Folha de Sao Paulo sobre Los dos Papas
¿Hasta cuándo protegerá la industria cultural el nebuloso pasado de Bergoglio?
Está entendido que “Los Dos Papas”, filme de Fernando Meirelles producido por Netflix es una ficción, que muchos de los diálogos, encuentros, confesiones que muestra no sucedieron. Mas no hay razón alguna para presentar una sección del filme que trata del pasado casi como si fuese un documental, inclusive usando imágenes reales grabadas en la época.
Mostrar en esos flashbacks qué tipo de cura fue Jorge Bergoglio durante los años 1970 no echaría a perder en nada la trama ficcional de los días de hoy. Pero no, una vez más se prefirió suavizar y hasta mentir sobre la actuación del hoy papa Francisco en la dictadura.
¿Por que? Ahora el papa es pop. Agrada incluso, y principalmente, a la izquierda progresista. Entonces, ¿cómo no dar una versión un poco más simpática de él, aún en episodios pasados en los que su actuación fue, como mínimo, vergonzosa? Polémico, porque el Papa es un éxito, una figura carismática y visto como transformador de la Iglesia.
Como muy bien escribió el periodista argentino Horacio Verbitsky, que se dedicó a estudiar el pasado de Bergoglio, alguien que hubiera estado en la Argentina en esos años 1970, y después de ausentarse del planeta volviese ahora, se asustaría. No puede ser la misma persona. ¿Cómo alguien que fue próximo al almirante Massera (1925-2010) hoy puede serlo de Evo Morales?
Bergoglio no fue de los peores miembros de una Iglesia que fue connivente y apoyó a un régimen que hizo desaparecer a más de 20 mil personas -inclusive a un gran amiga de Bergoglio, como el filme, de hecho, retrata- pero tampoco fue de los más luchadores. No salvó a “un montón de gente”, como afirma Ratzinger en el filme y muchas personas por ahí creen. Esa afirmación es exagerada. Ayudó a algunas, en la época predictatorial, después no. Además, mantuvo ese sospechoso contacto con Massera, uno de los líderes de la represión en los años de plomo. Y, en el caso más polémico, el de la entrega de dos jesuitas perseguidos, la versión más próxima a la verdad es que, como mínimo, pasó información sobre ellos y después se lavó las manos, cuando podría haber hecho mucho más para protegerlos.
No es la primera vez que se hace esto en una obra de ficción. En una serie argentina, que también estuvo disponible un tiempo en Netflix, Llámenme Francisco, pasó lo mismo. Vemos allí a un Bergoglio que pasó la dictadura desviviéndose por ayudar. Pero entonces, ¿por qué no ayudó? Y cuando terminó la dictadura , en vez de tratar de esclarecer y reparar las culpas de la Iglesia, adoptó otro discurso, el de la ayuda a los pobres, o la denuncia a los políticos por las medidas económicas que para él -un religioso, no un experto en el tema- eran equivocadas. A saber que La Iglesia estaba del lado de los dictadores, ¿por qué no dejó la sotana, si conocía muy bien sobre los desaparecidos?
Bergoglio siempre hizo política, quien lo conoce de cerca sabe que se define como un peronista, y no esconde su simpatía por políticos peronistas. El comienzo de su actuación en las villas de Buenos Aires estuvo vinculado con los “curas villeros”, los padres que vivían y ayudaban a las comunidades y estaban ligados a Perón. Bergoglio tenía como referencia un grupo peronista llamado Guardia de Hierro, con el que mantuvo vínculos en esa época.
Por otro lado, fue próximo tanto a la vice-presidente Isabelita Perón, que asumió después de la muerte del marido, el general Perón, en 1974, como a uno de los principales comandantes de la Junta Militar que tomó el poder después del golpe de 1976, Emilio Massera, que entre otras cosas dirigía la represión en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada). En el filme de Meirelles, vemos, en la parte “histórica”, a Bergoglio tratando de proteger a los jesuitas Franz Jalics y Orlando Yorio, cuando hoy se conocen cartas de ambos a familiares diciendo que fueron presa fácil para los militares porque Bergoglio justamente no hizo eso, sino que los entregó e hizo algo, pero no mucho, para salvarlos.
Según otro investigador de la relación entre la Iglesia y la dictadura, Emilio Mignone, padres como Bergoglio “sirvieron para cumplir la tarea sucia de limpiar el patio interior de la Iglesia”, señalando a los izquierdistas, a los vinculados a la Teología de la Liberación, a aquellos que podían, estos sí, estar ayudando a “subversivos”. Un documento muy significativo que está guardado en la cancillería argentina dice que: “a pesar de la buena voluntad del padre Bergoglio, la Compañía de Jesús no se limpió. Los jesuitas izquierdistas se cuidaron un tiempo, pero ahora tienen apoyo del exterior, de obispos tercermundistas y están transmitiendo información sobre lo que sucede en la Argentina.” Extremamente comprometedor para la Iglesia porque expone como de hecho ayudó a la dictadura. Y para Bergoglio. El documento existe, no es ficción.
Volviendo a los jesuitas que aparecen en el filme, Jalics y Yorio. Yorio dice en sus cartas, antes de morir, que era cierto que Bergoglio los alertó y les pidió que dejasen la villa de Flores, porque corrían peligro. Pero cuando escuchó la negativa de los jesuitas, habría avisado a los militares y sólo así fue posible que fuesen perseguidos y capturados. El mismo Yorio le dijo a Verbitsky que Bergoglio “había informado que él (Yorio) era el jefe de los ‘padres guerrilleros'”.
Los hermanos de Yorio, hasta morir, pidieron explicaciones a la Compañía de Jesús sobre lo que se hizo para evitar su prisión. Nunca recibieron respuesta.
El otro padre, Franz Jalics, hoy de 92 años, vive en una residencia jesuita en Baviera. Cuando Bergoglio fue elegido papa, dijo en público que no guardaba rancor, que había perdonado, pero publicó una carta en la página de la Compañía de Jesús diciendo que se sentia “obligado”a liberar a Bergoglio de sospechas. ¿“Obligado”? Sugiere como mínimo algo de presión…
Sin embargo, ante sus personas conocidas, Jalics siguió culpando a Bergoglio, y a los hermanos de Yorio les dijo que “sólo con informaciones dadas por Bergoglio la represión pudo llegar a ellos”. En el filme, la imagen que queda es la del abrazo de perdón, y nada de estos entretelones, hoy documentados en cartas.
Hubo figuras más sombrías y colaborativas de la represión militar dentro de la Iglesia argentina. Bergoglio no era de los peores. Pero también es cierto que podría haber hecho mucho más. Ahora, que el tiempo pasó, podría por lo menos admitir eso públicamente y colaborar para que la Iglesia abra más sus archivos sobre lo que hizo y sobre lo que ocurrió durante la dictadura. No sólo por Jalics y Yorio, sino por la sociedad argentina, que aún lleva esa herida abierta.
Publicado en Folha de S.Paulo
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