Europa en su laberinto
El sometimiento a la política exterior de Estados Unidos
La decisión de Donald Trump de imponer a Ucrania una paz forzada en la guerra que libra con Rusia ha dejado a la Unión Europea en una situación equivalente a la del pintor al que le retiran la escalera. Hay un hilo de Ariadna que permite seguir el recorrido de la política exterior de la Unión Europea desde que se produjo la caída de la Unión Soviética en 1991 hasta la actualidad y que se reduce a unas pocas palabras: subordinación a la OTAN. O, lo que es lo mismo, subordinación a la política exterior de Estados Unidos. El resultado no puede ser más catastrófico para la alianza de países europeos, pero esos errores resultan trágicos para la humanidad en su conjunto, porque se traduce en una notable contribución a la demolición del orden internacional creado en 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
El intelectual norteamericano que ha dejado al desnudo la política exterior de los Estados Unidos desde la caída de la URSS hasta la actualidad y el seguidismo miope de los europeos es Jeffrey Sachs, investigador de la Universidad de Columbia que acaba de presentar un descarnado informe ante el Parlamento de la Unión Europea que permite conocer todos los entretelones de esta vergonzosa claudicación de la política exterior europea. Sachs desarrolló su actividad docente en la Universidad de Harvard, donde fue profesor de comercio internacional. Actualmente es director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia y profesor de Desarrollo Sostenible en esa universidad. Ha sido consejero del secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, y ha trabajado como asesor económico para diferentes gobiernos de Europa del Este y de América Latina. Es autor de numerosas obras, algunas traducidas al español, como El fin de la pobreza (Debate, 2005) y Economía para un planeta abarrotado (Debate, 2008). En estas obras desarrolla su tesis de que el único modo de preservar el medioambiente es a través de reducir la preponderancia del mercado. Solo las políticas públicas pueden intervenir para conjugar los intereses privados con el desarrollo sostenible y más concretamente con los intereses de las generaciones futuras que no se ven representados en el mercado.
En los últimos años, alejado del Partido Demócrata, Jeffrey Sachs se ha convertido en un crítico acerbo de la política exterior de los Estados Unidos, cuya formulación, según su tesis, corre a cargo de un deep state cincelado por una burocracia que no varía a pesar de los cambios de gobierno, y que responde a los intereses de los lobbies del poderoso complejo militar-industrial de los Estados Unidos. Esa burocracia de warmongers es la responsable de las guerras inútiles pero enormemente destructivas libradas por Estados Unidos en Serbia, Afganistán, Irak, Siria, Libia, Sudán, Somalia y, últimamente, del apoyo indisimulado a la política genocida librada por el gobierno ultraderechista de Benjamín Netanyahu en los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania. Sin negar la responsabilidad de Vladimir Putin, es posible también atribuir a los deseos de expansión de la OTAN parte de responsabilidad en la guerra de Ucrania. En opinión de Sachs, la elite que gobierna los Estados Unidos llegó a la conclusión, luego del fin de la Unión Soviética, que se encontraban en condiciones de gobernar el mundo, sin necesidad de contar con nadie, y prescindiendo de las Naciones Unidas, a la que podían neutralizar ejercitando el derecho de veto.
La expansión de la OTAN
En febrero de 1990, Hans-Dietrich Genscher, canciller de Alemania del este, y James Baker III, secretario de Estado de Estados Unidos, hablaron con Mijail Gorbachov, Presidente de la Unión Soviética, sobre la reunificación de Alemania. Se comprometieron a que la OTAN no se aprovecharía de la disolución del Pacto de Varsovia y no avanzaría ni un centímetro sobre los países que habían pertenecido a la URSS. Ese compromiso ha quedado reflejado en numerosos documentos que obran en el Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington. Pero en 1994 Bill Clinton tomó la decisión de ampliar la OTAN hasta los límites de Rusia, incluyendo Ucrania y Georgia. Según Sachs se trata de un proyecto de largo plazo de Estados Unidos que no se debe a una u otra administración y que ya aparece esbozado en El gran tablero de ajedrez, el libro que escribió Zbigniew Brzezinski en 1997. La estrategia era que Ucrania, Rumania, Bulgaria, Turquía y Georgia se incorporaran a la OTAN para bloquear a Rusia en el Mar Negro y dejarla en el estatus de una potencia local. La ampliación de la OTAN comenzó en 1999 al incorporar a Hungría, Polonia y la República Checa y continuó en 2004, con siete países más: los tres Estados bálticos, Rumania, Bulgaria, Eslovenia y Eslovaquia. En 2008, Estados Unidos impuso a Europa su proyecto de larga data de ampliar la OTAN a Ucrania y Georgia, lo que provocó la ira de Putin y claras advertencias de que esa decisión violaba las líneas rojas trazadas por la diplomacia rusa.
