FE, ESPERANZA Y MASACRE

La felicidad es una insubordinación ante la crueldad casual de la vida

 

Me vino a la cabeza una frase de la película Casablanca, esa fábrica de citas citables. Seguro que la recuerdan: "El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos", reflexiona Ilsa, o sea Ingrid Bergman, en París, durante el flashback que rememora el inicio de su idilio con Rick, o sea Humphrey Bogart. La frase original es más compleja y precisa, porque subraya el aspecto volitivo de la situación: "El mundo entero se desmorona y nosotros elegimos este momento para enamorarnos (We pick this time to fall in love)". O sea que no se trata de algo fatídico, que no podía sino ocurrir, sino de algo que Ilsa y Rick decidieron dejar que pase, aunque tuviesen claro que la circunstancia no era auspiciosa.

Recordé la frase porque en estos días me aboqué a leer y a escuchar a un artista, y sentí tremendos deseos de no escribir sobre ninguna otra cosa, a pesar de que el mundo parecía desmoronarse a mi alrededor. (¿Necesitan un recordatorio? Dólares en fuga, acuerdo por decreto con el FMI, zonas arrasadas por las lluvias, represión, los sesos de Pablo Grillo al aire, niños de 12 años precintados por la policía, autoritarismo dentro del Congreso, valijas que eluden el control de la aduana, Buenos Aires convertida en una ciudad militarizada, Trump interviniendo en la política argentina como si fuese el dueño... y todo esto sin contar Gaza, ese horror en loop.)

 

"Nosotros decidimos".

 

El libro es uno que compré durante las vacaciones, y que tenía ganas de leer desde hace años. Se llama Faith, Hope and Carnage. Algo medio difícil de traducir. La primera parte es fácil: Fe, esperanza. Pero carnage se complica. Literalmente sería carnicería, en el sentido de matanza. Pero Fe, esperanza y carnicería induce a confusión. Suena a autobiografía de Samid. Prefiero Fe, esperanza y exterminio, o Fe, esperanza y masacre.

El texto refleja conversaciones entre el periodista Seán O'Hagan, colaborador de los medios Observer y The Guardian, y Nick Cave, músico y escritor. Cave es un australiano de 67 años que ya tiene a sus espaldas una larga carrera, primero con la banda The Birthday Party y después con los Bad Seeds. Sé de su existencia desde hace mucho —tal vez le haya prestado atención por primera vez en Las alas del deseo (1987), película que sigo adorando, donde se lo ve cantando en Berlín—, pero la verdad es que nunca le había hincado el diente, hasta hace relativamente poco.

Se podría decir que entré en el mundo de Cave por una puerta rara: el álbum Skeleton Tree, que es del año 2016 y representa un giro en su música. Hasta entonces, Cave hacía con los Bad Seeds una música muscular, con letras híper literarias, en el tono de un gótico moderno. Una suerte de Flannery O'Connor contemporáneo, que contaba historias donde, con lenguaje bíblico, abundaban lo grotesco y la violencia. (No se me ocurre nadie más adecuado para musicalizar las ficciones de uno de mis escritores favoritos, Cormac McCarthy. Si alguien llega a adaptar para el cine o la TV su novela Meridiano de sangre y no convoca a Cave y a su socio Warren Ellis para componer la banda sonora, es un tarado.) Lo cierto es que, a partir de Skeleton Tree, Cave cambió. Su música se volvió más electrónica, se liberó de las ataduras de la forma canción. (El Indio diría: se puso fractal, dejó de apelar a estructuras regulares. Su forma es siempre informe, sinuosa, nunca "cierra"; por el contario, está perpetuamente en búsqueda.) Y sus letras dejaron de contar historias redondas, con principio, desarrollo y fin, para volverse más ambigüas.

 

 

Con esto quiero decir que no me considero un experto en Nick Cave. Soy un recién llegado a su obra, un parvenu. (La que sabe todo sobre Cave es Mariana Enríquez, así como Rodrigo Fresán lo sabe todo sobre Dylan. Para cualquier hispanoparlante que quiera interiorizarse en la obra de esos artistas, Enríquez y Fresán son los escritores a quienes debe acudir.) Ni siquiera me he tomado el trabajo de revisar los discos anteriores. De momento, con Skeleton Tree y lo que produjo después (Ghosteen, del '19, Carnage, del año 2021, y Wild God, del 2024), tengo todo lo que necesito.

