Fruto extraño
Una sociedad adormecida e infantilizada, tierra fértil para el germen del autoritarismo
La derecha neoliberal que gobierna la Argentina bajo el disfraz del anarco-capitalismo es un fruto extraño nacido del árbol del cansancio y también de la semilla de la estupidez, que es lo mismo que decir: una sociedad donde los memes remplazaron el argumento político y económico, y en la cual los cosplayers llegaron al gobierno.
Esta derecha que se propone como lo nuevo y que se mira en el espejo retrovisor de la Norteamérica blanca y reaccionaria expresa el estadio brutal del neoliberalismo, instrumentado en la década de 1980 del siglo pasado en la Inglaterra thatcheriana del “No hay alternativa” (There is no alternative, en inglés).
Algo más de 80 días donde el clima preparado para implementar las “correcciones que la pesada herencia kirchnerista dejó como saldo” junto a los 100 años de populismo y otras cuestiones reñidas con la constatación historiográfica (Milei no tiene en cuenta los sucesivos golpes de Estado dados en la Argentina), dieron paso a la agudización de la crisis económica por recesión vía licuadora y motosierra, que se verifica en la caída de los salarios reales (en enero de 2024 fue del 5%) y de la actividad, la reducción del gasto público, con drásticos recortes en Salud, Educación, Programas Sociales, ANSES, Empleo y Obra Pública, partidas de las Transferencias No Automáticas a las provincias (“discrecionales”) y jubilaciones (ajuste de casi 40%). Un verdadero marasmo que dejó al borde del aturdimiento a propios y ajenos. Las advertencias del FMI y de Domingo Cavallo –en quien Milei se referencia y a quien considera su maestro– sobre la recesión económica y el grave deterioro de las condiciones de vida de la gente, así lo evidencian.
Los anuncios realizados en campaña por Milei a la sociedad auguraban que el costo de la crisis política lo pagaría la casta. Así, el distópico anarco-capitalismo del Presidente hizo entrar en escena, con inclemente potencia, el alambique parasitario de la ley del mercado y de los bancos. El experto en hacer crecer la economía con o sin dinero y bajar la inflación –con devaluación, secando la plaza de pesos y con un ajuste brutal: como reza el dicho popular, la paz de los cementerios– produjo un clima de angustia material insostenible para una población que, sin embargo, todavía piensa que algo había que cambiar. Según un informe publicado por CELAG, Milei aún tiene una imagen positiva alta, aunque por primera vez superada por un índice negativo (en febrero de 2024, imagen negativa: 49,6%; positiva: 47,8%).
No puede hacerse lo mismo con los mismos de siempre, dijo el hoy Presidente, y recurrió, entonces, a Luis Caputo, Federico Sturzenegger, Domingo Cavallo y la familia Menem –con cuadro del riojano más famoso del mundo incluido en el que fuera el Salón de la Mujeres, renombrado Salón de los Próceres, por decisión de la secretaria general de la Presidencia, la hermana Karina– con el resultado antes descripto: un delgado hilo que separa la subsistencia de la indigencia; la vida de la muerte.
Sobre la estupidez
Vivimos una realidad donde parte de la población y de los gobernantes, empezando por el Presidente y en alguna medida la Vicepresidenta, moran en una suerte de cómic de Marvel permanente y esto deriva en acciones, reacciones y dichos con un fuerte tono infantil, preadolescente (el Presidente le contestó a Lali Espósito, en una entrevista: “Ella empezó”). Enojos, caprichos, gritos, imposibilidad de ser contradicho por un otro argumentador y, peor aún, por la misma realidad; manifestaciones discursivas violentas y rayanas con la concupiscencia: en el colegio Cardenal Copello, ante un auditorio compuesto por niños adolescentes, el Presidente se refirió a los atributos genitales del burro, que triunfa en sus deseos no por el tamaño de su excrecencia sino por “insistidor”. Casi imposible no vincularlo con sus dichos sobre el Estado, que revelan una obsesión sexual perversa: “El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes, con los nenes encadenados y bañados en vaselina”. Para peor, ante el desplome de dos alumnos, tuvo como toda reacción la mofa más insensible. Delicias del tecno-capitalismo sádico. Allí hay goce.
