Filmar la pandemia
¿Qué marcas de época puede dejar la pandemia en la mirada del realizador y en la forma de hacer cine?
Así como el neorrealismo italiano no hubiese podido desarrollarse sin la experiencia y consecuencias de la guerra, no es descabellado pensar que tanto el impacto de la pandemia como sus nuevas normalidades dejen también un correlato en el cine.
Si bien es apresurado especular sobre la profundidad de esa herencia en las corrientes artísticas, en un momento de jaque para rodajes, salas cerradas y rotundos cambios en el consumo audiovisual, comienzan a aparecer algunas marcas. El giro de la cámara que ahora mira para adentro o el mundo como set de filmación retratado desde millones de cámaras disponibles en los bolsillos. ¿Qué significan estas miradas? ¿Cuánto permanece? Y qué y cómo registró el cine argentino aspectos de esta época, marcada por la incertidumbre y el confinamiento.
Aquí repasamos películas nacionales realizadas aún con las limitaciones del contexto y hablamos con realizadores sobre qué marcas de época puede dejar la pandemia en la dimensión temática, en la mirada del realizador y del espectador o en la forma de hacer cine.
Lo colectivo, lo efímero y el giro de la cámara
En el plano local, los primeros en poner en marcha una película sobre y atravesada por la cuarentena, fueron convocados por el director Andrés Habegger el 3 de abril de 2020 para la producción Las fronteras del cuerpo, estrenada pocos días después en la plataforma Cont.ar.
El documental de creación colectiva estaba formado por cortos de 15 directores y directoras de todo el país que aportaban miradas y vivencias del encierro inmediato bajo la consigna “Así miro/siento el mundo en este momento”. La propuesta exigía que siguieran reglas para unificar los fragmentos del film, entre las que estaban no usar entrevistas, ni material de archivo, ni periodístico.
“Es interesante analizar Las fronteras del cuerpo después de un año y ver cómo el film adquirió una dimensión diferente”, reflexiona el director general de esta película que se aleja de la narración clásica y registra momentos de luminosa e inquietante intimidad. “Fue una experiencia maravillosa por lo colectivo y por la lucidez de querer dejar constancia de ese momento único a nivel mundial, de encierro y mundo suspendido, con mucho tiempo dentro de las casas, viviendo en nuestros interiores de una forma que no había ocurrido nunca”.
Habegger rescata el “giro de la cámara” de esos tiempos, de cómo la cámara dejó de mirar hacia afuera para mirar hacia adentro y la posibilidad filmarse a uno mismo. También reconoce como fortaleza la sintonía en la que se ubicaron los distintos cortos, aún filmados a la distancia.
Respecto de la experiencia que puede dejar la pandemia en el cine del futuro, el documentalista apuesta a “el aprendizaje proactivo” y “la vuelta a la sencillez, a lo primario, a lo esencial y a lo efímero en el registro cinematográfico, eso que es propio de una expresión cultural, que a veces se diluye en el producto audiovisual mega industrializado. Aquello que, si no lo filmamos, se pierde”.
De hecho Andrés cuenta que seguiría trabajando con la metodología de muchas miradas en una, pero ya no volvería al tema del confinamiento: “Esa experiencia que era sorpresa en nuestras vidas, hoy se está naturalizando y se instala como una nueva forma de ver el mundo”, explica. “El tema ahora es la incertidumbre que generan las distancias en el cine, tanto en la experiencia compartida de la visión de cine como la dinámica entre el documentalista y aquello que mira o quiere registrar”.
El mundo como un set de filmación
Otra de las pioneras fue Murciélagos, una ambiciosa producción enteramente realizada en la cuarentena más estricta, con un fin solidario y más de 50 personas —dirigidas y asesoradas a distancia— entre técnicos y actores de primerísimo nivel, más sus familiares y convivientes, que en muchos casos fueron camarógrafos, sonidistas o cercanos colaboradores en esa proeza.
