (Aquel mundo estaba regido por algo que se llamaba El Código Bizarro, que entre otras cosas proclamaba: "¡Nosotros odiamos la belleza!") Hacer algo con eficacia se consideraba un fracaso. Los financistas del lugar ofrecían bonos con los cuales —te lo garantizaban, incluso— ibas a perder dinero sí o sí. Y cuando hacía falta resolver un crimen, le encargaban la investigación a un personaje a quien consideraban "más estúpido que toda la Policía Bizarra junta" — definición que el tipo en cuestión tomaba como el non plus ultra de los elogios.

 

 

En uno de esos episodios, el Superman de nuestra Tierra visitaba Arreit y no tenía mejor idea que hacer algo que consideraba bueno, y además hacerlo con éxito. Por ese "crimen" se lo juzgaba y condenaba, para finalmente conmutarle la pena a cambio de una tarea: usar sus poderes para cambiar la forma del planeta y adecuarla al Código Bizarro. A partir de ese capítulo, por obra de los talentos escultóricos que Superman poseía a escala galáctica, Arreit pasó a ser un planeta... cuadrado.

Se ve que el juego narrativo me divirtió, porque nunca lo olvidé. De hecho, de allí en más complicó mi comprensión del término bizarro, que en nuestro idioma significa otra cosa, casi tan opuesta al sentido en el cual se lo usaba en las historias de Superman como Arreit a la Tierra. Según el Diccionario de la Real Academia, bizarro es "valiente, arriesgado", y también "generoso, lúcido, espléndido" y por último —recién en su tercera acepción—, "raro". Y raro es distinto, diverso, pero no es "opuesto"; divergente, sí, pero no lo contrario de forma especular, o como lo es un negativo a un positivo. Quizás haya que considerar que esta forma de desvirtuar una palabra, de alterar su sentido primigenio, no sea inocente respecto de nuestra desconcertante situación actual.

 

 

De diciembre a esta parte, la Argentina se convirtió en una versión latinoamericana del Mundo Bizarro de los cómics. La llegada de Mirrey a la Casa Rosada supuso mucho más que un cambio de signo político. Porque pasar de un gobierno de izquierda a uno de derecha representa un sacudón, pero dentro de ciertos parámetros: el Estado deja de perseguir el bien común para jugar en favor del sector más acomodado, pero el mundo sigue siendo el mismo. La Constitución sigue siendo la ley mayor del país. El gobierno funciona a partir de la labor interdependiente de tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Arriba sigue significando arriba, no abajo.

Sin embargo Mirrey propone otra cosa, algo francamente extremo. (A esta altura corresponde decir ya, en los términos de la descripción más objetiva, que el Presidente es un extremista.) Y no sólo en el terreno de lo estrictamente político, como lo demuestran sus desplantes autoritarios, la agresividad constante, su deseo de reemplazar la Constitución por un DNU hecho a medida de su megalomanía y su amenaza de cerrar el Congreso —o sea, de anular el Poder Legislativo— como quien echa a un okupa de su propiedad sacrosanta. Tampoco en el campo de lo económico, a pesar de su liberalismo ultra-dogmático que nos deja inermes ante las fauces sanngrientas del Gran Dios Mercado. No, Mirrey aspira a modificar la realidad mucho más allá de esos paisajes. Lo que intenta hacer es, ante todo, poner patas para arriba nuestro entero sistema de creencias y valores.

De forma incansable, Mirrey impulsa a diario un cambio copernicano. Una transformación drástica en materia de paradigmas socio-culturales, tanto como lo fue durante el siglo XVI dejar de creernos el centro del universo y empezar a aceptarnos como un contingente turista, de paso por un peñasco que —como tantos otros— giraba alrededor del sol.

 

 

Como lo demostró el discurso falaz instrumentado por TV vía Joni Goldfarb, la reescritura empieza por la historia que hasta aquí dábamos por buena. Decir que el Presidente Illia fue volteado por el peronismo —como el resto de los gobiernos que no pudieron completar su mandato, además— es una inexactitud pero no un error político, porque avanza en la dirección de crear un sentido nuevo. Para el flamante relato libertario, los peronistas ya no formamos parte del pueblo que fue la principal víctima de cada golpe de Estado, no señor. Si los dejamos percutir sobre esa mentira, de aquí en adelante los "golpeados" seremos considerados los golpistas.