Lo que me acercó a Cave fue una noticia que en su momento me impresionó mucho: la muerte de uno de sus hijos adolescentes, Arthur, a los 15 años. El pibe tomó LSD y, así dado vuelta, se cayó de un acantilado cerca de Brighton, donde vivía la familia: Cave, su esposa Susie y el mellizo de Arthur, llamado Earl. La muerte de un hijo se me antojó siempre el dolor más grande que una persona puede experimentar, en esto no pretendo ser original. Y se me hace que al año siguiente, cuando salió Skeleton Tree, con ese título tan expresivo —El árbol de los esqueletos, vendría a ser— y a la vez tan Nick Cave, sentí curiosidad. Debo haberme preguntado qué clase de arte produce alguien después de una tragedia así. Entonces escuché el álbum, y quedé enganchado. Ahora Cave abomina de Skeleton Tree, lo cual es comprensible: lo vincula inevitablemente a la muerte del pibe y su padecimiento posterior. (En el libro dice que es una obra maldita.) Pero para mí sigue siendo una maravilla.

La muerte de Arthur también fue semilla de Faith, Hope and Carnage. Porque, si bien O'Hagan ya había entrevistado a Cave y existía entre ellos algo parecido a una relación profesional —no muy distinta, imagino, a la que existía entre el Indio y yo antes de que me convocase a escribir su biografía—, lo que los unió extra-musicalmente fue el hecho de que también O'Hagan había sufrido una tragedia familiar, en este caso la muerte súbita de un hermano. Además del arte, los vinculó el dolor. Y por eso Cave lo consideró un interlocutor ideal, que no se limitaría a preguntarle cosas que sólo obsesionan a los periodistas especializados.

 

 

En el libro se habla esencialmente de dos temas recurrentes, que parecen no tener nada que ver entre sí y sin embargo están ligadas por lazos invisibles: la cuestión del sentido de la vida, a partir de la fe religiosa —no formateada por un único credo en particular, sino en el sentido más amplio: "La religión organizada puede ser el mejor de los regalos para el ateísmo", dice Cave— y la cuestión de la creación artística, en particular a través de la música. Y por encima del entero intercambio sobrevuela el fantasma de Arthur, sobre quien Cave habla con un candor que estremece.

Como dije al principio, esta semana sentí que debía dar la espalda al mundo que implosionaba ventanas afuera para concentrarme en el libro y en los discos recientes de Cave. La razón de ese deseo no estaba clara todavía, se me escapaba. Pero los signos eran poderosos y me compelían a dejarme llevar. No recuerdo otra oportunidad en que haya sentido una necesidad hasta física de escuchar una música específica, al punto de putearme por no llevar encima los auriculares que me permitiesen poner Skeleton Tree y Carnage mientras leía en un taxi. Ya en casa, me chanté los aparatos y progresé en la lectura mientras me aislaba de todo, para que en mi universo no sonase otra cosa que Nick Cave.

De todos modos, aun entonces sospechaba que pensar en el sentido de la vida y de la creación musical no significaba desprecio por lo que ocurría. Que era una forma más de considerar nuestra circunstancia, sólo que indirecta, del mismo modo en que la poesía se refiere a los temas esenciales de forma que trasciende las constricciones del razonamiento lógico. Ya me dirán ustedes, cuando concluya esta conversación.

 

 

El Nick Cave tradicional: "Red Right Hand".

 

 

 

Empecemos por la música. O'Hagan le pregunta a Cave si es algo más que un escape, mero entretenimiento, y Cave responde: "Creo que la música tiene la habilidad de perforar las formas jodidas que hemos desarrollado para hacer frente a este mundo —todos los prejuicios y las afiliaciones y las agendas y las defensas que básicamente se convierten en estratos de sufrimiento— y llegar a aquello que yace debajo de todo y nos es esencial, lo que es puro, lo que es bueno. ...Es el gran indicador de que algo más está ocurriendo, algo inexplicable, porque nos permite experimentar momentos de trascendencia genuina... Una de las pocas instancias que nos quedan todavía, además de la naturaleza cruda, en las cuales la gente puede reconocerse asombrada por algo que está ocurriendo en tiempo real, experimentar un sentimiento reverente y maravillarse".

