Donde un represor trata de justificar lo injustificable y recibe su merecido.
“Un hombre es perseguido, una familia entera, una organización, un pueblo. La responsable de esta situación no es la codicia, sino un comerciante con sus precios, con la imposición de las reglas del juego. Los empresarios, la policía con la imposición de las reglas del juego.”
Paco Urondo
Los chicos estaban en el jardín de infantes. El mas grande tenia tres años y medio y el pequeño cumplía dos ese mismo día.
La abuela esperaba el llamado de su hija para coordinar el encuentro de cumpleaños.
Por seguridad desconocía la dirección. Todo se había vuelto complicado desde el pase a la clandestinidad. Calles secretas, citas en clave, contactos desconocidos, nombres falsos, ojos tabicados, mecanismos de anti-seguimiento y el llamado que no llegaba más.
Claudia había pasado parte de su primer embarazo encarcelada en Villa Devoto junto a compañeros y familiares, que fueron llevados en una serie de allanamientos ilegales y liberados meses más tarde con la amnistía de Cámpora a los presos políticos.
Habían pasado muchas cosas en muy poco tiempo. Habían matado a Paco unos meses antes y a un montón incalculable de compañeros.
En la calle la joven pareja resiste hasta el final. Con los ideales en pie, sus cuerpos caen destrozados por la maquinaria genocida.
Es el horario de salida y los chicos quedan en la escuela. En los registros hay una dirección inexistente y un apellido falso.
Dónde encontrarlos
Los prisioneros cautivos en la ESMA escucharon los nombres de Claudia y Jote, pero ninguno de ellos los vio. Se presume que habrían caído ya muertos.
Los sobrevivientes guardan en la memoria todos y cada uno de los datos, de las fechas, de los rasgos y las rasgaduras, de cada sonido, cada palabra que pueda ser necesaria para identificar a los compañeros desaparecidos o a sus asesinos.
El “Teniente Vaca” participaba de toda la actividad represiva. Era como un miembro más de la fuerza, aunque no tenía encuadre ni rango militar. Se trataba de un colaborador civil, cuya voluntad en combatir la subversión le valió una condecoración de la armada.
La directora del jardín esperó hasta que se hizo de noche y llevó a los chicos a dormir a su casa. A primera hora del día siguiente los entregó a la policía. Los chicos pasaron unos días separados en custodia de distintos oficiales, hasta que fueron a parar al Juzgado de Menores No 9 a cargo del juez Oscar Hermelo. Allí Gonzalo Dalmacio Torres de Tolosa se desempeñaba como Secretario Tutelar de la Secretaría 166 durante la dictadura. Los chicos judicializados quedaron a cargo suyo.
Tiempo después los abuelos lograron localizar a sus nietos en el Instituto Riglos. El abuelo croata, que era médico, se encontró con un niño mayor automatizado en la obediencia y un niño pequeño drogado con sedantes. Con el tiempo, junto a la familia en La Pampa, los chicos se fueron recuperando, crecieron, hubo otros cumpleaños y otros aniversarios enredados en las mismas fechas. La historia avanzó inconclusa, llena de ausencias e incógnitas.
Cuando el menor de los hermanos se hizo hombre, buscó pistas hasta que encontró su propio legajo judicial. Un montón de papeles amarillentos, tipeados a máquina a pura rutina burocrática. En medio de todo eso, un pequeño manuscrito consignaba informalmente salida y reingreso de los niños alrededor de los días de navidad. No se sabe dónde estuvieron. Quizás donde sus padres, como una hipótesis de lo peor.
Por años lo justo pareció utópico y lo utópico parecía imposible y lo imposible no era capaz de detener el pedido de Justicia. “Justicia sin venganza, jamás por mano propia”, como repite siempre Taty. Con “Memoria, Verdad y Amor”, como dijo una vez Marta. Y porque, como afirma la voz de Laura en un susurro: “La sangre vuelve, nunca se va”.
Tribunales de Retiro. Subsuelo. Blindex.
Gonzalo Dalmacio Torres de Tolosa tiene el pelo largo y la barba entrecana crecida de forma irregular. Lleva un gorro tejido de lana negro pegado a la cabeza. Contrasta de los otros represores con que comparte el banquillo de los imputados.
No existe un perfil de genocida. Podrían confundirse con cualquier persona en la calle. Eso es lo que vienen haciendo, por décadas. Mantener la impunidad.
La impunidad instalada por la dictadura en la Argentina se extendió en democracia como un daño adyacente, durante décadas. El genocidio dejó cómplices sembrados por todas partes: en el empresariado, en la iglesia, en los medios de prensa, en el poder político, en el poder judicial.
Cualquiera podría identificar a genocidas multicondenados como Videla, Menéndez, Etchecolatz o Astiz, pero la mayor parte del aparato represivo se ha mantenido anónimo, invisible. Un gorro de lana pegado a la cabeza hasta la altura de las cejas. Una barba exagerada. La incógnita sobre esa persona, que sin estas características, o caracterizaciones, sería muy difícil de reconocer.
Los juicios se vuelven un mantra doloroso. Una letanía del espanto sostenido en la memoria durante años. Una descarga. Una necesidad vital. Un ritual sagrado. Una acción reparadora. Un alivio.
