ESTA MUJER

Postales de la gira por Santiago, donde presentó el libro "Sinceramente". ¿Una Cristina distinta?

 

La escena es, en mis ojos, puro déjà vu. La van blanca, avanzando a paso de caracol por el valle que crea la presencia humana. La gente en ambos flancos —de todas las edades y géneros— lanzando gritos o cantando, tirando papelitos. Vuvuzelas que ululan y le confieren a la ceremonia un aire tribal. Mi mente se aventura y concluye, apresurada: Rock and roll. En efecto, lo único que ya he vivido y se parece a esta escena son las llegadas del Indio Solari al predio de sus conciertos. El grado de devoción de la multitud, la alegría que transfigura el rostro más moreno en algo esplendente. Algunos sacuden los brazos y agitan trapos y banderas, otros saludan con la mano abierta, muchos blanden libros.

¿...Libros? Es así, en efecto. La persona a quien dan la bienvenida, aquella que saluda a través de la ventanilla de la van, no es el Indio sino Cristina, y el libro vuelto estandarte es su libro, ese fenómeno —ante todo de ventas, con casi 400.000 ejemplares impresos, aunque definirlo así sería minimizar su repercusión— llamado Sinceramente.

Sinceramente, no recuerdo haber visto una manifestación donde el pueblo flamease libros como estandartes.

Yo voy detrás en un taxi. Lo conduce un chofer que habla como Charly pero con tonada santiagueña. Nos demoramos, y la distancia entre el auto y la van se vuelve abismal. Es de noche, pronto dejamos de verla. Cuando retomamos la marcha, la van ha desaparecido y la gente con ella. Daría la sensación de que nunca estuvieron allí, ni el vehículo ni la montonera de gente. Y sin embargo, avanzamos sobre un mar de papelitos que tapiza la ruta.

Parece que hubo allí una fiesta. Durante kilómetros, los papelitos alfombran el camino.

Un casamiento digno del Libro Guinness de los Récords.

 

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No sé de antemano en qué hotel parará Cristina, pero nos damos cuenta al vuelo. Es el único edificio en pleno centro de Santiago que, a pesar de que ya son las diez, está rodeado por un anillo como los de Saturno.

Pero este no está hecho de helio e hidrógeno, sino de gente.

 

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Al otro día vuelvo a ese hotel con Ana Laura Pérez, la editora de Penguin. Pedimos permiso una y mil veces, esquivando gente hasta tocar una valla. Mientras espero que nos franqueen el paso para llegar al edificio, las señoras que abundan me ven cara de tener pulserita de all inclusive y me llenan los brazos de regalos "para ella".

Cristina nos recibe enseguida. La idea es ultimar detalles de la presentación del libro. A esa altura debo haber presentado más de cien además de los míos, pero ninguno como ese. No me incomodan las masas ni la obligación de hablar en público, pero me reconozco inquieto.

Ella se ve relajada, habita ese espacio impersonal como si fuese el living de casa. Sobre la mesita hay nueces y una pila de Marrocs. Que me recuerdan un pasaje del libro, aquel donde dice que siempre tiene de esos cubitos en su despacho y que a Máximo le encantan, o al menos le encantaron durante una época. Me asalta la sensación de que voy a hacer algo más que hablar de Sinceramente — de que de algún modo me he caído adentro de Sinceramente. Más tarde, durante la presentación, mencionaré que el rasgo de estilo que impresiona primero es aquel que lo convierte en una suerte de audiolibro virtual: uno lo está leyendo, pero el efecto es el de estar oyéndola mientras le habla a cada lector/a y no a través de la mediación de dispositivo electrónico alguno, sino a la misma distancia que nos separa en ese living.

Nos ponemos de acuerdo enseguida. Al rato estamos hablando de cualquier otra cosa: de Florencia, de libros, del final de Game of Thrones. Horacio Verbitsky me había anticipado que ella odiaba el último capítulo, porque le pareció machista. Yo me reí cuando me lo contó y seguí disintiendo, no me parecía tan malo ni para tanto. Ahora le escucho argumentar y, claro, me convence. Aquellas que quisieron ser reinas de un modo que rompiese el molde, que no se plegase acríticamente al modo de ser reina diseñado por los hombres, terminaron derrotadas y muertas. Y la que termina sentada en un trono —Sansa Stark— es precisamente el personaje más tradicional, aquella que logra su objetivo de convertirse en reina, pero a la vieja usanza: bien modosita, la propiedad encarnada. Por supuesto, me cuido de decir que tiene razón. No puedo capitular tan fácil. ¿O sí?