En la práctica cotidiana, persistimos en actuar como si viviésemos todavía en la ciudad de Metrópolis. Todos nuestros actos, nuestros gestos, nuestras palabras, comunican lo siguiente: acá no ha pasado nada. Pero la realidad insiste en sugerir que, como diría la Dorothy de El mago de Oz, esto ya no es Kansas anymore. Con cada día que transcurre, la Argentina se parece más al Mundo Bizarro. Vamos aceptando la puesta de cabeza de todo lo que antes dábamos por sentado. Asimilamos lo que hasta no hace mucho hubiese parecido un escándalo, sin oponer más que una protesta que mengua progresivamente y, de seguir así, un día dejará de existir.

 

 

Y entonces la crueldad ya no será la excepción, el desborde de unas pocas manzanas podridas, sino la norma social, lo habitual. (¿O acaso no ha pasado a ser común usar mogólico como insulto y mongolizar vía Photoshop los rasgos de la persona a quien se quiere denigrar?) Y entonces lo feo se convertirá en seductor. (Porque la fealdad objetiva será reemplazada por la versión idealizada a través de la Inteligencia Artificial, que está empezando a ocupar el lugar de lo real, de lo creíble.) Y entonces actuar como un hijo de puta te otorgará credencial de persona cool. Y la ignorancia y la brutalidad fungirán como altos valores civiles. (La opinión de un Mirrey con cero credenciales académicas vale ya más que la de 68 premios Nobel.) Y la irracionalidad ocupará el lugar de lo razonable. Y la falta de empatía se impondrá como la actitud social predominante.

En la antigüedad, el carnaval cumplía la función de un ritual reverso: era una festividad que durante unos días permitía intercambiar roles sociales —el empleado fingía ser capanga, el hombre apocado jugaba a ser animal salvaje— y poner en suspenso las convenciones que rigen el comportamiento en comunidad. Por eso se prestaba al descontrol, a la bacanalia, para que después de la inevitable resaca se renovase el ciclo anual y todo el mundo volviese a comportarse como Dios mandaba. Lo que Mirrey propone es lo contrario. Que el sátiro sea el emperador de todas las almas, que el ignorante sea laureado, que el psicópata sea aplaudido, que el individualista reciba el beneplácito social, que la ley sea por definición aquello que hay que romper y vulnerar — pero no durante unos pocos días, sino el año entero, y durante lo que reste de nuestras vidas.

 

 

 

Juguemos en el bosque, mientras Mirrey no está

Pocas cosas me impresionaron más, en los últimos tiempos, que la escena que Mirrey protagonizó esta semana en el colegio del que egresó hace décadas. (El Cardenal Copello de Devoto, sobre la calle Nueva York.) Pero antes de discutir sus implicancias, déjenme proponer un juego. Voy a describir algunas de las cosas que Mirrey dijo e hizo esa mañana, y a pedirles que se las imaginen pero no con nuestro Presidente en el centro del cuadro, sino con otra persona en su lugar. Por ejemplo, otro Presidente o Primer Ministro actual de una nación democrática consolidada: Joseph Biden (Estados Unidos), o Emmanuel Macron (Francia), o Lula (Brasil) o Justin Trudeau (Canadá). ¿Se entiende? La idea es que revisiten la escena, pero visualizando a otro dignatario en lugar de Mirrey.

OK, ahí vamos.

(Biden / Macron / Lula / Trudeau) fue a la escuela de su infancia, a inaugurar el ciclo lectivo anual. En presencia del alumnado —niños y púberes—, ensalzó la perseverancia, apelando a la imagen del burro que termina cogiéndose a la burra no porque tenga un miembro grande y tentador, sino porque no deja de intentar cogérsela ni un minuto. Durante un pasaje de su alocución, un muchachito responsable de la escolta de una bandera, que hasta entonces estaba apenas a un paso de distancia por detrás de (Biden / Macron / Lula / Trudeau), se descompuso y cayó redondo sobre el escenario. En vez de preocuparse por su salud, como haría cualquier persona común y mucho más el primer funcionario de un país democrático, (Biden / Macron / Lula / Trudeau) expresó su fastidio y, lejos de ayudarlo, hizo una broma que dio pie a que toda la concurrencia, empezando por los estudiantes, se riese ante el caído.