Las voces son casi siempre las mismas: los sobrevivientes, los familiares, algunos testigos.
Los que saben toda verdad se mantienen en silencio, bajo un pacto que pocas veces han roto. En seguida recordamos a Adolfo Scilingo, confesando los vuelos de la muerte, tras una fenomenal encerrona intelectual de quien comanda este Cohete y el mismo Scilingo, quien en 1995 frente al Juez español Baltasar Garzón, indicó que Gonzalo Dalmacio Torres de Tolosa era el Teniente Vaca. Aquel que voluntariamente participaba de las acciones represivas, incluso en los vuelos de la muerte.
20 años más tarde, y a 40 años de los hechos que se le imputan, inesperadamente el pacto silencio se quiebra nuevamente. Gonzalo Dalmacio Torres de Tolosa también decide hablar.
¿Cuánta verdad puede haber en sus palabras? Solo la que se le escape, la que pulse por salir, la que no pueda controlar.
Torres de Tolosa quiere convencer al tribunal de que él no ha sido parte del aparato represivo.
Busca lavar su culpa, sacarse las causas de encima, sostener la impunidad. Niega ser el Teniente Vaca. Niega las condecoraciones. ¿Acaso importa lo que diga? Niega caso por caso, nombra a las víctimas de los vuelos por los que es acusado, solo para negar, una lista interminable de nombres cercanos, que no terminan de desaparecer.
Finalmente el tribunal le pide brevedad y ahí se decide. “Voy a hablar solo sobre los chicos Konkurat”, dice. “Acá hay un Konkurat Mario Lorenzo, que era un terrorista que murió combatiendo con gente de la ESMA. Y después dos hijos de éste, que quedaron en un guardería cuando los padres salieron a combatir”.
En su declaración quien habla es Torres de Tolosa, pero se le escapa el Teniente Vaca por la boca. De pronto el secretario tutelar del juzgado de menores se encuentra explicando que tenía entrada liberada en la ESMA, porque lo unía un vínculo personal de confianza con el Tigre Acosta, que en la ESMA se comía muy rico y que se la pasaba bien.
Confiesa.
“Me fui ese día a la ESMA y hablé con el teniente de navío Eduardo Acosta (...) Nadie sabía que era secretario tutelar, solo Acosta y un amigo de él. Yo tengo estos chicos creo que son Konkurat pero de otro apellido”, dice que dijo.
Por momentos llora. Por momentos utiliza lenguaje castrense, por momentos leguleyo. Su capacidad expresiva está llena de dobleces, de escondijos, de otras intenciones. Hay una tensión constante. Quiere decir que no, pero no puede. Sabe que el límite está por ahí cerca, pero desconoce exactamente donde.
Dice que le dijeron del operativo en que cayeron Claudia y Jote. Con detalles vívidos, se ve que le dijeron.
“Pelearon los dos, el marido y la mujer. Se enfrentaron a 12 o 14 integrantes de la Fuerzas Armadas, del Grupo de Tareas de la ESMA. Durante varias horas se estuvieron tiroteando y murieron los dos. Eran oficiales muy importantes, muy salvajes. Había otros que se entregaban, pero estos eran salvajes”.
Salvajes.
El significado de la palabra adquiere otra dimensión cuando los salvajes son los atacantes y tienen toda la fuerza.
Antes de terminar, Torres de Tolosa suelta una frase que bordea al filo de la amenaza:
“Me enteré en la revista de La Nación que tenían un restaurante, estaba la dirección y los pensaba ir a ver. Después no fui. Les quería decir que yo los conocía y les quería preguntar por el abuelito”.
Perverso. De nada se arrepiente. Haría todo nuevamente.
No es la primera vez que nos toca ver el accionar delictivo desde el poder judicial, como un engranaje fundamental en la maquinaria de extermino mediante la cual fue posible llevar a cabo el genocidio. Lo vimos en Mendoza con condenas recientes a prisión perpetua, para los ex jueces y fiscales de la dictadura. Lo volvemos a ver en el caso de Torres de Tolosa, cuando confiesa ser el eslabón perdido entre el juzgado de menores de Hermelo, el instituto Riglos y la ESMA.
Torres de Tolosa, el Teniente Vaca, fue condenado en primera instancia, a cadena perpetua en el marco del Mega Juicio ESMA III.
La abuela Chela, a sus 87 años, celebra la justicia rodeada de nietos y bisnietos.
La misma semana cumple 43 años Nicolás, el hijo menor de Claudia y Jote.
41 años hace de su desaparición.
Los crímenes ocurrieron hace más de cuatro décadas, pero a pesar de eso no se trata de un tema del pasado. Se esta condenando a un sistema que mantiene vigencia. Los mecanismos mediante los cuales se articula la represión son siempre los mismos. La violencia de Estado viene de la mano con la complicidad de los medios monopólicos de incomunicación, con la participación activa de una parte del poder Judicial, viciado de intereses y con el aval de mucha, muchísima gente dócil de miedo. La violencia de Estado necesita de estos consensos. Los motivos son siempre los mismos, implementar un plan económico de exclusión y exterminio.
No fue hace tanto tiempo de esta historia inconclusa, que todavía vuelve como nosotros a ella.
--------------------------------Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí