Eso

Eso que me sumergió en los abismos más oscuros y me alzó hasta las cumbres más luminosas

 

Eso que aprendí en Primer Grado y que seguramente tenía anticipos en la poca vida anterior.

Eso que vengo haciendo desde entonces, porque eso era ir a la escuela, más sumar y restar.

Eso que nos hacía saber que la sopa estaba sosa, y yo no entendía por qué la sopa estaba como la Señorita Sosa, mi maestra de Primer Grado de la Escuela 4 del Distrito Escolar 16.

Eso que un día fue escribir, ya no el dictado de la sopa/maestra, sino el dictado del alma, que vaya a saber de dónde salía (ignorante, aún, de la glándula pineal de la hipótesis cartesiana y de otras teorías, siempre inverificables).

Eso que me hizo descubrir universos, pelear en los bosques de Sherwood, navegar los mares de los confines con Sandokan, conocer las profundidades del océano con Nemo y tener leída media Biblia a los doce años. (Me demoraría hasta los quince en leerla entera.) Sin saber que un día me perdería en laberintos palermitanos, conocería un Flores mítico y quedaría para siempre atrapado en Macondo.

Eso que un día, muy temprano, estalló en poesías y canciones que hablaron para siempre de tantas cosas, ¡tantas cosas!

Eso que devino oficio cuando me pagaron para evaluar lo que otros escribían.

Eso que me convirtió en changarín de la palabra cuando escribí en nombre de otros, desde poemas de amor a autobiografías…

Eso que me hizo recorrer el mundo más, mucho más, que aquellos que dicen recorrerlo.

Eso que me sumergió en los abismos más oscuros y me alzó hasta las cumbres más luminosas.

Eso que me hermanó con tantos y me enfrentó con muchos.

Eso que se hizo inmediatez con la tecnología que nos alejó del papel y a la vez nos llevó a extrañarlo.

Eso que, en esa inmediatez, se trivializó en decires y retruques casi sin pensar, haciéndonos descubrir uno de los mayores beneficios que otorgaba el papel: el tiempo.

Eso que trabajosamente recuperamos contra los vientos y las mareas de una época que tiende a olvidar lo que acaba de ocurrir.

Eso, entonces, que se hace memoria, testimonio, compromiso, belleza y militancia.

Eso, que trascendiendo soportes se hace imprescindible a la hora del escuchar y del decir, del debatir y del argumentar, del enseñar y del aprender, del recibir y del dar, del amar y del ser amado.

Eso. Simplemente eso. Leer y escribir.

 

 

 

 

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