En la ciudad sitiada dos hombres deben hacer un rodeo para llegar a destino. Uno les grita a los uniformados bordó celeste:
—Pan y circo. Puro pan y circo.
El otro le responde:
—¿Pan? Ojalá.
—Tiene razón. Más palos que pan.
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Frente a la embajada de Arabia Saudita, pertrechada como para una guerra, los corredores que deben cruzar de vereda rumian su malestar.
—¿A quien le sirve esta reunión? Sólo son negocios para ellos.
—Y después nos suben los impuestos para pagar esta fiesta.
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Un taxista porteño, fastidiado por el tránsito caótico:
—Acá la solución es reformar la Constitución y si se prueba que cometió el delito, pena de muerte por fusilamiento.
—¿Para quién?— pregunta uno de los pasajeros.
—Ese, el de Techint. Pena de muerte y pelotón de fusilamiento. Y después que vengan a hablar de lesa humanidad.
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El cuadro medio de un movimiento social kirchnerista: “Decidimos no participar en las protestas. Muchos militantes viven en la provincia de Buenos Aires y no hay transporte. Tampoco tenemos plata para pagar colectivos, y si la tuviéramos no los dejarían pasar. Estuvimos en una reunión donde había una serie de siglas que ni conocemos, no vamos a correr el riesgo de agotar a nuestra gente con una caminata interminable para que después lo aproveche vaya a saber quién. Preferimos fortalecernos para intensificar el reclamo social en lo que queda del año”.
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Un importante dirigente sindical: “No podíamos estar ausentes, pero tuvimos una participación simbólica, por los inconvenientes con los micros”.
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Estas postales urbanas reflejan las reacciones de distintos sectores sociales y políticos frente a la cumbre número 13 del G20. La declaración de feriado y el establecimiento de vastas zonas de exclusión en la Capital, el cese de circulación del transporte público el viernes y el sábado y el despliegue de 22.000 efectivos de las fuerzas de seguridad y hasta un refuerzo militar, dificultaron las movilizaciones de repudio, que transcurrieron sin disturbios, protagonizadas por organizaciones de izquierda. El kirchnerismo se abstuvo de participar porque no está en contra de las cumbres multilaterales, de las que Cristina participó en forma destacada durante sus ocho años de gobierno. Su oposición se ciñe a los acuerdos con el FMI, al ajuste consecuente y a la sumisión al unilateralismo estadounidense.
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El jefe de la oficina del Washington Post para América Latina y el Caribe, Anthony Faiola, fue antes corresponsal del mismo diario en Buenos Aires, Tokio, Londres y Berlín. De regreso a Buenos Aires para la cumbre del G20, le pregunté si en alguna de las cumbres que cubrió la ciudad fue paralizada por decisión administrativa. “Nunca, en ningún lado”, respondió.
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La última exteriorización de la resistencia a las políticas neoliberales en Francia es el uso de chalecos amarillos como símbolo del desacuerdo con el gobierno. De ahí el asombro del Presidente francés al abrirse la puerta de su avión. Emmanuel Macron fue recibido por un empleado del aeropuerto con su chaleco amarillo reflectante, a quien le dio la mano, algo inimaginable en París. También destacó que la delegación argentina llegó tarde, pero no dijo nada sobre la alocución de la vicepresidente Gabriela Michetti, tal vez porque no se apercibió de que creía hablar en francés. Por la expresión de Macron no está claro si le inquietó que los gillets jaunes lo siguieran hasta el fin del mundo, o celebró que aquí lo saludaran con cortesía. Michetti responsabilizó al protocolo por su tardanza, y a los funcionarios de la cancillería les costó sofocar la risa cuando la escucharon champurrear Evadí Frapé, frase que quedó incorporara a la jodedera diplomática.
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En el encuentro sobre inversiones del que participó la reina holando argentina Máxima Zorreguieta se cortó la luz (y el aire acondicionado) del Centro Cultural Kirchner.
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Al arribo de la delegación china, la banda le tocó el himno al primer funcionario que descendió por la escalerilla, y la señal de cable del Grupo Clarín lo disculpó porque es difícil distinguir a un chino de otro.