Fueron numerosas las voces de diplomáticos estadounidenses que alertaron sobre los riesgos que suponía esta estrategia de expansión continua de la OTAN. George Kennan, un reconocido estratega que había gestionado la política de contención durante la Guerra Fría, advirtió en 1998 que la expansión de la OTAN era un “error trágico” que podría provocar la lógica reacción de Rusia. En el mismo sentido se expresaron reconocidos expertos diplomáticos como Henry Kissinger y antiguos funcionarios como el ex director de la CIA William Burns. En opinión de Sachs, todas esas voces cayeron en saco roto porque una característica de la diplomacia americana es que se basa en la teoría de juegos no cooperativos que practican los estrategas estadounidenses, donde no se habla con el otro bando y entonces la diplomacia sobra. Añade Sachs que “los adultos, incluso en Europa, en este Parlamento, en la OTAN, en la Comisión Europea, repiten el absurdo mantra de que Rusia no tiene voz ni voto en la ampliación de la OTAN. Esto es una tontería. Ni siquiera es geopolítica infantil. Es simplemente no pensar en absoluto”. Así que la guerra de Ucrania se intensificó en febrero de 2022, cuando la administración Biden se negó a entablar negociaciones serias. Para Sachs, la intención de Putin era obligar a Zelensky a negociar la neutralidad y la invasión no estaba originariamente entre sus objetivos. Interpretación que no apunta a justificar la invasión, sino simplemente a describir las dinámicas habituales de las grandes potencias cuando desprecian los límites impuestos por el derecho internacional.
El rearme europeo
Con la decisión del gobierno de Donald Trump de iniciar conversaciones directas con Vladimir Putin, dirigidas a obtener una solución negociada que evite la continuación de la guerra de Ucrania, tanto la Unión Europea como la OTAN han quedado desplazadas. No obstante, Trump ha demandado a los países de la OTAN que aumenten los presupuestos de defensa. Y la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, en respuesta a la demanda de Trump, ha anunciado un plan para invertir 800.000 millones de euros en gasto militar. El Parlamento Europeo no ha participado en el diseño del plan de rearme, dado que Von der Leyen ha invocado la excepcionalidad de la situación para sortear a esa institución y aprobar el lanzamiento de un bono por el que calcula captar un préstamo de 150.000 millones. Por otra parte, se flexibilizarán las reglas fiscales de los presupuestos nacionales para que se aumente el gasto en un 1,5% del PIB, lo que permitiría obtener otros 650.000 millones de euros.
Si la Unión Europea quisiera realmente cortar el cordón umbilical que la une con Estados Unidos, debería inevitablemente plantearse la constitución de una auténtica capacidad disuasoria que no dependiera de Washington. Para ello no solo necesitaría contar con una industria militar que le permita disponer de suficientes arsenales y de capacidades de producción autóctonas, sino que también haría falta un mayor grado de coordinación entre los socios europeos para emprender aquellas acciones que no cuenten con el apoyo de Estados Unidos. Esta necesidad objetiva es sostenida con mayor énfasis por los denominados “realistas”, que esgrimen como argumento que “hace falta una nueva defensa que disuada ideas de ataque: pacifismo es querer la paz, y quererla hoy en Europa requiere quitarles malas ideas a contrastados agresores en serie”. Por su parte, los verdaderos “pacifistas”, es decir, quienes niegan el dramatismo con el que se quiere justificar el rearme, temen que sea utilizado como un pretexto para reducir el Estado de bienestar. Consideran que el gasto militar es un desperdicio de dinero que estaría mejor usado en mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Argumentan también que el rearme que ahora lanza Europa puede provocar lo que aparentemente trata de evitar y que, en lugar de darle más seguridad, aumente el riesgo de guerra. Consideran que si estas decisiones no son acompañadas de propuestas dirigidas a fortalecer el sistema de Naciones Unidas, en la práctica significan sumarse al clima del nacionalismo decimonónico agitado por Trump y la tribu del tecno feudalismo que lo acompaña.
Como señala con acierto Olga Rodríguez, periodista española experta en relaciones internacionales, el lenguaje del rearme y de la guerra es preferido por todos aquellos que desean recortar derechos, libertades y políticas sociales. El uso del miedo y el llamado al rearme refuerzan el marco que quieren instalar las extremas derechas autoritarias. Frente a ese escenario, considera: “Debemos reivindicar los modelos que amplíen derechos y vías para la paz, así como los esfuerzos para defenderlos con pedagogía política, que es uno de los mayores muros de contención frente a la deshumanización y la violencia”.
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