Dudo de que Cave haya pensado esto siempre. Al comienzo, las canciones de la banda Birthday Party —y en particular, los shows en vivo— buscaban conjurar el caos, producir algún tipo de catarsis en músicos y público. (Solía haber grescas, sangre y trances en los que Cave hablaba en lenguas desconocidas, como los primeros cristianos en pretenderse iluminados por el Espíritu Santo.) Pero al asociarse con los Bad Seeds —Las Malas Semillas, literalmente—, la forma canción empezó a pesar más que el shock teatral. Cave encontró allí un modo de canalizar su vocación literaria. Y a medida que fue pergeñando pequeñas historias, empezó a preocuparse por la forma de contarlas en escena para que llegasen a destino. El Cave desaforado a lo Iggy Pop dejó lugar a otra suerte de frontman: el tipo de traje con chaleco, con pelo largo pero engominado hacia atrás —renegrido y brillante como cuervo—, que antes que un rockero parecía un predicador contemporáneo que buscaba su grey en el underground.

 

 

En ese contexto, las canciones —que habían dejado de formatearse a partir de la guitarra de Mick Harvey, para ser escritas por Cave en el piano— empezaron a pesar más que el shock de una actuación extrema. En el libro, Cave se prosterna ante el poder de esa forma artística. Las canciones, dice, "tienen la capacidad de ser reveladoras... Hay mucho que pueden enseñarnos sobre nosotros mismos. Son pequeñas, pero aun así peligrosas, bombas que detonan verdades (bombs of truth)". Esta es una verdad de la que cada uno de nosotros puede dar testimonio. ¿Cuán larga sería la lista, si tuviésemos que anotar cada canción que nos enseñó algo que no sabíamos, sobre el mundo, el amor, la vida, la justicia, el arte, pero ante todo sobre nuestra propia persona, contribuyendo a moldear identidad?

A la altura del disco Push the Sky Away (2013), Cave empezó a sentir que ese ciclo creativo llegaba a su fin. O'Hagan le hace notar que ya hay un par de canciones allí —Higgs Boson Blues y Jubilee Street— que parecen insinuar una nueva dirección, "menos lineal". "Me había cansado —dice Cave— de escribir canciones en tercera persona que comenzaban por el principio y se movían obedientemente hacia su conclusión. Empecé a sospechar de esa forma... Era casi como si me estuviese escondiendo detrás de esas narrativas prolijas, manicuradas, porque tenía miedo del material que bullía dentro de mí".

Al mismo tiempo, su método compositivo había empezado a variar, gracias al desarrollo de su sociedad con Warren Ellis, miembro de los Bad Seeds desde el '93. En vez de desarrollar una canción completa y presentarla a la banda, Cave empezó a improvisar con Ellis y a esculpir sobre la materia que surgía de esas excursiones sonoras.

(Hablando de esculpir... Parte de lo que me define, dado que soy escritor, es que vivo esculcando la realidad en busca de signos portentosos, de los sentidos profundos que se ocultan detrás de las apariencias. Por eso mismo, cuando termino topándome con algo así, de una magia incontrastable, siento que la cabeza se me llena de fuegos artificiales. Es lo que me pasó cuando, al llegar a la página 187, descubrí que Cave hablaba de la Pietá Rondanini —la obra póstuma de Miguel Ángel— en el mismo sentido en que yo la había usado de ejemplo semanas atrás, cuando hablé acá mismo de la última película de Coppola. Dice Cave que esa escultura, "tan reducida a lo esencial y tan shockeantemente humana", lo inspiró a la hora de encarar sus nuevas letras y podarlas sin misericordia, "talarlas hasta que adquiriesen su verdadera forma espiritual".)

 

Cave y los Bad Seeds.

 

Cuando estaba metido en el álbum que plasmaría esa dirección tan desnuda, tan esencial —el mencionado Skeleton Tree—, ocurrió lo de Arthur. Y en esa circunstancia, Cave comprendió que el material que venía elaborando estaba lleno de pinceladas que, ex post facto, sonaban proféticas. La canción con la cual terminaría por abrirse el álbum, Jesus Alone, arranca diciendo: "Caíste del cielo / Y te estrellaste en un campo... Sos un hombre joven que se despierta / Cubierto por una sangre que no es la suya". Para que a continuación el estribillo repita versos que el padre de un pibe recién muerto no puede haber cantado sin que una lanza lo atravesase de lado a lado:

Con mi voz / Te estoy llamando

Con mi voz / Te estoy llamando

 

