El cisne electrónico de Milei

El rebalanceo de la derecha y la posibilidad del macrismo de hundir a Milei

 

Milei atentó políticamente contra sí mismo el viernes pasado, interviniendo activamente en el lanzamiento de la cripto moneda LIBRA, devenida estafa masiva.

Ahora todo el bloque de poder interesado en su permanencia está haciendo lo necesario para que el episodio se diluya en la nada, como todos los otros temas que la derecha local ha logrado ningunear y desactivar políticamente.

El escándalo está siendo negativo para el Presidente, y aún no se conoce con claridad el desgaste que esta situación le está provocando, pero de ninguna forma puede ser entendido como un hecho definitorio de su situación institucional.

Desde ya, es imposible que el Poder Judicial local haga algo serio en relación a la investigación. Con un alto porcentaje de ineficiencia, corrupción y alineamiento partidario, la ciudadanía puede esperar muy poco de un aparato burocrático tan deteriorado. Es una deuda democrática grave, ya que esa institución no sólo no mejora, sino que con el paso del tiempo profundiza su daño a la administración de justicia.

El desgaste que sufre el titular del Poder Ejecutivo, sea cual sea, genera nuevos escenarios de negociación dentro de la derecha. El macrismo prefiere debilitar y parasitar al todavía rendidor Milei.

El jefe de la derecha disimulada, Mauricio Macri, puso a salvo al sospechoso de estafa internacional, y pidió cambios en su entorno. De paso le recriminó a Santiago Caputo sus manejos en un tema de su interés, la Hidrovía. Mauricio nunca pierde el foco sobre sus grandes prioridades.

Si efectivamente ocurre el rebalanceo dentro de la derecha, entre LLA, el PRO y otros interesados, entrarán caras conocidas a cargos en el gobierno, se redefinirán negocios privados varios –siempre a costa del Estado y de la sociedad–, y se repartirán de otra forma los puestos en las listas para las próximas elecciones.

La derecha macrista, mucho mejor insertada en diversos aparatos de poder dentro y fuera del Estado, y con mayor arraigo en los sectores más acomodados de la sociedad, estaría en condiciones de hundirlo a Milei.

Bastaría con una fuerte campaña de prensa, mandar a sus comunicadores sociales a calentarle la cabeza a la población, sacar a sus partidos políticos en malón a plantear que el principal valor del mundo es la honestidad y la decencia republicana, lanzar a jueces amigos a tomar con premura la causa e investigar en serio, generar clima de desestabilización económica y críticas desde los círculos empresarios influyentes, y amagar con juicios políticos y penales contra los Milei.

Son cartas que han decidido no usar, por ahora, porque podrían poner en marcha movimientos en la sociedad que luego no se sabe cómo se controlan. Para que Milei mostrara predisposición a ceder en algo, cosa difícil para la pareja presidencial, él debería percibir un peligro realmente grave. La costumbre mileísta es no ceder, y pisarle la cabeza a todos los que pueda, como pensaban hacer con el propio macrismo en las próximas elecciones, hasta hace unos días.

Milei sabe, por otra parte, que él personalmente constituye una oportunidad fuera de lo común para sectores de la elite económica argentina, para los Estados Unidos y para la derecha internacional, que ve en él un experimento promisorio en materia de salvajismo social e ideológico. Todo eso juega a favor de su estabilidad, no importa qué abominaciones realice.

De hecho, el influyente semanario The Economist dedicó en estos días un artículo sobre la estafa cripto que involucra a Milei con el título “Su primer bochorno”. Son puntos de vista. Para la mirada del capital financiero internacional, la gestión hasta el momento ha sido brillante, pero ahora apareció esta “desprolijidad”. Desde una perspectiva popular, la gestión es catastrófica y profundamente dañina, plagada de irregularidades y anticonstitucionalidades, que simplemente quedan en la nada por la impunidad que garantizan los poderes fácticos que lo sostienen.

 

 

El analista y consultor Roberto Bacman sostiene que hay un núcleo duro de adherentes mileístas muy fieles a su figura, haga lo que haga, que estima en un 28% del electorado. También aclara que el núcleo duro anti-mileísta es aún mayor, del 34%.

