Éticas difusas

Hay que acabar con las éticas difusas, pero no es algo que pueda hacerse desde un solo sector

 

Cuando era chica, lo aprendía todo de modo desordenado. En parte porque leía a escondidas las bibliotecas de mis padres, hábito que mantuve hasta grande, cuando ya era casi por completo absurdo que leyera clandestina; y en parte, porque cada vez que estudiaba algo no dejaba de imaginar las cosas. Eso sin contar mi proverbial odio hacia los finales tristes. La cantidad de historias a las que les cambié el final por ser tristes llevó a que, en mi mente aun en formación, muchos quedasen cambiados para siempre. Como sea, leí mucho, pero sin orientación ni criterio, y por eso de grande he debido leer nuevamente algunas cosas ya leídas en mi primera juventud. A ese desorden inicial se le suma la enorme culpa de mi papá. Verán, mi papa cocinaba –y aún lo hace— maravillosamente. Los fines de semana solía despertarme temprano y sentarme en el piso de la cocina a charlar con él. Y mientras batía, amasaba o revolvía algo que estaba al fuego, me contaba las historias de la tía Encarnación, las recetas de las empanadas mallorquinas de los Peñafort y me hablaba de personas e historias hermosas. Y sepan que ese gran cocinero que tengo por padre es, fuera de la cocina, profesor de filosofía, así que me hablaba también de esa clase de historias.

Fue en esa cocina que escuché hablar por primera vez de un señor que se llamaba Immanuel Kant. No pregunten por qué imaginé que era sacerdote, y me causaba gracia que caminara en un pueblo chiquito de un lugar lejanísimo llamado Prusia, de forma tan regular que los vecinos ponían en hora sus relojes en función de verlo pasar. También Agatha Christie contaba algo similar respecto a la puntualidad de los trenes ingleses y hay un caso que se resuelve por la diferencia de minutos que marcaba un reloj y la llegada de un tren. También Chesterton tenía obsesiones similares, pero por perder trenes. Así que el tiempo y el horario se volvieron para siempre categorías difusas en mi cabeza y a veces creo que mi proverbial impuntualidad radica allí. Como si hubiese dos tiempos, el mío y el de las cosas de mundo. Tiempos diferentes, cada uno con sus propias reglas.

Pero volvamos a Don Immanuel. Mi padre me contó que había escrito un sistema casi perfecto para entender cómo entendíamos las cosas. Podíamos entenderlo casi todo a través de ese método, aunque para entender teníamos que alejarnos de lo que queríamos entender para que no nos engañara nuestra emoción hacia las cosas. Igual siempre me pareció un poco tramposo que su método, según él mismo decía, no pudiese ser aplicado para entender a Dios. Para la pequeña católica que yo era, claudicar de entender a Dios me parecía un problema, porque ya no podía verlo y ahora venían a decirme que tampoco podía entenderlo.

Mucho tiempo después, en el glorioso colegio Central Universitario Mariano Moreno, y la aún más maravillosa orientación “Sociales”, me dieron textos de Immanuel para hablarme de moral en “Introducción a la Filosofía”. Mientras escribo esto visualizo mi resumen para el examen integrativo: hoja cuadriculada y con colores donde está escrito “Moral: imperativo categórico. Autónoma – los de afuera son de palo” y no exigible. Humanista. Universal. De fines y no de medios, “como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines”.

Luego aparece en otro color “Ética: Heterónoma. Esta impuesta. Exigible por terceros. La sociedad talla. No depende de la voluntad individual”.

Debo haber tenido 16 años cuando hice ese resumen y no por precario lo he olvidado. Después en la Facu de Derecho profundicé el tema, pero aquellos primero conceptos adolescentes siguen estando ahí, en mi memoria.

Venia pensando en el concepto de ética estos días a raíz de la causa de megaespionaje y sus vinculaciones con el periodismo. Y leí un comunicado de FOPEA donde se hablaba de una presunta persecución a periodista y un presunto ataque a la libertad de expresión. Detrás de ese comunicado se esconde la queja de un periodista que aparece fuertemente vinculado, en una causa judicial, a la difusión de información obtenida mediante tareas de inteligencia ilegal. A decir verdad y de lo que conocemos, del expediente aparecen como delictivos los actos de algunos funcionarios públicos, pero no del periodista en cuestión.

Hace poco más de un año hubo una situación similar con otro periodista, que fue vinculado a tareas de inteligencia ilegal. Pero también a ser él mismo espía de sus compañeros de trabajo de aquel entonces, trabajo del que salió razonablemente eyectado. Porque nadie quería sentarse con él. Recuerdo con claridad que el día que dos de los periodistas espiados por quien era sindicado de hacerlo se dirigían al juzgado de Dolores para declarar como víctimas, salió una solicitada de muchos otros periodistas, pero no en solidaridad hacia los colegas espiados sino en respaldo a quien estaba sindicado como espía y hoy esta procesado por haber participado de maniobras extorsivas. Y por cierto que la coacción y la extorsión son delitos que no están amparados por ninguna protección si quien los realiza es periodista o no. Son delitos comunes. Como dice el genio de Rinconet, “o vamos a terminar diciendo 'procesado por extorsionar distinto'”.

El periodista hoy procesado señaló no haber espiado voluntariamente a sus colegas. Sólo que su fuente, con quien escribió un libro, sí hacia inteligencia ilegal. Me acordé mucho de algo que suele decir mi amigo Leandro Santoro: “Habría que recordarles a los periodistas que el espía que es tu fuente también te espía a vos”.

