Había una vez una rotación climática. Después de la primavera venía el verano, luego el otoño y por último el invierno. Antonio Vivaldi les dedicó hace dos siglos sus conciertos Las cuatro estaciones, y se cree que él mismo escribió los cuatro sonetos que los acompañan. Un siglo y medio después, esa travesía fue repetida por Astor Piazzolla. Cuesta imaginar qué escribirían ahora, que es posible saltar de una semana gélida a otra bochornosa. Con o sin escalofríos siguen siendo piezas bellísimas y conocidas en todo el mundo. No sé exactamente por qué, esta semana tuve ganas de volver a escucharlos, en el bochorno del verano argentino.
Empecé por la versión de Vivaldi de la violinista alemana Anne-Sophie Mutter, pero esta vez sin el insoportable von Karajan que la dirigió desde 1977 hasta 1989, entre los 13 y los 25 años de ella. Esta versión, cuyo año no conozco es obviamente posterior y ella misma dirige el Ensemble de los Virtuosos, con los que también presentó la obra en el Teatro Colón hace seis años.
Pantaleón comenzó a componer sus Cuatro estaciones porteñas en 1964, pero recién las unió en una obra única en 1970, cuando las estrenó con su quinteto en el Teatro Regina de Buenos Aires. Lo único que encontré fue un compilado, con grabaciones de distintas fechas, entre 1969 y 1972. Nada de eso importa demasiado. La música es lo que vale.
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