Es la ideología, chabones

La ficción de un auditor de la realidad, un sociólogo devenido escritor

 

El sociólogo Gerardo Adrogué, egresado de la Universidad de Buenos Aires, con una maestría en Connecticut, docente de estadística y metodología en universidades nacionales, escribió un libro de relatos que, desde su título contiene una indisimulable actualidad política. Se llama En lo que te has convertido (Ediciones Paradiso), aquella frase con la que, en un debate previo a las elecciones presidenciales del 2015, el candidato Macri pretendió ningunear a Daniel Scioli.

Adrogué parte de la más cruda realidad para establecer un material literario original y muy representativo de los tiempos que nos tocó y toca vivir. Elige no eludir a la grieta, al contrario, se zambulle en ella para emerger creando un género novedoso, tan reconocible como provocativo. Eso que en una de las introducciones Carlos Tomada califica como “relatos de política”. El otro prologuista, Eduardo Rubinschik sostiene que el libro “nos sumerge en lo político tramado entre las fibras de lo cotidiano”.

Tres de los textos (siete en total) son atípicos, eclécticos. Mi relato describe un camino de iniciación pero que, desde la voz narradora de una mujer, abarca toda una vida, lo que prueba que cualquier existencia es, bien vista, una sucesión de principios. Al señor articulista es una muy extensa carta abierta dirigida al columnista del diario La Nación Jorge Fernández Díaz, que no solo es una toma de posición, sino que incluye una saludable advertencia. “Buena parte del periodismo argentino se debe una autocrítica severa por haber asumido la defensa militante del macrismo durante estos años. Se transformó en su voz bufonesca, llevando al límite una máxima de Goebbels: ‘Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que la distraigan’. El volumen y la intensidad del periodismo de guerra que vivimos durante los años del macrismo terminó ahogando a la sociedad argentina en una espiral del silencio que aún hoy nos llena de vergüenza”. Aclara el autor: “Esto no es un cuento”. ¿Y qué es? Su modo de recuperar el tono de documento político, partidario e incluso faccioso que desde mediados del siglo XIX enfrentaron posiciones y conmovieron desde visiones opuestas.

¿Ya fue? es una dramaturgia breve para siete personajes y resuelta en otras tantas escenas que parece escrito hoy mismo, porque se desarrolla en abril en plena pandemia. Alberto es médico y dialoga con Juan, su cuñado. Eran los momentos en los que, cada noche, todavía persistía la fina voluntad de dedicarle aplausos al personal de salud, aunque ya el gesto comenzaba a intervenirse con los cacerolazos. “¿Qué hacemos, entonces? ¿Perdemos el tiempo y la energía peleándonos entre nosotros mientras el virus nos mata a todos?”, se pregunta Alberto. Juan alerta sobre una peligrosa especie, los avaros: “Ya van a saltar, es cuestión de días. Están esperando y tienen el ventilador prendido”. Más allá de las diferencias se encuentran en una reflexión sensata, aunque no lamentablemente generalizada: “Es obvio que lo urgente es detener esta tragedia, hay que lograr que muera la menor cantidad de argentinos y argentinas. Todo lo demás es secundario. Hay que mantener la cuarentena, administrar la situación y prepararse para lo que vendrá”.

 

 