Lo novedoso en el caso de la estafa LIBRA, y que abre un espacio de indeterminación política, es que está involucrada la justicia de Estados Unidos, que en ciertas cuestiones, como el resguardo de la propiedad privada y el castigo a quienes la violan, está acostumbrada a respetar estos “principios inalienables” del capitalismo. En los niveles de primera y segunda instancia, los jueces se toman en serio las leyes que castigan el robo.

Eso abre la muy incómoda posibilidad, para la rastrera derecha local, de que aparezca en el centro del imperio un fallo negativo contra el Presidente y su hermana, dada la abrumadora cantidad de pruebas que se conocieron desde un primer momento, y el involucramiento de perjudicados norteamericanos y de estudios jurídicos del mismo país en la causa.

Es decir: no es posible pensar en la tradicional práctica local de “que pasen dos semanas, la gente se olvida, y a otra cosa”. Debido a que está involucrado Estados Unidos, parte de la prensa hegemónica local, por razones de reputación básica, está dando cuenta de lo ocurrido y ¡haciendo periodismo!, lo que mantiene la tensión y el malestar en relación a la estafa cometida y sus protagonistas.

 

¿Carry trade hasta octubre?

Al gobierno se le anudaron en forma muy peligrosa su política electoral y los negocios que propone al sector empresarial. El argumento político central de Milei, su gran mérito frente a las masas, es que bajó la inflación. Guste o no, a mucha gente parece convencerla ese cantito, a pesar de que no logra cubrir sus necesidades básicas.

En materia de negocios, lo más rentable que se puede hacer en el país desde el comienzo de la gestión es poner la plata a trabajar en el circuito financiero en pesos, y en algún momento volver a comprar dólares baratos, cuyo suministro está siendo garantizado por el gobierno nacional. La rentabilidad en dólares es de las más altas del mundo.

Mantener el dólar planchado pasó a ser una llave maestra antiinflacionaria para un gobierno que ha estafado a su audiencia diciendo que “la inflación, siempre y en todo lugar es un fenómeno monetario”. Y la apuesta es que siga así hasta las elecciones, para llegar a esas fechas con niveles muy bajos de inflación.

Las proyecciones actuales para 2025 indican que no quedarán saldos contundentes de dólares provenientes del comercio exterior, ni que habrá una catarata de inversiones extranjeras, que en 2024 brillaron por su irrelevancia.

Por consiguiente, para sostener la estabilidad cambiaria, y con reservas negativas en el Banco Central de 9.000 millones de dólares, el gobierno necesita del famoso crédito que siempre está por llegar (ahora la fecha es abril) del FMI, por unos 12.000 millones de dólares. Todo es incierto, por las exigencias devaluatorias del organismo. Por otra parte, a pesar de la reducción de retenciones que concedió Caputo para que los agroexportadores vendan más divisas, tampoco los ingresos provenientes de ese sector se han incrementado suficientemente.

Por consiguiente, esta semana el gobierno tomó una decisión temeraria: habilitó la posibilidad de que el sistema financiero conceda créditos en dólares no sólo a las actividades que tienen capacidad de repago de esa moneda. Era una restricción muy prudente, que se tomó en 2002 luego del derrumbe de la convertibilidad.

A partir de ahora, en cambio, los bancos podrán conceder créditos para otras actividades no conectadas al comercio exterior, lo que abre indudablemente la posibilidad del peligrosísimo endeudamiento en dólares de agentes económicos que no generan dólares.

El sentido de la medida es claro: se busca que los bancos tomen créditos afuera, en dólares, y los traigan al circuito local para otorgar créditos en esa moneda. De esa forma, contribuirán transitoriamente a que crezcan las magras reservas del Banco Central.

Todo para reforzar la sustentabilidad del carry trade, llegar a las elecciones con el dólar quieto, y mantener a los precios subiendo poquito.

Hay que recordar el grave riesgo implícito en esta medida aventurera: si se produce una fuerte devaluación del peso, los endeudados en dólares del sistema se vuelven instantáneamente insolventes, y, o quiebran o el Estado tiene que salir a rescatarlos.

Son las políticas públicas que se les ocurren a los genios de las finanzas y de la economía, y que respaldan los visionarios factores de poder que manejan el país.

 

Trump, o la destrucción del discurso norteamericano

Uno de los episodios más impactantes en el escenario internacional es el brutal cambio de la política exterior norteamericana, que tiene múltiples efectos y que está llamada a provocar un debilitamiento en el respeto global hacia los Estados Unidos.