Reflexionando sobre estas cosas, me dio curiosidad saber si FOPEA tenía un Código de Ética Profesional y sí, en efecto. lo tiene. ¿Y qué dice ese Código de Etica? Veamos algunas de las normas que constan allí.

Art. I “inc. 4. Las restricciones, presiones y amenazas forman parte del ejercicio periodístico cotidiano, pero ello no justifica ningún tipo de recurso prepotente ni ilegítimo para obtener información. El periodista debe evitar ejercer cualquier tipo de acoso”.

Art. II “inc 7. Los métodos para obtener información merecen ser conocidos por el público”.

“ inc 10. Los periodistas no aplican métodos propios de los servicios de inteligencia para obtener información. El uso de procedimientos no convencionales para lograr datos u obtener testimonios puede ser considerado sólo cuando se viera involucrado un bien o valor público. Nunca debe afectarse con ese fin la intimidad de las personas”.

Y quiero resaltar este articulo IV, que dice en el “inc. 35: En toda información debe respetarse el principio constitucional de inocencia de cualquier persona mientras una culpabilidad no hubiera sido probada judicialmente. Los pronunciamientos de las fuentes policiales no son suficientes para determinar culpas ni siquiera cuando tienen la forma de comunicados oficiales”.

Me llamó la atención este principio, porque le recordé mil veces a este periodista lo que dice la Corte sobre el principio de inocencia: “Esta Corte Suprema considera oportuno recordar que cuando en su artículo 18 la Constitución Nacional dispone categóricamente que ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo, establece el principio de que toda persona debe ser considerada y tratada como inocente de los delitos que se le reprochan, hasta que en un juicio respetuoso del debido proceso se demuestre lo contrario mediante una sentencia firme”. Pero pese a mis reiteradas explicaciones, sigue diciendo que algunos de mis defendidos son culpables, pese a que no tienen sentencia firme.

También escuché en estos días al mismo periodista decir que iba a perseguir judicialmente a los periodistas que usaran como fuente a Daniel Llermanos, abogado de Hugo y Pablo Moyano. Eso me pareció vulneratorio de otro derecho constitucional de fuentes periodísticas. No, no se puede perseguir a un periodista por sus fuentes, sean estas un abogado, un servicio de inteligencia o un delincuente. Pretender perseguir periodistas por sus fuentes es tan inconstitucional que su sola pretensión vulnera de por sí la libertad de expresión, que tanto defienden este periodista y todos los demás.

La libertad de expresión, he repetido mil veces, es un derecho sistémico de la democracia, de modo tal que no se puede hablar de sistema democrático si no existe. Habrá perros sin cola, pero no democracias sin libertad de expresión. Algo que quienes la invocan deberían no olvidar nunca.

El problema de las normas éticas es que muchas de ellas carecen de fuerza coactiva, salvo la sanción social. Algo de eso pasa con las normas éticas de FOPEA. Sus socios las incumplen de modo constante y no existe sanción social alguna. Éticas difusas que no ayudan ni al periodismo como actividad ni al derecho a la información, que ya no sólo abarca a periodistas sino a la sociedad toda, como titular de ese derecho.

Por esas éticas difusas es que creo que los periodistas deberían replantearse el uso de fuentes que practican inteligencia ilegal. Voy a reiterar algo que escribí la semana pasada. El Estado encuentra su razón de ser en la sanción de leyes y que dichas leyes tengan carácter de autoridad, incluso en forma coactiva, en virtud de la autoridad de esa entidad que llamamos Estado. Me resulta absurdo e inexplicable que sea el propio Estado el que admita a estos servicios de inteligencia dentro de su estructura, porque esa oscura entidad que llamamos servicios de inteligencia se mueve al margen de la ley. El Estado alojando en su seno la contradicción fragrante de su razón de ser.

Una parte del Estado sometido a una ética difusa, amén de una ley llena de recovecos que le quitan su carácter de obligatoriedad, llena de conductas ilegales que se llevan adelante sin controles ni sanciones. Simplemente suceden, todos las sufrimos y hasta ahora nadie parecía hacer nada al respecto. Celebro que la Comisión de Organismos de Inteligencia esté investigando. Celebro que el Poder Judicial esté investigando. Celebro ver el fin de la Ética difusa desde el propio Estado. Y miro con preocupación las cosas incluso trágicas que han sucedido cada vez que el Estado intentó poner fin a la ética difusa de los servicios de inteligencia.

No quiero dejar de decir que las éticas difusas no pueden solo acabarse desde un solo sector. Obligaciones éticas tenemos todos. Seamos o no periodistas.

La protección del periodismo es parte de la protección de la libertad de expresión y de información de la que gozamos todos los habitantes de este país, que decidimos vivir bajo un sistema democrático. Pero no es un paraguas que protege a los hombres y mujeres que se dedican al periodismo frente a la comisión de delitos de delitos. No es un Bill de indemnidad frente a la ley penal. Las leyes son obligatorias para todos.

La tumba de Kant esta en el mismo pueblo donde sus vecinos ponían en hora sus relojes conforme Immanuel caminaba y reflexionaba. Durante la Segunda Guerra los bombardeos destruyeron la capilla original que la alojaba. Cerca de esa tumba hay una estatua con una placa escrita tanto en ruso como en alemán. Dice la placa: «Dos cosas me llenan la mente con un siempre renovado y acrecentado asombro y admiración, por mucho que continuamente reflexione sobre ellas: el firmamento estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». Es una frase de uno de sus libros.

La ley puede no sorprendernos ni maravillarnos como el firmamento estrellado, pero para todos es igual. Y su cumplimiento y aplicación es no solo una obligación ética, sino también una obligación ineludible de los Estados y sus habitantes. Sin excepciones.

 

 

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