Cuando salimos, la inquietud que había acarreado hasta ahí ya no existe.

 

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El Forum de Santiago es una construcción monumental, que transforma lo que fue una estación de tren en un container para dos mil personas. Afuera la esperan —la vivan— otras veinte mil. Cristina cuenta que ella lo inauguró durante su segunda presidencia, pero que la estación de tren original fue bautizada por Perón y Eva. Alguien de la comitiva del gobernador Zamora tira un año preciso pero equivocado: 1953. Según Cristina hay una foto que los muestra allí, una imagen color sepia que me quedo con ganas de ver.

Durante la presentación, ella recuerda algo que se le ocurrió mientras escribía el libro pero que al final quedó afuera. Que al pensar en lo artero de los ataques que el poder descargó y descarga sobre su familia —en especial sobre Florencia y sobre Máximo—, se preguntó qué habría ocurrido si Perón y Eva hubiesen tenido hijos. Todas las posibilidades que cruzan por mi cabeza a la velocidad de la luz son horrendas, mil destinos —cada cual más terrible que el anterior— que podrían haber salido al cruce de esas criaturas imaginarias. Pero enseguida se me ocurre que, detalles más o menos, su destino no diferiría demasiado de aquel que el poder deparó a nuestro pueblo en cada oportunidad en la que perdimos la pelota, nos distrajimos o bajamos los brazos.

En los '70. En los '90. Ahora.

 

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El capítulo que dedica a Bergoglio incluye una reflexión sobre la forma en que los géneros determinan la concepción del poder. Allí recuerda el tironeo entre Néstor y el por entonces Arzobispo de Buenos Aires, a quienes sólo los separaba una plaza pero que se negaban a dar el primer paso: uno no quería acercarse a la Catedral, el otro no quería visitar la Rosada.

"Los hombres tienen un concepto del ejercicio de la jefatura totalmente diferente a nosotras, las mujeres", dice en el libro." Yo no tengo ningún problema con que el otro parezca tener más poder o menos poder que yo, si hace lo que quiero. ¿Cuál es el problema? ...Las mujeres no creemos en ese tipo de pujas, al menos yo no. Si hubiéramos sido dos mujeres, nos hubiésemos encontrado en el medio de la Plaza de Mayo, al lado de la pirámide, o nos hubiéramos ido a tomar un café. De algún modo, lo hubiéramos arreglado. Pero los hombres no".

Pocas horas después de la visita a Santiago del Estero, se oficializaron las fórmulas que aspiran a la presidencia en octubre. De todas ellas, hay mujeres en apenas tres.

Sobre el borde del fin de semana la revista Noticias vuelve a la carga contra Cristina. Allí, imitando un estilo de pintura renacentista, se convierte a Alberto y a Massa en dos bebés colgados de las tetas de una Cristina devenida madonna. ¿El título de tapa? Los cristinos. La imagen me recuerda la reflexión sobre el estilo masculino de blandir el poder: infantilizar —con intención de minimizar— al adversario macho, retrotraer a la mujer a la condición excluyente de madre. No es novedad, tratándose de Noticias. Es la misma revista que la hipersexualizó, la trató de bipolar y de monstruo ávido de poder, según ella misma lo recuerda en el libro.

Si Freud desarrollase sus teorías en estos tiempos, diría que el director de la editorial Perfil y sus minions padecen envidia del clítoris.

 

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Durante la lectura de Sinceramente, me detuve más de una vez para admirar la naturalidad con que Cristina pasa de un registro a otro. Su habilidad para argumentar es bien conocida, pero esto es algo nuevo: cómo es capaz de pasar sin que el lector note bache o salto alguno de lo abstracto y público a la escena íntima, privada, o viceversa. A menudo, de esos contrastes surge una tensión dramática que envidiaría el escritor más avezado. Por ejemplo en el arranque del segundo capítulo, cuando se describe sola por completo por primera vez en años, al amanecer del 10 de diciembre de 2015, en el departamento de Florencia; y de inmediato produce un flashback al día anterior, a esa multitud de proporciones históricas que la despidió en la Plaza de Mayo.