El unilateralismo estruendoso de Trump no sólo se expresa en un torpe maltrato a casi todo el mundo, empezando por sus vecinos geográficos y sus aliados históricos, sino que desde el punto de vista de las relaciones internacionales significa un vuelco dramático en relación al edificio institucional, ideológico y cultural que construyó Estados Unidos, de enorme coherencia con sus propios intereses desde el final de la segunda guerra mundial.

En especial el abordaje de Trump sobre la forma de terminar la guerra en Ucrania está generando conmoción, indignación y desconcierto en aquellos que se alinearon más firmemente con las posturas norteamericanas expresadas por la administración Biden. Fue esta gestión, recientemente terminada, la que fogoneó la guerra en Ucrania, boicoteó los posibles acuerdos que surgieron en los primeros meses del conflicto, y embarcó a los europeos en una histeria colectiva frente al “tirano” Putin, que presuntamente amenazaba con invadir a toda Europa.

Biden, a su vez, retomaba una larga tradición discursiva norteamericana, liberal-idealista, que plantea una política exterior basada formalmente en los conceptos de “democracia y libertad”, con el consiguiente corolario del combate contra los países gobernados por autoritarios y dictadores. En definitiva, la lucha entre el bien y el mal, definida en base a los criterios y preferencias de un país que se considera a sí mismo “excepcional” y por lo tanto habilitado para decidir quiénes son los buenos y quienes los malos, e intervenir allí dónde la parezca necesario.

El resto de los países del mundo, que adhieren en general a los principios democráticos, tienen dificultad para impugnar el hegemónico discurso norteamericano, a pesar de la manifiesta arbitrariedad de su aplicación por parte de Estados Unidos. La gestión Milei, por ejemplo, jamás sería combatida por los norteamericanos, a pesar de su marcada intolerancia frente a la disidencia, la persecución ideológica y cultural creciente y su visión autoritaria de la política, abiertamente expresada en diversos foros internacionales.

Trump rompe abruptamente con todo esto, se esfuman los tradicionales conceptos de libertad y democracia del discurso internacional estadounidense, pero continúa aplicando las categorías de “buenos” y “malos”, a las que el Presidente norteamericano redefine de acuerdo a sus preferencias personales, sin haber construido, a nivel internacional, un discurso alternativo al anterior.

Así, deja colgados a muchos que acompañaron a Estados Unidos en su evidente campaña de largo plazo de ensanchamiento de la OTAN, desde el Presidente Gabriel Boric en Chile hasta Emmanuel Macron en Francia, que siguen reafirmando su apoyo a Ucrania. Algunos países y dirigentes acompañaron a Estados Unidos cínicamente, por apetitos políticos e intereses propios. Pero hay muchos que creen en la prédica internacional norteamericana, como si fuera una política de principios.

Europa no sale de su estupor: hasta hace dos meses estaban embarcados en una guerra “defensiva” contra el nuevo Hitler/Stalin que los quería esclavizar, lo que justificaba que pagaran mucho más cara la energía, deterioraran su calidad de vida, contaminaran el ambiente y, en el caso de Alemania, perdieran sus ventajas competitivas industriales.

 

Trump y Zelenski, en septiembre pasado.

 

Ahora les informan, desde el otro lado del Atlántico, que “el heroico líder ucraniano” es tan sólo un dictador corrupto, que tiene apenas el apoyo del “4%” de la población, que la gente ucraniana “quiere paz” y que Zelensky –en complicidad con los “corruptos demócratas”– encabeza un gobierno que se robó decenas de miles de millones de dólares. Trump les reclama a los ucranianos por la plata que les deben por los envíos militares, y les solicita que paguen ¡500.000 millones de dólares! en tierras raras, minerales de alto valor estratégico. A pesar de todo, Biden y Trump tienen allí una continuidad política: la conversión de Ucrania en una semi-colonia extractiva.

El dramático giro norteamericano aporta dos nuevas certezas a la política internacional:

1) Es imposible saber adónde va Estados Unidos en términos estratégicos, salvo poner a salvo sus propios intereses, según los lea e interprete cada administración. Trump se va a ir dentro de cuatro años, pero no se sabe qué vendrá después. Steve Bannon, ideólogo de la derecha no liberal global, dice que no se tiene que ir cuando termine su mandato.