A continuación retomó su speech como si nada, y no dejó de incurrir en otra actitud flagrantemente contraria al ejemplo que un adulto debería dar a un menor de edad: le pidió a dos funcionarios bajo su cargo que contactasen a las autoridades de una universidad privada, para que presionasen en favor de otro tercer funcionario de su administración, estudiante también, a quien un profesor o profesora le estaría haciendo la vida difícil. No contento con ello, concluida la faena se ocupó de expresarse en las redes en contra de una ex docente de su escuela que se había quejado ante los periodistas de lo magro de la jubilación que cobraba. En el mismo mensaje, escrito por completo en letras mayúsculas, (Biden / Macron / Lula / Trudeau) difundió la carta privada que la escuela le había enviado para desmarcarse de la opinión de su ex empleada, a modo de auto-protección; difusión inconsulta que dejó expuesta a la institución como insensible y acomodaticia. Pero además de acusar a la mujer por no haber sido nunca maestra suya, (Biden / Macron / Lula / Trudeau) sorprendió al endilgarle la calificación de robacámaras. Nunca se hizo cargo del problema de la jubilación de los docentes que la mujer señalaba. Lo que más disgustó a (Biden / Macron / Lula / Trudeau) fue que la señora había intentado birlarle el protagonismo — disputarle las luces, el spotlight.

 

 

 

Hasta aquí el jueguito. Tiene su dificultad, lo entiendo, porque no resulta sencillo imaginar a Biden, o a Macron, o a Lula, o a Trudeau, haciendo cosas semejantes. No tengo ninguna duda de que, si en una situación equivalente Biden hubiese repetido textualmente lo que Mirrey dijo y hecho lo que hizo (o lo que no hizo, mostrando blindada indiferencia ante alguien que, a su lado, requería ayuda urgente), el servicio secreto no lo hubiese dejado terminar. Lo habrían interrumpido y se lo habrían llevado de allí, pretextando una amenaza nuclear o algo por el estilo. Para el personal de la Casa Blanca, un discurso semejante hubiese sido prueba inequívoca de que Biden estaba teniendo un episodio psicótico o senil, del cual había que protegerlo para preservar su investidura.

Pero acá, en la Argentina Bizarra, no pasó nada. Nadie osó interrumpir el show de Mirrey. (Hubo otra chica que se desmayó antes del escolta, pero ese derrumbe tampoco alteró el acto.) Y nadie, tampoco, expresó su alarma durante el acto o su rechazo ante una situación que rápidamente había escalado hacia la indignidad y pisado el terreno de lo inapropiado.

Esa escena es oro en polvo, porque sintetiza a la perfección el cambio de era. Es un video que muestra en acción al Presidente de un país democrático del siglo XXI, haciendo exactamente lo contrario de lo que debería hacer el Presidente de un país democrático del siglo XXI. Y eso no se debe a error de cálculo alguno, no señor, al contrario: lo de Mirrey es deliberado ciento por ciento, porque él es un Presidente Bizarro en el sentido de los viejos cómics de Superman. O mejor aún: Mirrey es nuestro Etnediserp, el líder de Anitnegra, o sea la Argentina Bizarra donde estamos viviendo desde diciembre de 2023.

 

El alumno Milei en el Copello.

 

Vayan al video y vuelvan a verlo, porque es espectacular. Pero esta vez desbrocen sus resonancias, que son muchas y no tienen desperdicio. Para empezar, el hecho de que el Presidente decida inaugurar el ciclo lectivo no en una escuela estatal, como es tradición y además sería lógico —porque son las escuelas de las que es directamente responsable, como cabeza del Estado—, sino en un colegio privado. Concedamos que puede ser interpretado como un gesto de coherencia ideológica, en un Presidente que considera que el Estado es una organización criminal (proponerse como líder de esa mafia a la que dice detestar sería en sí mismo una incoherencia, pero de momento dejemos este disparate de lado), y que por eso prefiere lo privado a lo público. Pero podría haber elegido cualquier escuela privada. Sin embargo eligió aquella donde estudió de niño, es decir: la institución en la cual, durante su infancia, fue uno más, el eslabón más débil de la cadena educativa, indefensión subrayada por un padre dispuesto a dejarle "una zapatería en el traste" y una madre decidida a "bajarle los dientes", con tal de que estudiara. Es decir: la persona que ostenta el más grande poder institucional que confiere un país quiso volver al sitio donde contó con menos poder en su vida, desde que tuvo uso de razón. Siento que, en alguna parte, el viejo Sigmund F. está haciendo un esfuerzo para disimular una sonrisa, mientras me dice: "Continúe..."