Experiencias comunes

En modo cazador de experiencias, Adrogué cuenta en El diálogo una ceremonia de ingesta de ayahuasca, esa tradicional bebida indígena que, según afirman los que la consumieron, provoca una auténtica revolución interior. Con la sensación de tener “un animal de la selva” en sus intestinos el protagonista pasa una noche terrible cotejando el lastimado vínculo con su hermano. Alguna vez parecieron gemelos, juntos instalaron una milonga (“como lugar abierto, como punto de encuentro”) a la que nada casualmente eligieron nombrar La ley primera, una marca de estirpe martinfierrística. Pero llegó el macrismo y los sacó a bailar con la más fea. Su hermano, que supo ser peronista, votó a Macri y a su ser peronista, semejante cambio le resulta difícil de tolerar. Ahora la relación es puro dolor y ni siquiera se hablan. “¿Cómo puede votar a Carrió? ¿Cómo puede defender a Macri, que rompió lo que andaba bien y empeoró lo que andaba mal?”, se pregunta con la cabeza a mil por hora, mientras no hay vómito que le alcance. Una vieja sabia, probablemente una chamana, le susurra fórmulas para entender el odio: “Deja de buscar que él (su hermano) sea otro o que vuelva a ser el que fue… Perdonar te libera el odio. No lo odies porque el odio te angustia. No lo odies porque el odio te embrutece. No lo odies porque el odio te destruye. No lo odies, porque odiarlo es odiarte a ti mismo”. La consigna parece pertenecer al mundo de lo onírico, pero sigue siendo un buen recurso para entender algo que pasa entre nosotros, cada día.

El primer relato empieza cuando Norma y su marido viajan en auto hacia el cumpleaños de un amigo y, como parece habitual, discuten. La que retoma la frase que le da título al libro es la mujer que, en estilo reproche y formato advertencia, le pide que, al menos por esa noche, evite hablar de política. Se dirigen hacia una casa en la que, ambos ya saben, todos piensan distinto a él. Apenas llega lo ametralla una descarga de chicana intensa: “Llegó el setentista”; “Escondan Clarín, a ver si se enoja” o “¿Qué se siente tener una Presidenta montonera?”. No le huye al espadeo, pero cada tanto se cansa de tener que justificar sus ideas ante esa tribu de odiadores a todo lo que les suene kirchnerista, de la 125 a los negros de mierda, de Luis D’Elía a la entonces Presidenta de la Nación a la que insisten en decirle La Yegua. Él no se esconde. Es inteligente, racional, leyó muchos más libros que cualquiera de los amigos presentes y se nota que no olvidó lo leído. Le gusta discutir y llevar a fondo las diferencias. Soporta agresiones (“Fanático”, “Te lavaron la cabeza”, “¿A vos te pagan por defender cualquier cosa?”), provoca silencios incómodos y faltas de comprensión empezando por las de su mujer, un clima íntimo que avizora una ruptura cercana. Es bien sabido que la grieta terminó con amistades, arrasó con reuniones familiares y probablemente hasta enemistó a parejas. Todos, alguna vez, fuimos la especie de aguafiestas que es este lindo personaje al que el autor no le puso nombre propio.

Vergüenzas se titula otro de los relatos que habla especialmente de conversiones. Aquí uno acompaña a Gladys y a María Inés, se sube al mismo colectivo 188 que empieza a acercarlas desde Villa Fiorito a sus respectivos trabajos en la Capital, una al tope del escalafón de maestranza en un sanatorio privado; la otra, trabajadora doméstica en el piso de la señora Carolina en Belgrano, 17 años, todavía en negro, pero monotributista lo que le posibilitó tener una obra social para atender la enfermedad de su hija. Gladys es mayor que María Inés y su protectora desde que la chica llegó de Jujuy. Son confidentes, hablando se entienden y se desentienden y ese viaje que parece interminable así se les hace un poco más corto. Y esto también ocurrió: distantes de su condición de clase, aborrecen al peronismo y en especial al kirchnerismo. En el 2015 y en el 2017 María Inés y su patrona votaron a los candidatos de Cambiemos. Hasta que en el 2019 María Inés hace un clic y vota a los Fernández. Más allá de las diferencias –Gladys sigue inflexible, acatando a rajatabla las falsedades del periodismo de guerra– continuarán acompañándose, respetándose, protegiéndose, viajando juntas cada día, sin que nada demasiado distinto vaya a alterar sus vidas.

Da lo mismo que las historias que plantea Adrogué sean reales o inventadas, producto de la imaginación o experiencias estrictamente autobiográficas. Lo valioso es que cada una de sus descripciones nos acercan diálogos y palabras que pertenecen, pertenecieron o pertenecerán a momentos de nuestra vida.

 

 

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