Su muerte actualiza gran parte de los dilemas que coparon la tarde argentina cuando en la noche romana se proclamó la unción del Cónclave. Jorge Mario Bergoglio llegaba al papado de la Iglesia católica entrando al trienio final del periodo kirchnerista, aunque por entonces toda reversibilidad local se desconocía.
La sorpresa por la decisión púrpura de 2013 se tradujo en el desconcierto colectivo aquí, por lo inédito de que el Papa fuese un coterráneo. Una noticia impensada durante dos siglos de joven historia, y poco valorada al calor de una polarización creciente que lo tomó por botín simbólico.
A partir de ese momento, comenzó una década y fracción de sorpresas, extendidas hasta los pésames de estas horas. Católicos de misa diaria que lo defenestraron, ateos que acabaron citando a un Papa, portadores del júbilo de aquel 13 de marzo que luego pasaron a odiarlo con ostentación, y el viejo enemigo doméstico kirchnerista vuelto hijo pródigo.
Clarín pretendió por estas horas hacer título un encono contrafáctico, jugando con el nombre secular para resucitar la primera década del siglo. Un pasado real, pero ya remoto. Mejor que los diarios se leen las calles. Como le confirmó Ernesto Guevara a su tocayo Sábato en relación a 1955, hay que observar quién llora para saber dónde estaba lo llorado.
La nota detrás del título combina hechos evidentes con conjeturas. Como la atribución a Cristina Fernández, la dirigente local más recibida por el Papa, de investigaciones periodísticas críticas a Bergoglio.
Sin nombrarlo, el artículo alude al trabajo de Horacio Verbitsky, cuyas primeras notas sobre el tema fueron en abril y mayo de 1999. Una fecha en que el kirchnerismo no existía, el Papa no era siquiera cardenal y quien gobernaba era Carlos Menem. Literalmente, el siglo pasado. Verbitsky continuó publicando textos sobre el tema, e incluso un libro, en los años posteriores a 2013, cuando era ostensible la óptima relación entre Cristina y Francisco.
Contradicciones
Como en otros casos, conviene discriminar entre contradicciones de las personas y aquellas que suele aparentar la Historia. A veces no resulta que cambien las primeras, sino que la segunda modifica los trazados de las canchas.
Al convertirse en Francisco, Bergoglio alcanzó una centralidad universal desde la que ejercitó una praxis política lógicamente medida por otros termómetros, los de esa misma universalidad.
Es posible leer los cambios en los desorientados prismas locales desde esa base. Las actitudes del nuevo Papa ya no podían digerirse desde los sesgos de confirmación locales, satisfechos o no, sino que impactaban en una visual hecha de expectativas ecuménicas. En general, por izquierda.
Universalidades
Para saber qué fue Francisco para los argentinos y las argentinas habrá que dejar correr algunos años, que permitan clarificar la mirada.
Probablemente no sea aventurado señalar que su llegada al máximo sitial institucional católico llevó el interrogante sobre qué es el peronismo a una escala universal, en tiempo y espacio. Por debajo de réquiems extranjeros persiste la duda sobre en qué compartimento ubicar ese ismo líquido y espeso, si en la derecha, la izquierda, el centro, el reformismo o el revés de cada una. No es novedad que no encaje en esas cuadrículas acotadas, en que tampoco termina de acomodarse al Papa.
En recorrido inverso, la figura y trayectoria de Francisco interrogan al peronismo y al argentinismo en su conjunto sobre qué lugar les cabe en la universalidad, a la que tanto uno como otro aspiran. El justicialismo desde su propia doctrina, la famosa tercera posición numerada según el antiguo mundo bipolar, y el argentinismo con declamaciones que van desde lo atendible a la egolatría absurda o el chauvinismo. El actual Presidente no se priva de adjudicarse el segundo lugar en el liderazgo mundial, así como los dictadores de 1976 se nominaban defensores de Occidente.
Íconos y enconos
Es un hecho que nuestro país ha dado figuras icónicas de reproducción universal, como –además de Francisco– el Che, Evita y Pelusa. Sus rostros y nombres son remera, tatuaje o calcomanía que pueden verse en cualquier sitio del globo, en general asociados a la idea de rebeldía. Eva Duarte aparece un poco eclipsada, tal vez por mujer o por pertenecer a un peronismo que –se ha dicho– no cabe en los moldes del pensar occidental.
Más allá de eso, tan cierto como que se trata de símbolos universales es que, obviamente, no son los únicos consagrados a tal sitial. Y que puede haber otros, incluso argentinos entre ellos, privados injustamente. El pañuelo de Madres y Abuelas, por ejemplo, no es todo lo reconocido que debería entre los esténciles globales.
También convendría considerar si la proyección de rostros y nombres icónicos justifica alguna forma de fanfarronería. El nuestro es un país que parió referencias universales, pero también ha admitido rebajar su rica historia política y cultural a los niveles de hoy, una diaria falta del más elemental respeto a la inteligencia.
El lejano adiós
Como muchos de los ilustres coterráneos que lo precedieron, el Papa murió lejos de su Patria y será sepultado en una tierra ajena, aunque genealógicamente próxima.
Puede tildarse de obviedad. Ambos destinos vienen con el cargo, y eran la única certeza de aquel 13 de marzo, hace doce años y tanta agua bajo los puentes. Si es que, con el Papa de los gestos, no cabía esperar sorpresas.
Lo cierto es que, además, Francisco decidió no visitar la Argentina durante su pontificado. Lo que, para Jorge Bergoglio, habría sido volver.
Peronista al fin, legó puntos suspensivos, regaló sonrisas y caras largas, dejó decir que dijeran qué había dicho, pero nunca explicó en primera persona por qué.

A diferencia de Juan Pablo II, que viajó a su Polonia tres veces entre su unción y la caída de la URSS, Francisco no jugó públicamente en la política de su país natal. Hacia lo local, sus humores eran siempre elocuentes, pero pasibles de una relativización. Ni una cosa ni la otra serían desmentidas. En un hombre de su sutileza, hay sin embargo imágenes poco discutibles.

Constante fue su construcción de nuevos liderazgos eclesiásticos en el país. Podrán ser un factor determinante en lo que viene, con el previsible resultado final de la experiencia mileísta.
Como ya ha ocurrido, posiblemente la incógnita sobre las razones de su decisión de no retornar sea la distracción que nos tape lecturas más necesarias y debates más fructíferos. Sobre Francisco y sobre la Argentina. El país del fin del mundo al que una vez vinieron a buscar a un Papa.
* El artículo se publicó en la Agencia Paco Urondo.
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