Parte de su alocución tuvo que ver con remembranzas de esa experiencia escolar. Sobre el final, un estudiante le preguntó qué se había llevado del paso por el Copello, y el Etnediserp respondió: "Los valores". En efecto, poco antes había recordado al hermano José Luis, profesor de Caligrafía, que durante su primer día de clases —1977, plena dictadura— le inculcó el siguiente valor: "Antes muerto que sucio". (Uno piensa de inmediato en el presunto derecho a la vida de la gente que no dispone de agua corriente ni de dinero para gastar en jabón, y también en cierta persona con tendencia a vestir campera de cuero aun cuando hacen 42 grados a la sombra, pero se refrena, porque el viejo Sigmund le recuerda que quien interpreta los signos no debe exhibir emociones. Sigo, pues.)

 

El Etnediserp y Teresa, la maestra "robacámaras".

 

Después recayó, inevitablemente, en las obsesiones sobre las que perora a diario: el peligro rojo, los "zurditos", la "opresión kirchnerista", el aborto... No tardó nada en dejar de lado el lenguaje cuidado al que apeló al principio, por ejemplo cuando dijo que su padre estaba "presto" a agarrarlo de los pelos, o que su rendimiento escolar estaba "colapsando", para retomar el vernacular al que nos tiene acostumbrados. Al hablar del déficit fiscal —otro de sus caballitos de batalla—, preguntó a los alumnos: "Ustedes, ¿cómo se sentirían si sus abuelos se van de joda y le pasaran la cuenta a ustedes?" (Dejemos de lado la incongruencia de la coordinación verbal, lo improbable del ejemplo y la sombra innecesaria que echó sobre el gremio de los abuelos. De momento, aceptemos que apeló a ese lenguaje para congraciarse con el público menudo. Sigo.) También definió su gestión como "el quilombo que estamos haciendo". (Yo tengo pocos años más que Mirrey, pero recuerdo que la primera vez que dije "quilombo" en casa, mi padre me hizo notar que era lenguaje inapropiado para usar en presencia de mi madre. Ya que estamos, recuerdo también que aprobé el examen para entrar al Copello en la secundaria pero, a último momento, mis padres decidieron que fuese a otra escuela. Gracias, viejos. Sigo.)

Personalmente, no tendría inconveniente si se me pide relativizar todo lo concerniente a los contenidos y la forma de su alocución ante los alumnos. Es posible que yo "no la vea", que se me escape el valor de un estilo nuevo y de una mirada distinta de la realidad y de la política argentina. Pero lo que resulta inapelable, lo que no se puede ignorar porque de ello dependen realidades trascendentes, lo que demuestra cuán profundamente inadecuado es Mirrey para el rol de Presidente de todos los argentinos, es la forma en que reaccionó cuando se desmayó el pibe a sus espaldas.

Algo huele a trastocado en esta Dinamarca del sur.

 

 

 

Para-avalanchas

Al pensar en la Dinamarca en la cual, según Hamlet, algo olía muy feo (¿mejor muerto que sucio, en serio?), la cabeza se me desparramó por la península escandinava y me acordé de una película sueca que viene a cuento. Se llama Force Majeure, es del 2014 y fue dirigida por Ruben Östlund. Si alguno de ustedes la vio imaginará por dónde rumbeo, pero aun en el caso de que no la hayan visto, ténganla presente, porque volveré a ella en un momento clave.

Ahora retorno a la escena del desmayo en el Copello. ¿Qué es lo que cuentan esos segundos, qué es lo que comunicarían aún en el caso de que se tratase de una ficción? La acción es clara. Un personaje importante está dando un discurso, alguien se descompone a sus espaldas, el figurón registra el desmayo y sigue adelante como si nada. Es más, aprovecha la ocasión y no deja pasar la oportunidad de pegarle una patadita metafórica al caído que tuvo el tupé de interrumpir su discurso.

 

"Force Majeure", de Ruben Östlund (2014).

