Falacia de la agenda extrema

Las olas feministas y los pueblos que nos pasamos

 

El 6 de octubre del 2019, el gobierno de Sebastián Piñera implementó el aumento de la tarifa del transporte público de Santiago de Chile. Miles de estudiantes secundarios, en su mayoría chicas, manifestaron en contra de la medida saltando los molinetes del metro e incitando a la evasión.

 

 

Entrevistado en televisión, Clemente Pérez, quien había sido titular del metro de Santiago durante la presidencia de la socialista Michelle Bachelet, consideró que la revuelta no tenía futuro y, con tono paternalista, les habló a los estudiantes: “Cabros, esto no prendió (...) La gente está en otra”.

 

 

Menos de veinte días después, tres millones de chilenos saldrían a las calles (más de un millón solamente en Santiago), en medio de un estallido social que nadie vio venir. La llegada al Palacio de la Moneda en marzo del 2022 de Gabriel Boric, líder surgido de las revueltas estudiantiles del 2006, es el último capítulo de una crisis social todavía irresuelta. Clemente Pérez quedará en la historia como un ejemplo casi perfecto de visión política sesgada por los prejuicios: no vio lo que se negaba a ver.

Desde que Donald Trump fue declarado ganador frente a su rival demócrata, Kamala Harris, asistimos a una serie de análisis sesudos que suelen confirmar los prejuicios de quienes los enuncian. Algunos refieren al supuesto exceso de progresismo en la candidata demócrata, lo que habría alejado a los electores más mesurados. Garry Kasparov, gran maestro de ajedrez y activista político ruso establecido en Estados Unidos, consideró que “el rotundo resultado (de las elecciones) es otra prueba de que el éxito de la extrema derecha es consecuencia de los excesos de la extrema izquierda. Los medios de comunicación normalizaron a Trump, pero también restaron importancia a la gran aversión que sentían muchos estadounidenses por la agitación izquierdista”.

 

 

En realidad, cuesta detectar en el programa de Kamala Harris algún “exceso de extrema izquierda”, a menos que consideremos como tal la defensa de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), un derecho que la Corte Suprema con mayoría conservadora puso en duda a través de un fallo de 2022.

Bernie Sanders, senador demócrata reelecto con más del 60% de los votos, manifestó una opinión diferente sobre el resultado de las elecciones: “No debería sorprendernos demasiado que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él. Mientras los líderes demócratas defienden el statu quo, el pueblo estadounidense está enojado y quiere un cambio. Y tiene razón”.

 

 

Hace unos meses, apenas asumió el Presidente de los Pies de Ninfa, la ex legisladora porteña Ofelia Fernández analizó al nuevo gobierno haciendo referencia al statu quo, con una visión cercana a la del senador Sanders. Ofelia se preguntó si “hay que oponerle sólo una defensa institucionalista, casi al límite de ser una defensa de un status quo totalmente degradado, o hay que oponerle un proyecto, una mirada radicalizada en el sentido opuesto del que plantean estos tipos (...) No sé si vamos a re-enamorar a la sociedad con un reglamento (...) Es difícil oponerse a un proyecto tan avasallante de país si no tenés un proyecto avasallante. El statu quo está muy roto como para defenderlo de manera intensa, tenemos que reconstruir nuestra propia expectativa”.

Como en Estados Unidos, en nuestro país también escuchamos argumentos que explican la victoria de La Libertad Avanza en 2023 por un exceso de progresismo de parte del gobierno del Frente de Todos, en particular en su componente feminista. “Nos pasamos tres pueblos”, es la expresión que ilustra ese diagnóstico tan tenaz como errado. La derrota de Sergio Massa (quien, dicho sea de paso, es tan izquierdista como Kamala Harris) se explicaría por el DNI no binario o la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), iniciativas alejadas de las verdaderas preocupaciones populares. Al parecer, deberíamos volver a los valores profundos del peronismo y dejar de lado esa agenda extrema que, como ocurrió con la candidata demócrata según Kasparov, espantó al electorado mesurado.

Esta versión de análisis sesudo busca consolidar prejuicios antifeministas al intentar disfrazarlos de análisis de coyuntura. En realidad, los “valores profundos del peronismo” nunca fueron ajenos a la ampliación de derechos de las mujeres; por el contrario: a la par del aguinaldo, el fuero laboral o las vacaciones pagas, el primer peronismo instauró el sufragio femenino, la igualdad jurídica entre cónyuges y la ley de divorcio vincular. Por suerte para quienes vinimos después, en aquella época el peronismo no diferenciaba entre ampliaciones de derechos buenas y malas.

Invocar una supuesta agenda de género que habría asustado al electorado moderado, antes de reconocer que Alberto Fernández no revirtió la pérdida de poder adquisitivo generada por las políticas de Mauricio Macri, ni tampoco logró frenar la inflación, equivale a forzar los argumentos para que coincidan con ciertos prejuicios. La victoria de La Libertad Avanza se explica con mayor facilidad por la conjunción de dos gobiernos fallidos –el de Cambiemos y el del Frente de Todos– que defraudaron a su electorado al no cumplir con su contrato electoral, antes que por una tan aterradora como imaginaria agenda de género. De hecho, el electorado supuestamente mesurado y alérgico a los extremos terminó apoyando a un energúmeno con una motosierra.

Dejar de lado las ampliaciones de derechos que impulsan las políticas de género para intentar recuperar a un electorado supuestamente moderado sería un error de diagnóstico severo, así como no poner el foco en las consecuencias que apareja el fracaso a la hora de mejorar la vida de las mayorías. Históricamente, las ampliaciones de derechos siempre generaron rechazo en una parte de la población e incluso intentos de vuelta atrás. De hecho, el feminismo usa la figura de olas para explicar sus avances. El término fue acuñado por la periodista Martha Weinman Lear en un artículo publicado en 1968 en el New York Times, titulado “La segunda ola feminista”. Con esa denominación, la autora buscaba conectar al movimiento sufragista de fines del siglo XIX, que consideraba la primera ola feminista, con los movimientos de mujeres de la década de 1960, la segunda ola. Para algunos, el Colectivo Ni Una Menos forma parte de la cuarta ola feminista.

El primer peronismo respondió al reclamo de la primera ola con el sufragio femenino. El gobierno del Frente de Todos dio cuenta de uno de los reclamos de la cuarta ola, el de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). La metáfora de las olas presupone una realidad que no está petrificada, sino que es un territorio en disputa.

Sol Prieto, investigadora del CONICET y ex directora nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía, resume con humor la falacia de la agenda extrema:

 

 

Más que pasarnos tres pueblos, no dejemos que nos atrasen tres siglos.

 

 

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