Hace como mil quinientos años, cuenta la leyenda, una chica de Mileto fue a Atenas y enamoró a Pericles, el populista primer ciudadano de la ciudad. Tal fue el metejón del hombre que quiso honrarla con una estatua en el monte más alto de la urbe, la Acrópolis. A ella le pareció un poco mucho y sugirió que, en cambio, construyese un templo consagrado a la diosa protectora Atenea, a cuya colosal imagen de oro y mármol le podía poner su rostro — el de ella. Ahí esta ahora el Partenón, sin la estatua de la deidad, que se la afanaron, lo que nos priva de conocer la facha de Aspasia.
Varios siglos antes, otra historia famosa cuenta que un día Penélope, esposa de Odiseo, rey de Ítaca, descansaba en sus aposentos. Un poco harta de esperar a su marido que años atrás había partido a una de esas guerras que tanto le gustaba pelear, estaba a punto de declararse viuda. En eso andaba cuando de repente apareció un tipo andrajoso, bastante cachuzo. Ella no lo reconoció. Él le dijo que era el mismísimo Ulises, que Troya esto, que Helena lo otro, que había muerto y vuelto del inframundo, que las sirenas en la tormenta, cosas así. “Sí, claro —repuso Penélope—, y yo mientras tanto te estuve tejiendo una bufanda mientras te extrañaba”. Por esas cosas raras del amor, comieron perdices. Si fueron felices, no se sabe.
Cuánto de mito, crónica, intereses creados, poética o sarasa hay en aquello, no admite proporciones. Como sea, perduran en la Historia en forma de relato y monumento. Esta vez, sirven de evocaciones ejemplares del papel protagónico de mujeres asociadas a las funciones relevantes de sus respectivas parejas. Apalancando a un héroe cultural como Aspasia a Pericles o bancando a uno mítico y militar como Penélope a Odiseo, con modestia o refulgente actividad, las cónyuges de los dirigentes participaron de una u otra manera en la cosa pública. Hasta hace poco, su marco de acción fue el machirulo universo de la política. Meros objetos decorativos en las presentaciones protocolares, de creciente protagonismo a partir de su compromiso con la causa de su compañero, algunas son figuras preminentes que alcanzaron peso e identidad propia. En el tiempo y en el espacio, quedaron múltiples personajes, acciones perdurables, algún papelón.
Por estos pagos, sin lugar a dudas ni competencia, Evita ocupa el lugar privilegiado por su legado en la construcción política, a la par de Juan Domingo Perón. Obra conocida e imperecedera que la instala más allá de la primigenia condición de esposa de, Primera Dama. Nominación en la actualidad algo odiosa, revitalizó un espacio propio de raudo contagio a otras mujeres de su época. Con el punto cúlmine del voto femenino obligatorio promulgado el 23 de septiembre de 1947 y ejercido por vez primera el 11 de noviembre de 1951, se sintetiza una renovada práctica social que no deja de crecer, hasta la fecha. En esta tarea, siguieron a Evita un puñado de esposas de gobernadores, ministros, legisladores y militantes del primer peronismo. A ellas se aboca el equipo de historiadores convocado por la politóloga Carolina Barry en Se hace la Evita, las otras primeras damas peronistas. Título irónico donde se resume la injusticia histórica de una leyenda negra tendiente a basurear protagonismos, recorridos, experiencias y logros de ocho mujeres que tuvieron el atrevimiento de “participar en política, cuando esta era una palabra exclusiva del mundo masculino”, en particular de aquel peronismo, por lo cual “sufrieron luego el olvido, la fatalidad o el exilio. Cuando no, su propio silencio”.
Las primeras damas son: Elena Caporale, casada con Domingo Mercante, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y su amante Isabel Ernst, mano derecha de Evita en sus primeros pasos. Azucena Machado y Leonor Leiva Castro, esposas respectivamente del primer gobernador peronista de Córdoba, Argentino Aucher —de origen radical—; y del interventor en la provincia a partir de 1948, brigadier San Martín. Guillermina Pascarella, cónyuge del gobernador correntino Juan F. Velazco. Esmeralda Carvajal, una de las más vapuleada, mujer de Blas Brisoli, mandatario mendocino. Hélida Basualdo, en nupcias con el gobernador de San Juan, Ruperto Godoy. Las primeras damas sanjuaninas Luz María Marquez Medrano y Haydée Polti, cónyuges de Carlos A. Juárez y Francisco González. Etelvina Bonfiglio, compañera del sindicalista y diputado nacional por Bahía Blanca Eduardo Forteza. Elisa Duarte, hermana mayor de Evita, esposa del senador nacional Alfredo Arrieta.
