Estocolmo
Frente al voto al verdugo, no hay otra salida que más política, militancia y osadía
Me encantaría conocer Estocolmo, debo confesarlo… pero me refiero al otro Estocolmo, al que sí conozco. A ese del “síndrome” (o sindrome, como se diga). A ese, lamentablemente, sí lo conozco.
Y no me refiero tanto a la actitud de aquellos o aquellas que han elegido a su torturador, que también, sino a la actitud de los que eligen (o votan) directamente a quien les va a arruinar la vida.
Recuerdo que ya hace muchos años usé esta imagen, la que mantengo, y un periodista de esos que dicen estar en una extraña Corea la cuestionó. Lógico. Yo cuestionaba su periodismo… ¡Empate! No puedo entender de otro modo que los pobres voten a los empobrecedores, y que justifiquen vehementemente cosas que los perjudican.
- Cuando durante el macrismo se escuchaba decir “es que pagábamos poco la luz o el gas porque estaba todo subsidiado”, y entonces, para no usarlo, pasábamos frío (de hecho “nos habían hecho creer” que teníamos derecho a la calefacción, Vidal dixit) mientras aumentaban descomunalmente los precios beneficiando a las empresas amigas de Macri (eso no era subsidio, parece).
- Cuando una empresa puede estafar y endeudarse sin pagar, y todos pagamos su defraudación, y cuando se quiere hacer algo que las confronte salen los que la única tierra que tienen es la de un par de macetas pero estallan gritando “todos somos Vicentín”, “todos somos el campo” y todos somos lo que: 1. no somos, y 2. lo que ni Vicentín ni el campo aceptarían que fuéramos…
- Cuando elegimos creer cualquier cosa que dicen los que siempre mienten. Y los que sabemos que siempre mienten. Y que sabemos que mienten para defender sus propios intereses. Y que sabemos que sus intereses no son los nuestros. El caso Nisman es más que evidente.
- Cuando somos capaces de permitir que los que nos empobrecieron, desocuparon, endeudaron tengan de nuevo credibilidad. Y que también la tengan los peores aún (porque siempre se puede ser o estar peor).
- Cuando somos capaces de no defenestrar a quienes dicen que es bueno “andar armados”, o que no tienen sentido los ministerios de Salud (¿en pandemia, que no se fue?) ni de Educación.
- Cuando repetimos como loros (pobre psitácido, ¡tan lindo!) slogans destituyentes, o contemporizadores con un golpismo de baja estofa y, para peor, los terminamos creyendo.
- Cuando terminamos votando a Lasso, Bolsonaro, Trump, Hernández…
- Cuando terminamos dándole rating a LN+, Rivadavia, TN, Mitre, Canosa, el 13 y demás operadores que simulan periodismo (o tantos semejantes en otros países de nuestra América hundida por hundidores, acaparadores de botes y salvavidas y a los que tantos aplauden desde el agua).
Cuando pasa todo eso, y más también, la pregunta creo que es por la salida (o la entrada, según desde donde se mire). Y sinceramente, aunque difícil, ardua, trabajosa, conflictiva y hasta martirial a veces, creo que es política. Pero “Política”, con mayúscula (no con la que usufructúan los minúsculos). Política que es militancia. Política que es osadía. Política que es confrontación con otros poderes que tantas veces parecen omnímodos y todopoderosos. Política que tantas veces nos deja magullados, o grogui, o hasta al borde del knock out, pero que nos hace saber vivos. Y, sobre todo, con una razón enorme para vivir que son los, las, les otres. Es que eso de que “la patria es el otro”, algunos, algunas, algunes, lo seguimos creyendo.
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