A lo largo de esas horas, escucho a otra gente reflexionar del mismo modo y ponderar la novedad de Cristina la escritora. Empezando por Ana Laura, su editora; siguiendo por los miembros del team cristinista, que enviaban a la editorial los múltiples drafts del texto que iba produciendo.

Tal vez porque la oí hablar tantas veces de ciertos temas, los pasajes del libro que más me atraen son los que la muestran como nunca se la ha visto. Para tratarse de una persona a quien se atacó tanto por su presunta incapacidad de autocriticarse, el libro muestra un costado suyo casi candoroso. Se pega palos a sí misma cada dos por tres: por la ingenuidad con que concibieron el Memorandum con Irán, por la esperanza excesiva depositada sobre la Ley de Medios, por su feminismo en permanente construcción. "Yo antes era una persona que decía 'no soy feminista, soy femenina'. ¡Qué estupidez! ¡Qué inmensa estupidez y lugar común!", reflexiona en la página 415, antes de atribuir el cambio a Florencia y a sus nietas.

El libro está lleno de pasajes emotivos, donde no tiene pruritos en mostrarse vulnerable. Por ejemplo los que refieren a la historia de amor con Néstor (que merece al menos otro libro, e incluye el mejor piropo que nadie ha dicho nunca), o la escena del regreso al sur después de su muerte. Pero claro, no existe nadie menos vulnerable que aquel o aquella que ya no teme verse vulnerable.

Me pregunto cuánto de todo esto tendrá que ver con el proceso de dar a luz Sinceramente. Los que escribimos largo sabemos que uno arranca queriendo construir un libro y termina asumiendo que el libro nos (re)construyó a nosotros.

"En la escritura —dice Cristina en Santiago— encontré la posibilidad de corregir".

 

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Otra cosa que le escucho durante la conversación en el Forum: "Cuando era chica, quería ser reina". Y a continuación hace gala de humor: "Mañana titulan todos así".

Entonces trae a colación algo que se le quedó afuera del libro. "Una vez, estando en La Plata —rememora—, una maestra me dijo: el triunfo más grande que usted ha tenido es que hoy las nenas ya no quieren ser más reinas ni princesas. Quieren ser Presidentas".

 

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La sensación de tenerla ahí, tan cerca, es extraña de modo inevitable: es la misma persona a quien he visto miles de veces en la pantalla o a la distancia, perdido entre la multitud (aquel 9 de diciembre estuve pegado a las puertas del Cabildo), pero que ahora no mira sólo a la masa ni a las cámaras sino que además me mira. Pero de todos modos, no me confundo. La proximidad con el Indio es útil en esta circunstancia. A esta altura de nuestro vínculo lo adoro, somos como chanchos, y aun así nunca pierdo la noción respecto de su —literal— excepcionalidad. En eso se parecen mucho, creo: gente brillante, culta, con la cabeza maravillosamente amueblada, que nunca baja el nivel de su juego y aun así es capaz de conectar en un nivel tanto intelectual como emotivo con millones de personas que se reconocen transformadas, o cuanto menos iluminadas, por sus obras. Allí donde pasan el pueblo se enciende y se eleva, como esas lamparitas chinas que visten el cielo y flotan hasta que las perdemos de vista.

A esa altura todavía no he conversado con ella más que un par de veces, durante las cuales confirmé que es bravísima y que está en todas (cosa que esperaba, cómo podría ser de otro modo) pero que ante todo es una conversadora fascinante. (¿Ustedes sabían que estuvo con Edward Snowden en Rusia? Yo tampoco. Para usar una de sus expresiones más coloridas del libro: Tomá mate con chocolate.) Alguien que la conoce mucho me dice: Cristina está bien. Está contenta. ¿Efectos colaterales del libro, y/o de la tranquilidad de estar donde debe, haciendo lo que debe? Porque Macri nos ha llevado a un fondo desde el cual no queda otra que ascender. Son millones los que viven desterrados en su propia tierra, sumidos en la indignidad más grande, codeándose a diario con el hambre, la enfermedad y la muerte; pero hasta los que todavía se las rebuscan se sienten hartos de este clima de zozobra, el aire ponzoñoso que respiramos desde que gobierna el Club de Defensores de Todo lo Horrible.

A veces pienso que habría que reducir la campaña a un único spot, donde se representase la mañana del 28 de octubre — el día después de la gran elección. Gente de toda laya y pelaje desperezándose, y una única pregunta: ¿Se imagina cuatro años más poniendo su vida en manos de este zángano? Creo que hasta los gorilas más recalcitrantes votarían en silencio por cualquier otra fórmula que no incluyese a Macri.