 

Pero ocurre que ese personaje no es cualquiera: es el Presidente de una democracia, electo por la mayoría de su pueblo para ponerse al frente del Estado y cuidar de todos los ciudadanos de la Nación a quienes ahora representa no sólo en los papeles sino en los hechos, desde que ganó el ballotage. Si quieren, lo planteo de otra forma: ¿quién debería ser, por definición, la persona más preocupada por el bienestar de los 47 millones de argentinos, sin excepción? ¿Maratea? ¿Scaloni? ¿Mirtha Legrand? ¿Los gordos de la CGT? ¿El ministro de Salud? (Cierto que ahora no hay ministerio de Salud...) La única respuesta válida es: el Presidente (o la Presidenta), porque de eso se trata el cargo al que aspiró y para el que se presentó a competir en elecciones. En términos simbólicos, debería funcionar como una figura paternal o maternal para todos los ciudadanos, al menos durante cuatro años. Alguien fuerte pero contenedor, sensible en general pero especialmente con aquellos más débiles o menos afortunados. (¡Como lo somos [casi] todos los padres y madres!)

Pero lo que hizo Mirrey en esa instancia fue demostrar que, a pesar de haber asumido voluntariamente la responsabilidad de velar por los argentinos, es —por el contrario— la más indiferente de las personas ante la suerte de sus compatriotas. El tipo era consciente de que estaba ante las cámaras, en medio de un acto público, como corresponde a toda presentación en sociedad de un Presidente. En esa misma circunstancia, cualquier mandatario de otro país —incluso uno que estuviese diagnosticado como psicópata y lo supiese—, hubiese corrido en auxilio del pibe aunque en el fondo no le preocupase su estado de salud, porque entendería que eso es lo que se espera de un Presidente: exhibir sensibilidad instantánea ante cualquiera de sus mandantes, más allá de sus características individuales. Ese es uno de los requerimientos del cargo: además de ser Presidente, corresponde parecerlo. Si el padecimiento de otro argentino te chupa un huevo, deberías disimularlo, al menos.

 

La familia (im)perfecta de "Force Majeure".

 

Pero todo lo que hizo fue acudir al colegio de la infancia para demostrar que nunca había crecido, a ubicarse en el mismo nivel de los críos en vez de elevarlos al suyo. El tipo soltero, que no tiene hijos ni piensa tenerlos, se comportó como un par entre los púberes. Cuando se cayó el pibe que estaba a la vista por detrás de su hombro izquierdo protestó: "¿Otro más?", en referencia a la pibita que ya se había desmayado antes. Y en lugar de mostrar preocupación —no se movió de su lugar, no tendió la mano—, usó la desgracia ajena para convertir al resto de los presentes en cómplices del chiste pedorro con el cual siguió machacando contra los "zurditos". Es decir: no sólo puso en acto una indiferencia olímpica ante el pibe, sino que en el mismo momento contaminó a todos los presentes, que en lugar de preocuparse por el caído comenzaron a reírse. ¡Cuando la situación carecía por completo de gracia! Es una suerte de mancha venenosa, este hombre: contagia insensibilidad allí por donde pasa, aunque se trate de un colegio católico. (Por cierto, la forma en que las autoridades del Copello tiraron a su ex maestra debajo del tren no tiene perdón de Dios.)

El pibe que se desmayó a sus espaldas representa mucho más que su propia humanidad. Es, a la vez, cada uno de los pacientes oncológicos que vieron discontinuado su tratamiento cuando los nuevos responsables del Estado los largaron duros. Y cada pibe y cada viejo que acudía a un comedor que era su último recurso y ahora regresa a casa con la panza aún vacía. Y cada hombre y mujer que se han quedado sin trabajo en estos meses. Es a ellos y a ellas a quienes Mirrey mira por encima de su hombro para no expresar más que fastidio ("¿Otro/a más?") y darles la espalda de inmediato, volviendo a concentrarse en lo que a él —y sólo a él— le parece importante.

Con su performance del miércoles, Mirrey confirmó que el único título que le sienta bien es el de Etnediserp: un anti-Presidente, alguien que es el opuesto especular de lo que debería ser un Presidente en este mundo, lo contrario de un Presidente. O quizás convendría reescribir el nombre del cargo, para confirmarlo como Bully de la Nación — un matón abusivo, es el Biff de Volver al futuro sentado en el sillón de Rivadavia.

