No creo equivocarme demasiado si lo ubico al final del partido, en tiempo suplementario, con su arquero jugado en la ofensiva, y con un jugador contrario lanzado solo con la pelota hacia su arco desguarnecido. ¿No es cierto, señor —todavía— Presidente? ¡Parece mentira cómo la realidad nos ofrece ejemplos cercanos a nuestro presente y futuro! Tampoco creí equivocarme demasiado cuando de la jugada de los cuadernos advertí, como todos, que se trataba de una armadura de clave para escuchar música grata a sus oídos… pero faltaba el resto de la partitura; y ella resultaba interesante porque insinuaba, por primera vez, que un grupo de empresarios que conforman el poder económico de nuestro país era convocado —por no expresar la vulgaridad de “apretados”— con amenazas ciertas a confesarnos cómo conseguían obras oficiales, del Estado. Se conoció entonces públicamente algo que ya se sabía, la cartelización de empresas, incluida la de su familia, asociación dedicada a ganar licitaciones por acuerdos previos y repartir ganancias posteriores, incluidas en el precio de la obra o, simplemente, en determinar ese precio por turno con rivales sólo aparentes.
Recuerdo a Pino Solanas, en una audición de TV, ensayando una sonrisa pícara al advertir tal realidad. Sucedió lo que debía suceder: dos personajes fieles —¿hasta ese momento?— pero ciertamente incapaces, leyeron mal la partitura incompleta, quisieron tocar más instrumentos de aquellos que groseramente solían tocar y el resultado no fue el esperado. La música se transformó y ya no fue grata a sus oídos ni a la de muchos amigos. Al punto ello es así, que usted mismo debió confesar, días después de su muerte, que su padre era un “coimero activo”, esto es, realizaba la acción de ofrecer dádivas a funcionarios públicos que la recibían. Y yo quisiera expresar aquí y ahora que sin ofrecimiento no existe, en la práctica, la acción de coimear, a pesar de que ambos autores, el activo y el pasivo, son amenazados por la acción que les corresponde con la misma pena.
Para colmo de males, los inspiradores y realizadores se pasaron de vivos. Como la presión funcionaba, creyeron posible ganar dineros propios, mediante extorsión, y ello, tarde o temprano, salió a la luz y, ¡oh milagro!, cayó en manos de un juez honorable, dispuesto a honrar su profesión y su cargo, conforme a principios que para otros no existen, a no dejarlos en la puerta, sin práctica, del cargo para el que había sido elegido, como sentenció no hace mucho otra persona que ocupó su cargo, señor Presidente. No hubo forma de parar a ese juez hasta ahora, aunque se ensayaron varias. Se quiere excluirlo de la competencia en el tratamiento de la denuncia recibida, incluso excluirlo por temor de parcialidad, y ante el tiempo que requieren los recursos procesales ensayados, usted tomó la decisión de excluir de su función al juez por el procedimiento previsto por la ley para ello y su Ministro de Justicia la de llevar a cabo sus gustos —como yo cuando convido un helado a mi esposa—, en perfecta demostración de la acción de un amanuense fiel. De todos modos, debo reconocer que usted era un experto en ello, pues ya ha existido una variada realización de acciones con ese destino para funcionarios judiciales que, o fueron destituidos o amedrentados, soportaron un traslado y hasta juegan en su favor denominaciones de otros en sus cargos tribunalicios sin el concurso debido como prueba de su idoneidad en la materia.
Esperemos, para bien de la República, que este caso no termine de ese modo. Y parece que no va a terminar así, que el honor de ser juez probo es honrado por los ciudadanos —aunque dependa de otros jueces cuyo honor desconocemos—, que “todavía quedan jueces en Berlín”, según se enterara, por un ciudadano común, un emperador alemán. Como bien alguien dijera, “la mecánica mafiosa es la de una 'empresa' que genera peligros y amenazas, cobrando protección contra esos mismos productos de su emprendimiento” (CATANZARO, Il delito come impresa. Storia sociale della mafia. Bologna, 1988: extraida la cita de ZAFFARONI, E.R., En busca de las penas perdidas, Ed. Temis – Bogotá/Colombia, 1993).
De otro modo, los valores de “justicia” y “equidad” están perdidos.
Profesor Emérito U.B.A.
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