Cristina me comenta que la gente la recibe siempre así, y particularmente en Santiago, pero que esta vez hay algo diferente. Todxs quieren abrazarla, tocarla, sin embargo hoy los apretones transmiten otra energía. Cierta desesperación, dice.

Las palabras que cierran el libro —esto no es un spoiler, durante la presentación le pregunto si puedo decirla y me da el OK— encapsulan la sensación que compartimos en silencio la enorme mayoría de los argentinos.

"Así no va más".

 

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En Sinceramente, Cristina elige definirse como "yegua hervíbora", a sabiendas de las reverberancias de la postulación. La asociación inmediata conduce al Perón de los '70, que pudo quedarse en Madrid, custodiando su leyenda, y aun así decidió (ex)poner su cuerpo para colaborar con un país al cual las dictaduras y el gorilismo —el liberalismo trucho, bah— sumieron en un pantano del que no lograba salir.

"Yo ya fui Presidenta", dice en el Forum. "Pero siento la necesidad de colaborar a terminar con esta catástrofe social y económica que viven los argentinos y las argentinas; de producir un gesto, despojarme de las vanidades legítimas que tiene cualquier persona, todo ser humano, y dar un testimonio de que en serio, y definitivamente, estamos dispuestos a ayudar, a unir a los argentinos en un momento difícil. Yo siento y sé lo que está pasando. Ayer cuando llegué aquí, a Santiago del Estero —y esto también me viene pasando en otros lados—, la gente me apretaba la mano y decía 'volvé', pero un 'volvé' que no era simple nostalgia, la historia no se repite nunca tal cual; sino que más bien respondía al hecho de la gente está muy mal en serio, angustiada, porque le han puesto su vida patas para arriba. Por eso quiero expresar mi absoluto compromiso para reconstruir el país. ...Sería mentirosa si dijese que todo se va a solucionar mágicamente. Nadie soluciona mágicamente un endeudamiento tan brutal. Pero una nueva frustración para los argentinos sería catastrófica".

La presentación concluye. Cristina deja el Forum y saluda a la multitud que la espera afuera. En un rato dejará Santiago, pero la gira sigue. Habrá otras presentaciones. Se podría bautizar la movida, los rockers suelen hacerlo. Lo obvio sería llamarla Sinceramente Tour '19, pero se podría ir más allá. Madonna le puso a una de sus giras Blonde Ambition, La Ambición Rubia. Fleetwood Mac le puso a otra On With the Show, que significa El Show Continúa. Scorsese viene de estrenar un documental en Netflix que retrata la gira que Dylan llamó The Rolling Thunder Revue. La Gira del Trueno Que Rueda.

Eso me gusta más.

 

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La Cristina que alcancé a ver sigue siendo el tornado que conocemos, pero con un talante distinto: la determinación y su capacidad política son las de siempre, sin embargo se la ve tranquila, con la calma zen de quien viene de hacer las paces con su historia y con la Historia y aun así entiende que queda mucho por delante. (Y dentro de esa menesunda, ciertas cosas que nadie —esto pensamos nosotros— puede hacer mejor que ella.) Cuando cuestiono la naturaleza del libro, remarca que sigue sin considerarlo autobiográfico. "Las memorias —dice— son para el final del camino".

Puede que haberla tenido cerca me juegue una mala pasada, o que el prisma del libro siga tiñendo mi visión. Aun así pienso que hay algo diferente en esta Cristina. Como si la que volvió al ruedo al lanzar la candidatura de Alberto y desplazarse al rol de aspirante a vicepresidenta hubiese renunciado a ser esa mujer que el poder ansía lejos, a la distancia que imponen los brazos extendidos y los índices acusadores; y que por eso sale a la calle y se aproxima al pueblo y ríe y llora y va donde hace falta y pone el cuerpo y negocia con la realidad sin fulminar a nadie; para que quede claro que la reconstrucción nos necesita a (casi) todos; para que se entienda que no está arriba sino en el mismo barro, arriesgando tanto o más que nosotros; para que no sólo las palabras sino también los gestos demuestren que siempre contaremos con esta mujer.

 

 

La foto principal es de Charo Larisgoitia.

 

 

 

 

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