La situación se agrava cuando comprobamos que el votante promedio de Milei (hay que recordar que el Presidente es cosplayer, manera de vestir o de disfrazarse que tuvo su origen en la feria del salón del manga Comic Market en Tokio) expresa, a su vez, comportamientos y acciones infantiles. Una montaña rusa emocional y de conducta entramada a las redes sociales.
Esta es una realidad que forma parte del complejo momento social que vivimos, que repercute en lo político. Esa complejidad es preocupante porque se naturalizan la crueldad, el desprecio y un odio visceral, violento. Como lo ha expresado el escritor Martín Kohan durante una entrevista en el programa radial que conduce el periodista Gabriel Sued por la emisora Futurock, la crueldad está de moda, y el desprecio y la burla es el modo en que se manifiesta. A esta exteriorización del rostro inhumano del Presidente se suma la combinación fatal entre ignorancia –exhibida y festejada– y estupidez (ejercida) que caracteriza al entorno presidencial, compuesto por trolls y tuiteros voluntarios. Digamos entonces que la inocencia o la ingenuidad se traducen, siendo generosos, de mínima en ignorancia, y de máxima en estupidez. Una sociedad por un lado adormecida y por el otro infantilizada puede resumir la avanzada de la cultura zombi. Tierra fértil para que crezca el germen del autoritarismo. ¿Fruto extraño o la semilla fecundada por el hastío y las frustraciones? Al decir de McLuhan, que pensó los medios de comunicación antes de que el mundo se transformara en la actual aldea universal dominada por los Zuckerberg y los Musk, el contenido o mensaje de cualquier medio particular tiene tanta importancia como un grabado en la cubierta de una bomba atómica.
El periodista y escritor español, para mayor precisión, sevillano de Huelva, Jesús Quintero, escribió hace ya algún tiempo, antes de la existencia de las redes sociales:
“Nunca hasta ahora la gente había presumido de no haberse leído un libro en su vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una mínima inteligencia. Los analfabetos de hoy son los peores porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación, saben leer y escribir, pero no ejercen. Cada día son más y cada día el mercado los cuida más y piensa más en ellos. Los medios de comunicación compiten en ofrecer contenidos pensados para una gente que no lee, que no entiende, que pasa de la cultura, que quiere que la diviertan o que la distraigan, aunque sea con los más sucios chismes. El mundo entero se está creando a la medida de esta nueva mayoría, amigos. Todo es superficial, frívolo, elemental, primario… para que ellos puedan entenderlo y digerirlo. Ellos son la nueva clase dominante, aunque siempre será la clase dominada, precisamente por su incultura. Y así nos va a los que no nos conformamos con tan poco, a los que aspiramos a un poco más de profundidad”.
Señales de época: crueldad, desprecio, incultura o ignorancia –como prefiera el lector–, exhibición de ese oscurantismo que deviene en la predominancia de lo violento como manifestación del decir y del hacer. Tiempos en los cuales “un caniche acicalado morfa más que un jubilado a fin de mes”.
El resultado, también, de haber construido durante décadas, islas de riqueza en un océano de miseria – la frase le pertenece al ex Presidente Raúl Alfonsín.
De todos modos, habrá que esperar y ver para saber si es posible otear y comprender para qué está la sociedad argentina de este tiempo; esa humanidad que enojada rompió a patadas y puñetazos la casa común y pasada la ira se encontró con la casa destrozada y el desasosiego de no saber cómo reconstruirla.
La Roma que intenta restaurar Milei no es, ni de lejos, la de la resolución de sus conflictos por vía de argumentaciones contrapuestas, sino por la anulación de una de ellas.
La salida dialéctica es como esa semilla preciosa, pero sin sabor, que el neoliberalismo nos ofrece como única respuesta.
* El autor es periodista. Docente en la UNDAV (Universidad Nacional de Avellaneda).
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