Murciélagos combinaba distintas historias de ficción independientes entre sí, pero atravesadas por la experiencia del confinamiento con impronta local y desenlace optimista, consciente la producción de que el espectador estaba afectado por la cuarentena. También, en sus tramas, se colaban esas imágenes inaugurales ligadas al primer confinamiento, desde las más importantes hasta las banales como pijamas diurnos, desencuentros de las miradas a través de los dispositivos, el amor a distancia, la asfixiante cercanía y la actividad en los balcones, entre tantas otras postales que de a poco olvidamos o naturalizamos.
La dirección general estuvo a cargo de Baltazar Tokman, quien ahora retoma algunas de esos trazos para pensar la película en torno a la idea de una marca o de un hito.
“Es un documento-bitácora de una época, por cómo y cuándo fue hecho. El cine es movimiento y nos estaban diciendo'no hay más cine' y gracias a la tecnología lo pudimos hacer”, pero también confiesa que no repetiría esa experiencia en un contexto similar por el costo personal: “Quizás haría algo más chico”, dice.
No es casual que Tokman se haya puesto al frente de Murciélagos. Hace tiempo venía trabajando sobre las particulares relaciones entre la ficción y el documental en la generación de contenidos, también en el uso de nuevas tecnologías y metodologías de “dirección a distancia” como lo hizo en su película Planetario (2011) y también en la maravillosa Buscando a Myu (2018).
“Por eso hice Murciélagos, para mostrar también que la gente lleva cámaras en sus bolsillos. Yo hoy puedo pensar que el mundo es mi set de filmación y tengo millones de cámaras. Puedo pedir que se filme y que me lo manden. Eso no lo hizo la pandemia, en tal caso mostró que existe estas posibilidades, las generalizó. Eso tiene que ver con cómo va a cambiando el mundo y cómo los paradigmas de producción pueden enriquecerse”.
¿La dirección de cine a futuro es a distancia? “No”, dice Tokman. “Son sólo herramientas, depende de cómo se usen. Yo apelo a que vuelva el cine en equipo, como trabajo social y cara a cara. Cuando esto termine va a haber muchas ganas de salir a filmar”.
El ensayo personal en contexto incierto
Otros acercamientos cinematográficos interesantes que quedarán para la historia son los que forman parte del ciclo Bitácoras, de la plataforma Cont.ar, con idea y producción general de Vanessa Ragone.
Son cinco cortometrajes realizados, a modo de ensayo personal, por cinco directoras de cine —muy potentes y distintas, pero con fuerte mirada autoral—, donde narran sus procesos creativos, sus entornos y vivencias del año 2020 de la pandemia desde diversas experiencias y recursos.
La delgada capa de la tierra de Albertina Carri tiene elementos de la ciencia ficción en el abordaje de la sensación de quietud y extrañamiento de la vida cotidiana y de la fragilidad del existir. Diario rural de Laura Citarella registra la vida de una familia urbana en el campo con un desplazamiento en el objeto narrado. Mientras que Los cuadernos de Maschwitz de Natalia Smirnoff aborda el proceso creativo de escritura de un guion en diálogo con el —a veces caótico— entorno familiar y los ciclos de la naturaleza. Después del silencio de María Alché presenta un inquietante mundo distópico con pequeños niños que viven sin adultos. Y finalmente Hecho a mano de Julia Solomonoff está centrado en el trazo personal frente al avance de la tecnología en un significativo viaje en el tiempo.
En el contexto del ciclo también hay una charla entre las cinco realizadoras, un diálogo sobre trabajo y realización cinematográfica que, en este contexto, revela otras urgencias.
Vanessa Ragone cuenta a El Cohete que Bitácoras “surgió a partir de la invitación de Juan Pablo Gugliotta, director de Cont.ar, para pensar un proyecto que pudiera realizarse en pandemia”. El formato de cortometraje “tuvo que ver con la factibilidad de hacer la serie y terminarla en un tiempo acotado. La única consigna fue realizar un acercamiento personal y ensayístico a una vida y sus actividades durante el 2020”. Respecto de la elección de directoras, “fue por afinidad y porque sabía que ellas podían trabajar de manera independiente y aportar miradas distintas”. Aun así, “me sorprendió la diversidad, también el humor, la valoración de los afectos y la profundidad de las reflexiones (dichas y no dichas) que tienen los cinco episodios”.