 

Nick Cave & the Bad Seeds, "Jesus Alone"

 

 

 

En el libro de O'Hagan, Cave dice que retomar esas canciones puede haber sido una estrategia de supervivencia, su respuesta a la necesidad de aferrarse a algo positivo en medio de la oscuridad; pero que, al considerarlas a la luz de su nueva situación, le perturbó preguntarse si todas ellas no hablaban de Arthur, de un modo u otro. En nuestro idioma, de quien anuncia algo que termina ocurriendo, se dice que adivina o profetiza. En inglés existe otro concepto, que es el que Cave usa en el libro: habla de foretelling, un verbo que significa literalmente decir antes, vaticinar.

En Girl In Amber menciona a un niño de ojos azules, y a continuación dice:

Yo sabía que el mundo dejaría de girar cuando te fueses

Yo pensaba que, cuando morías, uno deambulaba por el mundo

En un sueño, hasta que te desmigajabas y te absorbía la tierra

Bueno, ya no creo más en eso.

En I Need You canta: "Nada importa en lo más mínimo / Cuando aquel a quien amabas se ha ido". Y el estribillo implora: "Todavía está dentro mío / Baby, te necesito / En mi corazón te necesito".

En Distant Sky, Cave considera la idea del suicidio: "Vayámonos ahora, querida compañera / Partamos hacia cielos distantes... Nos dijeron que nuestros dioses nos sobrevivirían / Nos dijeron que nuestros sueños nos sobrevivirían / Pero nos mintieron". La voz de la soprano danesa Else Torp conjura una esperanza, que de todos modos excede a Cave y su "querida compañera": "Pronto los niños se alzarán, se alzarán / Esto no es para nuestros ojos".

La única canción que Cave compuso después de la muerte de Arthur fue la que da título al álbum, Skeleton Tree. El órgano con que comienza sugiere un nuevo amanecer, que llega, sí, pero sin falsas ilusiones. "Nada es gratis", repite el estribillo. Y la ausencia no dejará nunca de ser irreparable: "Llamo, y llamo / A través del mar / Pero el eco vuelve vacío". De todos modos, la paz llega, a través de la aceptación. No de la resignación, que es abandonarse a la derrota, sino de la comprensión profunda de la dinámica de la vida, que da y da pero también quita. And it's alright, now, dice al final, y lo repite: "Y está bien, ahora / Y está bien".

 

 

Nick Cave & the Bad Seeds, "Skeleton Tree"

 

 

Durante los meses que siguieron a la muerte de Arthur, Nick Cave fue —cómo no entenderlo— una sombra, un eco tenue de sí mismo. El documental de Andrew Dominic que se llama One More Time With Feeling, registrado durante la grabación de Skeleton Tree, muestra a un tipo que está realizando un esfuerzo sobrehumano para no desintegrarse y disolverse en un remolino de humo. A partir de entonces, Cave hilvanó una serie de decisiones tan sorprendentes como fructíferas, que tenían el mismo elemento en común: la voluntad de no quedarse encerrado en el dolor, de no convertirse en su prisionero.

Para empezar, se lanzó a presentar Skeleton Tree en vivo. En el libro, Cave dice que ese fue "uno de los períodos definitorios de mi vida profesional, debido ante todo a la feroz energía que emanaba del público. Es difícil exagerar el extraordinario sentimiento de conexión. Me cambió la vida. No", se corrige, "¡me salvó la vida!"

Al mismo tiempo, en septiembre de 2018 creó una página digital llamada The Red Hand Files (www.theredhandfiles.com), abierta a las preguntas y comentarios de la gente. Lejos de limitarse a consultar sobre aspectos específicos de su obra, empezaron a preguntarle sobre Arthur, la muerte, la fe, la felicidad, el sentido de la vida, y a compartir sus propias historias. Ojalá en algún momento se publique una selección de estos intercambios. Conmueve la honestidad intelectual y emocional y la delicadeza con las que Cave responde a cuestiones tan íntimas, tan devastadoras.

 

Cave con su socio Warren Ellis, el moderno Juan el Bautista.

 

Al mismo tiempo hay que advertir que Cave decidió abrirse, pero calibró con inteligencia de qué modos quería exponerse y cuáles prefería evitar. Grabar, dar shows e interactuar vía The Red Hand Files le hacía bien. Pero, en paralelo, se borró de las redes sociales. "Cuando me fui de Twitter —dice en el libro—, el mundo mejoró de repente... Hasta donde he podido comprobarlo, las redes sociales te enferman".

