El ministro Martín Guzmán, en las Jornadas Monetarias del Banco Central, afirmó que “necesitamos acciones de los Estados desde la política tributaria para lograr que no pase lo que viene pasando en el mundo, que los ricos se han hecho más ricos y los pobres, más pobres” y “que haya mayor progresividad para la reducción de la desigualdad”.
Descontando los 3,3 millones de empleados públicos, de los 13,3 millones de trabajadores restantes, anote, el 33% está en negro. Evade el patrón, el trabajador y seguramente toda la cadena de producción y servicios hacia adelante.
El ministro, calma zen, nos informa que anhela que “las mejoras en la administración permitan ir resolviendo temas como la evasión impositiva”. ¿Sólo mejoras administrativas? ¿A qué ritmo?
Los asalariados no registrados cayeron en el período de referencia en 388.000 puestos y el total del empleo en 333.000. El empleo, la fuente de la distribución primaria, cae. ¿Cómo va a mejorar la distribución?
¿Qué mira Guzmán? En el segundo trimestre de 2021, la tasa de desempleo se ubicó en el 9,6% (13,1% en 2020) pero aumentó la subocupación del 9,6% al 12,4. La salida de la pandemia mejora, bueno sería, pero no tanto. La tasa de actividad y la tasa de empleo son inferiores a 2019 y 2018 y eso es grave. Mucho desempleo, subempleo, trabajo en negro, dinámica imparable del empleo público hacen que la estructura de distribución primaria asegure desigualdad y en un contexto de bajas inversiones y baja productividad, con excepción de algunos sectores exportadores.
Guzmán insistió en “progresividad tributaria para reducir la desigualdad”. No considera prioritario que todo sistema salarial, sea capitalista o socialista, tiene en “la distribución primaria”, es decir, en el salario o la retribución al trabajo contratado por el capitalista, sea este particular o público, la base del sistema de distribución.
En ese sistema se refleja la estructura de la producción y la productividad. Esa es la base material de la distribución y lo que determina la dimensión igualitaria de la sociedad.
Poner esta cuestión central detrás de la tributaria, lo que hizo en el discurso, o del sistema de transferencias, error imperdonable, es la matriz de un debate estéril. Un discurso que distrae del diagnóstico real y que garantiza la continuidad de la parsimonia en política económica: ¿cuándo hablamos de política económica para salir del estancamiento de décadas y del deterioro cotidiano?
La estrategia de Guzmán se inauguró con su idea de “tranquilizar la economía”. Hundió meses en la negociación privada que, no se debe negar, fue exitosa. Pero como la política ocurre en el tiempo, la intemperie de los bonos durante tantos meses los “deterioró”: se desplomaron. El mismo método (“el faisandage”) para con el FMI no está dando resultado.
Mientras se demora el acuerdo, la economía se deteriora y las divisas se pierden. No hay dólares para mantener el ritmo de la economía. La parsimonia, de la economía tranquila, está desinflando las gomas y sólo podremos avanzar, bajándonos del carro de la economía y empujando. Se puede preguntar: ¿dónde está el piloto? Pero a esta altura hay que preguntarse, ¿dónde está el motor?
Guzmán, en definitiva, repite, con otras palabras, las concepciones dominantes de los economistas que han conducido, sin excepción, la economía en los últimos 46 años. Todos han tomado el rábano por las hojas.
Plantearse la progresividad como eje para una política tributaria que hiciera “menos pobres a los pobres” evitando que “los ricos sean más ricos” es el camino que por consejo del Lobo tomó Caperucita Roja: el camino más largo. En política económica llegar tarde es lo mismo que no llegar.
La clave de esta discusión que pasa (progresividad tributaria, sistemas de transferencias) por ejemplo, por el “salario universal” o la estrategia de la multiplicación de los planes o la estrategia de “segunda generación” (conversión de planes en trabajo) es que se trata de un error de prioridades.