2) Todo líder nacional que se pliegue al discurso norteamericano corre el serio riesgo de quedar completamente desairado por las volteretas estadounidenses. El episodio actual de la guerra en Ucrania deja a todos los fieles seguidores de la potencia americana como títeres sin cabeza ni estrategia propia para encarar los procesos mundiales.

 

El Banco Nación es de la Nación Argentina

Desde El Cohete lo venimos señalando en forma sistemática: el gobierno encabezado por Javier Milei es un gobierno neocolonial.

No lo decimos como una forma de insulto, como si dijéramos criminales o vendepatrias. Usamos el término neocolonial como una de las mejores aproximaciones disponibles para describir un régimen político encargado de someter a una nación, y entregar sus riquezas a factores externos. En una colonia tradicional, la gestión de tal proceso de dominación la realizaba una potencia extranjera. En una neocolonia, exactamente la misma tarea la ejecutan actores locales (políticos y empresarios), lo que contribuye enormemente a la confusión de la sociedad.

El concepto de semi-colonia permite tener una mirada abarcativa y de alto poder explicativo sobre todo lo que hace este gobierno: daña a la población en su salud, en su educación, en su calidad de vida, en su psiquismo. Ataca las actividades productivas del país, sus capacidades científicas y tecnológicas, y a las innovaciones reales que supo construir a través del tiempo. Degrada y desmantela a su Estado. Desdeña y desprecia su cultura y sus logros. Desconoce las peculiaridades del país y degrada la subjetividad de la población para llevarla al estado de homo economicus, un ser atomizado que sólo busca éxito material como toda meta existencial.

Este es el contexto en que hay que entender la decisión gubernamental de esta semana. Concretamente, han decidido transformar al Banco Nación en una sociedad anónima, como un primer paso en el camino de la privatización.

El Banco de la Nación Argentina, en su extensa trayectoria, ha sido un instrumento de enorme utilidad pública en el sostenimiento de una estructura productiva diversa, de amplia extensión territorial y con positivos impactos en la integración social.

A tal punto este valor es reconocido, que en la negociación de la ley Bases el gobierno encontró bastante resistencia a su venta y tuvo que resignarse a sacarlo del listado de empresas sujetas a privatización, como ocurrió también con Aerolíneas Argentinas. Sin embargo, el gobierno carece de palabra confiable, y desde el Poder Ejecutivo y su prensa adicta volvieron a la carga hace ya varios meses contra Aerolíneas, y en esta semana avanzaron contra el Banco Nación.

Quieren privatizar al Banco Nación para extranjerizarlo. Lo que este gobierno hizo recientemente con la gran empresa metalmecánica IMPSA (Pescarmona) –la regaló por sólo 25 millones de dólares– es una indicación de hacia dónde apuntan: malvender un banco arraigado y exitoso, para consolidar su alianza (cuasi personal) con la administración norteamericana.

Pero estamos en un momento diferente.

Este nuevo embate privatizador no se produce en el mismo contexto político. Ahora están amenazando a una institución nacional valorada y reconocida –se juntó un millón de firmas contra la posible privatización hace muy pocos meses–, en el contexto de una caída de la imagen de seriedad y transparencia del Presidente y sus principales colaboradores y sostenes.

La defensa del Banco Nación abre la oportunidad para una acción política con posibilidades promisorias en múltiples planos. Desde ya, en el plano gremial y de la movilización solidaria de la ciudadanía, hasta el plano político-legislativo.

La exclusión del Banco Nación, en pleno furor mileísta, de la lista de privatizaciones, habla de que incluso en este claudicante panorama parlamentario hay suficientes fuerzas para bloquear esa medida. Es más: dada la poca confiabilidad del personaje a cargo del Ejecutivo, lo que correspondería es arrebatarle las facultades extraordinarias concedidas oportunamente. Como una forma de autodefensa social frente a autoridades que no garantizan ni prudencia ni sensatez.

La creciente desconfianza pública sobre el tenor de las acciones de Milei y la alta peligrosidad social de las mismas no debería ser sólo una prenda de negociación entre contrabandistas y estafadores.

Puede transformarse en un instrumento de acción política popular, para revertir el estado de desmovilización y desconcierto que la desmesura reaccionaria ha generado en la mayoría opositora.

 

 

 

 

 

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