Skeleton Tree había anticipado involuntariamente la irrupción de la tragedia. Pero con su álbum Ghosteen, Cave decidió hablar de Arthur, tanto como Rick e Ilsa decidieron enamorarse. A partir de una serie de imágenes surrealistas que empezaron a rondar su cabeza —una pluma que ascedía sola en el aire, la escultura de un gigante de hielo que está hecho de lágrimas, una madre que lava la ropa de su hijo—, imaginó el lugar donde el espíritu de Arthur podía estar viviendo después de su muerte: un mundo fantástico que no coincide con la idea del Cielo cristiano —porque, al igual que la vida material, sigue siendo "en parte horror y en parte dicha" (part horror, part bliss)—, pero en el cual su muchachito habría encontrado "puerto, refugio o descanso". La palabra ghosteen no existe en el idioma inglés, es el neologismo que Cave inventó para definir al protagonista de su obra. Ghost significa "fantasma". Teen es "adolescente". Eso es ghosteen, eso es Arthur: el "fantasmadolescente".

Pero llegar de las imágenes al concepto fue una búsqueda en sí misma. Hay una historia que se cuenta, pero ya no de la forma tradicional, como hubiese hecho el Cave de antaño, sino a través del estilo elíptico, alusivo del nuevo Cave. En el libro, define Ghosteen como "una historia épica de pérdida y añoranza, pero (narrada de forma) reventada, explotada en mil pedazos". Para llegar a su forma definitiva, Cave y Ellis se lanzaron a producir lo que llaman "música accidental": improvisar, sin tener la menor idea de lo que estaban haciendo. La idea era "experimentar la adorable inquietud y el peligro que ocurren cuando intentás hacer algo nuevo".

 

 

En otro pasaje, Cave —que es un orfebre de las palabras, el muy turro— describe el proceso de este modo: "Tenés que operar... dentro del mundo del misterio, debajo de la enorme y terrorífica nube de la incerteza artística". (El término al que apela en inglés es más rico todavía: Cave habla de artistic unknowing, siendo unknowing la voluntad de no saber en términos racionales.) Un proceso no exento de riesgos, dado que Ellis lidiaba con su propia crisis personal y por ende ambos estaban en una posición de "precario control de nuestra sanidad mental". "Lo que yo estaba intentando hacer —agrega Cave— era, en fin, contactar a los muertos".

Otro de los asombros que me inspiró el libro fue el descubrimiento de que Cave sabe que, a menudo, uno termina por entender qué es lo que quiere decir después de haberlo creado. "Hubo momentos —explica— en los que estaba cantando un verso que ya había escrito y sentí que su significado profundo me arrollaba, me llevaba puesto. Fue como si me dijese: '...Okey. ¡Así que se trataba de esto!' ...El sentido había estado siempre allí, empotrado en la canción, esperando el momento de revelarse". Me ocurrió por primera vez con Kamchatka: recién cuando terminé de escribir la primera versión del guión entendí que había estado tratando de despedirme, sin darme cuenta, de mi madre muerta. (Cave afirma que ese fue el propósito último de Ghosteen: "Arthur nos fue arrebatado, desapareció, y la realización del álbum se sintió como una forma de hacer contacto y de decirle adiós".) En mi nueva novela, Valecuatro, que sale en abril, hablo en repetidas oportunidades de esto de comprender qué clase de criatura has alumbrado recién después de parirla. Mi protagonista, un adolescente con aspiraciones de convertirse en escritor, anota en su bitácora mental, para ya no olvidarlo: "Uno siempre cree que cuenta algo por cierta razón, hasta que el tiempo revela que en realidad la escribió por otra — que por cierto, es la verdadera razón". Lo mismo que explica Cave.

Ghosteen es una criatura que se parece a pocas, llena de música y de imágenes tan extrañas como imborrables; una suerte de sesión espiritista o viaje imaginario —Cave emulando al Dante que, en la Divina Comedia, viaja al ultramundo y al Paraíso—, durante el cual cruza las barreras que separan la vida de la muerte, visita la nueva morada de Arthur y se despide definitivamente. Hay mucho dolor allí, pero también mucha luz. La canción que da título al álbum incluye la música más gozosa, más exultante, que Cave y Ellis hayan escrito nunca.

