Formosa: tan solitaria, tan solidaria

Un médico cuenta su experiencia con el cuidado de la salud en Formosa

 

 —... la abuela agarraba y tostaba bien la fruta del algarrobo. Bien tostado en la olla. Cuando estaba bien tostadito sacaba afuera y lo ponía en el mortero y lo pisaba. Después nos daba con la leche… era como el chocolate, más rico que el Nesquik… Usted no se llena nunca porque tiene un sabor hermoso. No había para azúcar, lo endulzábamos con miel del monte.

Sentado en un redondel estaba yo aquella tarde en Ibarreta, Formosa. Sería a fines de los ‘80.

Cada participante, a su tiempo, desplegaba un conocimiento. No se habían olvidado las buenas costumbres para el cultivo de la salud. Podríamos decir que nadie estaba enseñando. Todas y todos estábamos aprendiendo. Encuentros para compartir saberes, haceres y sentipensares.

 —...¡y qué le cuento del jabón de tusca que hacía mi mamá…!

Me recuerdo allí. Uno más en medio de formoseñas y formoseños de origen variado: criollo y aborigen de distintas etnias. Confraternizábamos con la coordinación respetuosa, casi imperceptible, de una médica generalista. Charlábamos sobre temas de salud.

Confío a ustedes, lectores, una intimidad. (Disculpen la auto-referencia.)

Esa tarde estaba en Formosa como un buscador. Debajo de un ambay y haciéndole caras al tereré.

Mi paso por la Facultad de Medicina me había dejado descontento. Sentía que mi profesión no podía resumirse en el diagnóstico del órgano enfermo y su rutinaria pildorización.

Cuidar la salud no podía limitarse a adormecer síntomas. Síntomas que, odiosamente, se jactaban de volver una y otra vez.

Comencé por asomarme a medicinas descalzas y elegí abrazar la homeopatía unicista. Me templó el alma, pero… faltaba algo más.

Alguien me habló de Formosa, de su modelo de medicina social. O algo así.

Recalé en Formosa. Y la visité fervientemente como un enamorado que no puede alejarse del balcón.

Conocí su gente y su idea de las cosas. Cómo atesoran antiguas sabidurías que ubican al ser humano en una territorialidad afectiva y geográfica. Siempre se pertenece a una familia, a un barrio, a una chacra, a un lote, a una comunidad al fin, con su cultura singular. Y que esa territorialidad tiene un suelo y pájaros, vertientes, frondas…

¿No sabía todo esto? Parece que no.

 

 

 

 

El médico que yo era necesitaba despertar de un aturdimiento, de cierto corset que debilita nuestra profesión.

Así conocí sus prácticas autogestivas, hice mis palotes como elaborador de pomadas con plantas locales, di mis primeros pasos en digitopresura, comencé a comprender una materia increíblemente descuidada en la Facultad pero imprescindible a la hora de la vida: la alimentación saludable.

Ha de ser el fervor de ese pueblo el que redactó el artículo 80 de la Constitución Provincial de 2003: “El Estado reconoce a la salud como un proceso de equilibrio bio-psico-espiritual y social y no solamente ausencia de afección o enfermedad. Y es un derecho humano fundamental, tanto de los individuos como de la comunidad, contemplando sus diferentes pautas culturales.

Asumirá la estrategia de la Atención Primaria de la Salud, comprensiva e integral, como núcleo fundamental del sistema de salud, conforme con el espíritu de la justicia social”.

En aquellos andares conocí a Julio Monsalvo. Médico sanitarista inspirador del formidable programa de Salud Comunitaria 2002-2020.

 

 

Julio Monsalvo y la alegría en sangre.

 

 

Un día, caminando, salió el tema de los análisis bioquímicos. Va y me dice:

¿Chequeaste tu alegremia?

Quería decirme que, ansiosos por controlar la glucemia y que no se descarrile la uricemia, descuidamos la alegría en sangre.

A mi cara desorientada le explicó:

—La alegremia es la cantidad de alegría que llevamos en la sangre.

Y agregó:

 —La alegría que corre por la sangre, la alegremia, no se mide. Se ve… Cuando hay alta alegremia, los rostros son luminosos y en los ojos bailan las estrellas.

Me resonó Jauretche: “Nada se puede construir con pueblos tristes”.

Esta idea fuerza impregna y alienta las tareas en Salud.

La letra “A” (de Alegría) es la locomotora que conduce a otras “A”, sobre las que se reflexiona y opera permanentemente: Aire limpio, Agua cristalina, Albergue digno, Alimento saludable, Amistad y Amor en nuestras relaciones, Arte para expresarnos. Y Austeridad —completó Ermelindo—, “que no significa miseria. Significa vivir normalmente, sin atentar contra la naturaleza, teniendo cosas pero no que las cosas lo tengan a uno”.

Con esa sustentación, que lleva décadas, Formosa, ese lugar con el que algunas y algunos se desayunan, solitaria en la cartografía, con poderosa humildad encarnó la verdadera Atención Primaria de la Salud. Con sus políticas biocéntricas, sostenidas en el tiempo y en todo su territorio, exhibe el curioso mérito de ser la última en ser horadada por el Covid.

¿Les resulta extraño?

 

 

 

 

* Roberto Zaldua es médico. m.n.: 53.006  m.p.: 52.236 @robertozaldua

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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