Portadoras de un poder informal, potencial o efectivo, debieron abrir una vía alternativa de la acción política a aquellas monopolizadas por la tradición patriarcal, cuyos efectos complejizan “los estudios sobre la democracia y la representación”. Tarea minimizada por las historiografía liberal –y no tanto—, arrasada por el relato golpista de 1955, ha dejado tantos escasos documentos como prejuiciosos testimonios, al momento de reconstruir las carreras entrelazadas a las de sus maridos y aún las propias. Dificultad en el recurso de fuentes, ausencia de registros y escasez de bibliografía, suplida por el relevamiento en la prensa de la época y la pesquisa con los descendientes, entre otras jugosas artimañas propias del investigador. En esta red, se incorporan familiares en primer y segundo grado, así como las amantes y figuras en las sombras, partícipes en buena medida en la función de operadoras políticas en la construcción de poder.
En el conjunto de las historias resulta notable cómo la inserción de la mujer atraviesa distintos momentos, en consonancia a la creciente transformación del modelo construido por Evita. Desde el nicho convencional del maternaje, asociado a la protección de niños y ancianos a través de la beneficencia y el asistencialismo a los desposeídos, se avanza en la acción social directa hacia la organización de las mujeres. Convertidas en sujetos políticos y ciudadanas de pleno derecho, pasan a ocupar espacios formales de poder, sorteando los obstáculos que fueron presentándose desde el patriarcado, una vez que detectó la potencia de aquellos lugares que había subestimado.
Cambios de contexto, intrigas internas, vulgar machismo y pujas de poder fueron algunos de los obstáculos con los que debieron lidiar tanto Eva Duarte de Perón como las damas que siguieron el ejemplo. Se hace la Evita consigna la mutación de las comisiones y centros de ayuda social primitivos en unidades básicas orgánicas del flamante Partido Peronista Femenino, a medida que se concretaba el censo de mujeres militantes, con vistas a las elecciones de 1951. Al respecto, Evita impartió precisas directivas para que sus activistas “no se dejaran influir –ni siquiera aconsejar— por los hombres del partido, pues corrían el riesgo de adquirir los vicios que ellos tenían en política, como también la intención de querer manejarlas”. Instruyó a las delegadas “prohibiéndoles nombrar como sub-delegadas a las esposas de funcionarios, para que sus maridos no las influyeran a ellas e indirectamente al partido” Peronista Femenino. Si bien el combate contra el “caudillismo personalista” constituía una cruzada extendida al conjunto del movimiento, para las primeras damas resultó un concreto paso al costado. Sin embargo, las construcciones políticas que muchas de ellas habían alcanzado, las habilitaron a continuar la militancia en otros planos y, a la vez, permitió el surgimiento de renovadas dirigencias de entre las segundas y terceras líneas.
Pormenores nada desdeñables de la irrupción del discurso femenino en la cultura política no menos que en las estrategias de poder, las trayectorias relevadas por Carolina Barry, Mariana Garzón Rogé, José Marcilese, Karina Muñoz, María del Mar Solís Carnicer, María Inés Spinetta y María Mercedes Tenti, contienen parámetros que se actualizan en momentos en que la construcción política avanza desde los márgenes hacia la centralidad del poder, de abajo hacia arriba. En este aspecto, Se hace la Evita incluye y a la vez rebasa el universo femenino para extenderse hacia las prácticas actuales que, si ignoran las experiencias y luchas antecedentes, corren el riesgo de perder las coordenadas que las sitúan.
FICHA TÉCNICA
Se hace la Evita, las otras Primeras Damas peronistas.
Carolina Barri (compiladora), Mariana Garzón Rogé,
José Marcilese, Karina Muñoz, María del Mar Solís
Carnicer, María Inés Spinetta, María Mercedes Tenti
Buenos Aires, 2021
330 páginas
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