 

 

Nick Cave & The Bad Seeds, "Ghosteen"

 

 

 

Entonces —hace cinco años, exactamente—, cuando ya tenía todo listo y preparado para iniciar la gira mundial de presentación de Ghosteen, se desató la pandemia que lo canceló todo. En el libro, Cave habla de ese período como de "una oportunidad para mejorar el mundo, que desperdiciamos. Al principio, muchos creímos que era una chance que se nos presentaba, como civilización, para hacer a un lado las vanidades, las quejas y las divisiones —nuestra hubris, nuestra arrogancia, nuestra monstruosa indiferencia hacia los demás—, y unirnos alrededor de un enemigo común... Para nuestra vergüenza, eso no ocurrió. La Derecha se puso más aterradora, la Izquierda se puso más loca, y nuestra ya fracturada civilización se atomizó, sufrió algo parecido a la locura colectiva... Existe un nivel de disonancia social que está impulsado por la Internet".

Sin embargo, Cave aprovechó ese parate forzoso para pasar más tiempo con su familia y profundizar en su nueva búsqueda, definida por una intuición sobre el potencial religioso de la música. Insisto: no religioso en tanto atado a instituciones de esa calaña, a iglesias o cultos formales, máquinas de lucrar con la ingenuidad ajena. (Cave piensa que la religión no sirve de nada "si no sirve a una función más grande que ella misma", o sea, "el bienestar de los otros".) Pero sí en su sentido de ayudar a re-conectar, a ligarnos nuevamente con lo esencial de la experiencia humana y con el misterio de la trascendencia, de lo que existe más allá de nosotros. O'Hagan le recuerda que, en un ensayo escrito hace tiempo, Cave decía ya que, "para mí, la canción de amor existe para llenar el silencio entre nosotros y Dios". En el libro, Cave reafirma esa idea y añade que "la música tiene la habilidad de guiarnos, aunque más no sea de forma temporaria, a un reino sagrado. Trabaja sobre el anhelo que muchos tenemos instintivamente — el agujero que llevamos dentro, y que tiene la forma de Dios".

Esto no significa creer en la otra vida ni en recompensas ulteriores, sino asumir la existencia con todo lo bueno y lo malo que acarrea. "En algún momento u otro de la vida —dice Cave—, todos hemos sido obliterados por las pérdidas. ...Y por supuesto, si has sido lo suficientemente afortunado como para ser amado de verdad, también vas a causar un dolor extraordinario a otros, cuando abandones este mundo. Esa es la alianza, el pacto que existe entre la vida y la muerte, y la terrible belleza del dolor".

 

 

En ese contexto, no tiene sentido apelar a la música para eludir el dolor o sublimarlo, o para maquillarle la cara y dibujarle encima una falsa sonrisa de esperanza. Si a algo te ayuda es a conjurar el dolor, a tomarlo en tus manos y contemplarlo a los ojos — a enfrentarlo como se debe. Y en el libro, Cave asume el dolor por la muerte de Arthur hasta admitir lo que considera que es su propio rol en los hechos. "Yo siento que, como padre —dice—, él era mi responsabilidad y yo miré hacia otra parte en el momento equivocado, no fui lo suficientemente vigilante". Y por eso mismo, en lo que hace a Cave y su esposa Susie, que diseña moda, "no existe una canción ni una palabra ni una costura ni un hilván que, viniendo de nosotros, no sea una demanda de perdón, la forma en que expresamos arrepentimiento... De algún modo, mediante el trabajo estamos pidiendo que se nos releve de este peso, de nuestra culpa".

Qué huevos que hay que tener para decir algo así públicamente. Pero esa aceptación —en la cual no hay ni una hebra de resignación, ya lo he dicho— es lo que lo ayudó a seguir adelante sin dejar de buscar absolución primero y felicidad después. Porque no existe posibilidad de arribar a la dicha mediante la negación de las realidades de la existencia y de la responsabilidad de cada uno durante esta vida. Y si Cave siguió produciendo obras maravillosas como Carnage —donde dice: "Parece que siempre estoy diciendo adiós"— y la reciente Wild God, es porque descubrió el poder salvífico del arte.