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Otra innovación argenta fue la sala de prensa montada en Parque Norte, donde los periodistas de todo el mundo quedaron aislados, con el único panorama de las pantallas de los televisores, donde se cortó la transmisión. Tampoco funcionó la conexión inalámbrica wi fi. Los locales estaban acostumbrados, pero los extranjeros se miraban con incredulidad. "Se entiende por qué River y Boca se van a jugar a Madrid", dijo uno.
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El show en el Teatro Colón provocó polémicas. Para los funcionarios que lo organizaron fue sublime. Los habitués al Colón lo compararon con un programa de ShowMatch, pero sin Tinelli y con las bailarinas vestidas. Lo que nadie supo fue el maltrato que sufrieron las 80 personas que ocuparon el escenario. Una de ellas lo relató en una declaración pública muy representativa de lo que son las relaciones laborales en la Argentina de Macrì.
La bailarina Ángeles Jimena Moar narró lo ocurrido, desde que se convocó a fines de septiembre a una audición en Tecnópolis. De 700 postulantes fueron elegidos 80, a quienes se les reclamó que estuvieran disponibles de lunes a sábados de 10 a 20. Veinte bailarines que comenzaron antes los ensayos cobrarían 22.000 pesos y los restantes 60, 15.000. El trato no incluyó comida ni viáticos. La organización del G20 insumió 112 millones de dólares, cree Ángeles.
Los ensayos comenzaron el 22 de octubre, pero nadie habló de los contratos, pese a que el Convenio Coletivo de Trabajo dice que en su artículo 35 que “en las compañias teatrales no podrán comenzar los ensayos sin que estén firmados los contratos respectivos”. Añade que “los contratados tendrán como mínimo un descanso de diez minutos por cada hora de ensayo”, lo que nunca se cumplió. “Ensayábamos 6 horas, pero teníamos solo 30 minutos para almorzar”. Los ensayos sobre un piso de cemento cubierto con goma, el menos apto para un bailarín, produjeron dolores, de ciático, rodillas y tobillos. Las estructuras que se usaban en el espectáculo eran unos cubos de hierro y madera, de unos dos metros de lado. “No estaban bien sujetos al suelo, y el fenólico no estaba pintado, por ende resbalaba, y era peligroso bailar allí”. El viernes 9 de noviembre les avisaron que se sumarían 18 horas más de ensayo, en sábados y feriados, pero que no se pagarían extra. “Sacamos cuentas, y estábamos ganando alrededor de 87 pesos la hora”. Es menos de lo que cobra una persona que hace limpieza. El primer modelo de contrato que les enviaron planteaba 42 horas semanales (8,40 por dia), el segundo decía de Lunes a Sábado. En ambos casos sin pago por las horas agregadas. El lunes 12, anunciaron que en esas condiciones no firmarían, pero aún así continuaron ensayando. El miércoles 14, la secretaria de Contenidos Públicos del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, Gabriela Ricardes, cerró la discusión: "Firman o se van", y dispuso que formaran fila quienes estuvieran dispuestos. “Empezaron a meter miedo, haciendo presión, cuatro semanas sin noticias del contrato, y en dos días los tenían impresos”. Luego de muchas vacilaciones, sólo Ángeles y otros cuatro bailarines resistieron la presión, que incluyó a dirigentes del sindicato.
“Soy una persona indecisa, pero nunca en mi vida sentí tanta determinación, estaba haciendo lo correcto, sin que nadie me convenza e influya en mis decisiones. Me sensibilicé, lloré ante el gremio, ante mis compañeros, aunque odio ponerme así en público. Lloré porque mi familia se quedaba sin la posibilidad de verme. Pero de haber firmado, hubiera estado en contra de mis ideales. Todavía me duele el alma. Para culminar ese día, entramos al lugar de ensayo, saludamos amablemente al equipo directivo, y nos retiramos. 'Gracias por todo', fueron mis palabras. El clima fue muy triste, vimos llanto en algunos compañeros, y también en uno de los coreógrafos. Luego me enteré que los hicieron aplaudir por haber firmado el contrato. Todo es aprendizaje, y mas allá de mí, ojalá a las generaciones que vengan no les suceda nunca, y si les sucede, que sepan que lo mejor es la convicción de hacer lo correcto. Era nuestro momento para hacer la diferencia. Y que el bailarín se haga respetar, que no baile por el pancho y la coca. Solamente busco contar lo que viví y sentí, y no intento ofender absolutamente a nadie con mi relato”, concluye.
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