ESA LUMINOSA, CALIENTE OSCURIDAD

Cuento ilustrado en libro objeto de Mariana Enríquez

 

El verano de 1989 se conserva en la memoria de quienes lo padecieron como achicharrante, no sólo por la ola de calor y los cortes de energía eléctrica. Factores determinantes o apenas anecdóticos según la circunstancia de quien habitara ese —este— país edificado “sobre un suelo débil y arcilloso que era incapaz de soportar su peso”. Una estructura realizada en un estilo abandonado hace varios siglos del otro lado del mundo, “una hermosa ruina” sin revocar que le otorga “un aspecto glorioso y abandonado”. Un país que se parece demasiado a la Argentina porque es la Argentina, pero no cualquier Argentina. Es la vista, leída y escrita por Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) desde una capital de provincia en la que, no solo para les adolescentes, lo más emocionante en ciertos momentos se reduce a sentarse en un banco de plaza frente a la catedral que sirve de paradigma al conjunto y aguardar el momento que se derrumbe.

 

La autora, Mariana Enríquez.

 

Época de porro prensado con tufo a orines, a la vez placebo y condena en la eterna espera del fin del mundo cuyas señales indudables suman “crisis energética, hiperinflación, bicicleta financiera, obediencia debida, peste rosa”. Lo que está roto va a seguir roto pues “el país no iba conseguir ni un peso porque debía demasiado a acreedores extranjeros”, argumento poco entendible para una piba quinceañera que cuando siente que no tiene futuro toma sol, “se enamora de la muerte y se tiñe el pelo y los jeans de negro. Si puede se compra un velo y guantes de encaje”. Sin pretensión de explicar lo inexplicable —frustración garantizada que se reserva a los adultos en general y a los padres en particular— la mirada de Enríquez persevera en trazar una escenografía donde cierta ternura alcanza apenas a envolver lo sórdido, maniobra del lenguaje que esquiva lo patético tanto como lo berreta y es sello de un estilo peculiar, inconfundible.

Posiblemente tamaño logro resida en jamás dejarse tentar por el regodeo de las miserabilidades sociales y, sin en ningún momento mirar para otro lado, contar un universo en el que cada cual vive su vida y la mira cómo le parece en un ejercicio de la libertad que excede todo lirismo literario y se inmiscuye en lo político. Logra de tal modo teñir Ese verano a oscuras de un color difícil de encontrar en la paleta que, según la luz, contenga la calidez de la gama de los ocres, cierta fuerza remanente del rojo y la terráquea solidez de los marrones. Matices pescados al vuelo por la ilustradora Helia Toledo (Madrid, 1994) cuyas obras para este libro-objeto podrían constituir un relato mudo. Que al articularse con el texto de Enríquez incorpora otro relato, una tercera lectura. Algo de esta dinámica fue percibida por la artista, que obsequia un fugaz pantallazo cinético mediante una animación.

 

 

 

 

En menos de un minuto, Toledo muestra un fragmento del proceso de producción donde se apodera del relato de Enríquez para devolvérselo enriquecido mediante retratos probablemente complementarios a los imaginados por la autora, tanto como a los capaces de ser desatados en el lector. Al modo de esos aderezos que hacen resaltar el sabor de los manjares, a través de la tinta se desata un paisaje urbano de edificios impersonales que por un resquicio dejan ver un templo, la silueta nocturna de vidas encerradas en departamentos, la adolescente tendida en su lecho que intenta ahorcarse con sus propias manos, las chicas en la pileta, una mujer que fuma solitaria, el balneario citadino, la tórrida noche de apagón barrial, el muchachito que fuma y pispea en el balcón, el asesino que mira a sus víctimas aún dormidas, puntos suspensivos, dos pibas fumando en la escalera, otra dentro del departamento mientras afuera pende un cadáver. Pantallazos precisos que compendian los avatares de un crimen horrendo, una comunidad conmovida en su desidia y dos adolescentes que a la ebullición de sus hormonas le agregan el calor del mundo.

 

 

Formas y manchas, “las más difíciles de limpiar, incluso cuando ya no es posible verlas”, cada una de estas imágenes compone acaso uno de los cuentos más logrados en la laureada producción de Mariana Enríquez. Y se entiende por qué fue elegido para componer un pequeño libro-objeto en el que la palabra y la imagen se sostienen en una reciprocidad que en ningún momento empaña la identidad de ambas autoras. Por el contrario, las potencia.

 

FICHA TÉCNICA

Ese verano a oscuras

Mariana Enríquez, texto

Helia Toledo, ilustraciones

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2019

72 págs.

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