¿Y qué pito toca acá Force Majeure, a todo esto? Les cuento. La película de Östlund se centra en un matrimonio con dos hijos, que disfrutan de unas vacaciones en un lujoso hotel de los Alpes franceses: el empresario Tomas, su compañera Ebba, los pequeños Vera y Harry. Al segundo día de su llegada, están almorzando en el deck de un restaurant —o sea: al aire libre— cuando son testigos de una avalancha en las montañas que tienen delante. La precipitación genera una nube blanca que avanza sobre el deck. Se trata de micropartículas de nieve en forma de niebla, pero Tomas concluye que se trata de nieve verdadera que amenaza cubrirlos, que la avalancha se los va a llevar puestos. Circunstancia en la cual, en lugar de proteger a sus críos o a su pareja o a todos a la vez, lo que hace es rescatar su celular y sus guantes, poner pies en polvorosa y salvarse solo.

 

Tomas aislado por voluntad propia, en "Force Majeure".

 

Ese momento fortuito, esa situación de fuerza mayor, hace que Tomas desnude ante el mundo quién es verdaderamente, cuales son sus prioridades. A partir de entonces nada volverá a ser igual, más allá de los esfuerzos del matrimonio para darle un spin a la narrativa: ni su matrimonio, ni la relación con los niños, ni la forma en que Tomas se ve a sí mismo.

Pues bien: aunque menos espectacular que una avalancha sobre los Alpes, lo de Mirrey en el Copello funcionó exactamente igual en términos dramáticos. Esa puesta en escena sobre plano fijo, con la hermana Karina asomando por detrás de su hombro derecho para subrayar el componente familiar del psicodrama (dicho sea de paso, el parecido de los Vera y Harry de la película con los Mirrey niños de las viejas fotos es escalofriante), reveló en directo y en tiempo real que lo único que le importa a nuestro anti-Presidente es él mismo y su reducida coterie. Su realidad empieza y termina en lo que él está pensando en ese momento, lo que cuenta en este mundo es lo que a él le pasa y siente... y nada más.

Es tan impermeable a cualquier otra posibilidad, a que exista otra cosa u otra gente importante más allá de él mismo, que no sólo no advirtió la insensibilidad que había mostrado ante el mundo, sino que profundizó la tesitura, abusando de su poder. La profesora de la Universidad de Belgrano que tenía a mal traer a su protegido Iñaki Gutiérrez, también conocido como La Pepona, terminó despedida. Y la ex maestra del Copello fue increpada con frases en mayúsculas que la acusaron de FARSANTE y ROBACÁMARAS. (Esta tampoco la ve, estoy seguro: no registra la espantosa disparidad en materia de poder que supone el hecho de que un Presidente agreda públicamente a una jubilada. Para él se trata de una pelea limpia, de dos contrincantes de la misma categoría — ¡pero no lo es!)

 

Lo que queda de Tomas.

 

Parafraseando al Hans Christian Andersen del célebre cuento: Mirrey está desnudo. (En términos metafóricos, por Dios. Tengan un módico de pudor y buen gusto.) Ya no queda margen de duda respecto de quién es y qué está dispuesto a hacer. Lo que está por dirimirse es lo que vamos a hacer nosotros. Si vamos a tolerar en silencio que arrase con nuestro mundo, que imponga en la sociedad los anti-valores de la crueldad, del egoísmo a ultranza, de la violencia contra los que no tienen cómo defenderse de su poder de fuego. Está claro que la realidad deja mucho que desear y que la distancia que separaba lo ideal de lo cotidiano estaba siendo demasiado grande, otra que el Cañón del Colorado. Pero eso no significa que todo lo que aprendimos durante milenios esté mal, y que merezca ser forzado a dar una vuelta de campana. Aun con todos sus problemas y con las injusticias que consentía a diario, este país no es ese "pozo inmundo" del que Mirrey le habló al piberío del Copello. (Dime qué imágenes usas para describir el mundo y te diré cómo te ves a tí mismo...) El ser humano es el más inconsistente de los animales, pero aún así hace bien en seguir apostando por la virtud y la belleza. Que nosotros fallemos una y otra vez no debería echar sombras sobre el ideal. Nuestros fracasos no se resuelven reemplazando el ideal por otro opuesto. Sólo se resuelven aprendiendo a hacer las cosas mejor — o sea, creciendo.

Lo peor que podés hacer ante un megalómano es darle la razón cuando no la tiene. A este ya se la dimos una vez, durante el ballotage. No repitamos el error, porque en ese caso lo mejor que podría ocurrirnos sería que la avalancha nos tapase.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tomás Müller

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