A Ragone no se le escapa sin embargo el presente. Productora de la película ganadora al Oscar El secreto de sus ojos y showrunner de la reciente serie Carmel: ¿quién mató a María Marta?, pinta un panorama todavía muy oscuro para la industria del cine, con altos costos, restricciones y consecuencias muy negativas tanto en lo económico como en lo creativo.
“La pandemia paralizó la producción por un año y sólo sumó complejidad, dificultad, costos y miedos a una actividad de por sí extremadamente compleja. A nivel contenidos ha traído cambios y restricciones en los guiones. No hay más remedio que trabajar de ese modo, con protocolos estrictos y costosos, con limitaciones en cantidad de equipo, pero eso no es bueno para el cine”, explica. “Ninguna restricción a lo artístico puede generar contenidos memorables y si bien podemos decir que el neorrealismo italiano fue la respuesta al drama de la post-guerra no desearía que la pandemia genere una nueva corriente cinematográfica, sino que las corrientes lleguen por razones vinculadas a lo artístico, a la comunicación, a necesidades de cada época. No como consecuencia de un caos sanitario mundial”.
Pero, aún así ¿es posible pensar que la pandemia aparezca representada en el cine una y otra vez? Ragone piensa que no, pero admite que será inevitable que aparezca de alguna forma: “No estoy segura de que (el público) quiera ver películas ligadas al tema de la pandemia. Por eso no pensé en hacer una película sobre el tema sino en proponer ensayos reflexivos. De todos modos, la pandemia es un hecho que nos atraviesa y que sin duda estará presente en muchos contenidos durante mucho tiempo”.
Los ojos del futuro
Otra producción del período es Upa! 3, Una pandemia argentina que se presentó en el último BAFICI y tiene previsto su estreno, si no abren las salas en breve, en el canal I-Sat o en alguna plataforma relacionada. Santiago Giralt es uno de sus tres realizadores —junto con Camila Toker y Tamae Garateguy—, y adelanta a El Cohete que tienen previsto adaptarla a un formato de serie cuando la pandemia empiece a encontrar una salida y podamos verla a distancia. “Ahora hay mucha saturación con la información pandémica”, dice Santiago.
Upa! 3, Una pandemia argentina, al igual que las entregas anteriores de la saga que comenzó en 2007, aborda con humor, incomodidad y capacidad de observación, el detrás de escena del cine independiente. Cruza ficción y no ficción pero ahora en un contexto todavía más alocado y hostil: los protagonistas de siempre (un ficcionalizado trío de realizadores independientes) intentan hacer una película delirante, casi imposible por la emergencia sanitaria de la que registran todo cronológicamente, del primer caso Covid en la Argentina a la muerte de Maradona. También participan por videollamadas actores y productores muy conocidos que interpretan versiones ficcionales de ellos mismos en cuarentena.
Sobre el impacto real de la pandemia en el cine independiente, Santiago Giralt reconoce que generó espacios de posibilidad creativa muy grande, pero también que lo dejó afuera de la vuelta a los rodajes: “Es imposible para nosotros asumir los riesgos no solo económicos, sino también de vida, que están implícitos”, dice el director.
Pero sostiene que la experiencia bisagra del último año aparecerá también de alguna manera reflejada en el cine. “Hubo situaciones en las que todos estábamos pensando lo mismo y que nos nivelaron para arriba o para abajo. El 2020 fue un año en que todos al mismo tiempo fuimos puestos en un momento de vulnerabilidad de nuestras vidas. También de soledad y modificaciones en las convivencias, eso va a aparecer en las películas, sobre todo en el imaginario de los hoy adolescentes y niños”.
Es lo que aparecerá probablemente, entonces, en los ojos de los futuros realizadores.
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