Gobernar es crear trabajo. Para eso gobernar es comprar inversiones apropiadas a todos los estratos sociales.
Todas las plataformas de la “nueva economía” son estupendas y rendidoras en balanza comercial. Bienvenidas. Pero en el aquí y ahora nuestros jóvenes tienen problemas de empleabilidad. ¿Se entiende?
Esta muy bien dedicar tiempo y recursos al pensamiento y al planeamiento del desarrollo de la inteligencia artificial. Pero hay una prioridad que no puede ser desplazada, ni por un instante, y es la de la atención a la vida y al desarrollo de la inteligencia natural de esos millones de niños argentinos marginados, porque el sistema (con gobiernos que no crean trabajo ni compran inversiones) multiplica los hombres y mujeres sin trabajo.
Esos padres, que conforman los millones de personas a las que no se les posibilita producir el valor de su sustento, no tienen los medios para garantizar el futuro del desarrollo del potencial de los niños que hoy están encerrados en el ambiente que define la pobreza que la sociedad produce.
No es razonable que el ministro ocupe su espacio de reflexión, que es una guía estratégica, sobre la “progresividad tributaria”.
No hay en sus palabras una demanda, un reclamo, a la profesión y a la política, por el cómo hacemos para crear trabajo productivo, trabajo que genere bienes y servicios de intercambio para poder apuntalar esa balanza deficitaria que nos condena a frenar y a vivir endeudados.
El empleo asalariado es la base de la distribución en el sistema salarial. Dos términos: empleo y salario. El empleo, en un sistema medianamente sano, implica formalidad laboral. La que a su vez implica formalidad tributaria del empleador y del empleado. Y el salario, se supone, responde, como mínimo, a las condiciones de vida que se supone todo trabajador, y las personas a su cargo, deben acceder.
Como todos recordamos, cuando se inauguró este proceso democrático, el más largo después del de 1853-1930, Raúl Alfonsín programáticamente se propuso que con la democracia “se come, se cura, se educa”.
La decadencia nacional impidió que ese programa se realice a pesar que las formas democráticas se preservaron.
Pero la pobreza afecta dramáticamente el sistema en la alimentación, la salud y la educación.
No hemos logrado ser en esta democracia, que debemos militar a pesar de sus debilidades, una sociedad integrada.
Nuestra desintegración es integral. Es social, por la pobreza que es exclusión. Es territorial, por el desequilibrio infame que nos hace Belindia. Hoy la miseria está estacionada a la otra cuadra de la abundancia.
Todo eso, no se puede tapar el sol con un harnero, es la consecuencia de la desintegración productiva. Nuestro tejido productivo esta repleto de agujeros en la cadena de valor, lo que en definitiva es una máquina de exclusión.
Naturalmente la progresividad tributaria, en todas sus formas, así como las transferencias directas, en sus distintas variantes, componen parte de las estrategias desarrolladas por los países o propuestas por los teóricos para resolver el problema de realización de la “igualdad” que, como todos sabemos, junto a la libertad y la fraternidad compone la trilogía de la vida democrática.
La desigualdad, que en Occidente después de un largo período de declinación ha comenzado a crecer, es uno de los problemas más graves que aquejan a nuestras sociedades. Pero, como lo ha dicho el Papa Francisco e intelectuales como Zygmunt Bauman, el problema creciente de la organización social es la exclusión, las personas que ingresan a la categoría de “descarte”.
Guzmán eligió la tangente para fundamentar su frase síntesis de alto impacto “evitar que los ricos sean más ricos y los pobres, más pobres”.
Necesitamos que la política económica encabece la lucha contra la pobreza. Es inconsistente una economía que genera pobreza y un ministerio de Desarrollo Social que trata de compensarla.
La pobreza del futuro se esta acumulando en el presente, porque la política económica es incapaz de comprar inversiones que terminen con la reducción del empleo que es lo que dicen que pasa las estadísticas oficiales.
* Publicado en el diario de negocios El Economista.
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