"Para mí —dice Cave— las canciones son la forma en que voy midiendo mi vida, en función de proseguir un viaje creativo que, por supuesto, nunca alcanzará un destino final, más allá de aquellos que todos compartimos — la muerte, Dios, la trascendencia. Las canciones son como postes indicadores a la vera del camino que describen el viaje en sí mismo, como migas de pan en el sendero del bosque".

Cuando, en esa canción divina que es Albuquerque, Cave dice: "No voy a llegar a ninguna parte, cariño / A menos que te sueñe ahí... No voy a llegar a ninguna parte, cariño / A menos que me lleves ahí", está hablando de Arthur por supuesto, y también de Susie y de sus congéneres —porque en este mundo, no llegás a ninguna parte solo—, pero también del arte y de la música, sin los cuales nos quedaríamos varados en el mismo punto como náufragos, muertos en vida.

 

 

Nick Cave & the Bad Seeds, "Albuquerque"

 

 

 

De Skeleton Tree hasta hoy, Nick Cave perfeccionó un estilo artístico, una forma propia, que me gusta llamar: Todos vamos a morir, pero... Eso es lo que se oye en sus últimos cuatro álbumes: la presencia constante de la muerte, que nunca deja de sonar en el fondo, pero también algo más — mucho más, infinitamente más.

Ya sé que, en el fondo, podría decirse lo mismo de todas las variantes del arte, porque cada cosa que hacemos, que creamos, comunica lo mismo, tiene el mismo mensaje empotrado, aunque no sea consciente de ello: que lamentablemente esta vida es corta y que en algún momento llegará al final. La cosa es así, para esto no hay tu tía, como decía uno de mis profesores de secundaria, un gallego que murió muy joven, en un accidente. Pero —y acá es donde se pone interesante— la certeza de que hemos de morir no impide que hagamos millones de cosas preciosas, sensiblemente humanas, antes de estirar la pata. Al contrario: es lo que nos alienta a no perder el tiempo en pelotudeces, mientras corre el reloj. A sacarle el mayor jugo posible a la deslumbrante experiencia de estar vivos. Eso es lo que sugiere cada obra de arte genial, lo que lleva escrito con tinta invisible en sus páginas, sus pentagramas, sus pantallas, su mármol, sus lienzos: Todos vamos a morir, sí, pero... ¡mirá qué cosa más hermosa hice mientras tanto!

Y acá vuelvo a esos signos misteriosos que siempre busco, porque sé que tarde o temprano se manifiestan. Este miércoles fui a buscar al más pequeño a la salida de inglés. Mientras volvíamos, me contó que durante la clase, derivada de la conversación que sostenían profesora y compañeros, se le ocurrió decir una frase. Y que uno de los pibes replicó que él, Oli, era un filósofo. Ese mismo pibe escribió la frase en un papelito que le dio a Oli y Oli me la regaló, un recortecito que dice: "Hay que jugar toda la vida, hasta cuando estamos muertos". Ahí tienen. Oli lo dijo mejor que yo. Y Cave estaría de acuerdo, mil por mil.

 

 

Tarde o temprano todos experimentamos grandes pérdidas, como Cave sabe bien. Y cuando el dolor es atroz, es probable que se convierta en tu casa. Vas a vivir ahí por el resto de tu vida. Hay gente que lucha contra esa realidad y trata de escapar de La Casa del Dolor, pero no suelen tener éxito. También hay otros que se resignan a vivir ahí, sin salir nunca, sin ni siquiera levantar las persianas. Se convierten en La Casa, el Dolor deviene su única identidad — son su dolor, y nada más. Pero hay otros que aceptan su nuevo domicilio y, al hacerlo, comprenden que vivir ahí no significa necesariamente quedarte encerrado, tapiado detrás de las paredes como en un cuento de Poe. Podés vivir en La Casa del Dolor, sí, pero también levantar las persianas y abrir las ventanas y disfrutar del sol y salir a trabajar o a pasear o a disfrutar de la buena compañía, para eventualmente volver y reposar en tu Patria Chiquitísima, tu morada estable. Y así tu rutina va del dolor al goce y del goce al dolor, que en último término es la dinámica que propone la vida. Sufrimos y disfrutamos una y otra vez, hasta el día en que llega la paz definitiva. (Peace will come, canta Cave al final de Spinning Song, la canción que abre Ghosteen: "La paz llegará".) Está claro que algunas de las condiciones del contrato distan de ser ideales, que a todos nos gustaría modificar la letra chica. ¿Quién quiere morir? Pero en último término, dada la inmensidad de cosas que podemos experimentar y hacer y crear antes de que llegue esa hora, vivir no es lo que yo llamaría un mal negocio. En lo que a mí respecta, al menos, es el mejor que hice nunca.

