Las decisiones y declaraciones del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parecen, muchas veces, descabelladas. Se pelea con todos todo el tiempo y abre permanentes frentes de batalla. Pero, ¿son arranques impensados, acciones de un impetuoso, consecuencias de una personalidad exuberante o parte de un plan? ¿Se mueve individualmente, con un pequeño equipo íntimo con quien consulta a la mañana a quién atacar ese día? ¿O cuenta con el asesoramiento de estrategas que piensan el mundo que viene en clave geopolítica y lo hace con respaldo de sectores económicos muy poderosos? Seria un serio error subestimar a Trump y a su grupo. Tienen dos objetivos excluyentes, uno táctico que es conseguir su reelección en noviembre y otro estratégico que es derrotar a China en la batalla fundamental para la suerte del imperio. Y cada una de sus acciones tiene que ver con esos planos, o con ambos.
Tal vez haya sido Donald Trump uno de los primeros en comprender que la globalización ya no es un ámbito propicio para el desarrollo de la hegemonía mundial de Estados Unidos, que tiene pocas chances de sobrevivir como hegemonía principal del mundo en las condiciones actuales. Y que China ha podido sacar mejor provecho de las reglas y de las actuaciones de los organismos multilaterales creadas para su aplicación, como sostiene el analista Marcelo Brignoni.
Para incrementar la confrontación con China en su segundo período, se planteaba utilizar:
- su evidente supremacía militar,
- la regulación del mayor mercado interno de consumo de bienes y servicios de medio y alto costo del mundo,
- aprovechar la posibilidad de imprimir de manera ilimitada para financiarse con la todavía moneda global, el dólar estadounidense.
Pero claro, primero tenía que ganar las elecciones y la aparición de la pandemia, sus fatales consecuencias y la caída de su economía no estaban en las previsiones de febrero para nadie. Entonces tuvo que incrementar sus ataques a China y sus peleas contra todos.
Trump impuso un estilo de confrontación permanente. Se mueve muy bien en el conflicto. Incluso cuando no tiene con quién pelear (rara vez), inventa un adversario. Se pelea con la OMS, con la OMC, con la ONU, con la Unión Europea para apoyar la salida del Reino Unido, todas ellas expresiones de la globalización que Trump quiere que termine porque ya no le conviene a Estados Unidos. Con Twitter, con la CNN, con los manifestantes, para generar una permanente polarización e imponer la agenda de debate, alejándola de los temas que le son incómodos. Además quiere dar una imagen de hombre fuerte y decidido, incluso autoritario y amenazante, características muy admiradas por el norteamericano medio.
En el plano electoral necesita presentar datos económicos positivos. Ese era el crédito principal que pensaba exponer antes del estallido de la pandemia. Ahora los números se le complicaron, pero apuesta a lo frágil de la memoria colectiva, hecho muy común en Estados Unidos. Espera que la economía tenga un rebote que pueda presentar como recuperación y que la pandemia atenúe sus consecuencias, llegando así al momento de la votación con los datos de los contagios y las muertes en baja.
Y culpar a China del Covid-19 y de toda la tragedia ha sido consecuente en ese intento. Desde el inicio habló del virus chino y hace pocos días acuso a China de provocar la "matanza mundial". Ya su secretario de Estado, Mike Pompeo, había dicho: "Hay una enorme cantidad de pruebas de que es allí donde comenzó”. China “hizo todo lo posible para asegurarse de que el mundo no se enterara a tiempo sobre el Covid-19. Fue un clásico esfuerzo de desinformación comunista”, sentenció.
Esa insistencia en atacar a China da sus resultados. En la última encuesta de Pew Research Center se concluye que dos tercios de los norteamericanos ven con malos ojos a los chinos. Y se refleja un grave aumento en la discriminación con los inmigrantes orientales. Además, como estrategia electoral se trata de asociar al oponente Joe Biden como amigo de China, cuando no cómplice. Con el pretexto de que era condescendiente con China, Trump retiró a los Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud. Eso le sirvió para deslindar responsabilidades en las consecuencias de la pandemia e intentar ocultar el horrible manejo sanitario, culpar a China y vincular a su enemigo con los demócratas.
Trump y su gente apuntan a una polarización absoluta con los demócratas. Ya logrado poner tras de sí a casi todo el Partido Republicano, cuya elite hace 4 años lo veía con frialdad o desdén, en cambio hoy gran parte de su conducción practica un tipo de culto a la personalidad y lo respaldan. Sea porque les gusta, sea porque les conviene a sus intereses individuales y a la obtención de cargos políticos o sea por el temor a los ataques desproporcionados y feroces que produce el Presidente contra quienes lo contradicen. Lo concreto es que el 90 por ciento de los votantes republicanos tienen decidido votarlo en noviembre.
Los grupos que representa y expresa Trump tienen un plan. No quiere decir que tendrán éxito, pero es para destacar que su comportamiento responde a una lógica y lo que hacen y dicen es coherente con eso. Como toda apuesta se puede ganar o perder, pero están lejos de actuar "a tontas y a locas".
La cuestión para América Latina es cómo evita quedar atrapada en esta puja de gigantes, y se esfuerza en construir una integración regional para poder ser un polo en un mundo multipolar, para plantearse objetivos propios y defender nuestros intereses.
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