Por eso entendí que leer y escuchar a Nick Cave no significaba escaparme de lo que está ocurriendo. Porque la forma en que decidimos habitar La Casa del Dolor define no sólo cómo tramitamos las frustraciones y penas personales, sino también el modo en que transitamos la vida en este país que, como el lugar donde Cave imagina hoy a Arthur, es parte horror y parte dicha, todo el tiempo. En esta morada tan particular —La Casa Argentina del Dolor—, hay mucha gente poderosa que es hija de puta, que sólo sabe robar y hacer sufrir a los demás, que se rehúsa a aprender algo valioso de verdad, a crecer, con una obcecación digna de mejor causa. Pero eso no nos impide abrir las ventanas, salir al encuentro de otros, disfrutar y amar. Nos lo dificulta, sí, nos la complica, pero no lo prohibe. (De momento, al menos.) Puede que ser argentino no represente el mejor de los negocios —existen lugares donde se la pasan mejor, o al menos más tranquilos, estoy seguro—, pero eso no impide que aspiremos a la felicidad. Lo cual no es fácil en ninguna parte, de esto también estoy seguro.

 

Cave y su compañera Susie.

 

Porque, a fin de cuentas, la felicidad puede resolverse a través de una decisión libre y consciente. Cave cuenta que, en un momento, Susie y él comprendieron que ciertas cosas no cambiarían —la ausencia física de Arthur—, y que, con eso en mente, podían elegir ser felices, que es lo que hicieron. "La felicidad —dice Cave— fue una forma de insubordinación ante la vida. Una elección, una suerte de arreglo al que llegamos —porque nos lo ganamos— con la vida, para ser felices. Nadie tiene control sobre las cosas que le pasan, pero podemos decidir cómo responder. Eso es una suerte de desafío, algo a llevar a cabo ante la indiferencia del mundo y su aparente crueldad casual".

Lo cual cuaja perfectamente con este retrato del artista maduro que es Nick Cave. "Nuestro yo joven es una cosa informe que se la pasa corriendo de un lado para otro, asustado, tratando en frenesí de entender quién es — ¡Este soy yo! ¡Aquí estoy! ...Pero entonces ocurren el tiempo y la vida, y rompen esa noción de uno mismo en un millón de pedazos. Y ahí entra a jugar la identidad que uno re-ensambla, la identidad que vos mismo reconstruís". Ante una pregunta de O'Hagan sobre el sentido de envejecer, Cave responde que es exactamente así, que envejecer es la necesidad de arreglar las cosas, tal vez no las del mundo entero, pero al menos del pequeño mundo que te rodea. Si uno se aplica a ello y tiene una suerte razonable, puede dar por cumplido el contrato original. No necesita engañarse con la promesa de una recompensa celestial. Todo lo que podemos lograr, y disfrutar, y entender, y ser, está acá.

"Cuando muera —dice Cave en el capítulo extra que incluye mi edición del libro— no quiero que sea esperando algo mejor, sino dentro de esta vida. Esta extraña y hermosa vida".

No puedo estar más de acuerdo. Como también comparto algo que dice poco antes: "La esperanza es el optimismo con un corazón roto".

Si alguien sabe de corazones rotos, somos los argentinos. Nos los han pulverizado muchas veces, y otras tantas los hemos recauchutado. Cómo no tenerlo claro en vísperas de un nuevo 24 de Marzo, la fecha que simboliza todo aquello que no queremos volver a padecer, el Día del Nunca Más. (Una lista, la de nuestros Nunca Más, a la que hoy le estamos sumando nuevos ítems, y a lo pavo.) Por eso mismo, aquellos que sufrimos la vida en La Casa Argentina del Dolor y creemos que el país y al menos parte de su pueblo merecen algo mejor, ¿no deberíamos imitar a Ilsa y Rick y decidir, a pesar de la evidencia en contrario, alentar una esperanza proporcional, tan inmensa como nuestro padecer?

Para ser felices, debemos insubordinarnos. Porque la dicha y la plenitud no caen de ningún cielo: se ganan o se pierden.

 

 

 

Nick Cave & the Bad Seeds, "Song of the Lake"

 

 

 

 

 

 

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